Perfil Básico

Nombre

Thirian

Fecha de nacimiento:

1900-09-28

Ficha de Personaje

Nombre del Personaje

Manveru

Raza

Hombre, Númenoréano

Lugar de la Tierra Media

Navegando por el mundo

Descripción del Personaje

Manveru es un númenoréano, y por tanto consta del perfil clásico de su raza: altivo, de ojos oscuros, profundos y penetrantes, pelo largo y castaño, nariz larga y recta y mirada sabia y seria, que parece que nunca podrá sonreír.
Manveru suele vestir, salvo en ocasiones especiales, como fiestas o ceremonias, un traje gastado por sus numerosos viajes: un peto ocre y raído, con el emblema de Númenor grabado en plata, capa verde con un broche de oro en forma de estrella de siete puntas, pantalones igualmente gastados, y unas botas altas de cuero.
Armas: Manveru empuña únicamente Núril, la Hija de la Muerte, la cual posteriormente llamaría Agânmîth. Es de un filo negro e irrompible, forjado en tiempos remotos para su antepasado Atanalcar.
Poderes: Manveru tiene el poder de curar con sus lágrimas, además de realizar algunos hechizos más.

Historia del Personaje

Manveru Sáriendil procedía por línea directa de uno de los hijos de Elros, Atanalcar, y por tanto poseía una de las sangres más poderosas de todo Númenor. Sin embargo, en tiempos de Istarion (1100 S.E.-asesinado 1411 S.E.), éste fue capturado por los sirvientes de Sauron, y se creyó entonces que el linaje de Atanalcar había perecido. Sin embargo éste continuó por medio de su hijo, Istarion el Grande, aunque el saber de Istarion sobre la procedencia de su familia murió con él, y sólo se conservó en un pequeño árbol genealógico en lo que siglos después sería Arnor.
Manveru nació el año 3201 de la Segunda Edad, algo más de cien años antes del Hundimiento de Númenor, y realizó hazañas y hechizos que nos llevan a la conclusión de que sus antepasados provenían de Eärendil.
La historia de Manveru comenzó cuando tenía treinta años, y le fue asignada una misión de rescate en la Tierra Media. Al parecer, una doncella de la nobleza había sido capturada por un grupo de rebeldes.
Manveru se negó en rotundo desde el principio a aceptar esta misión. Era un hombre orgulloso, altivo y de ojos oscuros, mirada siempre seria y sabia, y no deseaba alejarse de su familia. Contaba con un hermano, Varyamo, y con un gran amigo, llamado Orondil, a quien consideraba su segundo hermano, y no quería abandonarlos.
Cuando el rey le amenazó con perder todo su honor y orgullo, Manveru tuvo que ceder. El rey fue entonces clemente y le concedió que su hermano y su amigo le acompañaran, algo que convirtió el castigo en una aventura para él.
Así pues, embarcó y se alejó de las costas de Númenor. Cuando llegó a la Tierra Media por el Anduin, se sorprendió de la seriedad de sus gentes y de la poca cortesía que le proporcionaron. Eran tiempos oscuros, le dijeron.
Al poco Manveru comprobó que así era. Los orcos y los seres oscuros pululaban con total libertad por la tierra, y eran pocos los que se atrevían a rebasar la frontera.
Manveru, junto con Varyamo y Orondil, buscó consejo en una pequeña colonia númenoréana, donde los tres compañeros decidieron partir al norte.
Bordeando las Montañas Blancas, Manveru y sus amigos llegaron a la tierra conocida como Eriador, y allí contemplaron una oscura fortaleza (que posteriormente se quemaría y nada quedaría de ella), algunas millas más al sur del punto donde los aventureros esperaban encontrar la celda de Isilmien (así se llamaba la joven).
De todos modos, como el error podía considerarse por una mala lectura del mapa de la Tierra Media, decidieron aventurarse dentro. Allí, a base de escabullirse y no hacer ruido, lograron pasar desapercibidos. Sin embargo, ya cerca de las mazmorras, los tres compañeros fueron descubiertos, y una flecha bien lanzada hirió a Varyamo en el hombro.
Finalmente llegaron a la celda de Isilmien, y el joven Manveru se maravilló de la belleza casi élfica que se desprendía del rostro de la muchacha. Quedó instantáneamente enamorado, y probablemente fue de esta visión que Manveru no vio cómo un orco se adentraba silencioso en la sala y apuñalaba a Isilmien.
Manveru quedó horrorizado y al instante desenvainó su espada Núril, de un metal negro, duro y ligero (Varyamo solía bromear que aquella espada era la de Túrin Turambar), y decapitó al orco.
Entonces Manveru descubrió por fin que provenía de sangre real, y de una sangre real muy poderosa, pues lloró amargamente mientras la joven se desangraba sobre su regazo, y las lágrimas cerraron mágicamente la herida.
Así pues, se apresuraron a abandonar el lugar, aunque Orondil recibió un corte en la cara y Manveru un flechazo en el brazo.
Ya fuera, Manveru curó las heridas de todos sus compañeros y, exhaustos, se apresuraron a abandonar la región.
Así pues, en el año 3232, después de un largo año de búsqueda y aventuras, los aventureros se encontraron de nuevo al sur, frente al Gran Mar.
No obstante, en el camino de regreso tanto Manveru como Isilmien se habían enamorado el uno del otro, un amor profundo y hermoso, y optaron por quedarse en la Tierra Media, a la sombra de las hermosas Montañas Blancas.
Edificaron un pequeño castillo, que posteriormente sería abandonado y en su lugar se emplazaría la gran ciudad de Dol Amroth, y allí Manveru e Isilmien vivieron felices durante cinco largos años. Varyamo y Orondil optaron por regresar a Númenor, aunque les visitaron con frecuencia.
Manveru e Isilmien tuvieron un hijo, Manvear, que cuando contaba cuatro años, en el año 3237 de la Segunda Edad, se perdió en el bosque. Manveru se apresuró a buscarlo, y lo encontró en medio de un claro, jugando con las mariposas alegremente. Entonces Manveru tuvo una visión: una gran guerra entre poderosos y desconocidos reinos, muy al sur, donde su estandarte, el de Atanalcar, brillaba magestuoso entre las demás banderas, en medio de un ejército grandioso y bien formado, todos hombres o elfos hermosos o aguerridos enanos, con una historia que contar cada uno.
Manveru supo entonces qué debía hacer. Devolvió a su hijo Manvear junto a su madre, y el comunicó su partida. Isilmien lloró amargamente, y por mucho que Manveru intentó convencerla, ella se negó a permitir que se fuera solo.
Así pues la familia se preparó para partir. El día en que pensaban irse, un navío llegó apresuradamente a la costa, con Varyamo, Orondil y una gran tropa de hombres.
— ¡Manveru, Manveru!—gritó Varyamo—El rey ha entrado en cólera por tu insubordinación, y ha enviado quinientos hombres para apresarte vivo o muerto. ¡Ha perdido totalmente la cabeza!
Manveru sabía de qué hablaba. La gloria de Númenor hacía mucho que se había olvidado, y gracias a las sutiles mañas de Sauron el reino estaba en total decadencia.
Manveru no se permitió huir, tal como Varyamo y Orondil esperaban, y prepararon la batalla.
Así pues, una mañana soleada, los dos ejércitos se encontraron. Todos eran buenas gentes, que no merecerían morir, pero así tuvo que ser. La batalla fue larga y encarnizada, y Manveru fue herido en una pierna.
Cuando la caballería de Manveru, con éste al frente, cargaba con los últimos restos de su enemigo, el joven presenció horrorizado cómo una flecha atrevesaba el cráneo de su hermano y lo derribaba del caballo, matándolo instantáneamente.
Horrible fue el grito que salió de su boca, colmado de pesar y angustia. Y no hubo terminado de gritar, cuando contempló cómo Orondil era traspasado por una lanza.
Entonces la locura se apoderó de él, y una única palabra salió de su boca:
— ¡Sáriendil, Sáriendil!—gritaba.
Finalmente la batalla acabó. Manveru no paró de llorar durante una larga semana, la más triste de toda su vida, en la cual adoptó el sobrenombre de Sáriendil.
Así pues, Manveru Sáriendil, Isilmien, Manvear y la recién nacida Anáriel, junto con sus hombres, partieron hacia el lejano sur, pues el rey no pararía de acosarlos y eran traidores a Númenor.
Atravesaron el desierto de Harad, lo cual les costó un largo mes, y finalmente llegaron a la ciudad de Opéletaurë, donde les hablaron de Haldanóri y de sus reinos.
Manveru buscó en la biblioteca sobre la ubicación de una ciudad llamada Orod Eresseä, y finalmente, con un mapa de Haldanóri, su fuerza de voluntad y el eterno amor entre Manveru, Isilmien y sus hijos, partió hacia el lejano sur.
Cruzaron el Ninrûth y salieron finalmente de los dominios del reino denominado Orden del Telpe.
Un día Manveru y sus hombres se encontraron con un viajero élfico que, embestido en una capa raída y desgastada por el tiempo, se les quedó mirando. Isilmien quedó maravillada por el gran parecido entre el elfo y Manveru.
—¡Aiya!—dijo el elfo cordialmente, dirigiéndose a Manveru.
—Saludos, elfo—respondió Sáriendil—. Veo que llevas una gran carga contigo; ven y siéntate a comer con nosotros.
El elfo aceptó agradecido y se presentó como Eärondur. Cuando el elfo preguntó su nombre a Manveru, éste permaneció largo rato escrutando los ojos cristalinos de Eärondur, librando una lucha interna con él.
—Tengo muchos nombres—dijo—. Adûnâimzîr, me llaman muchos, otros Sáriendil el Desterrado, y unos pocos Nuphârindilzar. Hay otros muchos, que no mencionaré ahora.
Manveru tenía una buena intención para decir aquellos nombres y no otros.
—Nombres adûnaicos—dijo Eärondur ceñudo—. Muy orgullosamente me hablas, y quizá debieras mostrar más respesto, por númenoréano que seas.
—Y tú deberías cuidar tu arrogancia frente a Nuphârindilzar, amigo—dijo Manveru, comenzando a enojarse—. Si bien es clemente, también rudo con sus enemigos.
—Sea—dijo Eärondur, y tendió una mano al númenoréano, que éste aceptó con una sonrisa amistosa. Entonces Eärondur partió, pensativo y poco concentrado, pues si bien hacía mucho que no practicaba el adûnaico con las gentes de Númenor, había entendido el significado de aquellos nombres.

Después de un largo y penoso camino de marcha, donde muchas veces tuvieron que comer de la caza y beber de rebuscados manantiales, contemplaron las murallas de Orod Eresseä, contemplaron la fortaleza donde el destino aguardaba al heredero de Eärendil.
Allí Manveru edificó una pequeña vivienda, donde sus hombres pudieron finalmente descansar.
Mientras las guerras en Haldanóri se prolongaban, Manveru vio crecer a sus hijos Manvear y Anáriel, loco de amor y felicidad.
Sin embargo, un día aciago un gran incendio asoló la fortaleza entera, provocada por un espía enemigo, y Manveru y su familia estuvieron obligados de partir hacia Sulëdaelessar, la capital del reino.
Un día soleado, quizá uno de los más importantes de su vida, Manveru contempló cómo una anciana era perseguida por un grupo de orcos. Manveru montó con premura a su caballo y corrió a socorrer a la campesina.
No tardó demasiado en eliminar a los orcos, y por primera vez contempló a la mujer. Quedó maravillado al ver que su rostro era hermoso, joven y sin una sola arruga o imperfección.
—Te lo agradezco, Manveru, heredero de Elros—dijo con una voz etérea que pareció salir de todos los sitios y de ninguno—. Me has salvado de una eternidad de cautiverio y torturas, pues esos orcos querían llevarme a su guarida, un poco al norte.
»Allí intentarían sacarme cierta información de vital importancia, pero tú lo has impedido, hijo de Manvelen. Eres joven y hermoso, y me gustaría tomarte como esposo.
Una lucha interna se libró entonces en el corazón de Manveru, con la atracción de aquella mujer en un frente, y el cariño a su amada Isilmien por otra.
—No puedo, mi señora—dijo finalmente—. Ya estoy casado, y amo a mi mujer. Pero veo que vos no sóis humana ni elfa, más bien un espíritu de la tierra, ¿no es así?
—Soy Maia de Yavanna—dijo sonriendo—, y me alegro de que hayas tomado la decisión adecuada. Eres merecedor de este anillo que llevo para aquel a quien quisiera darle, y tú eres ese. Este anillo te dará poderes mágicos y longevidad, con ciertas condiciones.
»Las enfermedades y las heridas podrán matarte; contra eso poco puedo hacer. Y cada vez que uses un hechizo envejecerás. El cuánto depende del poder del hechizo: una bola de fuego, por ejemplo, te consumirá una semana de vida, mientras que levitar un objeto pequeño apenas unas horas. Tus hijos llevarán también desde su nacimiento este anillo, aunque de menor poder.
»Los poderes naturales que has heredado de Eärendil no influirán en tu edad; sólo aquellos que provengan de mí. De nuevo te doy las gracias, Manveru hijo de Manvelen, y espero que el destino sea propicio contigo.

Así pues Manveru observó cómo la Maia se elevaba, sonriendo, y desaparecía con un destello. Entonces volvió a su casa, junto a Isilmien, que lo esperaba con Anáriel en brazos, y suspiró.
— ¿Qué ha pasado?—preguntó la joven.
—Nada… —respondió—. Fui a pasear por el bosque.

La estancia de Manveru en Haldanóri fue prolongada, tanto como sus cruentas guerras, y el pueblo númenoréano instalado allí prosperó, y sus habitantes comenzaron a vivir incluso más que sus antepasados, pues los Valar habían decidido ceder algunos de sus dones a los hombresn nobles.
Tuvieron suerte, no obstante, porque muy pocos murieron en la guerra, y pudieron fundar numerosas familias por todo el Concilio. Así pues, Manveru realizó una gran obra y, cuando la comprendió, por fin el pesar se fue de su corazón.

Manveru realizó multitud de viajes y superó a todos los númenoréanos tanto en orgullo, como en sabiduría y coraje; dio la vuelta completa al mundo, y exploró multitud de lugares acompañado de Isilmien su amada. Manveru murió en el año 375 de la Tercera Edad, un año después que Isilmien su amada, contando entonces 615 años, y superó incluso a Elros Tar-Minyatur, tanto en longevidad como en poder.
Manveru fue enterrado en una pequeña isla de Beleriand, donde antes se localizaba Gondolin, y en aquella isla se vivió un funeral como antes no se había visto. Toda la isla fue adornada de oro y plata, y todos aquellos númenoréanos que acompañaron, además de sus descendientes, acudieron al funeral, y entonces vieron la pura magnificencia de Númenor en todo su esplendor.

Los númenoréanos fundaron en aquella isla un reino a semejanza de Númenor, aunque se expandieron por regiones lejanas y recónditas, y no fueron a la Tierra Media salvo en contadas ocasiones. Todos los herederos posteriores de Manveru nacieron casi en su totalidad en la isla, que fue llamada Tol Manveru, y ellos fueron desde entonces los Airedain, los Hombres del Mar, y superaron incluso a Númenor en sus navíos y sus artes de navegación. Y por siempre, aun cuando la oscuridad creció de nuevo una y otra vez, los Airedain prosperaron y nunca olvidaron el desastre de Númenor, por lo que aunque muchos se volvieron orgullosos, arrogantes y osados, incluso algunos crueles, nunca cometieron el error de Ar-Pharazôn y los hombres de su época, y convivieron con los Elfos siempre que éstos visitaron sus costas, perviviendo para la eternidad.