¿Queréis saber qué eventos tuvieron lugar el 9 de marzo en la Tierra Media creada por J.R.R. Tolkien? ¡Lo podéis leer y descubrir a continuación!

Seguimos con nuestra sección ‘Hoy en la Tierra Media’ con una jornada en la que dos viajeros llegaron a la Torre de la Vigilancia donde comparecen ante el Señor de la ciudad y uno de ellos le ofreció sus servicios, en la que la comitiva de un rey llegó a un baluarte en el que se había reunido su ejército y en la que una compañía continuó su marcha. Para evitar cualquier tipo de malentendido nos gustaría aclarar que todas las fechas de esta sección se corresponden únicamente con el Calendario de la Comarca o con otros calendarios de la Tierra Media (como el Cómputo del Rey o el Cómputo de los Senescales) y no con el calendario gregoriano (ver nota), y que todas ellas proceden de diferentes libros y textos de J.R.R. Tolkien como ‘El Hobbit‘, ‘El Señor de los Anillos‘ (incluidos los Apéndices), los ‘Cuentos inconclusos‘ y los Manuscritos Marquette, y de otros libros de estudiosos tolkiendil como el ‘Atlas de la Tierra Media‘ de Karen Wynn Fonstad, ‘El Señor de los Anillos. Guía de lectura‘ de Wayne G. Hammond y Christina Scull, y ‘The History of The Hobbit‘ de John D. Rateliff.

Unos acontecimientos que acompañamos con citas de los libros del Profesor y con dibujos e ilustraciones de distintos artistas, aunque no siempre encontramos imágenes que representen los momentos que mencionamos o que reflejen fielmente lo escrito por Tolkien.

Esto fue lo que pasó en la Tierra Media el 9 de marzo, o el 9 de Rethe según el Calendario de la Comarca.

 

Año 3019 de la Tercera Edad del Sol:

* Poco antes del amanecer Gandalf y Pippin llegan a Minas Tirith y comparecen ante Denethor. Pippin le habla a Denethor de la muerte de Boromir, y le ofrece sus servicios.

* Gandalf asiste al consejo y le pide a Pippin que se asegure de que se trata bien a Sombragrís. Pippin conoce a Beregond, con el que pasa buena parte del día, y a su hijo Bergil.

* Pippin y Bergil observan la llegada de las compañías del sur de Gondor.

* Frodo, Sam y Gollum llegan al Camino de Morgul.

* La Compañía Gris llega a Calembel.

* Théoden, Éomer y Merry llegan a El Sagrario, donde se reúnen los Jinetes de Rohan.

* Hirgon le entrega la Flecha Roja a Théoden.

* Faramir abandona Henneth Annûn y pasa la noche en Cair Andros.

* La oscuridad comienza a extenderse alrededor de Mordor.

 

(Pinchad en las imágenes para verlas a mayor resolución)

(Gandalf y Pippin cabalgan hacia Minas Tirith, según el artista brasileño Ralph Damiani)

“Amanecía: la aurora fría estaba cerca otra vez, y los envolvía en unas neblinas heladas. Sombragríss humeaba de sudor, pero erguía la cabeza con arrogancia y no mostraba signos de fatiga. Pippin vio en torno una multitud de hombres de elevada estatura envueltos en mantos pesados, y en la niebla detrás de ellos se alzaba un muro de piedra. Parecía estar casi en ruinas, pero ya antes del final de la noche empezaron a oírse los ruidos de una actividad incesante: el golpe de los martillos, el chasquido de las trullas, el chirrido de las ruedas. Las antorchas y las llamas de las hogueras resplandecían débilmente en la bruma. Gandalf hablaba con los hombres que le interceptaban el paso, y Pippin comprendió entonces que él era el motivo de la discusión.

—Sí, es verdad, a ti te conocemos, Mithrandir —decía el jefe de los hombres—, y puesto que conoces el santo y seña de las Siete Puertas, eres libre de proseguir tu camino. Pero a tu compañero no lo hemos visto nunca. ¿Qué es? ¿Un enano de las montañas del Norte? No queremos extranjeros en el país en estos tiempos, a menos que se trate de hombres de armas vigorosos, en cuya lealtad y ayuda podamos confiar.

—Yo responderé por él ante Denethor —dijo Gandalf—, y en cuanto al valor, no lo has de medir por el tamaño. Ha presenciado más batallas y sobrevivido a más peligros que tú, Ingold, aunque le dobles en altura; ahora viene del ataque a Isengard, del que traemos buenas nuevas, y está extenuado por la fatiga, de lo contrario ya lo habría despertado. Se llama Peregrin y es un hombre muy valiente.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Gandalf cabalga hacia Minas Tirith, según el artista canadiense Ted Nasmith)

“Allí, en un espolón, estaba la Ciudad Guardada, con siete muros de piedra, tan antiguos y poderosos que más que obra de hombres parecían tallados por gigantes en la osamenta misma de la montaña.

Y entonces, ante los ojos maravillados de Pippin, el color de los muros cambió de un gris espectral al blanco, un blanco que la aurora arrebolaba apenas, y de improviso el sol trepó por encima de las sombras del este y un rayo bañó la cara de la Ciudad. Y Pippin dejó escapar un grito de asombro, pues la Torre de Ecthelion, que se alzaba en el interior del muro más alto, resplandecía contra el cielo, rutilante como una espiga de perlas y plata, esbelta y armoniosa, y el pináculo centelleaba como una joya de cristal tallado; unas banderas blancas aparecieron de pronto en las almenas y flamearon en la brisa matutina, y Pippin oyó, alto y lejano, un repique claro y vibrante como de trompetas de plata.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Los Muertos siguen a la Compañia Gris, según el artista canadiense Ted Nasmith)

“Pero cuando llegó la aurora, pálida y fría, Aragorn se levantó; y guió a la Compañía en el viaje más precipitado y fatigoso que ninguno de los hombres, salvo él mismo, había conocido jamás; y sólo la indomable voluntad de Aragorn los sostuvo e impidió que se detuvieran. Nadie entre los mortales hubiera podido soportarlo, nadie excepto los Dúnedain del Norte, y con ellos Gimli el Enano y Legolas de los Elfos.

Pasaron por la Garganta de Tarlang y desembocaron en Lamedon, seguidos por el Ejército de las Sombras y precedidos por el terror. Y cuando llegaron a Calembel, a orillas del Ciril, el sol descendió como sangre en el oeste, detrás de los picos lejanos del Pinnath Gelin. Encontraron la ciudad desierta y los vados abandonados, pues muchos de los habitantes habían partido a la guerra, y los demás habían huido a las colinas ante el rumor de la venida del Rey de los Muertos.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 2: El paso de la Compañía Gris).

 

(Gandalf llega a Minas Tirith, según el artsta estadounidense Jef Murray)

“Pippin contemplaba con asombro creciente la enorme ciudad de piedra, más vasta y más espléndida que todo cuanto hubiera podido soñar: más grande y más fuerte que Isengard, y mucho más hermosa. Sin embargo, la ciudad declinaba en verdad año tras año: ya faltaba la mitad de los hombres que hubieran podido vivir allí cómodamente. En todas las calles pasaban por delante de alguna mansión o palacio y en lo alto de las fachadas o portales había hermosas letras grabadas, de perfiles raros y antiguos: los nombres, supuso Pippin, de los nobles señores y familias que habían vivido allí en otros tiempos; pero ahora ellos callaban, no había rumor de pasos en los vastos recintos embaldosados, ni voces que resonaran en los salones, ni un rostro que se asomara a las puertas o a las ventanas vacías.

Salieron por fin de las sombras en la puerta séptima, y el mismo sol cálido que brillaba sobre el río, mientras Frodo se paseaba por los claros de Ithilien, iluminó los muros lisos y las columnas recias, y la cabeza majestuosa y coronada de un rey esculpida en la arcada.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Gandalf y Pippin en la Plaza del Manantial, según el artista español Joshua Cairós)

“Gandalf cruzó con paso rápido el patio pavimentado de blanco. Un manantial canturreaba al sol de la mañana, rodeado por una franja de hierba de un verde luminoso; pero en el centro, encorvado sobre la fuente, se alzaba un árbol muerto, y las gotas resbalaban melancólicamente por las ramas quebradas y estériles y caían de vuelta en agua clara.

Pippin le echó una mirada fugaz mientras correteaba en pos de Gandalf. Le pareció triste y se preguntó por qué habrían dejado un árbol muerto en aquel lugar donde todo lo demás estaba tan bien cuidado.

‘Siete estrellas y siete piedras y un árbol blanco.'”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Gandalf y Pippin se aproximan a Denethor, según el artista británico Peter Xavier Price)

“Mientras atravesaban una galería embaldosada, larga y desierta, Gandalf le hablaba a Pippin en voz muy baja: —Cuida tus palabras, Peregrin Tuk. No es momento de mostrar el desparpajo típico de los hobbits. Théoden es un anciano bondadoso. Denethor es de otra raza, orgulloso y perspicaz, más poderoso y de más alto linaje, aunque no lo llamen rey. Pero querrá sobre todo hablar contigo, y te hará muchas preguntas, ya que tú puedes darle noticias de su hijo Boromir. Lo amaba de veras: demasiado tal vez; y más aún porque era tan diferente… Pero con el pretexto de ese amor supondrá que le es más fácil enterarse por ti que por mí de lo que desea saber. No le digas una palabra más de lo necesario, y no toques el tema de la misión de Frodo. Yo me ocuparé de eso a su tiempo. Y tampoco menciones a Aragorn, a menos que te veas obligado.

—¿Por qué no? ¿Qué pasa con Trancos? —preguntó Pippin en voz baja—. Tenía la intención de venir aquí ¿no? De todos modos, no tardará en llegar.

—Quizá, quizá —dijo Gandalf—. Pero si viene, lo hará de una manera inesperada para todos, incluso para el propio Denethor. Será mejor así. En todo caso, no nos corresponde a nosotros anunciar su llegada.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Gandalf y Pippin ante Denethor, según el artista inglés Alan Lee)

“—Sombría es en verdad la hora —dijo el anciano—, y siempre vienes en momentos como éste, Mithrandir. Mas aunque todos los presagios anuncian la ruina próxima de Gondor, menos me afecta esta oscuridad que mi propia oscuridad. Me han dicho que traes contigo a alguien que ha visto morir a mi hijo. ¿Es él?

—Es él —dijo Gandalf—. Uno de los dos. El otro está con Théoden de Rohan, y es posible que también venga de un momento a otro. Son Medianos, como ves, mas no aquél de quien hablan los presagios.

—Un Mediano de todos modos —dijo Denethor con amargura—, y poco amor me inspira este nombre, desde que las palabras malditas vinieron a perturbar nuestros consejos y arrastraron a mi hijo a la loca aventura en que perdió la vida. ¡Mi Boromir! ¡Tanto que ahora necesitamos de ti! Faramir tenía que haber partido en lugar de él.

—Lo habría hecho —dijo Gandalf—. ¡No seas injusto en tu dolor! Boromir reclamó para sí la misión y no permitió que otro la cumpliese. Era un hombre autoritario que nunca daba el brazo a torcer. Viajé con él muy lejos y llegué a conocerlo. Pero hablas de su muerte. ¿Has tenido noticias antes que llegáramos?

—He recibido esto —dijo Denethor, y dejando a un lado el cetro levantó del regazo el objeto que había estado mirando. Tenía en cada mano una mitad de un cuerno grande, partido en dos: un cuerno de buey salvaje guarnecido de plata.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(La muerte de Boromir, según el artista griego Nick Deligaris)

“—Ah —dijo Denethor—. De modo que tú estabas allí. ¡Cuéntame más! ¿Por qué nadie acudió en vuestra ayuda? ¿Y cómo fue que tú te salvaste, y no él, poderoso como era, y sin más adversarios que unos cuantos orcos?

Pippin se sonrojó y olvidó sus temores. —El más poderoso de los hombres puede morir atravesado por una sola flecha —replicó—, y Boromir recibió más de una. Cuando lo vi por última vez estaba caído al pie de un árbol y se arrancaba del flanco un dardo empenachado de negro. Luego me desmayé y fui hecho prisionero. Nunca más lo vi, y esto es todo cuanto sé. Pero lo recuerdo con honor, pues era muy valiente. Murió por salvarnos, a mi primo Meriadoc y a mí, cuando nos asediaba en los bosques la soldadesca del Señor Oscuro; y aunque haya sucumbido y fracasado, mi gratitud no será menos grande.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Pippin ofrece sus servicios a Denethor, según Douglas Beekman)

“—Comprendo que un gran Señor de los Hombres juzgará de escaso valor los servicios de un hobbit, un Mediano de la Comarca Septentrional, pero así y todo, los ofrezco, en retribución de mi deuda. —Y abriendo de un tirón nervioso los pliegues de la capa, sacó del cinto la pequeña espada y la puso a los pies de Denethor.

Una sonrisa pálida, como un rayo de sol frío en un atardecer de invierno, pasó por el semblante del viejo, pero en seguida inclinó la cabeza y tendió la mano, soltando los fragmentos del cuerno. —¡Dame esa espada! —dijo.

Pippin levantó el arma y se la presentó por la empuñadura.

—¿De dónde proviene? —inquirió Denethor—. Muchos, muchos años han pasado por ella. ¿No habrá sido forjada por los de mi raza en el Norte, en un tiempo ya muy remoto?

—Viene de los túmulos que flanquean las fronteras de mi país —dijo Pippin—. Pero ahora sólo viven allí seres malignos, y no querría hablar de ellos.

—Veo que te has visto envuelto en historias extrañas —dijo Denethor—, y una vez más compruebo que las apariencias pueden ser engañosas, en un hombre… o en un Mediano. Acepto tus servicios. Porque advierto que no te dejas intimidar por las palabras; y te expresas en un lenguaje cortés, por extraño que pueda sonarnos a nosotros, aquí en el Sur. Y en los días por venir tendremos mucha necesidad de personas corteses, grandes o pequeñas. ¡Ahora préstame juramento de lealtad!”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Denethor, según el artista italiano Tiziano Baracchi)

“‘No es semejante a los otros hombres de esta época, Pippin, y cualquiera que sea su ascendencia, por un azar extraño la sangre de Oesternesse le corre casi pura por las venas; como por las de su otro hijo, Faramir, y no por las de Boromir, en cambio, que sin embargo era el predilecto. Sabe ver a la distancia, y es capaz de adivinar, si se empeña, mucho de lo que pasa por la mente de los hombres, aun de los que habitan muy lejos. Es difícil engañarlo, y peligroso intentarlo.

‘¡Recuérdalo! Pues ahora has prestado juramento de fidelidad a su servicio. No sé qué impulso o qué motivo te empujó, el corazón o la cabeza. Pero hiciste bien. No te lo impedí porque los actos generosos no han de ser reprimidos por fríos consejos. Tu actitud lo conmovió, y al mismo tiempo (permíteme que te lo diga) lo divirtió. Y por lo menos eres libre ahora de ir y venir a tu gusto por Minas Tirith… cuando no estés de servicio. Porque hay un reverso de la medalla: estás bajo sus órdenes, y él no lo olvidará. ¡Sé siempre cauteloso!

Calló un momento y suspiró.

—Bien, de nada vale especular sobre lo que traerá el mañana. Pero eso sí, ten la certeza de que por muchos días el mañana será peor que el hoy. Y yo nada más puedo hacer para impedirlo. El tablero está dispuesto, y ya las piezas están en movimiento. Una de ellas que con todas mis fuerzas deseo encontrar es Faramir, el actual heredero de Denethor.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Beregond, según la artista francesa Magali Villeneuve)

“—En la Comarca diríamos que son las nueve de la mañana —se dijo Pippin en voz alta—. La hora justa para un buen desayuno junto a la ventana abierta, al sol primaveral. ¡Cuánto me gustaría tomar un desayuno! ¿No desayunarán las gentes de este país, o ya habrá pasado la hora? ¿Y a qué hora cenarán, y dónde?

A poco andar, vio un hombre vestido de negro y blanco que venía del centro de la ciudadela, y avanzaba por la calle estrecha hacia él. Pippin se sentía solo y resolvió hablarle cuando él pasara, pero no fue necesario. El hombre se le acercó.

—¿Eres tú Peregrin el Mediano? —le preguntó—. He sabido que has prestado juramento de fidelidad al servicio del Señor y de la Ciudad. ¡Bienvenido! —Le tendió la mano, y Pippin se la estrechó.— Me llamo Beregond hijo de Baranor. No estoy de servicio esta mañana y me han mandado a enseñarte el santo y seña, y a explicarte algunas de las muchas cosas que sin duda querrás saber. A mí, por mi parte, también me gustaría saber algo de ti. Porque nunca hasta ahora hemos visto Medianos en este país, y aunque hemos oído algunos rumores, poco se habla de ellos en las historias y leyendas que conocemos. Además, eres un amigo de Mithrandir.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Pippin y Beregond visitan a Sombragrís, según la artista alemana Anke Katrin Eißmann)

“Pippin comprobó que Sombragrís estaba bien alojado y atendido. Pues en el séptimo círculo, fuera de los muros de la ciudadela, había unas caballerizas espléndidas donde guardaban algunos corceles veloces, junto a las habitaciones de los correos del Señor: mensajeros siempre prontos para partir a una orden urgente del rey o de los capitanes principales. Pero ahora todos los caballos y jinetes estaban ausentes, en tierras lejanas.

Sombragris relinchó cuando Pippin entró en el establo, y volvió la cabeza.

—¡Buen día! —le dijo Pippin—. Gandalf vendrá tan pronto como pueda. Ahora está ocupado, pero te manda saludos; y yo he venido a ver si todo anda bien para ti; y si descansas luego de tantos trabajos.

Sombragrís sacudió la cabeza y pateó el suelo. Pero permitió que Beregond le sostuviera la cabeza gentilmente y le acariciara los flancos poderosos.

—Se diría que está preparándose para una carrera, y no que acaba de llegar de un largo viaje —dijo Beregond—. ¡Qué fuerte y arrogante! ¿Dónde están los arneses? Tendrán que ser adornados y hermosos.

—Ninguno es bastante adornado y hermoso para él —dijo Pippin—. No los acepta. Si consiente en llevarte, te lleva, y si no, no hay bocado, brida, fuste o rienda que lo dome. ¡Adiós, Sombragrís! Ten paciencia. La batalla se aproxima.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Beregond y Pippin, según un artista estadounidense theintrovert)

“Obtuvieron pan, mantequilla, queso y manzanas: las últimas de la reserva del invierno, arrugadas pero sanas y dulces; y un odre de cerveza bien servido, y escudillas y tazones de madera. Pusieron las provisiones en una cesta de mimbre y volvieron a la luz del sol. Beregond llevó a Pippin al extremo oriental del gran espolón de la muralla, donde había una tronera, y un asiento de piedra bajo el antepecho. Desde allí podían contemplar la mañana que se extendía sobre el mundo.

Comieron y bebieron, hablando ya de Gondor y de sus usos y costumbres, ya de la Comarca y de los países extraños que Pippin había conocido. Y cuanto más hablaban más se asombraba Beregond, y observaba maravillado al hobbit, que sentado en el asiento balanceaba las piernas cortas, o se erguía de puntillas para mirar por encima del alféizar las tierras de abajo.

—No te ocultaré, Maese Peregrin —dijo Beregond— que para nosotros pareces casi uno de nuestros niños, un chiquillo de unas nueve primaveras; y sin embargo has sobrevivido a peligros y has visto maravillas; pocos de nuestros viejos podrían jactarse de haber conocido otro tanto. Creí que era un capricho de nuestro Señor, tomar un paje noble a la usanza de los reyes de los tiempos antiguos, según dicen. Pero veo que no es así, y tendrás que perdonar mi necedad.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Minas Tirith, según el artista canadiense Abe Papakhian)

“Era un camino ancho y bien empedrado; a lo largo de la orilla oriental corría una pista ancha y verde, flanqueada por un muro. Los jinetes galopaban de aquí para allá, pero unos carromatos que iban hacia el sur parecían ocupar toda la calle. Sin embargo, Pippin no tardó en descubrir que todo se movía en perfecto orden: los carromatos avanzaban en tres filas, una más rápida tirada por caballos, otra más lenta, de grandes carretas adornadas de gualdrapas multicolores, tirada por bueyes; y a lo largo de la orilla oriental, unos carros más pequeños, arrastrados por hombres

—Esa es la ruta que conduce a los valles de Tumladen y Lossarnach, y a las aldeas de las montañas, y llega hasta Lebennin —explicó Beregond—. Hacia allá se encaminan los últimos carromatos, llevando a los refugios a los ancianos, mujeres y niños. Es preciso que todos se encuentren a una legua de la Puerta y hayan despejado el camino antes del mediodía: ésa fue la orden. Es una triste necesidad. —Suspiró.— Pocos, quizá, de los que hoy se separan volverán a reunirse alguna vez. Nunca hubo muchos niños en esta ciudad; pero ahora no queda ninguno, excepto unos pocos que se negaron a marcharse y esperan que se les encomiende alguna tarea: mi hijo entre ellos.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Osgiliath, según el artista polaco Mariusz Gandzel)

“—¿Qué veo allí? —preguntó, señalando un punto en el centro de la curva del Anduin—. ¿Es otra ciudad, o qué?

—Fue una ciudad —respondió Beregond—, la capital del reino, cuando Minas Tirith no era más que una fortaleza. Lo que ves en las márgenes del Anduin son las ruinas de Osgiliath, tomada e incendiada por nuestros enemigos hace mucho tiempo. Sin embargo la reconquistamos, en la época en que Denethor aún era joven: no para vivir en ella sino para mantenerla como puesto de avanzada, y reconstruimos el puente para el paso de nuestras tropas. Pero entonces vinieron de Minas Morgul los Jinetes Crueles.

—¿Los Jinetes Negros? —dijo Pippin, abriendo mucho los ojos, ensombrecidos por la raparición de un viejo temor.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(La oscuridad se extiende desde Mordor, según el artista estadounidense Noah Bradley)

“—Algo sé —dijo Pippin en voz baja—, pero no quiero hablar ahora, tan cerca, tan cerca… —Calló de pronto, y al alzar los ojos por encima del Río le pareció que todo cuanto veía alrededor era una sombra vasta y amenazante; tal vez fueran sólo unas montañas, unos picos mellados en el horizonte, desdibujados por veinte leguas de aire neblinoso; o quizá un banco de nubes que ocultaba una oscuridad todavía más profunda. Pero mientras miraba tenía la impresión de que la oscuridad crecía y se cerraba, muy lentamente, lentamente elevándose hasta ensombrecer las regiones del sol.

—¿Tan cerca de Mordor? —dijo Beregond en un susurro—. Sí, está allí. Rara vez la nombramos, pero hemos vivido siempre con esa oscuridad a la vista; algunas veces parece más tenue y distante; otras más cercana y espesa. Ahora la vemos crecer y crecer, y así crecen también nuestros temores y nuestra desazón. Hace menos de un año los Jinetes Crueles volvieron a conquistar los pasos, y muchos de nuestros mejores hombres cayeron allí. Luego Boromir echó al enemigo más allá de esta orilla occidental, y aún conservamos la mitad de Osgiliath. Por poco tiempo. Ahora esperamos un nuevo ataque, quizá el más violento de la guerra que se avecina.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Soldados de Gondor en Minas Tirith, según el artista canadiense John Howe)

“‘No obstante, Maese Peregrin, tenemos este honor: nos toca siempre soportar los más duros embates del odio del Señor Oscuro, un odio que viene de los abismos del tiempo y de lo más profundo del Mar. Aquí es donde el martillo golpeará ahora con mayor fuerza. Y por eso Mithrandir tenía tanta prisa. Porque si caemos ¿quién quedará en pie? ¿Y tú, maese Peregrin, ves alguna esperanza de que podamos resistir?

Pippin no respondió. Miró los grandes muros, y las torres y los orgullosos estandartes, y el sol alto en el cielo, y luego la oscuridad que se acumulaba y crecía en el Este; y pensó en los largos dedos de aquella Sombra; en los orcos que invadían los bosques y las montañas, en la traición de Isengard, en los pájaros de mal agüero, y en los Jinetes Negros que cabalgaban por los senderos mismos de la Comarca… y en el terror alado, los Nazgûl. Se estremeció, y pareció que la esperanza se debilitaba. Y en ese preciso instante el sol vaciló y se oscureció un segundo, como si un ala tenebrosa hubiese pasado delante de él. Casi imperceptible, le pareció oír, alto y lejano, un grito en el cielo: débil pero sobrecogedor, cruel y frío. Pippin palideció y se acurrucó contra el muro.

—¿Qué fue eso? —preguntó Beregond—. ¿También tú oíste algo?

—Sí —murmuró Pippin—. Es la señal de nuestra caída y la sombra del destino, un Jinete Cruel del aire.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Bergil, según el artista italiano Stefano Baldo)

“—El mensaje, si no bueno, es menos malo de lo que supones —dijo Pippin—. Dice que si en lugar de ponerme cabeza abajo prefieres mostrarme la Ciudad, podrías acompañarme y aliviar mi soledad un rato. En compensación, yo podría contarte algunas historias de países remotos.

Bergil batió palmas y rió, aliviado. —¡Todo marcha bien, entonces! —gritó—. ¡Ven! Dentro de un momento íbamos hacia la Puerta, a mirar. Iremos ahora mismo.

—¿Qué pasa allí?

—Esperamos a los Capitanes de las Tierras Lejanas; se dice que llegarán antes del crepúsculo, por el Camino del Sur. Ven con nosotros, y verás.

Bergil mostró que era un buen camarada, la mejor compañía que había tenido Pippin desde que se separara de Merry, y pronto estuvieron parloteando y riendo alborozados, sin preocuparse por las miradas que la gente les echaba.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Forlong, según el artista checo Jan Pospíšil)

“—Ha llegado Forlong —respondió Bergil—, el viejo Forlong el Gordo, el Señor de Lossarnach. Allí es donde vive mi abuelo. ¡Hurra! Ya está aquí, mira. ¡El buen viejo Forlong!

A la cabeza de la comitiva avanzaba un caballo grande y de osamenta poderosa, y montado en él iba un hombre ancho de espaldas y enorme de contorno; aunque viejo y barbicano, vestía una cota de malla, usaba un yelmo negro, y llevaba una lanza larga y pesada. Tras él marchaba, orgullosa, una polvorienta caravana de hombres armados y ataviados, que empuñaban grandes hachas de combate; eran fieros de rostro, y más bajos y un poco más endrinos que todos los que Pippin había visto en Gondor.

—¡Forlong! —lo aclamaba la multitud—. ¡Corazón leal, amigo fiel! ¡Forlong! —Pero cuando los hombres de Lossarnach hubieron pasado, murmuraron:— ¡Tan pocos! ¿Cuántos serán, doscientos? Esperábamos diez veces más. Les habrán llegado noticias de los navios negros. Sólo han enviado un décimo de las fuerzas de Lossarnach. Pero aún lo pequeño es una ayuda.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Hirluin el Hermoso, según el artista checo Jan Pospíšil)

“Así fueron llegando las otras compañías, saludadas y aclamadas por la multitud, y cruzaron la Puerta, hombres de las Tierras Lejanas que venían a defender la Ciudad de Gondor en una hora sombría; pero siempre en número demasiado pequeño, siempre insuficientes para colmar las esperanzas o satisfacer las necesidades. Los hombres del Valle de Ringló detrás del hijo del Señor, Dervorin, marchaban a pie: trescientos. De las mesetas de Morthond, el ancho Valle de la Raíz Negra, el alto Duinhir, acompañado por sus hijos, Duilin y Derufin, y quinientos arqueros. Del Anfalas, de la lejana Playa Larga, una columna de hombres muy diversos, cazadores, pastores, y habitantes de pequeñas aldeas, mal equipados, excepto la escolta de Golasgil, el soberano. De Lamedon, unos pocos montañeses salvajes y sin capitán. Pescadores del Ethir, un centenar o más, reclutados en las embarcaciones. Hirluin el Hermoso, venido de las Colinas Verdes de Pinnath Galin con trescientos guerreros apuestos, vestidos de verde.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Ephel Dúath, según el artista polaco Mariusz Gandzel)

“Un valle profundo y lóbrego se extendía ante ellos. Del otro lado del valle el bosque reaparecía, azul y gris en la penumbra del anochecer, y avanzaba hacia el sur. A la derecha refulgían las Montañas de Gondor, lejos en el oeste, bajo un cielo salpicado de fuego. Y a la izquierda, la oscuridad: los elevados muros de Mordor; y de esa oscuridad nacía el valle largo, descendiendo abruptamente hacia el Anduin en una hondonada cada vez más ancha. En el fondo se apresuraba un torrente: Frodo oía esa voz pedregosa, que crecía en el silencio; y junto a la orilla más próxima un camino descendía serpenteando como una cinta pálida, para perderse entre las brumas grises y frías que ningún rayo del sol poniente llegaba a tocar. Allí Frodo creyó ver, muy distante, como flotando en un océano de sombras, las cúpulas altas e indistintas y los pináculos irregulares de unas torres antiguas, solitarias y sombrías.

Se volvió a Gollum. —¿Sabes dónde estamos? —le preguntó.

—Sí, amo. Parajes peligrosos. Éste es el camino que baja de la Torre de la Luna hasta la ciudad en ruinas por las orillas del Río. La ciudad en ruinas, sí, lugar muy horrible, plagado de enemigos. Hicimos mal en seguir el consejo de los Hombres. Los hobbits se han alejado mucho del camino. Ahora tenemos que ir hacia el este, por allá arriba. —Movió el brazo descarnado señalando las montañas envueltas en sombras.— Y no podemos ir por este camino. ¡Oh no! ¡Gente cruel viene por ahí desde la Torre!”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 7: Viaje a la Encrucijada).

 

(Príncipe Imrahil de Dol Amroth, según el artista canadiense Abe Papakhian)

“Y por último el más soberbio, Imrahil, Príncipe de Dol Amroth, pariente del Señor Denethor, con estandartes de oro y el emblema del Navio y el Cisne de Plata, y una escolta de caballeros con todos los arreos, montados en corceles grises; los seguían setecientos hombres de armas, altos como señores, de ojos acerados y cabellos oscuros, que marchaban cantando.

Y esto era todo, menos de tres mil en total. Y no vendrían otros. Los gritos y el ruido de los pasos y los cascos se extinguieron dentro de la Ciudad. Los espectadores callaron un momento. El polvo flotaba en el aire, pues el viento había cesado y la atmósfera del atardecer era pesada. Se acercaba ya la hora de cerrar las puertas, y el sol rojo había desaparecido detrás del Mindolluin. La sombra se extendió sobre la Ciudad.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 1: Minas Tirith).

 

(Théoden, según Ivan Cavini)

“Había una guardia en el vado. Cuando el rey se acercó muchos hombres emergieron de entre las sombras de las rocas; y al reconocerlo, gritaron con voces de júbilo: —¡Théoden Rey! ¡Théoden Rey! ¡Vuelve el Rey de la Marca!

Entonces uno de ellos sopló un cuerno: una larga llamada cuyos ecos resonaron en el valle. Otros cuernos le respondieron, y en la orilla opuesta del río aparecieron unas luces.

De improviso, desde gran altura, se elevó un gran coro de trompetas; sonaban, se hubiera dicho, en algún sitio hueco, como si las diferentes notas se unieran en una sola voz que vibraba y retumbaba contra las paredes de piedra.

Así el Rey de la Marca retornó victorioso del Oeste, y en El Sagrario, al pie de las Montañas Blancas, estaban acantonadas las fuerzas que quedaban de su pueblo; pues no bien se enteraron de la llegada del rey, los capitanes partieron a encontrarlo en el vado, llevándole mensajes de Gandalf. Dúnhere, jefe de las gentes del Valle Sagrado, iba a la cabeza.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El acantonamiento de Rohan).

 

(El Sagrario, según un artista alemán conocido como phazonshark)

“Una multitud ocupaba todos los espacios llanos. Algunos de los hombres se apiñaban a orillas del camino y aclamaban alborozados al rey y a los jinetes venidos del Oeste; pero más atrás, y extendiéndose a lo largo del valle, había hileras de tiendas de campaña y cobertizos, filas de caballos sujetos a estacas, grandes reservas de armas, y haces de lanzas erizadas como montes de árboles recién plantados. La gran asamblea desaparecía ya en la oscuridad, y sin embargo, aunque el viento de la noche soplaba helado desde las cumbres, no brillaba una sola linterna, no chisporroteaba ningún fuego. Los centinelas rondaban envueltos en pesados capotes.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El acantonamiento de Rohan).

 

(Hombre Púkel de El Sagrario, según el artista canadiense John Howe)

“El camino en que ahora se encontraba no se parecía a ninguno que hubiera visto antes: una obra magistral del ingenio del hombre en un tiempo que las canciones no recordaban. Subía y subía, ondulante y sinuoso como una serpiente, abriéndose paso a través de la roca escarpada.

Empinado como una escalera, trepaba en idas y venidas. Los caballos podían subir por él, y hasta arrastrar lentamente las carretas; pero ningún enemigo podía salirles al paso, a no ser por el aire, si estaba defendido desde arriba. En cada recodo del camino, se alzaban unas grandes piedras talladas, enormes figuras humanas de miembros pesados, sentadas en cuclillas con las piernas cruzadas, los brazos replegados sobre los vientres prominentes. Algunas, desgastadas por los años, habían perdido todas las facciones, excepto los agujeros sombríos de los ojos que aún miraban con tristeza a los viajeros. Los Jinetes no les prestaron ninguna atención. Los llamaban los hombres Púkel, y apenas se dignaron mirarlos: ya no eran ni poderosos ni terroríficos. Merry en cambio contemplaba con extrañeza y casi con piedad aquellas figuras que se alzaban melancólicamente en las sombras del crepúsculo.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El acantonamiento de Rohan).

 

(Éowyn, defensora de Rohan, según el artista estadounidense Donato Giancola)

“Cuando se acercaron, Merry vio que el jinete era una mujer de largos cabellos trenzados que resplandecían en el crepúsculo; sin embargo, llevaba un casco y estaba vestida hasta la cintura como un guerrero, y ceñía una espada.

—¡Salve, Señor de la Marca! —exclamó—. Mi corazón se regocija con vuestro retorno.

— ¿Y cómo estás tú, Éowyn? —dijo Théoden—. ¿Todo ha marchado bien?

—Todo bien —respondió ella. Pero a Merry le pareció que la voz desmentía las palabras, y hasta pensó que ella había estado llorando, si esto era posible en alguien de rostro tan austero—. Todo bien. Fue un viaje agotador para la gente, arrancada de improviso de sus hogares; hubo palabras duras, pues hacía tiempo que la guerra no nos obligaba a abandonar los campos verdes; pero no ocurrió nada malo. Y ahora, como veis, todo está en orden.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El acantonamiento de Rohan).

 

(Merry, según la artista polaca Anna Kulisz)

“Merry esperó de pie junto al asiento del rey, que parecía ensimismado; al fin el anciano se volvió a él y le sonrió.

—¡Vamos, Maese Meriadoc! —le dijo—. No vas a quedarte ahí de pie. Mientras yo esté en mis dominios, te sentarás a mi lado, y me aligerarás el corazón con tus cuentos.

Hicieron un sitio para el hobbit a la izquierda del rey, pero nadie le pidió que contase historias. Y en verdad hablaron poco, y la mayor parte del tiempo comieron y bebieron en silencio, pero al fin Merry se decidió e hizo la pregunta que lo atormentaba.

—Dos veces ya, Señor, he oído nombrar los Senderos de los Muertos. ¿Qué son? ¿Y a dónde ha ido Trancos, quiero decir, el Señor Aragorn?

El rey suspiró, pero la pregunta de Merry quedó sin respuesta hasta que por último Éomer dijo: —No lo sabemos, y un gran peso nos oprime el corazón. Sin embargo, en cuanto a los Senderos de los Muertos, tú mismo has recorrido los primeros tramos. ¡No, no pronuncio palabras de mal augurio! El camino por el que hemos subido es el que da acceso a la Puerta, allá lejos, en el Bosque Sombrío. Pero lo que hay del otro lado, ningún hombre lo sabe.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El acantonamiento de Rohan).

 

(Hirgon con la Flecha Roja, según el artista polaco Aleksander Karcz)

“Iba vestido a la usanza de los caballeros con una capa de color verde oscuro sobre una fina cota de malla; el yelmo que le cubría la cabeza tenía engastada en el frente una pequeña estrella de plata. Llevaba en la mano una sola flecha, empenachada de negro; la espiga era de acero, pero la punta estaba pintada de rojo. Se hincó a media rodilla y le presentó la flecha a Théoden.

—¡Salve, Señor de los Rohirrim, amigo de Gondor! —dijo—. Soy yo, Hirgon, mensajero de Denethor, quien os trae este símbolo de guerra. Un grave peligro se cierne sobre Gondor. Los Rohirrim nos han ayudado muchas veces, pero hoy el Señor Denethor necesita de todas vuestras fuerzas y toda vuestra diligencia, si es que se ha de evitar la pérdida de Góndor.

—¡La Flecha Roja! —dijo Théoden, sosteniendo la flecha en la mano, como alguien que recibiera con temor un aviso largamente esperado. La mano le temblaba—. ¡La Flecha Roja no se había visto en la Marca en todos mis años! ¡Es posible que las cosas hayan llegado a tal extremo?

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El acantonamiento de Rohan).

 

(Faramir, según el artista italiano Ivan Cavini)

“Anoche dormí en Cair Andros, la isla larga en el norte del Río, donde mantenemos una guarnición; y caballos en nuestra orilla. Cuando vi cerrarse la oscuridad, comprendí que la premura era necesaria, y entonces partí con otros tres hombres que disponían de caballos. El resto de mi compañía lo envié al sur, a reforzar la guarnición de los vados de Osgiliath.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del Rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(*) Nota importante: Aunque el Calendario de la Comarca no coincide con el calendario Gregoriano (hay una diferencia de 10 u 11 días entre uno y otro dependiendo del día en el que se celebre el solsticio de verano), hemos decidido publicar los acontecimientos según su fecha original y no adaptar las fechas a nuestro calendario (de hacerlo, el 25 de marzo del Calendario de la Comarca sería nuestro 14 ó 15 de marzo). Nos parece lo más lógico no solo para evitar confusiones sino para mantener la coherencia con el hecho de celebrar el Día Internacional de Leer a Tolkien el 25 de marzo (fecha en la que se derrotó a Sauron) y el Día Hobbit el 22 de septiembre (fecha de los cumpleaños de Bilbo y Frodo).

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