“-¿Tú quieres hacer algo en especial?-” Le había preguntado Baelim en el camino.

“Si tú supieras, bardo”, pensó ella. “Tengo que confirmar mis sospechas antes que vosotros tengáis alguna” -No, la verdad es que de vez en cuando me gusta venir a la ciudad enana a por algún producto que no es fácil de localizar en Candur. Como esto que hace que cambie el color de mi pelo -dijo señalando la melena. -He aprovechado para no viajar sola que se hace aburrido. Tras una pausa añadió -veo que os encontráis mejor señor bardo, pero si en algún momento volvéis a tener sensaciones extrañas en el cuerpo, se os revuelve el estómago o algo similar, en la ciudad encontraréis remedio seguro, venden de todo, sólo tenéis que preguntar y si tenéis duda, buscadme y os ayudaré. Todavía recuerdo algo de medicina éflica – dijo guiñando un ojo.

Al poco entraron en la ciudad. Ató el caballo como de costumbre y siguió andando tras parte de la comitiva. Battoin se había desligado y parecía buscar algo en concreto e igual había hecho Rírian. Yaiwen siguió de cerca a Nír y Baelim. Sabía que si Battoin oía algo extraño se lo contaría antes o después.
El enano se puso a hablar con algunos compañeros de profesión y entonces ella oyó algo de interés.
“-No tengo idea. Pero ahora los enanos están reunidos en la plaza con un representante de los orientales. Los que no van a comprar joyas forman alianzas con los comerciantes”

“Representante… no puede ser él, no se haría visible tan fácilmente, a menos que… se sienta confiado. Debo investigar”
La elfa tenía intención de acercarse más tarde a esa plaza, pero antes recorrió algunos puestos. Compró algunos ungüentos, más tintes para el cabello, y visitó los nuevos puestos de la caravana oriental. Vio buenos vinos, cató alguno y no escatimó en la compra. -Vendré a recogerlo más tarde, no quiero ir cargada con tanta botella” -había acordado con el vendedor. Y mientras caía en uno y otro puesto, hacía preguntas de la forma más natural y disimulada que podía. Indagaba sobre cuánto tiempo llevaban ahí, cuántos eran, si había alguien al mando. Parecía que había distintos grupos dentro de la caravana, pero en un puesto mencionaron a unos orientales “que llevaban algo de ropa color carmesí”. Tenía intención de dar con ellos.

A îbal no le gustó que los prisioneros se pusieran a gritar y menos aún que quedasen sin castigo. No había por qué ponerse violento sin razón, pero no estaba dispuesto a tolerar la desobediencia.

– Ven, yo te mostraré cómo se tratan a los prisioneros – le dijo al guardia y entró en la habitación.

El mago estaba desmayado y la chica temblando en un rincón. Îbal se acercó a ella con un par de platos de comida, algo de carne recién hecha y verduras. Los dejó cerca de Kira junto con una jarra de agua fresca.

– Escucha, chica, no hay razón para tener miedo. Si os portáis bien no os pasará nada, mis Sardaukar y yo os trataremos bien. Traigo esta comida como prueba de buena fe – dijo con una voz tranquilizadora. – Tenemos unos negocios pendientes con este hombre y vos os habéis metido sin quererlo. No sabéis como lo lamento. En cuanto acabemos os podréis ir, ¿habéis comprendido?

Kira asintió, temblorosa.

– Eso sí, debéis saber que no soy hombre de mucha paciencia.

Se volvió al guardia y antes de que pudiera reaccionar le seccionó la garganta con una daga que llevaba oculta en la manga.

– No quiero volver a oir nada que sobrepase un susurro venir de esta habitación, ¿entendido? – le dijo a Kira, mientras se volvía a sus hombres. – Que alguien ate al mago y si esta chica vuelve a gritar bajará a hacernos compañía. Volveremos en un par de horas y más le vale al mago estar despierto.

Bajó de nuevo a la sala común. No habían encontrado la vara del mago, que era lo que iban a buscar. No le gustaban los imprevistos, pero quizá podría sacar algún beneficio de ellos en en Framburgo.

Justo en ese momento alguien abrió la puerta de la posada. Un hombre desconocido estaba entrando con si tal cosa. ¿Qué les pasaba hoy a sus hombres? Un rápida mirada hizo que estos se levantasen.

Los Sardaukar cayeron sobre el recién llegado sin darle tiempo a reaccionar. Le golpearon varias veces en el estómago y la cara sin que pudiese hacer nada. El hombre quedó semi-inconsciente, entre dos guardias lo arrastaron a fuera y lo arrojaron en un callejón a cierta distancia de la posada.

Battoin apenas supo qué le había pasado, lo único que podía asegurar era el grito de ¡y no vuelvas! que retumbaba en su cabeza. Al poco perdió el conocimiento.

Dalation salió disparado fuertemente hacia el suelo por la potencia del caballo. Al principio, no supo por qué lo había hecho, y se enfadó irse, incluso pensando en dejar tirado a Soron e irse con otro. Pero más tarde vio en lo que se había equivocado, e hizo caso a las palabras del mago rojo, con cara de arrepentimiento. Se puso delante del caballo y despacio se inclinó y dijo -Perdón, corcel de Aiwë, por faltar el respeto al tan respetado caballo. Mis más sinceras disculpas- Dicho esto, se volvió atrás esperando no volar con una patada del caballo.

-Me da más miedo la bronca de Aiwë que la patada que me pueda dar el gran caballo- le dijo susurrando a Soron. Ya no se fiaba de la criatura. Se acomodó esperando no volver a caer y siguiendo a los demás, soportando los relinchos del caballo de Aiwë llegaron a la gran plaza del Mercado de Kibil Dum. Numerosos puestos se alzaban, mostrando productos de todo tipo.

-¿Qué hacemos?-preguntó.

Soron miró gravemente a Dalation.
-Voy a mirar si hay algo que pueda ser útil para trabajar en alquimia. Y luego regresaré a la posada, quizás Aiwë regresó.
Aiwë me pidió que fuera tu guardaespaldas pero creo que tendré que hacer otras cosas y puedes seguirme o quedarte aquí con quien gustes.

-¿He hecho algo malo para que me abandones? -el mago se sorprendió ante la interrogante del joven.
-No. No es por ti. Lo siento dijo. Es que tengo un par de asuntos que resolver en el oeste. Yo solo vine para ver a mi hermano y ayudarle a montar la tienda, se me ha hecho largo el viaje.

Cuando bajó del caballo para recorrer las tiendas. Un hombre moreno, fornido con vestimentas extrañas pasó corriendo a toda velocidad y se estrelló contra Soron. El hombre se levantó y siguió corriendo como si huyera de alguien.
-Menudos locos esta gente de por aquí, aunque ese no era un enano ¿qué no es una ciudad enana? Quizas ese maldito robó algo a algun mercader…

Dalation le ofreció su mano y el mago solo aceptó por amabilidad y para tomar la mano del joven. Se puso de pie, sacudió su capa y siguió andando. Compró un par de frascos vacios, algunas ollas, cucharas, plantas, hierbas, frutos y demás cosas que le parecieron útiles. Vio unas bonitas prendas de color cobre con pequeños diamantes delante. Se imaginó a Dalation con eso y casi se queda babeando pero el enano que la vendía le puso los pies en la Tierra de nuevo.
-Oiga, ¿la compra o no?
-Sí, disculpeme por favor, Sr. Enano

Le pagó era un poquito elevado el precio pero no le molestó. El mago le explicó al enano que era un regalo y se la escondió en una bolsa. Dalation estaba mirando algo en un puesto mas atrás. Cuando llegó, el chico miraba sorprendido al mago con tantas cosas. Algunas iban cargadas por el caballo de Soron.
Soron vio que ya no quedaban tiendas por ese lado y llamó al joven y le entregó el regalo. No había nadie al rededor.
-Espero que te agrade, según mis gustos va muy bien con tu pálida piel nieve.
El chico estaba contento, la ropa era fina y abrigada. El mago midió la prenda poniéndola por encima de la que llevaba. Le cabía perfectamente.
-Disfrútala y espero verte alguna vez con ella -Soron le guiñó un ojo y le dio un rápido beso en la mejilla al joven. Soron tenía tan buen gusto como Aiwë, y Dalation estaba complacido por el regalo.

Luego miró a su caballo.
-Auch ¿y ahora como regreso con todo este peso?

Dalation se puso triste cuando supo que pronto el mago debería de partir, y a lo mejor no lo volvería a ver nunca más. Después de las buenas migas que habían hecho los dos…-Bueno, me iré a comprar algunas ropas, que me estoy quedando sin ellas.

Acto seguido, Dalation fue por la calle mayor, buscando una ropa donde vendieran ropa de su talla. Entró en la primera que encontró, pero sólo encontró ropa para enanos: era ancha pero baja. Salió de la tienda frustado, y a la segundo que entró, le pasó lo mismo. Tras varias tiendas más, llegó a su objetivo: ”El Ropero Anti-enano”. Allí sólo encontró ropa para hombres, y eso le agradó bastante.

Tas probarse en el vestidor varias cosas, decidió comprar 6 conjuntos, lo que podía con las dos monedas de oro que le quedaban. Uno era blanco como la nieve, otro rojo y negro, otro era suave, pero resistente por si alguna vez tenía que luchar. El cuarto era todo negro, el quinto era azul y rojo, y el último y que más le había costado, era una prenda sencilla, con perlas incrustadas en las mangas, en el cuello y botones de oro. Estaba satisfecho.

Con la bolsa, dio media vuelta por la calle y al buen ritmo llegó al punto de encuentro, donde ya estaba Soron esperándolo. Vio que traía una elegantísima ropa, y se sorprendió cuando le dijo que era suya. El montaraz se mordió el labio inferior cuando pensó que no se había acordado se hacerle un regalo. No dijo nada, aunque posiblemente ya había leído su mente.

-No tengo palabras, muchísimas gracias. Perdón por no traer nada… Bueno, voy a buscar a Kira y a Aiwë por aquí, y si no encuentro nada, pues volveré a la posada.

-Te recomiendo que no te metas en problemas. ¿Seguro quieres quedarte? Está bien, no se diga más, pues… Adiós entonces. Aiwë cuidará bien de ti, además es un gran maestro. Solo espero… -pero la última frase la pensó- …que esté bien.

Se acercó al chico y le miró a los ojos
-Adiós Dalation -le dijo tomándole el rostro con las manos- Algo me dice que crecerás mucho y no te sientas mal, Aiwë es tu camino. Nos veremos en otro momento, si ves a mi hermano antes que yo a él, dale mi mensaje, cuando regrese a Candur tendrá su tienda lista. Pero yo debo regresar al Oeste.

Le regaló al joven unas monedas de plata por si las moscas y llegase a necesitarlas. Se dio la vuelta y pensó hacer un saludo cordial, pero eso no era lo suyo. Para sopresa del joven que ni cuenta se dio de lo rápido que pasó, Soron le había besado en los labios. El mago largó una carcajada, no sabía quien ponía cara mas graciosa, si Aiwë o Dalation.

-Ha sido un placer compartir breves momentos contigo. Y no dejes que nadie vuelva a degradarte. Y ten cuidado con esos morenos vestido de carmesí, son atropellados y parecen peligrosos. Y cuida a Peludo, el corcel de Aiwë, es un caballo inteligente, puede tratar de decirte algo o incluso salvarte la vida, se bueno con él -le sonrió por última vez mientras montaba su caballo y ponía las cosas compradas en una pequeña carreta que había conseguido.

-Namárië, Dalation. -lo último se lo dijo psiquicamente- Hijo de Kalation, que la luz de los Valar nunca deje de brillar en tus ojos. Adiós amigo mío.

Al mago le corrierron un par de lágrimas por sus ojos rubíes pero se dio la vuelta y se marchó. Y esa fue la última vez que Dalation vio al mago rojo. O al menos en mucho tiempo no supo más de él.

-¿Alguna novedad, amigo mío?-

-Y tanto que hay novedad. Vinieron dos de esos generosos orientales y me dieron dos monedas de oro de más por los “shuriken” que les vendí. ¿Sabes dónde puedo encontrar más de esos?- Se fijó en el hacha que llevaba Nír.-¿Hay problemas?

El olor era tan intenso que empezaba a apestar y quemaba al respirar. Aiwë despertó tosiendo y asustado ¿Qué era ese hedor? ¿Y Kira?
El mago estaba más recuperado aunque tenía mucha hambre, se arrastró y sintió algo helado rozar su cara, no demoró en descubrir que era sangre. Pensó lo peor.
-Kira, Kira -susurró pero no tuvo respuesta, trato de encorvarse como pudo y cuando la vista se le aclaró, vio que el muerto era un hombre de los mismos que habian entrado a golpearlos, siguió arrastrándose hasta que dio con un brazo femenino y por fin logró ver a la joven dormida en un rincón.
-Santo Eru, menudo susto me he llevado, pero ¿quien degolló a este hombre? Ese olor me está mareando. Ayuda, agua, socorro.
Uno de los guardias entró un poco asustado, y aún más después de ver a uno de sus compañeros morir delante suyo.
-¿Que quieres? -preguntó no muy cortes el hombre
-Aleja ese cadaver de aquí
-No puedo hacerlo sin orden de mi jefe
-Me está asfixiando el olor, por favor

El hombre titubeó y temiendo que el mago dijera la verdad tomó la jarra de agua que había dejado alguien y se la acercó a la boca del mago.
-Bebe, no hagas ni un ruido. No quiero terminar como mi compañero.

Aiwë asintió y bebió, el agua estaba a temperatura ambiente y desagradable. Respiró con fuerza. El hombre le explicó que no podía quitar aquel muerto hasta que regresara el que lo había matado. El mago supo que el hombre era sincero y al parecer su jefe era mano dura con todos.
-Gracias -le respondió el mago.
-Tengo que irme, desconozco los propósitos de nuestro Señor, soy el más joven aquí.
-No me expliques más, ve.

La cabeza le daba vueltas y el agua no le había hecho muy bien. Perdió el conocimiento una vez mas, le temblaba todo el cuerpo. Quedó inconciente, con lágrimas en los ojos, cerca de la joven.