A continuación podéis descubrir los vitales acontecimientos que tuvieron lugar el 25 de marzo en la Tierra Media de J.R.R. Tolkien.

Continuamos con la sección ‘Hoy en la Tierra Media’ (sección que empezamos hace hoy tres años) con el que probablemente es el día más conocido de toda la obra de Tolkien: el 25 de marzo, el día de la destrucción del Anillo Único y la derrota de Sauron. Pero en ese día también pasaron otras cosas. Muchos años antes, un mensajero de Gondor llegó a las tierras en las que moraban unos Hombres del Norte a los que transmitió una importante petición. Dos años después de la caída de Barad-dûr nació la primera hija de un feliz matrimonio, una hobbit que llegaría a formar parte del séquito de la reina Arwen. Y algunos años más tarde, esa niña vio la carta que el Rey había enviado a su padre.

Para evitar cualquier tipo de confusión y también posibles malentendidos nos gustaría recordar que todas las fechas de esta sección se corresponden únicamente con el Calendario de la Comarca o con otros calendarios de la Tierra Media (como el Cómputo del Rey o el Cómputo de los Senescales) y no con el calendario gregoriano (ver nota), y que todas ellas proceden de distintos libros y textos de J.R.R. Tolkien como ‘El Hobbit‘, ‘El Señor de los Anillos‘ (incluidos los Apéndices), los ‘Cuentos inconclusos‘ y los Manuscritos Marquette, y de otros libros de estudiosos tolkiendil como el ‘Atlas de la Tierra Media‘ de Karen Wynn Fonstad, ‘El Señor de los Anillos. Guía de lectura‘ de Wayne G. Hammond y Christina Scull, y ‘The History of The Hobbit‘ de John D. Rateliff.

Una serie de acontecimientos que nos gusta acompañar con citas y pasajes de los libros del Profesor y con ilustraciones y dibujos de diferentes artistas, aunque no en todos los casos somos capaces de encontrar imágenes que representen los momentos de los que hablamos o que reflejen con total fidelidad y precisión lo escrito por Tolkien.

Esto fue lo que pasó en la Tierra Media el 25 de marzo, o el 25 de Rethe según el Calendario de la Comarca o el 25 de Súlimë según el Cómputo del Rey.

 

Año 2510 de la Tercera Edad del Sol:

* Borondir llega hasta las tierras de los Éothéod y les transmite el mensaje de Cirion. Eorl decide acudir en ayuda de Gondor.

 

(Pinchad en las imágenes para verlas a mayor resolución)

(Eorl el Joven, por el artista neerlandés Wouter Florusse)

«Llegó por fin ante los Éothéod al cabo de quince días y sin alimento los dos últimos; y estaba tan agotado que apenas pudo pronunciar su mensaje ante Eorl.

Era entonces el vigésimo quinto día de Súlimë. Eorl deliberó consigo mismo en silencio; pero no le exigió largo tiempo. Al cabo de un rato se puso en pie y dijo: —Iré. Si Mundburgo cae, ¿hacia dónde huiremos en la Oscuridad? —Entonces estrechó la mano de Borondir como signo de su promesa.»

(‘Cuentos inconclusos‘. Tercera Parte: La Tercera Edad – II Cirion y Eorl y la amistad de Rohan. (ii) La expedición de Eorl).

 

Año 3019 de la Tercera Edad del Sol:

* Frodo y Sam comienzan el ascenso al Monte del Destino. Gollum los ataca, Sam se enfrenta a él y Frodo llega a los Sammath Naur.

* Los Capitanes del Oeste parlamentan con Boca de Sauron.

* El Ejército de los Capitanes del Oeste es rodeado en las Colinas de Lava y se libra la Batalla del Morannon.

* Gollum se apodera del Anillo y cae a la lava.

* Destrucción del Anillo Único, caída de Barad-dûr y derrota de Sauron.

* Faramir besa a Éowyn en la frente.

* Una de las Águilas llega a Minas Tirith y anuncia la caída de Sauron.

 

(La Puerta Negra y las Torres de los Dientes, por el artista estadounidense Davis Engel)

«Cuando todo estuvo en orden, los Capitanes cabalgaron hacia la Puerta Negra con una fuerte guardia de caballería, llevando el estandarte, y acompañados por los heraldos y los trompetas. A la cabeza iban Gandalf de primer heraldo, y Aragorn con los hijos de Elrond, y Éomer de Rohan, e Imrahil; y Legolas y Gimli y Peregrin fueron invitados a seguirlos, pues deseaban que todos los pueblos enemigos de Mordor contaran con un testigo.

Cuando estuvieron al alcance de la voz, desplegaron el estandarte y soplaron las trompetas; y los heraldos se adelantaron y elevaron sus voces por encima del muro almenado de Mordor.

—¡Salid! —gritaron—. ¡Que salga el Señor de la Tierra Tenebrosa! Se le hará justicia. Porque ha declarado contra Gondor una guerra injusta, y ha devastado sus territorios. El Rey de Gondor le exige que repare los daños, y que se marche para siempre. ¡Salid!»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 10: La Puerta Negra se abre).

 

(Sam lleva a Frodo, por el artista polaco Aleksander Karcz)

«—¡Fuerza ahora! ¡El último aliento! —dijo Sam mientras se incorporaba con dificultad.

Se inclinó sobre Frodo y lo despertó. Frodo gimió, pero con un gran esfuerzo logró ponerse en pie; vaciló, y en seguida cayó de rodillas. Alzó los ojos a los flancos oscuros del Monte del Destino, y apoyándose sobre las manos empezó a arrastrarse.

Sam, que lo observaba, lloró por dentro, pero ni una sola lágrima le asomó a los ojos secos y arrasados.

—Dije que lo llevaría a cuestas aunque me rompiese el lomo —murmuró— ¡y lo haré!

‘¡Venga, señor Frodo! —llamó—. No puedo llevarlo por usted, pero puedo llevarlo a usted junto con él. ¡Vamos, querido señor Frodo! Sam lo llevará a babuchas. Usted le dice por dónde, y él irá.

Frodo se le colgó a la espalda, echándole los brazos alrededor del cuello y apretando firmemente las piernas; y Sam se enderezó, tambaleándose; y entonces notó sorprendido que la carga era ligera.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(La embajada de Sauron, por la artista rusa Julia Alekseeva)

«Pero ya Sauron había trazado sus planes: antes de asestar el golpe mortal, se proponía jugar cruelmente con aquellos ratones. De pronto, en el momento en que los Capitanes ya estaban a punto de retirarse, el silencio se quebró. Se oyó un prolongado redoble de tambores, como un trueno en las montañas, seguido de una algarabía de cuernos que estremeció las piedras y ensordeció a los hombres; y el batiente central de la Puerta Negra rechinó con estrépito y se abrió de golpe dando paso a una embajada de la Torre Oscura.

La encabezaba una figura alta y maléfica, montada en un caballo negro, si aquella criatura enorme y horrenda era en verdad un caballo; la máscara de terror de la cara más parecía una calavera que una cabeza con vida; y echaba fuego por las cuencas de los ojos y por los ollares.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 10: La Puerta Negra se abre).

 

(Sam carga con Frodo en el Monte del Destino, por el artista italiano Francesco Amadio)

«Pero ya Sam había subido hasta la mitad, y la llanura de Gorgoroth apenas se veía, envuelta en humos y sombras. Y si la garganta reseca se lo hubiese permitido, Sam habría dado un grito de triunfo al mirar hacia la altura; porque allá arriba, entre las jibas y las estribaciones escabrosas, acababa de ver claramente un sendero o camino. Trepaba como una cinta desde el oeste, y serpeando alrededor de la montaña, y antes de desaparecer en un recodo, llegaba a la base del cono en la cara occidental.

Sam no alcanzaba a ver por dónde pasaba el camino directamente encima, pues una cuesta empinada lo ocultaba a lo lejos; pero adivinaba que lo encontraría si era capaz de hacer un último esfuerzo, y la esperanza volvió a él. Quizá pudieran aún conquistar la Montaña.

«¡Hasta diría que lo han puesto a propósito! —se dijo—. Si ese sendero no estuviera allí, ahora tendría que aceptar que he sido derrotado.»»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Boca de Sauron, por el artista canadiense John Howe)

«Era el Lugarteniente de la Torre de Barad-dûr, y ninguna historia recuerda su nombre, porque hasta él lo había olvidado, y decía: —Yo soy la Boca de Sauron. —Pero se murmuraba que era un renegado, descendiente de los Númenóreanos Negros, que se habían establecido en la Tierra Media durante la supremacía de Sauron. Veneraban a Sauron, pues estaban enamorados de las ciencias del mal. Había entrado al servicio de la Torre Oscura en tiempos de la primera reconstrucción, y con astucia se había elevado en los favores del Señor; y aprendió los secretos de la hechicería, y conocía muchos de los pensamientos de Sauron; y era más cruel que el más cruel de los orcos.

Éste era pues el personaje que ahora avanzaba hacia ellos, con una pequeña compañía de soldados de armadura negra, y enarbolando un único estandarte negro, pero con el Ojo Maléfico pintado en rojo. Deteniéndose a pocos pasos de los Capitanes del Oeste, los miró de arriba abajo, y se echó a reír.

—¿Hay en esta pandilla alguien con autoridad para tratar conmigo? —preguntó—. ¿O en verdad con seso suficiente como para comprenderme? ¡No tú, por cierto! —se burló, volviéndose a Aragorn con una mueca de desdén—. Para hacer un rey, no basta con un trozo de vidrio élfico y una chusma semejante. ¡Si hasta un bandolero de las montañas puede reunir un séquito como el tuyo!»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 10: La Puerta Negra se abre).

 

(Faramir y Éowyn, por el artista estadounidense Matthew Stewart)

«Y llegó así el quinto día desde aquel en que la Dama Éowyn fuera por primera vez a ver a Faramir; y de nuevo subieron juntos a las murallas de la Ciudad y miraron en lontananza. Todavía no se habían recibido noticias y los corazones de todos estaban ensombrecidos. Ahora tampoco el tiempo se mostraba apacible. Hacía frío. Un viento que se había levantado durante la noche soplaba inclemente desde el norte, y aumentaba, y las tierras de alrededor estaban lóbregas y grises.

Se habían vestido con prendas de abrigo y mantos pesados, y la Dama Éowyn estaba envuelta en un amplio manto azul, como una noche profunda de estío, adornado en el cuello y el ruedo con estrellas de plata. Faramir había mandado que trajeran el manto y se lo había puesto a ella sobre los hombros; y la vio hermosa y una verdadera reina allí de pie junto a él. Lo habían tejido para Findullas de Amroth, la madre de Faramir, muerta en la flor de la edad, y era para él como un recuerdo de una dulce belleza lejana, y de su primer dolor. Y el manto le parecía adecuado a la hermosura y la tristeza de Éowyn.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 5: El Senescal y el Rey).

 

(Gandalf y Boca de Sauron, por el artista ruso Denis Gordeev)

«—¡Soy un heraldo y un embajador, y nadie debe atacarme! —gritó.

—Donde mandan esas leyes —dijo Gandalf—, también es costumbre que los embajadores sean menos insolentes. Nadie te ha amenazado. Nada tienes que temer de nosotros, hasta que hayas cumplido tu misión. Pero si tu amo no ha aprendido nada nuevo, correrás entonces un gran peligro, tú y todos los otros servidores.

—¡Ah! —dijo el Emisario—. De modo que tú eres el portavoz, ¿viejo barbagrís? ¿No hemos oído hablar de ti de tanto en tanto, y de tus andanzas, siempre tramando intrigas y maldades a una distancia segura? Pero esta vez has metido demasiado la nariz, Maese Gandalf; y ya verás qué le espera a quien echa unas redes insensatas a los pies de Sauron el Grande. Traigo conmigo testimonios que me han encomendado mostrarte, a ti en particular, si te atrevías a venir aquí. —Hizo una señal, y un guardia se adelantó llevando un paquete envuelto en lienzos negros.

El Emisario apartó los lienzos, y allí, ante el asombro y la consternación de todos los Capitanes, levantó primero la espada corta de Sam, luego una capa gris con un broche élfico, y por último la cota de malla de mithril que Frodo vestía bajo las ropas andrajosas. Una negrura repentina cegó a todos, y en un momento de silencio pensaron que el mundo se había detenido; pero tenían los corazones muertos y habían perdido la última esperanza.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 10: La Puerta Negra se abre).

 

(Gandalf y Boca de Sauron, por Douglas Beekman)

«—¡No le hables a la Boca de Sauron con palabras insolentes! —gritó—. ¡Pides seguridades! Sauron no las da. Si pretendes clemencia, antes haréis lo que él exige. Éstas son sus condiciones. ¡Aceptadlas o rechazadlas!

—¡Éstas aceptaremos! —dijo Gandalf de pronto. Se abrió la capa, y una luz blanca centelleó como una espada en la oscuridad. Ante la mano levantada de Gandalf el Emisario retrocedió y Gandalf dio un paso adelante y le arrancó los objetos de las manos: la cota de malla, la capa y la espada—. Los llevaremos en recuerdo de nuestro amigo —gritó—. Y en cuanto a tus condiciones, las rechazamos de plano. Vete ya, pues tu misión ha concluido y la hora de tu muerte se aproxima. No hemos venido aquí a derrochar palabras con Sauron, desleal y maldito, y menos aún con uno de sus esclavos. ¡Vete!

El Emisario de Mordor ya no se reía. Con la cara crispada por la estupefacción y la furia, parecía un animal salvaje que en el momento en que se agazapa para saltar sobre la presa, recibe un garrotazo en el hocico. Loco de rabia, echó baba por la boca, mientras unos sonidos de furia se le estrangulaban en la garganta. Pero miró los rostros feroces y las miradas mortíferas de los Capitanes, y el miedo fue más fuerte que la ira. Dando un alarido, se volvió, trepó de un salto a su cabalgadura, y partió en desenfrenado galope hacia Cirith Gorgor.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 10: La Puerta Negra se abre).

 

(Aragorn en la Batalla del Morannon, por el artista estadounidense David Auden Nash)

«Los Capitanes del Oeste volvieron a montar y se retiraron al galope, y un aullido de burlas brotó del ejército de Mordor. Una nube de polvo oscureció el aire, y desde las cercanías vino marchando un ejército de Hombres del Este que había estado esperando la señal oculto entre las sombras del Ered Lithui, junto a la torre más distante. De las colinas que flanqueaban el Morannon se precipitó un torrente de orcos. Los hombres del Oeste estaban atrapados, y pronto en aquellos montes grises unas fuerzas diez y más veces superiores los envolverían en un mar de enemigos. Sauron había mordido la carnada con mandíbulas de acero.

Poco tiempo le quedaba a Aragorn para preparar la batalla. En una misma colina estaban él y Gandalf, y allí enarbolaron el estandarte, hermoso y desesperado del Árbol y las Estrellas. En la colina opuesta flameaban los estandartes de Rohan y de Dol Amroth, Caballo Blanco y Cisne de Plata. Un círculo de lanzas y espadas defendía las dos colinas. Pero al frente, en dirección a Mordor, allí donde esperaban la primera embestida violenta, estaban los hijos de Elrond a la izquierda, rodeados por los Dúnedain, y a la derecha el Príncipe Imrahil con los apuestos caballeros de Dol Amroth, y algunos hombres escogidos de la Torre de la Guardia.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 10: La Puerta Negra se abre).

 

(Frodo y Sam en el Monte del Destino, por el artista italiano Andrea Piparo)

«Se acostó un rato junto a Frodo. Ninguno de los dos hablaba. La claridad crecía lentamente. De pronto lo asaltó un sentimiento inexplicable de apremio, como si alguien le hubiese gritado: «¡Ahora, ahora, o será demasiado tarde!» Se incorporó. También Frodo parecía haber sentido la llamada. Trató de ponerse de rodillas.

—Me arrastraré, Sam —jadeó.

Y así, palmo a palmo, como pequeños insectos grises, reptaron cuesta arriba. Cuando llegaron al sendero notaron que era ancho, y que estaba pavimentado con cascajo y ceniza apisonada. Frodo gateó hasta él, y luego, como de mala gana, giró con lentitud sobre sí mismo para mirar al Este. Las sombras de Sauron flotaban a lo lejos; pero desgarradas por una ráfaga de algún viento del mundo, o movidas quizá por una profunda desazón interior, las nubes envolventes ondularon y se abrieron un instante; y entonces Frodo vio, negros, más negros y más tenebrosos que las vastas sombras de alrededor, los pináculos crueles y la corona de hierro de la torre más alta de Barad-dûr: espió un segundo apenas, pero fue como si desde una ventana enorme e inconmensurablemente alta brotara una llama roja, un puñal de fuego que apuntaba hacia el norte: el parpadeo de un Ojo escrutador y penetrante; en seguida las sombras se replegaron y la terrible visión desapareció. El Ojo no apuntaba hacia ellos: tenía la mirada fija en el norte, donde se encontraban acorralados los Capitanes del Oeste; y en ellos concentraba ahora el Poder toda su malicia, mientras se preparaba a asestar el golpe mortal;»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Pippin mata al Olog-hai, por el artista checo Jan Pospíšil)

«Pero entre los orcos, a grandes trancos, rugiendo como bestias, llegó entonces una gran compañía de trolls de las montañas de Gorgoroth. Más altos y más corpulentos que los Hombres, no llevaban otra vestimenta que una malla ceñida de escamas córneas, o quizás esto fuera la repulsiva piel natural de las criaturas; blandían escudos enormes, redondos y negros, y las manos nudosas empuñaban martillos pesados. Saltaron a los pantanos sin arredrarse y los vadearon, aullando y mugiendo mientras se acercaban. Como una tempestad se abalanzaron sobre los hombres de Gondor, golpeando cabezas y yelmos, brazos y escudos, como herreros que martillaran un hierro doblado al rojo. Junto a Pippin, Beregond los miraba aturdido y estupefacto, y cayó bajo los golpes; y el gran jefe de los trolls que lo había derribado se inclinó sobre él, extendiendo una garra ávida; pues esas criaturas horrendas tenían la costumbre de morder en el cuello a los vencidos.

Entonces Pippin lanzó una estocada hacia arriba, y la hoja del Oesternesse atravesó la membrana coriácea y penetró en los órganos; y la sangre negra manó a borbotones. El troll se tambaleó, y se desplomó como una roca despeñada, sepultando a los que estaban abajo. Una negrura y un hedor y un dolor opresivo asaltaron a Pippin, y la mente se le hundió en las tinieblas.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 10: La Puerta Negra se abre).

 

(Frodo, Sam y Gollum en el Monte del Destino, por el artista italiano Ivan Cavini)

«La mano buscó a tientas la cadena alrededor del cuello.

Sam se arrodilló junto a él. Débil, casi inaudible, escuchó la voz susurrante de Frodo: —¡Ayúdame, Sam! ¡Ayúdame! ¡Deténme la mano! Yo no puedo hacerlo.

Sam le tomó las dos manos y juntándolas, palma contra palma, las besó; y las retuvo entre las suyas. De pronto, tuvo miedo. «¡Nos han descubierto! —se dijo—. Todo ha terminado, o terminará muy pronto. Sam Gamyi, éste es el fin del fin.»

Levantó de nuevo a Frodo, y sosteniéndole las manos apretadas contra su propio pecho, lo cargó una vez más, con las piernas colgantes. Luego inclinó la cabeza, y echó a andar cuesta arriba.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Gollum ataca a Frodo y Sam en el Monte del Desino, por el artista canadiense Ted Nasmith)

«Sintió el golpe de un peso repentino, y cayó de bruces, lastimándose el dorso de las manos, que aún sujetaban las de Frodo. Entonces comprendió lo que había pasado, porque por encima de él, mientras yacía en el suelo, oyó una voz que odiaba.

—¡Amo malvado! —siseó la voz—. ¡Amo malvado que nos traiciona; traiciona a Sméagol, gollum! No tiene que ir en esta dirección. No tiene que dañar el Tesoro. ¡Dáselo a Sméagol, dáselo a nosotros! ¡Dáselo a nosotros!

De un tirón violento, Sam se levantó y desenvainó a Dardo; pero no pudo hacer nada. Gollum y Frodo estaban en el suelo, trabados en lucha. De bruces sobre Frodo, Gollum manoteaba, tratando de aferrar la cadena y el Anillo. Aquello, un ataque, una tentativa de arrebatarle por la fuerza el tesoro, era quizá lo único que podía avivar las ascuas moribundas en el corazón y en la voluntad de Frodo.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Frodo, Sam y Gollum, por Paul Berenson)

«Frodo se desembarazó de él de un empujón, y se levantó temblando.

—¡Al suelo, al suelo! —jadeó, mientras apretada la mano contra el pecho para aferrar el Anillo bajo el justillo de cuero—. ¡Al suelo, criatura rastrera, apártate de mi camino! Tus días están contados. Ya no puedes traicionarme ni matarme.

Entonces, como le sucediera ya una vez a la sombra de los Emyn Muil, Sam vio de improviso con otros ojos a aquellos dos adversarios. Una figura acurrucada, la sombra pálida de un ser viviente, una criatura destruida y derrotada, y poseída a la vez por una codicia y una furia monstruosas; y ante ella, severa, insensible ahora a la piedad, una figura vestida de blanco, que lucía en el pecho una rueda de fuego. Y del fuego brotó imperiosa una voz.

—¡Vete, no me atormentes más! ¡Si me vuelves a tocar, también tú serás arrojado al Fuego del Destino!»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Batalla del Morannon, por el artista chileno Carlos Palma Cruchaga)

«El océano embravecido de los ejércitos de Mordor inundaba las colinas. Los Capitanes del Oeste empezaban a zozobrar bajo la creciente marejada. El sol rojo, ardía, y bajo las alas de los Nazgûl las sombras negras de la muerte se proyectaban sobre la tierra. Aragorn, erguido al pie de su estandarte, silencioso y severo, parecía abismado en el recuerdo de cosas remotas; pero los ojos le resplandecían, como las estrellas que brillan más cuanto más profunda y oscura es la noche. En lo alto de la colina estaba Gandalf, blanco y frío, y sobre él no caía sombra alguna. El asalto de Mordor rompió corno una ola sobre los montes asediados, y las voces rugieron como una marea tempestuosa en medio de la zozobra y el fragor de las armas.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 4: El campo de Cormallen).

 

(Gollum en Mordor, por el artista español Martín de Diego Sádaba)

«—¡Cuidado! —gritó Sam—. ¡Va a saltar! —Dio un paso adelante, blandiendo la espada.— ¡Pronto, Señor! —jadeó—. ¡Siga adelante! ¡Adelante! No hay tiempo que perder. Yo me encargo de él. ¡Adelante!

—Sí, tengo que seguir adelante —dijo Frodo—. ¡Adiós, Sam! Éste es el fin. En el Monte del Destino se cumplirá el destino. ¡Adiós! —Dio media vuelta, y lento pero erguido echó a andar por el sendero ascendente.

—¡Ahora! —dijo Sam—. ¡Por fin puedo arreglar cuentas contigo! —Saltó hacia delante, con la espada pronta para la batalla. Pero Gollum no reaccionó. Se dejó caer en el suelo cuan largo era, y se puso a lloriquear.

—No mates a nosssotros —gimió— . No lassstimes a nosssotros con el horrible y cruel acero. ¡Déjanosss vivir, sssí, déjanosss vivir sólo un poquito más! ¡Perdidos perdidos! Essstamos perdidos. Y cuando el Tesssoro desaparezca, nosssotros moriremos, sssí, moriremos en el polvo. —Con los largos dedos descarnados manoteó un puñado de cenizas.— ¡Sssí! —siseó—, ¡en el polvo!

La mano de Sam titubeó. Ardía de cólera, recordando pasadas felonías. Matar a aquella criatura pérfida y asesina sería justo: se lo había merecido mil veces; y además, parecía ser la única solución segura. Pero en lo profundo del corazón, algo retenía a Sam: no podía herir de muerte a aquel ser desvalido, deshecho, miserable que yacía en el polvo.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Frodo en la Grieta del Destino, por el artista ruso Dmitry Prosvirnin)

«La luz volvió a saltar, y allí, al borde del abismo, de pie delante de la Grieta del Destino, vio a Frodo, negro contra el resplandor, tenso, erguido pero inmóvil, como si fuera de piedra.

—¡Amo! —gritó Sam.

Entonces Frodo pareció despertar, y habló con una voz clara, una voz límpida y potente que Sam no le conocía, y que se alzó sobre el tumulto y los golpes del Monte del Destino, y retumbó en el techo y las paredes de la caverna.

—He llegado —dijo—. Pero ahora he decidido no hacer lo que he venido a hacer. No lo haré. ¡El Anillo es mío! —Y de pronto se lo puso en el dedo, y desapareció de la vista de Sam. Sam abrió la boca y jadeó, pero no llegó a gritar, porque en aquel instante ocurrieron muchas cosas.

Algo le asestó un violento golpe en la espalda, que lo hizo volar piernas arriba y caer a un costado, de cabeza contra el pavimento de piedra, mientras una forma oscura saltaba por encima de él.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(El Ojo de Sauron, por el artista polaco Sergey Glushakov)

«Y allá lejos, mientras Frodo se ponía el Anillo y lo reclamaba para él, hasta en los Sammath Naur, el corazón mismo del reino de Sauron, el Poder en Barad-dûr se estremecía, y la Torre temblaba desde los cimientos hasta la cresta fiera y orgullosa. El Señor Oscuro comprendió de pronto que Frodo estaba allí, y el Ojo, capaz de penetrar en todas las sombras, escrutó a través de la llanura hasta la puerta que él había construido; y la magnitud de su propia locura le fue revelada en un relámpago enceguecedor, y todos los ardides de sus enemigo quedaron por fin al desnudo. Y la ira ardió en él con una llama devoradora, y el miedo creció como un inmenso humo negro, sofocándolo. Pues conocía ahora qué peligro mortal lo amenazaba, y el hilo del que pendía su destino.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Gwaihir se enfrenta a uno de los Nazgûl, por el artista ruso Dmitry Prosvirnin)

«De pronto, como despertado por una visión súbita, Gandalf se estremeció; y volviendo la cabeza miró hacia el norte, donde el cielo estaba pálido y luminoso. Entonces levantó las manos y gritó con una voz poderosa que resonó por encima del estrépito: —¡Llegan las Águilas! ¡Llegan las Águilas!

Y muchas voces respondieron, gritando: —¡Llegan las Águilas! ¡Llegan las Águilas!

Los de Mordor levantaron la vista, preguntándose qué podía significar aquella señal.

Y vieron venir a Gwaihir el Señor de los Vientos, y a su hermano Landroval, las más grandes de todas las Águilas del Norte, los descendientes más poderosos del viejo Thorondor, aquel que en los tiempos en que la Tierra Media era joven, construía sus nidos en los picos inaccesibles de las Montañas Circundantes. Detrás de las Águilas, rápidas como un viento creciente, llegaban en largas hileras todos los vasallos de las montañas del Norte. Y desplomándose desde las altas regiones del aire, se lanzaron sobre los Nazgûl, y el batir de las grandes alas era como el rugido de un huracán.

Pero los Nazgûl, respondiendo a la súbita llamada de un grito terrible en la Torre Oscura, dieron media vuelta y huyeron, desvaneciéndose en las tinieblas de Mordor;»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 4: El campo de Cormallen).

 

(Gollum cae con el Anillo a los fuegos del Monte del Destino, por el artista italiano Lucio Parrillo)

«Y de pronto Sam vio que las largas manos de Gollum subían hasta la boca; los blancos colmillos relucieron y se cerraron con un golpe seco al morder. Frodo lanzó un grito, y apareció, de rodillas en el borde del abismo. Pero Gollum bailaba desenfrenado, y levantaba en alto el Anillo, con un dedo todavía ensartado en el aro. Y ahora brillaba como si en verdad lo hubiesen forjado en fuego vivo.

—¡Tesssoro, tesssoro, tesssoro! —gritaba Gollum—. ¡Mi tesssoro! ¡Oh mi Tesssoro! —Y entonces, mientras alzaba los ojos para deleitarse en el botín, dio un paso de más, se tambaleó un instante en el borde, y cayó, con un alarido. Desde los abismos llegó un último lamento ‘¡Tesssoro!’ y Gollum desapareció.

Hubo un rugido y una gran confusión de ruidos. Las llamas brincaron y lamieron el techo. Los golpes aumentaron y se convirtieron en un tumulto, y la Montaña tembló.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(La caída de Sauron, por el artista canadiense Ted Nasmith)

«—¡Deteneos, Hombres del Oeste! ¡Deteneos y esperad! Ha sonado la hora del destino.

Y aun mientras pronunciaba estas palabras, la tierra se estremeció bajo los pies de los hombres, una vasta oscuridad llameante invadió el cielo, y se elevó por encima de las Torres de la Puerta Negra, más alta que las montañas. Tembló y gimió la tierra. Las Torres de los Dientes se inclinaron, vacilaron un instante y se desmoronaron; en escombros se desplomó la poderosa muralla; la Puerta Negra saltó en ruinas, y desde muy lejos, ora apagado, ora creciente, trepando hasta las nubes, se oyó un tamborileo sordo y prolongado, un estruendo, los largos ecos de un redoble de destrucción y ruina.

—¡El reino de Sauron ha sucumbido! —dijo Gandalf—. El Portador del Anillo ha cumplido la Misión. —Y al volver la mirada hacia el sur, hacia el país de Mordor, los Capitanes creyeron ver, negra contra el palio de las nubes, una inmensa forma de sombra impenetrable, coronada de relámpagos, que invadía toda la bóveda del cielo; se desplegó gigantesca sobre el mundo, y tendió hacia ellos una gran mano amenazadora, terrible pero impotente: porque en el momento mismo en que empezaba a descender, un viento fuerte la arrastró y la disipó; y siguió un silencio profundo.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 4: El campo de Cormallen).

 

(Frodo y Sam contemplan la caida de Barad-dûr, por el artista ruso Denis Gordeev)

«Sam corrió hacia Frodo, lo levantó y lo llevó en brazos hasta la puerta. Y allí, en el oscuro umbral de los Sammath Naur, allá arriba, lejos, muy lejos de las llanuras de Mordor, quedó de pronto inmóvil de asombro y de terror, y olvidándose de todo miró en torno, como petrificado.

Tuvo una visión fugaz de nubes turbulentas, en medio de las cuales se erguían torres y murallas altas como colinas, levantadas sobre el poderoso trono de la montaña por encima de fosos insondables; vastos patios y mazmorras, y prisiones de muros ciegos y verticales como acantilados, y puertas entreabiertas de acero y adamante; y de pronto todo desapareció. Se desmoronaron las torres y se hundieron las montañas; los muros se resquebrajaron, derrumbándose en escombros; trepó el humo en espirales, y unos grandes chorros de vapor se encresparon, estrellándose como la cresta impetuosa de una ola, para volcarse en espuma sobre la tierra. Y entonces, por fin, llegó un rumor sordo y prolongado que creció y creció hasta transformarse en un estruendo y en un estrépito ensordecedor; tembló la tierra, la llanura se hinchó y se agrietó, y el Orodruin vaciló. Y por la cresta hendida vomitó ríos de fuego. Estriados de relámpagos, atronaron los cielos. Restallando como furiosos latigazos, cayó un torrente de lluvia negra. Y al corazón mismo de la tempestad, con un grito que traspasó todos los otros ruidos, desgarrando las nubes, llegaron los Nazgûl; y atrapados como dardos incandescentes en la vorágine de fuego de las montañas y los cielos, crepitaron, se consumieron, y desaparecieron.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Gwaihir, por el artista estadounidense Jake Murray)

«Entonces Gandalf, dejando la conducción de la batalla en manos de Aragorn y de los otros capitanes, llamó desde la colina; y la gran águila Gwaihir, el Señor de los Vientos, descendió y se posó a los pies del mago.

—Dos veces me has llevado ya en tus alas, Gwaihir, amigo mío —dijo Gandalf—. Ésta será la tercera y la última, si tú quieres. No seré una carga mucho más pesada que cuando me recogiste en Zirakzigil, donde ardió y se consumió mi vieja vida.

—A donde tú me pidieras te llevaría —respondió Gwaihir—, aunque fueses de piedra.

—Vamos, pues, y que tu hermano nos acompañe, junto con otro de tus vasallos más veloces. Es menester que volemos más raudos que todos los vientos, superando a las alas de los Nazgûl.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 4: El campo de Cormallen).

 

(Frodo y Sam en el Monte del Destino, por el artista británico Peter Xavier Price)

«—Y bien, éste es el fin, Sam Gamyi —dijo una voz junto a Sam. Y allí estaba Frodo, pálido y consumido, pero otra vez él, y ahora había paz en sus ojos: no más locura, ni lucha interior, ni miedos. Ya no llevaba la carga consigo. Era ahora el querido amo de los dulces días de la Comarca.

—¡Mi amo! —gritó Sam, y cayó de rodillas. En medio de todo aquel mundo en ruinas, por el momento sólo sentía júbilo, un gran júbilo. El fardo ya no existía. El amo se había salvado y era otra vez Frodo, el Frodo de siempre, y estaba libre. De pronto Sam reparó en la mano mutilada y sangrante.

—¡Oh, esa mano de usted! —exclamó—. Y no tengo nada con que aliviarla o vendarla. Con gusto le habría cedido a cambio una de las mías. Pero ahora se ha ido, se ha ido para siempre.

—Sí —dijo Frodo—. Pero ¿recuerdas las palabras de Gandalf ? ‘Hasta Gollum puede tener aún algo que hacer’. Si no hubiera sido por él, Sam, yo no habría podido destruir el Anillo. Y el amargo viaje habría sido en vano, justo al fin. ¡Entonces, perdonémoslo! Pues la Misión ha sido cumplida, y todo ha terminado. Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 3: El Monte del Destino).

 

(Faramir besa a Éowyn, por el artista ruso Denis Gordeev)

«Un temblor estremeció la tierra y los muros de la Ciudad trepidaron. Un sonido semejante a un suspiro se elevó desde los campos de alrededor, y de pronto los corazones les latieron de nuevo.

—Esto me recuerda a Númenor —dijo Faramir, y le asombró oírse hablar.

—¿Númenor? —repitió Éowyn.

—Sí —dijo Faramir—, el país del Oesternesse que se hundió en los abismos, y la enorme ola oscura que inundó todos los prados verdes y todas las colinas, y que avanzaba como una oscuridad inexorable. A menudo sueño con ella.

—¿Entonces creéis que ha llegado la Oscuridad? —dijo Éowyn—. ¿La Oscuridad Inexorable? —Y en un impulso repentino se acercó a él.

—No —dijo Faramir mirándola a la cara—. Fue una imagen que tuve. No sé qué está pasando. La razón y la mente me dicen que ha ocurrido una terrible catástrofe y que se aproxima el fin de los tiempos. Pero el corazón me dice lo contrario; y siento los miembros ligeros, y una esperanza y una alegría que la razón no puede negar. ¡Éowyn, Éowyn, Blanca Dama de Rohan!, no creo en esta hora que ninguna oscuridad dure mucho. —Y se inclinó y le besó la frente.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 5: El Senescal y el Rey).

 

(Frodo y Sam en el Monte del Destino, por el artista estadounidense Donato Giancola)

«—Sí, estoy con usted, mi amo —dijo Sam, con la mano herida de Frodo suavemente apretada contra el pecho—. Y usted está conmigo. Y el viaje ha terminado. Pero después de haber andado tanto, no quiero aún darme por vencido. No sería yo, si entiende lo que le quiero decir.

—Tal vez no, Sam —dijo Frodo—, pero así son las cosas en el mundo. La esperanza se desvanece. Se acerca el fin. Ahora sólo nos queda una corta espera. Estamos perdidos en medio de la ruina y de la destrucción, y no tenemos escapatoria.

—Bueno, mi amo, de todos modos podríamos alejarnos un poco de este lugar tan peligroso, de esta Grieta del Destino, si así se llama. ¿No le parece? Venga, señor Frodo, bajemos al menos al pie de este sendero.

—Está bien, Sam, si ése es tu deseo, yo te acompañaré —dijo Frodo; y se levantaron y lentamente bajaron la cuesta sinuosa; y cuando llegaban al vacilante pie de la Montaña, los Sammath Naur escupieron un chorro de vapor y humo y el flanco del cono se resquebrajó, y un vómito enorme e incandescente rodó en una cascada lenta y atronadora por la ladera oriental de la Montaña.

Frodo y Sam no pudieron seguir avanzando.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 4: El campo de Cormallen).

 

(Las Águilas llegan al Monte del Destino, por el artista estadounidense Michael Whelan)

«Y así fue como los vio desde lejos la mirada de largo alcance de Gwaihir, cuando llevada por el viento huracanado, y desafiando el peligro de los cielos, volaba en círculos altos: dos figuras diminutas y oscuras, desamparadas, de pie sobre una pequeña colina, y tomadas de la mano mientras alrededor el mundo agonizaba jadeando y estremeciéndose, y rodeadas por torrentes de fuego que se les acercaban. Y en el momento en que los descubrió y bajaba hacia ellos, los vio caer, exhaustos, o asfixiados por el calor y las exhalaciones, o vencidos al fin por la desesperación, tapándose los ojos para no ver llegar la muerte.

Yacían en el suelo, lado a lado; y Gwaihir descendió y se posó junto a ellos; y detrás de él llegaron Landroval y el veloz Meneldor; y como en un sueño, sin saber qué destino les había tocado, los viajeros fueron recogidos y llevados fuera, lejos de las tinieblas y los fuegos.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 4: El campo de Cormallen).

 

(Una de las Águilas llega a Minas Tirith y comunica la derrota de Sauron, por la artista alemana Anke Katrin Eißmann)

«Y la Sombra se desvaneció y el velo que cubría el sol desapareció, y se hizo la luz; y las aguas del Anduin brillaron como la plata, y en todas las casas de la Ciudad los hombres cantaban con una alegría cada vez mayor, aunque nadie sabía por qué.

Y antes que el sol se hubiera alejado mucho del cenit, una gran Águila llegó volando desde el este, portadora de nuevas inesperadas de los Señores del Oeste, gritando:

¡Cantad ahora, oh gente de la Torre de Anor,

porque el Reino de Sauron ha sucumbido para siempre,

y la Torre Oscura ha sido derruida!

¡Cantad y regocijaos, oh gente de la Torre de Guardia,

pues no habéis vigilado en vano,

y la Puerta Negra ha sido destruida,

y vuestro Rey ha entrado por ella

trayendo la victoria!

Cantad y alegraos, todos los hijos del Oeste,

porque vuestro Rey retornará,

y todos los días de vuestra vida

habitará entre vosotros.

Y el Árbol marchito volverá a florecer,

y él lo plantará en sitios elevados,

y bienaventurada será la Ciudad.

¡Cantad, oh todos!

Y la gente cantaba en todos los caminos de la Ciudad.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 5: El Senescal y el Rey).

 

Año 3021 de la Tercera Edad del Sol:

* Nace Elanor la Bella, la hija de Sam y Rosita.

* Empieza la Cuarta Edad según el Nuevo Cómputo de Gondor.

 

(Elanor Gamyi, por la artista canadiense Liliane Grenier)

«—Bueno, Sam —dijo Frodo— ¿qué tienen de malo las antiguas tradiciones? Elige un nombre de flor, como Rosa. La mitad de las niñas de la Comarca tienen nombres semejantes ¿y qué puede ser mejor?

—Supongo que tiene usted razón, señor Frodo —dijo Sam—. He escuchado algunos nombres hermosos en mis viajes, pero se me ocurre que son demasiado sonoros para usarlos de entrecasa, por así decir. El Tío dice: «Escoge uno corto, así no tendrás que acortarlo luego». Pero si ha de ser el nombre de una flor, entonces no me importa que sea largo: tiene que ser una flor hermosa, porque vea usted, señor Frodo, yo creo que es muy hermosa, y que va a ser mucho más hermosa todavía.

Frodo pensó un momento. —Y bien, Sam, ¿qué te parece elanor, la estrella-sol? ¿Recuerdas, la pequeña flor de oro que crecía en los prados de Lothlórien?

—¡También ahora tiene razón, señor Frodo! —dijo Sam, maravillado—. Eso es lo que yo quería.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 9: Los Puertos Grises).

 

Año 15 de la Cuarta Edad del Sol:

* Sam le habla a Elanor de la visita del Rey Elessar.

 

(Elanor, por la artista rusa Alexandra Semushina)

«—Bueno, ya que sabes tanto, será mejor que te enteres de todo —dijo Sam—. Pero aquí no hay conspiraciones. Si te la enseño, te unirás al bando de los adultos y tendrás que jugar limpio. Se lo contaré a los otros cuando yo lo decida. Va a venir el Rey.

—¿Aquí? —gritó Elanor—. ¿A Bolsón Cerrado?

—No, querida —repuso Sam—. Pero vuelve de nuevo al norte, algo que no ha hecho desde que tú eras una cosita pequeña. Pero ahora su casa está lista. No vendrá a la Comarca, ya que ha dado órdenes de que después de aquellos rufianes nadie de la Gente Grande entre en esta tierra, y él no quebrantará sus propias leyes. Pero cabalgará hasta el puente. Y ha enviado una invitación muy especial para cada uno de nosotros, con su propio nombre.

Sam se acercó a un cajón, lo abrió y sacó un pergamino del estuche. Estaba escrito a dos columnas con hermosas letras de plata sobre un fondo negro. Lo desenrolló y colocó una vela junto a él sobre el escritorio, para que Elanor pudiera verlo.»

(‘Historia de El Señor de los Anillos 4. El fin de la Tercera Edad‘. XI: El epílogo. La segunda versión del Epílogo).

 

(Sam y Rosita, por el artista italiano Francesco Amadio)

«—¡Veinticinco de marzo! —dijo—. Este mismo día, hace diecisiete años, querida esposa, creí que no volvería a verte jamás. Pero no perdí la esperanza.

—Yo nunca albergué ninguna, Sam —dijo ella—, no hasta aquel mismo día; y entonces, de pronto, me sentí esperanzada. Era el mediodía y estaba tan contenta que me puse a cantar. Y mi madre dijo: «¡Silencio, muchacha! Hay rufianes por los alrededores». Y yo le dije: «¡Que vengan! Su tiempo se acaba. Sam vuelve». Y volviste.

—Volví —dijo Sam—. Al lugar más amado del mundo. A mi Rosa y mi jardín.»

(‘Historia de El Señor de los Anillos 4. El fin de la Tercera Edad‘. XI: El epílogo. La segunda versión del Epílogo).

 

(*) Nota importante: Aunque el Calendario de la Comarca no coincide con el calendario Gregoriano (hay una diferencia de 10 u 11 días entre uno y otro dependiendo del día en el que se celebre el solsticio de verano), hemos decidido publicar los acontecimientos según su fecha original y no adaptar las fechas a nuestro calendario (de hacerlo, el 25 de marzo del Calendario de la Comarca sería nuestro 14 ó 15 de marzo). Nos parece lo más lógico no solo para evitar confusiones sino para mantener la coherencia con el hecho de celebrar el Día Internacional de Leer a Tolkien el 25 de marzo (fecha en la que se derrotó a Sauron) y el Día Hobbit el 22 de septiembre (fecha de los cumpleaños de Bilbo y Frodo).

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