Perfil Básico

Nombre

Aniron

Fecha de nacimiento:

1900-07-15

Ficha de Personaje

Nombre del Personaje

Elentar

Raza

Elfo Noldo

Lugar de la Tierra Media

La Sombra

Descripción del Personaje

Un negro corcel, atravesó el blanco arco de la puerta. Su brillante pelaje refulgía a la luz de los ventanales. De plata eran los estribos, así como todos los adornos que dignificaban su imagen. Sobre él, una figura imponente, oscura y misteriosa. El jinete saltó a tierra. Era alto y esbelto. Su coraza era de mithril, y muy escasa. Estaba muy ceñida al cuerpo, como fabricada totalmente a medida. No aparentaba ser consistente, y sólo cubría medio cuerpo. Los brazos quedaban libres, y estaban vestidos con una amplia blusa de ricas sedas, negra, pero bordada con hilos de plata, que dibujaban delicadas formas. Las fuertes piernas se adivinaban bajo negras calzas, totalmente ajustadas, del mismo material que la blusa, e igualmente bordadas. Bajo la coraza, asomaba a forma de falda, la parte inferior de una túnica negra, pero en este caso, bordada en oro. Llegaba casi hasta los tobillos, ocultando parte de las también negras botas, que cubrían toda la pantorrilla. Un cinto de plata, ceñia la túnica, y sobre su costado derecho, colgaba una hermosa daga, de mango oscuro, y cuchilla afilada. Negra era también la capa, que ocultaba en parte su rostro, mediante una capucha. En su mano izquierda, un bastón, de un material que a la vista parecía ébano, pero mucho mas flexible. Estaba surcado por inscripciones élficas, todas ellas en plata. En su espalda descansaba un arco y un carcaj, del mismo material que el bastón, e igualmente adornados. También eran así las flechas, nimbadas con ligeras y suaves plumas oscuras.

El misterioso personaje retiró su capucha. Ante él apareció la luz de un rostro hermoso como un pecado. Su cabello era puro azabache, y se enredaba en ondulaciones, cubriendo sólo parte de sus orejas élficas, y ocultando sólamente medio cuello. Una delicada cadena de plata rodeaba su cabeza, a modo de corona. De ella colgaba un precioso broche, también de plata, con una piedra negra incrustada. El broche descansaba sobre la frente. Su piel era tersa y morena, y sus anchos labios se hacían acreedores de las bellas canciones que de ellos salían. Pero lo que más le impactó fue aquella mirada, intensa, y a la vez misteriosa. Sus ojos eran grandes, negros y penetrantes, y estaban coronados por finas y delicadas cejas. Una voz cálida respondió.

Historia del Personaje

LEYENDA DE ANIRON ELENTAR

Oh, Elbereth, con fuerza brillaron vuestros ojos
Oh, creadora de bellas noches, sin vuestra luz, nunca hubieran arrivado
Los Calaquendi pisaron el Reino Bendecido tras cruzar el mar
Y fue Cuiviénen el origen del destino de los Primeros Nacidos
Oh, Elbereth, como hubiese podido Oromë guiarlos
sin la claridad de vuestras hijas reflejada en los desfiladeros de Hithaeglir,
sin el candor que producen acompañándoles hasta las Ered Luin
sin el día en las tinieblas, dibujado en el cielo sobre el Valle del Sirion
sin la perlas que cubren las crestas de las olas, las del Gran Mar

Maravillada quedasteis ante la belleza de los Eldalië
Producto del amor y el deseo de los Poderes
Y aunque encontrarais predilección por los hijos de Inwë
quisisteis honrar a Aulë con una estrella más
Y le colocasteis un corazón Noldo,
Y brillaría eternamente sobre las Montañas de Aman
Aniron se llamaría, recordando el origen de los inmortales
Y como a un hijo lo amaríais, pues un hijo era…

Pero, ay, mi Señora de la Luz, un error cometisteis
pues fuerte era el corazón de Aniron,
y el amor por la creación y la belleza pudo más que el brillo de sus hermanas
y acabó por pediros descender a las tierras de Valinor
Oh Elbereth, cuanto amor le dispensasteis
Oh Elbereth, cuanta renuncia para una madre
En vuestra mano acunasteis a quien sería Rey de las Estrellas
y sobre las hojas de un pequeño bosque cerca de Formenos
dejasteis dormir a un pedazo de vuestra alma

Oh Tavaril, cuan dulce melodía os atrajo, mientras recogíais flores
largos años recorriendo la foresta desde que llegasteis a Aman
y nunca un sonido había hecho detener vuestro camino
si no era el cantar de los ruiseñores, o el arrullo del agua en el río
Pero jamás algo tan dulce llegó antes a vuestros oídos
Y cual fue vuestra sorpresa, al descubrir que se trataba de un llanto
Y cual vuestro alborozo al ver el precioso ser en el verde manto
Y cuan grande vuestra perplejidad, al percibir el aura que lo rodeaba
Aquellos ojos como el cielo, que brillaban como la luz de las estrellas
Y en los vuestros se posaron, como blancos pétalos sobre la oscura tierra

Oh Tavaril, trajisteis la belleza de su voz a nuestro pueblo
Oh Elbereth, nos obsequiasteis con vuestra mas preciada creación.

LA LLEGADA DE ANIRON A LAS TIERRAS DEL ESTE

Largo tiempo vivió Aniron en los bosques cercanos a Formenos, junto a su madre, la hermosa Tavaril. Admiraba cada día la creación de Yavanna, y su voz entonaba bellas canciones sobre ella. Sus notas llegaban a la Fortaleza Septentrional, pero rara vez cruzaba las puertas de la ciudad en persona. Y cuando la hacía, era sólo por mandato de Fëanor. El primogénito de Finwë había oído hablar del hijo de Varda, y admiraba la leyenda. Era un misterio la procedencia real del noldo, pero no había duda de que en él habitaba un gran poder. Las estrellas despedían una luz más clara de lo habitual, aquellas noches que su voz recorría el aire septentrional de Valinor. Y las tinieblas envolvían la foresta, cuando el Príncipe de los Noldor lo reclamaba a su presencia. Por este motivo fue también llamado Elentar, Rey de las Estrellas, entre los elfos de Aman.

Pero cuando los árboles quedaron sin vida, y la oscuridad bajó sobre Valinor, Aniron fue llamado a la presencia de Fëanor, y éste le pidió que le acompañara en su peregrinar al otro lado del mar. Aniron sentía gran respeto y admiración por el Príncipe de los Noldor. Tavaril no quería partir. Su vida había estado siempre entre los árboles de aquel pequeño bosque. Y con gran pesar en su corazón, pues mucho amaba a su madre adoptiva, Anirón Elentar se despidió de ella, y partió junto a su señor, hacia el este. El hijo de Finwë le había ofrecido una espada, forjada por los herreros de Formenos. Pero el prefería utilizar el arco, y Fëanor le entregó una joya construida por él mismo. Negro como las profundidades del mar, pero surcado con bellas y delicadas formas de plata. Aniron también llevaba una bastón, de madera de mallorn, tallado por sus propias manos.

Participó en la Matanza de Alqualondë, movido por el fervor que instigaba el brazo y la voz de Fëanor. Bajo sus flechas cayeron muchas vidas Teleri, y la sangre de sus hermanos le mancilló el alma. Viajó hacia el este, atravesando el Gran Mar, como capitán de uno de los barcos blancos, aquellos que habían sido profanados. Allí, en la calma provocada por la marea tranquila, Aniron se arrepintió de lo que acababan de hacer, y mirando al cielo, lloró y rezó a Varda. Las estrellas parecían apagarse, entristecidas por la batalla presenciada. Pero la voz de Aniron Elentar se elevó en un precioso lay. Una plegaria triste y dolorosa, que aquí no se cita. Y la blanca luz volvió a iluminar las olas, en honor de los hermanos caídos. Y aquellos que se mantuvieron vivos en el Puerto del Cisne, lo escucharon. Aunque no quedaron reconfortados. Ulmo se levantó contra los barcos tripulados por los Noldor, y muchos naufragaron, antes de desembarcar en el yermo de Lammoth. Avanzaron después a lo largo del Estuario de Drengist, y llegaron al lago de Mithrim, donde empezaron a montar un campamento. Aniron se dirigió entonces al lugar donde se encontraba Fëanor.

– “Mi señor. Mi corazón se duele por la muerte de nuestros hermanos, y el dolor supera cualquier ánimo que podáis procurarme. Cometimos un gran error, oh!, mi señor” – exclamó apesadumbrado.

– “¿Hermanos?” – contestó el Hijo de Finwë vehemente – “Un hermano ofrece a otro ayuda cuando la necesita. Y no le niega la libertad, cuando él mismo no es capaz de luchar por ella.”

Aniron observó al Príncipe Noldo, sorprendido y enojado.

– “¿Tan poca compasión tenéis por aquellos que viajaron con vuestro pueblo, tantos años ha? ¿Tan grande es el orgullo y la ambición que oscurece vuestro corazón, como para despreciar la sangre derramada por vuestra propia raza? – respondió el Rey de las Estrellas, visiblemente enojado.

Fëanor desenvainó su espada rápidamente, cegado por la locura. Pero Aniron levantó su vara, y cantó con tanta fuerza, que las aguas del lago entraron en ebullición. Y una luz cegadora, proveniente del cielo estrellado, hirió los ojos de su señor. Éste cayó de espaldas, totalmente sorprendido, y sintiendo la extraña sensación de miedo, por primera y última vez.

– “Llegasteis, sí, mi señor, a estas landas. Pero corta será vuestra estancia en la supuesta libertad que tan ávidamente buscáis. Vuestra ambición os llevará pronto a la muerte. El jefe de los terrores de Angband será vuestro verdugo” – predijo Aniron. Y tras esto, tomó un caballo, y cabalgó al galope, hacia el sur. Atravesó Dor-Lómin, y las Ered Wethrin, a través del paso del sur. Nadie de la raza de los Eldar volvió a verlo en mucho tiempo.

Y Fëanor quedó turbado, observando el polvo que levantaba el galope de su corcel.

– “Proscrito quedáis ante mi espada y la de mis hijos. Seréis perseguido por mi pueblo hasta el final de todas las edades” – exclamó, mientras escuchaba los primeros retumbares de las huestes oscuras en el este.

LA CAÍDA DE ANIRON

Oculto vivió Aniron por las tierras de Beleriand durante los tiempos de la Primera Edad. Su poder iba en aumento, y sus cantos fueron escuchados en todos los reinos. Pero nadie llegó a verlo, y su existencia se convirtió en un misterio. Aquellos que llegaron de Aman, cantaban la Leyenda de Aniron Elentar. Y en los diferentes pueblos elfos, de generación en generación iba transmitiéndose la historia de El Hijo de Varda, El Rey de las Estrellas. En ocasiones, una voz parecía escucharse, entonando hermosas melodías. Y el brillo del cielo resplandecía con especial intensidad aquellas noches. Y los Eldar de Beleriand cantaban a Varda agradeciendo la belleza con que les obsequiaba.

Sobre él caía la culpa por la Matanza de Alqualonde, que le turbaba el corazón, y le avergonzaba frente a los demás pueblos elfos. Y el juramento de Fëanor, que le convirtió en un proscrito ante los ojos de toda su estirpe. De ese modo, viajaba siempre oculto en la noche, bajo una misteriosa capa, que no permitía ver su rostro. Participó en importantes batallas, aunque nadie lo supo, pues él lo hacía bajo diferentes nombres y apariencias. Pero esa vida solitaria y desarraigada, lo iba transformando en un ser cada vez más oscuro y huraño.

Grandes acontecimientos ocurrieron en Arda hasta el final de la Primera Edad. Incluído el cambio de la fisonomía de la tierra. La Gran Ola cubrió parte del mundo al oeste del mar. Morgoth fue expulsado al Vacío Intemporal, aunque su semilla no estaba extinta en la Tierra Media.

Aniron habitó un tiempo en El Bosque Verde, antes de la llegada de Thranduil y los Sindar. La tranquilidad que allí disfrutaba, le recordaba a su niñez en Valinor. Pero un triste día, en el que las nubes cubrían la luz del sol sobre los árboles, una voz se dirigió a él.

– “Salve Aniron Elentar, poderoso y desdichado entre los Noldor”

El Hijo de Varda se giró bruscamente, y vio un anciano inválido, cuya raza no acertó a adivinar. Sus ropas estaban raídas, su cara llena de arrugas, y se apoyaba en un bastón de madera, pues tan apenas podía andar.

– “¿Cómo sabéis mi nombre? ¿Y cuál es el vuestro? – contestó Aniron perplejo.

– “No importa mi nombre, sino las nuevas que os vengo a traer. Y no son dichosas, muy a mi pesar” – habló el misterioso anciano.

– “Hablad rápido pues” – se impacientó Aniron.

– “Tavaril, Espíritu de los Bosques de Valinor, pagó las deudas que vos teníais pendientes con los Valar. Y es que no hay perdón para los asesinos de Alqualonde, al oeste del gran mar. Mandos la reclamó para sus estancias, a voluntad de los Poderes” – pregonó el viajero, con voz grave.

“¡Mientes!” – gritó el noldo fuera de sí – “Los Valar buscan siempre la justicia, y sin duda no es justo lo que tu dices”

“¿No me creéis? Entiendo vuestro dolor y desconcierto. Pero si dudáis de mi palabra, vos mismo podéis comprobarlo” – y el anciano se dirigió a la orilla de una pequeña charca. Recitó unas palabras en voz baja, que Aniron no llegó a entender. Y una imagen empezó a formarse en el reflejo del agua. Y el Hijo de Varda vio a la bella Tavaril tumbada sobre la hierba de su hogar. Su piel estaba pálida como la nieve en la sombra, y sus párpados ocultaban el brillo extinto de sus ojos.

Aniron agarró al extraño viajero del cuello, con tanta fuerza que éste apunto estuvo de perder el conocimiento – “¡Mientes, miserable!

El anciano clavó sus ojos en los del elfo, pidiendo con su mirada que lo soltara. Cuando éste lo hizo, se tambaleó, y cayó sentado en el suelo, respirando con dificultad – “Estáis maldecido como los hijos de Fëanor. Pero también éstos buscan vuestra muerte. ¿Cómo podéis creer en la justicia de los Valar? Bien supo el Príncipe de los Noldor que ellos envidian la belleza de dicho pueblo. Y temen que vuestro poder se haga superior al suyo. Y más el de Aniron Elentar, El Rey de las Estrellas”.

Aniron apretó sus puños y se quejó. Y su grito de dolor y desesperación se escuchó en todos los rincones del gran Bosque Verde. Y aun siendo triste y terrible, su llanto fue un bello canto, pues así era su voz. Elevó los brazos al cielo, sin dejar de clamar, con su vara en la mano izquierda – ¡Mientes! – gritó, mientras negros nubarrones cubrieron el cielo sobre la vegetación. Y los truenos resonaron con furia desbordada, mientras la oscuridad nublaba la mente del noldo.

– “Sí. Son los mismos Poderes que juzgaron a Fëanor, porque la belleza de sus obras era superior a la de cualquier cosa que ellos mismos hubieran creado. Los mismos que han expulsado a Melkor al Vacío Intemporal, temiendo que el mundo pudiera ser de una forma diferente a lo que ellos habían deseado. Los que os perseguirán allá donde os escondáis. A vos y a vuestra estirpe. Pues vos vinisteis del cielo, y tenéis poder entre los Noldor. Y cualquier motivo es causa de vuestra persecución. Maldito entre los Eldar sois, Señor de las Estrellas. Os ocultáis incluso de vuestro propio pueblo, pues todos os temen y os envidian. Y lo mismo será con los Segundos Nacidos, pues ellos se alimentan de las leyendas de los elfos” – predicó el oscuro anciano, con voz segura, aunque el miedo de su cercana muerte ahogara su interior.

Aniron se dirigió hacia el negro personaje, con la razón abandonando su mente. El dolor por la muerte de su madre se transformaba en rabia y locura. Y las palabras del anciano llegaban a su corazón, que las veía certeras.

– “¡Mientes!” – exclamó por última vez. Aunque no era realmente eso lo que pensaba, sino lo que deseaba.

– “Bien sabéis que no miento” – respondió el mensajero de infortunios, mientras sacaba algo de su raída capa. Y una daga asomó entre los pobres ropajes. Negro era al mango, y negra también la hoja. Y se la tendió con ambas manos – “No os ocultéis más. ¡Oh! Aniron Elentar. Mi señor os reclama, pues es amante de la venganza. Sed poderoso entre todos los seres de La Tierra, adalid de aquel que fuera expulsado. Dominad las bestias oscuras, y sembrad el terror entre el orgullo noldo”

Aniron dirigió la mirada al oeste, maldiciendo a dioses, elfos y hombres. Cogió la daga, preso de la demencia, y comenzó a apuñalar al anciano, que no dejaba de hablar.

“He aquí vuestra semilla en la Tierra Media, oh, mi señor, Poder del Terror y del Odio. Cumplida es mi misión. Hallado ha sido vuestro brazo, ahora que estáis exiliado para siempre.”

La oscura sangre del mensajero de Morgoth cubrió la cara y las manos de Aniron, que no paró hasta que el anciano se convirtió en polvo negro, que el viento llevó. La piel del noldo se tornó más oscura, dejando atrás aquella palidez que recordaba a Isil. Y sus ojos perdieron la claridad del cielo, para convertirse en dos perlas negras. Y la vara que antaño tallara en el bosque, cerca de Formenos, oscureció hasta parecer azabache. Y toda piedad abandonó su corazón. Pues sólo la muerte y la venganza cabían ya en él. Y nunca supo ya, que fue la pena la que provocó la muerte de Tavaril. Pena por saber de la desdicha de su hijo, de las noticias que el viento le traía.

Y así se convirtió Aniron Elentar, El Rey de las Estrellas, en El Brazo de Melkor.