Perfil Básico

Nombre

arweneressea

Fecha de nacimiento:

1900-08-25

Ficha de Personaje

Nombre del Personaje

Mírglîn

Raza

Elfa

Lugar de la Tierra Media

Lothlórien

Descripción del Personaje

Una elfa sinda de cabellos castaños. Sus ojos brillan como esmeraldas bajo cualquier luz. Viste de verde para cualquier ocasión. Odia los zapatos más que un hobbit podría hacerlo. Le gusta reirse a montones y conocer a personas nuevas.

Historia del Personaje

La luz de la mañana se filtraba por las hojas amarillentas de los mallorn estrechándose contra las ramas de corteza gris brillante. Un bosque de aquellos maravillosos árboles se extendía al norte y al este. El viento susurraba entre las copas más elevadas, su sonido iba acompañado por el del Nimrodel y el correr de sus aguas. Desde lo alto, el suelo estaba alfombrado por hojas amarillas mientras el techo lucía pequeñas flores doradas. Un aroma dulzón flotaba en el aire, recuerdo de primavera.

En aquella aparente quietud, un halcón surcó los cielos hasta refugiarse en la copa de un árbol particularmente alto. El ave se posó en un brazo escondido entre el follaje. Es costumbre de los elfos de Lórien construir plataformas de madera en los árboles, mejor conocidas como flets. Un elfo de cabellos rubios y ojos penetrantes de color café oscuro, un rostro joven aún para los elfos, de estatura media, delgado y de contextura ágil, vestía de tonos verdosos y marrones; portaba un carjac con flechas asegurado a su espalda. Su mano libre acarició el brillante plumaje del ave. El pájaro volvió a abrir las alas y emprendió el vuelo. El joven observó en silencio como se alejaba por los cielos hasta convertirse en un punto lejano.

Sentado al filo del flet, el elfo vigilaba el camino cansinamente. Esa era su tarea en compensación a que no le permitieran partir a la guerra, “Algún día comprenderás el mal que te evitamos.” Le habían dicho. Él no veía las cosas de igual forma, deseaba probar cuanto valía su vida y deseaba jamás escapar del peligro. “Enfrentar a tu enemigo, no huir de él” pensó sombriamente.

Sin embargo en ese instante algo lo sacó de sus pensamientos, una doncella caminaba adentrándose en el bosque. Durante una fracción de segundo el elfo la contempló, sobrecogido por su belleza. No obstante recordó, en seguida, que no podía dejarla pasar. Como no estaba armada, no era necesario pedir ayuda. Bajó una escalerilla plateada y descendió rápidamente por ella, con un salto al final. Aterrizó ágilmente frente a la doncella.

Era una elfa, vestida de negro, su semblante denotaba tristeza aunque sus rasgos demostraban que no era su estado común; su tez morena, sus ojos verdes y sus cabellos castaños le otorgaban una hermosura poco común. Ella se detuvo al ver como el elfo caía del árbol, regresó a ver arriba pensando lacónicamente “¿Un árbol de elfos?”, sin embargo no estaba de ánimo para reír de sus propias bromas.

– ¿Quién sois y a dónde vais? -preguntó el elfo, de manera cortante. No se sentía cómodo tratándola así, pero era su deber.

– Mi nombre es Mírglîn, hija de Ornil –respondió ella, haciendo una ligera reverencia, su dulce voz tenía un tono melancólico-. Buscó el Bosque de Oro.

El elfo se compadeció de su tristeza. Sin embargo debía continuar con las preguntas de rutina para cualquier viajero.

– Estáis en él –dijo el elfo-. ¿Qué os trae aquí?

– Thorion, hijo de Vinyalin. Mi tío –aclaró-. Hace años que partió hacia el Bosque de Oro.

El elfo se extrañó al oír ese nombre y la invitó a subir explicándole que allí estarían más cómodos y podrían conversar tranquilamente. Mírglîn aceptó, no tenía ganas de discutir.

El flet era pequeño pues sólo era apto para un explorador. Pero la elfa lo halló bastante agradable por la vista que tenía del bosque. No había duda porque era llamado el Bosque de Oro.

El elfo se presentó como Sûlendil. Había nacido y crecido en Lórien, aunque a Mírglîn le sonó como si lamentara nunca haber cruzado las fronteras. Ella lo escuchó atentamente, como solía hacerlo, hasta que él le preguntó sobre Thorion.

– ¿Por qué lo buscáis? –dijo.

Mírglîn lo miró largamente. En su vida se le había ocurrido buscar a su tío que prácticamente había escapado de Eregion como un proscrito.

– Es el único que queda de la casa de la Estrella Roja –dijo-. Bueno, a parte de mí.

Sûlendil no supo que decir. ¿Qué iba a decir si él deseaba más que nada ir a la guerra? Y era muy probable que Mírglîn hubiera perdido a los suyos en medio de una batalla. Pero ella seguía viva y aunque cargaba un gran dolor la luz de sus ojos brillaba intensamente. Ella había sido valiente para llegar hasta acá, quizá podría preguntarle lo que había pasado…

Mírglîn suspiró – Yo nací en Eregion –dijo, adivinando los pensamientos de Sûlendil-, mucho antes de que el mal llegara. Fue un buen lugar para vivir, recuerdo que las mañanas hacían que la ciudad resplandeciera como una estrella… Pero luego vino la guerra, muchos murieron y la ciudad se redujo a escombros. Escapamos cuando ya todo estaba perdido. Mi madre regresó para recuperar el anillo con el emblema de nuestra casa, un tesoro hecho por mi abuelo en Gondolin, pero murió por una flecha envenenada –la elfa bajó la mirada, calló por un momento.

– Mi padre nos condujo a mí y a unos pocos sobrevivientes a Khazad-dûm –continuó-. Él era un gran herrero y tenía buenos tratos con los enanos, lo cual nos dejaron pasar. Las mansiones de los enanos son sin duda un lugar maravilloso… Y gigantesco, tardamos cinco días en atravesarlas. Como agradecimiento por pasar, mi padre les había dado un par de joyas que llevaba consigo pero había conservado el anillo que había salvado mi madre de la destrucción de Eregion. Y cuando cruzamos la puerta del este los enanos le exigieron que dejara también el anillo, pues pensaron que no era lo único que conservaba. Mi padre se negó y luchó contra los enanos. Allí mismo murió, frente a las puertas –Mírglîn suspiró-. Todo por un simple anillo…

Mírglîn sacó de uno de sus bolsillos un anillo con el emblema de la Estrella Roja –una serpiente mordiéndose su propia cola alrededor de un ojo- engrasado en él.

– ¿Este es el anillo? –preguntó Sûlendil asombrado- ¿Cómo lo conservasteis?

– Los enanos decidieron dármelo por haber matado a mi padre y escuchar la historia de porqué quería conservarlo.

– Quizá la Dama sepa de Thorion –dijo Sûlendil después de un buen rato.

– ¿La Dama?

– Sí, os puedo llevar a ella cuando anochezca.

– Bueno, pero con una condición.

¡Ella le ponía condiciones!

– ¿Cuál? –preguntó por curiosidad.

– No me trates tan formalmente –respondió ella con una sonrisa.

Sûlendil se rió de buena gana.

– Bueno.