Perfil Básico
Nombre | DarkCavalier |
Fecha de nacimiento: | 1900-06-28 |
Ficha de Personaje
Nombre del Personaje | Sincarion |
Raza | Maia |
Lugar de la Tierra Media | Haldonari |
Descripción del Personaje | Su pelo era lila oscuro, largo, moviéndose siempre, hiciese o no viento, como si una ligera brisa nunca se separase de él. Las ropas que escogió eran negras como las nubes en las que se habían fundido, pero atravesadas por hilos de una fina tela dorada que reflejaba su poder sobre la electricidad. Dos rayos se entrecruzaban en la espalda, allí donde acababan las telas doradas que salían de la parte delantera de su capa. Su temperamento era frío, a excepción de con lo que conocía y le costaba mucho confiar en nuevas personas. Esto fue antes de encontrar Tercano Nuruva, donde su rostro se suavizo y su sonrisa ninguna se le borraba de su cara. |
Historia del Personaje | Desde la creación de Arda, el mundo creado por Eru tuvo siempre a sus hijos allí, los llamados Valar y Maiar, espíritus de gran poder a los que les fue encomendada la tarea de amoldar el mundo y hacerlo habitable para las razas que en él morarían. Pero desde antes de la creación, en la misma música de los Ainu, uno de aquellos espíritus estuvo en discordia con el resto de sus hermanos. Fue así como antes de que Arda estuviese cimentada, ya se creó la batalla que durará hasta el final de los días, la batalla entre el bien y el mal. Por aquel entonces la mayoría de los espíritus sagrados estuvieron del lado de los buenos, lado cuyo máximo líder era Manwe, hermano de Melkor y semejante en su poder. Pero como aquí se dice, la mayoría se fueron al bando de la luz… no todos Con ganas de apiadarse de todo lo que podían y destruir todo lo demás, algunos maiar se pasaron al lado de la oscuridad. Algunos convirtiendo sus cuerpos en terribles seres de fuego, como fue el caso de todos los balrog a los que todos temían. Pero otros no se pusieron esa forma. Seres de la oscuridad, cuyos rasgos eran simplemente perfectos, rodeados de un aura oscura que realzaba todavía más si se podía si inhumana belleza. Con una fuerza, si bien inferior a la de los balrog, bastante superiores que éstos en cuanto a la magia que podían conjurar. Así se contemplaban a los maiar de la oscuridad. Y Sincarion se convertiría en uno de ellos. Desde la creación, Sincarion fue corrompido por el saber que había sido creado como un espíritu inferior, más fuerte que todas las criaturas que llegasen a Arda, pero como muñeco para los Valar. Cuando Eru dejó que marchasen a los espíritus hacia Arda para comenzar la creación, Sincarion se unió a ellos, pero a diferencia de éstos, los propósitos del maia eran muy diferentes. Nada más llegar a aquel territorio, lo primero que hizo fue salir del lugar donde habitaban sus hermanos para marchar a un lugar sólo para él. No habían árboles, sólo maleza putrefacta. Sólo estaba él. Mucho tiempo estuvo allí, sólo, entrenando sin parar, superándose una y otra vez, Todavía era un espíritu libre, sin forma, así que se acercó a todos los elementos para ver cual era el que mejor le ayudaría en sus labores. Así que aprendió a fundirse con la roca, y se sintió duro, indestructible, pero sedentario, como espíritu que aguantaría todas las edades, pero no podría intervenir en ellas. Se fundió con el fuego, sintiéndose rebosante de calor, sabiendo que podría hacer quemar todas las ciudades que se creasen, pero aún así no concordaba con ese elemento. Se fundió con el agua, imponente, sintiendo que podría estar en todos los lugares a la vez, que podría recorrer distancias inimaginables en menos de un suspiro, pero aún así, sintió que eso no era lo que tenía que manejar. Sin embargo, con ese elemento encontró lo que buscaba. Subiendo con el agua hasta el cielo, oculto bajo nubes de una oscuridad impenetrable, comenzaron a surgir de allí relámpagos, rayos cargados de electricidad que no se detenían ante nada, que destruían árboles con sólo rozarlos, que hacían huir a todos los animales que iban habitando los bosques. Por fin había encontrado su elemento. Parecido al fuego, pero aún más letal. La electricidad era el poder que convirtió a Sincarion en un ser completo. Y por fin, de esta manera y con su ser rebosante de energía, bajo del cielo y cogió su forma. Aquella forma, parecida a la de todos los maia de la oscuridad, pero a la vez terriblemente distinta. Su pelo lila oscuro, largo, moviéndose siempre, hiciese o no viento, como si una ligera brisa nunca se separase de él. Sus ojos blancos, incandescentes, que no tenían pupila, simplemente veían todo y nada se les escapaba. Su cara, lisa, sin arrugas, eternamente joven, siempre reflejaba una sonrisa, pero aquella persona que la mirase no pensaría en nada gracioso. Más bien pensaría en lo que le hubiera gustado no haber visto nunca aquella cara. Las ropas que escogió eran negras como las nubes en las que se habían fundido, pero atravesadas por hilos de una fina tela dorada que reflejaba su poder sobre la electricidad. Dos rayos se entrecruzaban en la espalda, allí donde acababan las telas doradas que salían de la parte delantera de su capa. Cuando al fin adquirió esta forma, del cielo cayó un bastón, tan largo como el maia. De una poderosa madera que terminaba en la forma de un rayo. Negra bajo la luz del sol, incandescente antes de la batalla, ligera como una pluma, dura como una muralla. Y con ella, como complemento para las batallas que debería luchar, cayó una ruidosa espada. Como aquí se dice, el poder del maia creció enormemente, pero para él, esto no era suficiente, necesitaba más y sabía que sólo habría una forma de conseguirlo. Así, cuando los Árboles todavía brillaban, Sincarion viajó al norte, al lugar más temido por los seres de la luz, allí donde la desesperación era l normal. Sincarion se dirigió a Utumno, la fortaleza de Melkor. La entrevista con el gran Valar fue corta, y en ella esto fue lo único que se hablo: “ – Hola Melkor – dijo Sincarion con una pequeña inclinación – vengo hasta aquí en busca de ayuda. – ¿Acaso piensas que debería dártela? ¿Qué me darás tu a cambio? Esa fue toda la conversación y así Sincarion fue enseñado en el arte de la nigromancia, de la magia oscura y sobre todo, de la magia de los elementos, de la que pronto se convirtió en un sujeto excepcional. Su poder crecía por momentos, su habilidad innata para con los elementos no dejaba de aumentar, pocos maia podían rivalizarse y tan sólo un hermano suyo, Sauron era tomado como superior a Sincarion. Por su rapidez en el aprendizaje, Sincarion consiguió ascender realmente rápido, siendo elegido por Morgoth como general de uno de los batallones de poderosos magos oscuros que estaban bajo las órdenes del Vala. Pero aún así, el maia no se encontraba conforme. Mientras el era un general, reconocido como gran mago entre sus tropas, pero desconocido en el exterior, Sauron, un maia como Sincarion, conseguía que nada más con escuchar su nombre, todos los pueblos de la Tierra Media temblasen de miedo. Fue por esto que el maia, aunque seguía subordinado a Morgoth, comenzó a perder el respeto por éste y empezó a desobedecer sus órdenes. Ya no hacía sólo lo que le mandaban sino que arrasaba pueblos, quemaba casas y granjas y mataba a todos los que se encontraba en su paso. A todos menos a uno, alguien que fuese testigo de sus obras, daba igual quien fuese, padre, hijo, abuela, eso daba lo mismo, incluso daba igual que le dejasen mutilado, lo importante es que recordase su nombre y lo divulgase con gran terror al resto del mundo. En un principio se conformó con pequeños poblados ganaderos, pero estos pronto dejaron de darle satisfacción. Entonces pasó a hacer campañas de mayor envergadura, luchando contra ciudades, llenándose de excitación al encontrarse ante defensas que su ejercito destruía casi con un suspiro y oliendo el olor de una masacre, de niños llorando, de madres agonizando, de sangre tiñendo las paredes. Pero nada de esto le gustó a Morgoth, que sabía que tantos ataques harían que sus enemigos quisieran volver a retarle, cosa que éste no quería que sucediese. De esta forma Morgoth se lo dijo a Sincarion y aunque al maia no le gustasen las órdenes del Vala, sabía que no tenía suficiente poder como para contradecirle, por lo cual dejó las campañas y volvió a atacar tan sólo cuando se lo pedía su señor. Pero si bien acataba las órdenes, en su interior crecía de manera desmesurada su odio hacía su señor, que poco después de la conversación ascendió a Sauron en puesto de a Sincarion como capitán de dol-in-gaurthorg, haciendo del primero la mano derecha del Valar. Mucho tiempo siguieron los ataques de Morgoth y éste cada vez conseguía más territorios sin que nadie importante se interpusiese en su camino. O al menos así era aparentemente. Pero entre las sombras, elfos, enanos y humanos trabajaban secretamente para organizar un ataque entre todos que fuese el final de la maldad de Melkor. Morgoth, por su parte, dejo de tener miedo a la pelea y se preparó para el encuentro. El campo de batalla era un hervidero de gente. Mucho tiempo había pasado desde que se juntasen tantas tropas en un mismo lugar. La batalla comenzó. Una de las grandes batallas de la Tierra Media comenzó a librarse en aquellos parajes. Los seres de la oscuridad eran más poderosos que los de la luz, pero éstos eran mucho más numerosos, así que la batalla estuvo muy equilibrada largo tiempo. Sincarion por su parte se veía explendido, con sus ropajes de negro y plata, su bastón de aquél extraño material que comenzaba a ponerse incandescente y cargado de electricidad, al igual que su gran espada. Su pelo, lila, ondeando con el aire, aún estando cogido con una diadema de mithrim que llevaba. Nubes negras se alzaban, llenas de corriente, en las tinieblas de los súbditos a Melkor. Los rayos cayendo por doquier, algunos incluso alcanzando a aquellas bestias. Uno de esos rayos cayó en Sincarion y de repente se encontró con una calma y bienestar parecido al de los humanos cuando el agua cristalina recorre su cuerpo. Allí estaba su elemento y por fin podría demostrar lo que tanto tiempo le había costado aprender. Alzando el bastón y la espada al cielo, Sincarion dijo unas palabras incomprensibles a la vez que los rayos que caían del firmamento se posaban sobre las armas, haciendo que éstas brillasen de forma innatural y mortífera. En los duelos Sincarion utilizaba su espada en el cuerpo a cuerpo, haciendo que cuando el arma se incrustase en el cuerpo de sus adversarios, éstos recibiesen una potente descarga eléctrica, en la mayoría de los casos, letal. Y mientras tanto, con su bastón centelleando, rayos de electricidad eran lanzados desde su punta, cayendo los del firmamento sobre su base y consiguiendo que las reservas de energía fuesen inagotables. No pararía hasta que Sincarion no dijera que parasen. La batalla duró mucho tiempo y estuvo, como ya se a dicho, muy reñida, pero mientras los Balrog y los magos maia gastaban energías hasta quedarse sin sustento para continuar la batalla, por el lado del bien unicamente se iban turnando para la batalla, haciendo que aquellos que combatían estuvieses en la plenitud de sus facultades. Morgoth y sus tropas fueron, poco a poco, expulsadas y derrotadas, haciendo que todo el ejercito se tuviese que replegar. Al fin el Valar se dió por vencido y lanzando una fuerte tempestad sobre sus adversarios, salió huyendo del lugar, dejando a sus tropas allí, para que los siguiesen o muriesen. A Morgoth eso ya le daba igual. Los Valar que vinieron a la batalla estaban enfurecidos y llegaron a matar a algunos magos y balrog que no tuvieron tiempo de escapar, pero cuando las tropas de los pueblos libres fueron a su encuentro y les pidieron que llegasen hasta Utumno para matar de una vez a Morgoth, estos no lo consistieron, pues sabían que todavía no había llegado el momento. Pero aún así, siguieron a Melkor hasta su guarida, para saber que no se escapaba hacia algún otro lugar. Cuando los magos oscuros lograron alcanzar a Melkor, este no les dirigió palabra alguna, no les felicito por haberse salvado ellos solos, lo único que dijo fue: “-¡Vamos! – ordenó Morgoth a su tropa, para que aumentara el ritmo. Al voltear, Morgoth con un rápido movimiento agarró a Leword por el cuello intentando estrangularlo. El Maia, mientras se retorcía e intentaba salvarse de esa muerte segura, miraba desafiante a la sonrisa malévola de Melkor. Leword, asustado y casi sin poder evitar el desastre, pudo contemplar antes de caer que una potente luz alcanzaba a Melkor y hacía caer el cuerpo de Leword en el suelo. Sincarion en un acto de imprudencia intentó salvar la vida de su amigo, pues todos sabían que tenía razón. Sincarion, desafiando las ordenes de Melkor, se dirigió a Leword, que yacía en el suelo, y contempló el cuerpo inmóvil en el suelo, intentó reanimarlo, mas sus esfuerzos eran en vano, pues ya había muerto. Levantó la mirada, una mirada amenazante y desafiante, dio un paso dirigiéndose hacia Melkor, quien dio un paso atrás, pues el maia en esos momentos no parecía tener ningún temor a nada, y mucho menos a Melkor, aun sabiendo que él era más poderoso. – Así que en verdad osas atacarme. Pues bien, verás el destino que aguarda a los traidores mal nacidos… – le dijo Morgoth al mago – Criaturas de la oscuridad – dijo haciendo tronar su voz – atacar a aquellos que osan marcharse de nuestro lado…sufrirán mi mano quemando muy dentro, mientras la Tierra sea Tierra. Largo tiempo duró la batalla de Thangorodrim, muchas fueron las pérdidas sufridas en esta batalla, Melkor perdió a una valiosa parte de su ejercito, pues no sólo orcos habían caído, sino que algunos de los maia que se habían aliado con Sincarion consiguieron dar muerte a varios balrog, que les igualaban en poder. Cuando Arien pasó la segunda vez por ese lugar después de la batalla, Sincarion despertó. Se sentía dolorido y muy cansado, los músculos no le respondían como debían, y la cabeza le daba vueltas. Había intentado con todas sus fuerzas levantarse, y cuando consiguió ponerse de rodillas miró a su alrededor: montones de cuerpos de orcos y algunos balrog, apilados por todos los lados, y a espaldas suyas, los magos, mutilados en su mayoría, pues lucharon ferozmente hasta el último momento de su vida. Se levantó con alguna dificultad y fue hacia ellos, se dirigió hacia todos los maia, uno a uno, percatándose de que estaban muertos. No recordaba como se había desmayado, pero pensó que quizá lo habían dado por muerto y eso le había salvado. Su alma ahora sabía lo que era la traición y no le gustó en absoluto. Se sentía sucio, no sabía porque había elegido el camino del mal pues claramente el poder no lo era todo, pero esto el maia lo comprendió muy tarde. Así pasó largo tiempo, sólo, deambulando en la oscuridad, intentando serenar su mente y elegir el modo en que seguiría viviendo. Una día cualquiera, Sincarion despertó sobrecogido, algún ruido en las cercanías lo despertó. Afinó los oídos y pudo distinguir cascos galopando a una considerable velocidad, y el choque de armaduras y cotas de mallas, y, de vez en cuando, algún grito de lo que sería algún cántico que él desconocía. Sincarion, muy extrañado por el panorama que allí se presentaba, reflexionó si debía de hacer algo o quedarse al margen. Se auto convenció de tomar la segunda opción pues no era asunto suyo, así que dio media vuelta y se dirigió a su cueva, mas no pudo aguantar el gran deseo de lucha que surgía límpido de su interior, y… tal vez fuera por venganza o por intentar saldar la matanza que había cometido tiempos atrás que ahora tanto perturbaba su sueño, pero se dio la vuelta a toda la velocidad que pudo y se fue al encuentro de aquellos elfos y hombres que poco a poco iban retirándose a causa de la gran multitud de orcos que les atacaban. Cuando llegó, el ejército de engendros oscuros estaba muy próximo a los hombres y los elfos, y la tropa que llegaba por el Este estaba cada vez más cerca del lugar en el que se encontraban los orcos. Atani y Minnonar por igual se detuvieron al ver a Sincarion pues no era normal ver un Maia Oscuro salido de la nada. Nadie sabía que hacer, todos permanecían quietos como si el tiempo se hubiera detenido, todos pendientes de los movimientos del mago, movimientos que casi la totalidad de los presentes temía. Los orcos respiraban con cierta tranquilidad sabiendo que se trataba de un Maia Oscuro y dando por seguro que les ayudaría en esa batalla. Cuando hubo terminado la batalla, los pocos hombres y elfos que allí habían quedado se juntaron mirando a Sincarion con cierto respeto. El tenebroso mago les preguntó la causa por la que esos orcos les habían atacado mas el silencio fue su respuesta. -Mi nombre es Shânak, somos guerreros como tal vez te hayas dado cuenta, provinentes de tierras distintas y que escapamos de nuestros líderes pues la mayoría no estaba conforme con su forma de organizar las cosas. Poco a poco nos hemos ido conociendo y nos fuimos uniendo, pero desgraciadamente nuestros antiguos líderes nos han seguido el rastro y vienen tras nosotros. No sabemos por qué nos has ayudado, pero te damos las gracias, pues sin tu ayuda no hubiéramos vencido. Pero… ¿por qué nos ayudaste, si eres una de las criaturas aliadas de Morgoth?- Dijo, hablando cada vez con más soltura. -¿Y por qué estás tan seguro de que te estoy ayudando?- Dijo irónicamente Sincarion Así fue como se conocieron y empezaron juntos aquel viaje. Fueron conociéndose y confiando cada vez más los unos con los otros y incluso aquella doncella, que no estaba de acuerdo con la presencia del Maia, ya no se mostraba tan reacia ante él, pues se habían tenido que retar con varias guardias avanzadas y la aportación de Sincarion fue de gran valor. Así pues, Sincarion fue sintiéndose complacido por ver como aquella gente luchaba cada vez mejor y que poco a poco, dejaban de pensar que la muerte era una crueldad, para darse cuenta de que simplemente era una forma de sobrevivir. Mientras tanto, el Maia contempló el motivo del porque la amistad estaba considerada en tan gran estima. Aquellas gentes confiaban a ciegas los unos en los otros, y eso hacía que en la guerra todos fueran como un mismo cuerpo, donde el se colocaba en la cabeza del ser. Sincarion no sabía porque se había unido a aquel grupo, pero mientras estaba con ellos, las pesadillas no le atormentaban y no se sentía tan mal como antes. Con el tiempo fue ganando confianza entre los elfos y los hombres que viajaban con él, y todos sabían bien que Sincarion poseía un gran poder. Mas llegó el día en que tuvieron que elegir un nuevo líder, pues había muerto aquel que estaba a la cabeza y todos sabían bien quien debía ser el líder, pues él tenía dotes de mando y una gran fuerza. En aquel creciente grupo le preguntaron si querría liderarlos como en tantas batallas anteriormente lo había echo, aunque sin el título. Algunos de los que se encontraban el aquel grupo, habían sido otrora también servidores de la oscuridad, por lo que se sabía que ellos ya habían echo esa promesa anteriormente, por lo que fue sencillo volverla a repetir. Pero otros, algunos servidores de la luz anteriormente, al oír aquel pedido, se sintieron desconsolados, pues si bien las palabras del abandono de aquellos Valar era cierta, aún temían las represalias de esto tras el día de sus muertes. Así que algunos callaron y se alejaron. Pero la gran mayoría ofreció personalmente, uno por uno, su juramento a Sincarion, y así este se proclamó el líder de aquel, ya importante ejército. Sincarion se sintió alagado por dentro por el nuevo título, pues si bien sabía que había sido el que había gobernado el ejercito durante tanto tiempo, tambien era verdad que con la unanimidad con la que había sido elegido, se demostraba que aquellas personas, otrora enemigos, ahora eran sus compañeros. Y quien sabe, quizás algún día llegasen a ser más que compañeros, igual llegaban a ser amigos. Y Sincarion nunca había tenido ningún amigo. Pasados algunos meses llegaron a unas tierras más al sur. Los días allí parecían más soleados que en los lugares que antes habían visitado y las noches eran más estrelladas y calurosas. Sincarion y los guerreros que con él viajaban recogieron sus cosas y se prepararon para la batalla, mas algo que no esperaban les sorprendió. A poca distancia se encontraba un grupo de guerreros que, a causa de los cuernos orcos y los cascos de caballo, también se estaban preparando para la batalla. Sincarion miró a Gwyllion, quien no mostraba debilidad alguna ante el Maia. Ella era quien dirigía a ese grupo de guerreros dispuestos a luchar cuando fuera necesario, sin miedo a nada ni a nadie. Entonces Sincarion sonrió a la dama y dijo: Así empezó una gran lucha, en la que luchaban el bien y él mal, ambos contra aquellos que habían decidido no formar parte de ninguno de los dos bandos. El aire traía consigo el sonido de una batalla, el sonido de las espadas resonando se escuchaba en todas aquellas tierras, cada uno de los allí presentes se esforzaban por dar muerte al contrincante. El cielo oscurecido mostraba la sangre que allí se derramaría en ese día. Las nubes iban pasando oscuras dejando entrever un rayo tenue de luz que daba en el rostro de los pocos supervivientes que se habían reunido pues según sus ideales debían luchar, pero en esos momentos se sentían confusos, pues ellos habían renunciado a su gente, y no seguían el código que ellos mismos habían dictado. La luz se seguía filtrando en las tierras que acababan de ser testigos de una cruel batalla y que pronto atestiguarían del comienzo de una nueva era para los sobrevivientes, una vida que el destino les había preparado, una unión de seres de la luz y seres de la oscuridad, que ahora sólo se seguían por sus propias metas, fuesen las que fuesen. El cielo cedió a la claridad impoluta de Naira, el Sol, que unió a Sincarion y a Gwyllion tanto como a los que con ellos viajaban. Les unió con un mismo propósito de lucha un mal efímero y un bien incierto, no harían diferencia alguna si creían que debían portar las armas, siempre y cuando no fuera en vano, pues comprendía lo caro que resultaba una vida, y los infinito de la muerte. Así, Sincarion y su grupo marcharon con el resto de seres que habían peleado junto a ellos y se dirigieron rumbo sur, a algún lugar donde nadie les conociese, donde nadie les mandase. Así, cabalgando durante largo tiempo, llegaron por fin a Haldanóri, las Tierras Ocultas y allí, viendo una inmensa cordillera libre de todo habitante, decidieron quedarse y formar un clan. Tercano Nuruva fue el nombre designado, los que no nacieron para morir. Y Sincarion, junto a Gwyllion, fueron sus líderes aunque como era costumbre, se tuvo que decidir un rey y ese cargo le correspondió a la humana. La primera rey de Tercano Nuruva. Por fin Sincarion se sentía satisfecho y feliz |