¿Queréis saber qué aconteció el 13 de marzo en la Tierra Media de J.R.R. Tolkien? ¡Podéis descubrirlo a continuación!

Seguimos con nuestra sección ‘Hoy en la Tierra Media’ con una jornada en la que dos viajeros lograron escapar de un antro nauseabundo, aunque uno de ellos fue atacado por una abominable criatura y capturado por una patrulla de orcos, en la que se libraron dos importantes batallas de la Guerra del Anillo, en la que un ejército acampó en un antiguo bosque y en la que comenzó el sitio de una gran ciudad.

Queremos dejar claro que todas las fechas de esta sección se corresponden únicamente con el Calendario de la Comarca o con otros calendarios de la Tierra Media (como el Cómputo del Rey o el Cómputo de los Senescales) y no con el calendario gregoriano (ver nota), y que todas ellas proceden de ‘El Hobbit‘, ‘El Señor de los Anillos‘ (incluidos los Apéndices), los ‘Cuentos inconclusos‘ y los Manuscritos Marquette de J.R.R. Tolkien, y de otros libros de estudiosos tolkiendil como el ‘Atlas de la Tierra Media‘ de Karen Wynn Fonstad, ‘El Señor de los Anillos. Guía de lectura‘ de Wayne G. Hammond y Christina Scull, y ‘The History of The Hobbit‘ de John D. Rateliff.

Unos acontecimientos que nos gusta acompañar con citas y extractos de los libros del Profesor y con ilustraciones de diferentes artistas, aunque no en todos los casos encontramos imágenes que representen de forma fidedigna la obra de Tolkien.

Esto fue lo que pasó en la Tierra Media el 13 de marzo, o el 13 de Rethe según el Calendario de la Comarca.
 

Año 3019 de la Tercera Edad del Sol:

* Frodo y Sam consiguen escapar del Antro de Ella-Laraña. Frodo es herido por Ella-Laraña. Sam es atacado por Gollum, y tras deshacerse de él, se enfrenta a Ella-Laraña, la hiere y la hace retroceder.

* Sam, dando por muerto a Frodo, coge el Anillo y se interna en Mordor. Sam se pone el Anillo para ocultarse de los orcos. Frodo es capturado por los orcos. Sam los sigue hasta la Torre de Cirith Ungol.

* Batalla de los Fuertes de la Calzada. El ejército de Morgul barre a los defensores del Rammas Echor e invade el Pelennor. Faramir, herido durante la retirada, es rescatado por el Príncipe Imrahil.

* Denethor mira en la palantír.

* Minas Tirith es sitiada.

* Batalla de Pelargir. La Compañía Gris y los Muertos llegan hasta Pelargir y derrotan a los Corsarios de Umbar y a los Haradrim. La flota de los Corsarios es capturada.

* Los Rohirrim llegan al Bosque de Drúadan.

(Pinchad en las imágenes para verlas a mayor resolución)

(Frodo y Sam en el Antro de Ella-Laraña, por Dagmar Jung)

«—¡Atrapados justo al final! —dijo Sam con amargura. Y otra vez, por encima del cansancio y la desesperación, lo dominó la cólera—. ¡Moscardones atrapados en una telaraña! ¡Que la maldición de Faramir caiga sobre Gollum, y cuanto antes!

—Nada ganaríamos con eso ahora —dijo Frodo—. ¡Bien! Veamos qué puede hacer Dardo. Es una hoja élfica. También en las hondonadas oscuras de Beleriand donde fue forjada había telarañas horripilantes. Pero tú tendrás que estar alerta y mantener los ojos a raya. Ven, toma el cristal de estrella. No tengas miedo. ¡Levántalo y vigila!

Frodo se aproximó entonces a la gran red gris, y lanzándole una violenta estocada, corrió rápidamente a filo a través de un apretado nudo de cuerdas, mientras saltaba de prisa hacia atrás. La hoja de reflejos azules cortó el nudo como una hoz que segara unas hierbas, y las cuerdas saltaron, se enroscaron, y colgaron flojamente, en el aire. Ahora había una gran rajadura en la telaraña.

Golpe tras golpe, toda la telaraña al alcance del brazo de Frodo quedó al fin despedazada, y el borde superior flotó y onduló como un velo a merced del viento. La trampa estaba abierta.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 9: El Antro de Ella-Laraña).

 

(Ella-Laraña a punto de atacar a Frodo, por el artista canadiense John Howe)

«En cuanto el cuerpo fofo y las patas replegadas pasaron estrujándose por la abertura superior de la guarida, Ella-Laraña avanzó con una rapidez espantosa, ya corriendo sobre las patas crujientes, ya dando algún salto repentino. Estaba entre Sam y su amo. O no vio a Sam, o prefirió evitarlo momentáneamente por ser el portador de la luz, lo cierto es que dedicó toda su atención a una sola presa, Frodo, que privado de la Redoma e ignorando aún el peligro que lo amenazaba, corría sendero arriba. Pero Ella-Laraña era más veloz: unos saltos más y le daría alcance.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 9: El Antro de Ella-Laraña).

 

(Denethor, por el artista español Joshua Cairós)

«—¿Ha vuelto Faramir? —preguntó.

—No —dijo Gandalf—. Pero estaba todavía con vida cuando lo dejé. Sin embargo parecía decidido a quedarse con la retaguardia, pues teme que un repliegue a través del Pelennor pueda terminar en una fuga precipitada. Tal vez consiga mantener unidos a sus hombres el tiempo suficiente, aunque lo dudo. El enemigo es demasiado poderoso. Pues ha venido uno que yo temía.

—¿No… no el Señor Oscuro? —gritó Pippin aterrorizado, olvidando con quien estaba.

Denethor rió amargamente.

—No, todavía no. ¡Maese Peregrin! No vendrá sino a triunfar sobre mí, cuando todo esté perdido. Él utiliza otras armas. Es lo que hacen todos los grandes señores, si son sabios, señor Mediano. ¿O por qué crees que permanezco aquí en mi torre, meditando, observando y esperando, y hasta sacrificando a mis hijos? Porque todavía soy capaz de esgrimir un arma.

Se levantó y se abrió bruscamente el largo manto negro, y he aquí que debajo llevaba una cota de malla y ceñía una espada larga de gran empuñadura en una vaina de plata y azabache.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Gollum ataca a Sam en Cirith Ungol, por Nicholas Gregory)

«Sam jadeó, y juntando todo el aire que le quedaba en los pulmones alcanzó a gritar: —¡Cuidado atrás! ¡Cuidado, mi amo! Yo estoy… —pero algo le ahogó el grito en la garganta.

Una mano larga y viscosa le tapó la boca y otra le atenazó el cuello, en tanto algo se le enroscaba alrededor de la pierna. Tomado por sorpresa, cayó hacia atrás en los brazos del agresor.

—¡Lo hemos atrapado! —siseó la voz de Gollum al oído de Sam—. Por fin, mi tesoro, por fin lo hemos atrapado, sí, al hobbit perverso. Nos quedamos con éste. Que Ella se quede con el otro. Oh sí, Ella-Laraña lo tendrá, no Sméagol: él prometió; él no le hará ningún daño al amo. Pero te tiene a ti, pequeño fisgón inmundo y perverso. —Le escupió a Sam en el cuello.

La furia desencadenada por la traición, y la desesperación de verse retenido en un momento en que Frodo corría un peligro mortal, dotaron a Sam de improviso de una energía y una violencia que Gollum jamás habría sospechado en aquel hobbit a quien consideraba torpe y estúpido. Ni el propio Gollum hubiera sido capaz de retorcerse y debatirse con tanta celeridad y fiereza. La mano se le escurrió de la boca, y Sam se agachó y se lanzó hacia adelante, tratando de zafarse de la garra que le apretaba la garganta. Aún conservaba la espada en la mano, y en el brazo izquierdo, colgado de la correa, el bastón de Faramir.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 9: El Antro de Ella-Laraña).

 

Sam se enfrenta a Ella-Laraña, por Danny Staten

(Sam se enfrenta a Ella-Laraña, por el artista estadounidense Danny Staten)

«Frodo yacía de cara al cielo, y Ella-Laraña se inclinaba sobre él, tan dedicada a su víctima que no advirtió la presencia de Sam ni lo oyó gritar hasta que lo tuvo a pocos pasos. Sam, llegando a todo correr, vio a Frodo atado con cuerdas que lo envolvían desde los hombros hasta los tobillos; y ya el monstruo, a medias levantándolo con las grandes patas delanteras, a medias a la rastra, se lo estaba llevando.

Junto a Frodo en el suelo, inútil desde que se le cayera de la mano, centelleaba la espada élfica. Sam no perdió tiempo en preguntarse qué convenía hacer, o si lo que sentía era coraje, o lealtad, o furia. Se abalanzó con un grito y recogió con la mano izquierda la espada de Frodo. Luego atacó. Jamás se vio ataque más feroz en el mundo salvaje de las bestias, como si una alimaña pequeña y desesperada, armada tan sólo de dientes diminutos, se lanzara contra una torre de cuerno y cuero, inclinada sobre el companero caído.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(El Rey Brujo de Angmar, por el artista croata Stjepan Šejić)

«—Sin embargo ahora, el Señor de Barad-dûr, el más feroz de los capitanes enemigos, se ha apoderado ya de los muros exteriores —dijo Gandalf—. Soberano de Angmar en tiempos pasados, Hechicero, Espectro, Servidor del Anillo, Señor de los Nazgûl, lanza de terror en la mano de Sauron, sombra de desesperación.

—Entonces, Mithrandir, tuviste un enemigo digno de ti —dijo Denethor—. En cuanto a mí, he sabido desde hace tiempo quién es el gran capitán de los ejércitos de la Torre Oscura. ¿Has regresado sólo para decirme eso? ¿No será acaso que te retiraste al tropezar con alguien más poderoso que tú?

Pippin tembló, temiendo que en Gandalf se encendiese una cólera súbita; pero el temor era infundado.

—Tal vez —respondió Gandalf serenamente—. Pero aún no ha llegado el momento de poner a prueba nuestras fuerzas. Y si las palabras pronunciadas en los días antiguos dicen la verdad, no será la mano de ningún hombre la que habrá de abatirlo, y el destino que le aguarda es aún ignorado por los Sabios. Como quiera que sea, el Capitán de la Desesperación no se apresura todavía a adelantarse. Conduce en verdad a sus esclavos de acuerdo con las normas de la prudencia que tú mismo acabas de enunciar, desde la retaguardia, enviándolos delante de él en una acometida de locos.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Sam hiere a Ella-Laraña, por David Agundo)

«La hoja le abrió una incisión horrible, mas no había fuerza humana capaz de atravesar aquellos pliegues y repliegues monstruosos, ni aun con un acero forjado por los Elfos o por los Enanos, o empuñado por Beren o Túrin. Se encogió al sentir el golpe, pero en seguida levantó el gran saco del vientre muy por encima de la cabeza de Sam. El veneno brotó espumoso y burbujeante de la herida. Luego, abriendo las patas, dejó caer otra vez la mole enorme sobre Sam. Demasiado pronto. Pues Sam estaba aún en pie, y soltando la espada tomó con ambas manos la hoja élfica, y apuntándola al aire paró el descenso de aquel techo horrible; y así Ella-Laraña, con todo el poder de su propia y cruel voluntad, con una fuerza superior a la del puño del mejor guerrero, se precipitó sobre la punta implacable. Más y más profundamente penetraba cada vez aquella punta, mientras Sam era aplastado poco a poco contra el suelo.

Jamás Ella-Laraña había conocido ni había soñado conocer un dolor semejante en toda su larga vida de maldades. Ni el más valiente de los soldados de la antigua Gondor, ni el más salvaje de los orcos atrapado en la tela, había resistido de ese modo, y nadie, jamás, le había traspasado con el acero la carne bienamada. Se estremeció de arriba abajo.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

Sam hace retroceder a Ella-Laraña, por Ted Nasmith

(Sam hace retroceder a Ella-Laraña, por el artista canadiense Ted Nasmith)

«Y de pronto, como por encanto, la lengua se le aflojó, e invocó en un idioma para él desconocido:

A Elbereth Gilthoniel

o menel palan-díriel,

le nallon sí di’nguruthos!

A tiro nin, Fanuilos!

Y al instante se levantó, tambaleándose, y fue otra vez el hobbit Samsagaz, hijo de Hamfast.

—¡A ver, acércate bestia inmunda! —gritó—. Has herido a mi amo y me las pagarás. Seguiremos adelante, te lo aseguro, pero primero arreglaremos cuentas contigo. ¡Acércate y prueba otra vez!

Como si el espíritu indomable de Sam hubiese reforzado la potencia del cristal, el frasco de Galadriel brilló de pronto como una antorcha incandescente. Centelleó, y pareció que una estrella cayera del firmamento rasgando el aire tenebroso con una luz deslumbradora. Jamás un terror como este que venía de los cielos había ardido con tanta fuerza delante de Ella-Laraña. Los rayos le entraron en la cabeza herida y la terrible infección de luz se extendió de ojo a ojo. La bestia cayó hacia atrás agitando en el aire las patas delanteras, enceguecida por los relámpagos internos, la mente en agonía. Luego volvió la cabeza mutilada, rodó a un costado, y adelantando primero una garra y luego otra, se arrastró hacia la abertura del acantilado sombrío.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(Las decisiones de Maese Samsagaz, por la artista noruega Irene Langholm)

«—¡Mi amo, mi querido amo! —gritó. Pero Frodo no habló. Mientras corría hacia adelante en plena exaltación, feliz al verse en libertad, Ella-Laraña lo había perseguido con una celeridad aterradora y de un solo golpe le había clavado en el cuello el pico venenoso. Ahora Frodo yacía pálido, inmóvil, insensible a cualquier voz.

‘¡Mi amo, mi querido amo! —repitió Sam, y esperó durante un largo silencio, escuchando en vano.

Luego, lo más rápido que pudo, cortó las cuerdas y apoyó la cabeza en el pecho y en la boca de Frodo pero no descubrió ningún signo de vida, ni el más leve latido del corazón. Le frotó varias veces las manos y los pies y le tocó la frente, pero todo estaba frío.

—¡Frodo, señor Frodo! —exclamó—. ¡No me deje aquí solo! Es su Sam quien lo llama. No se vaya a donde yo no pueda seguirlo. ¡Despierte, señor Frodo! ¡Oh, por favor, despierte, Frodo! ¡Despierte, Frodo, pobre de mí, pobre de mí! ¡Despierte!»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(Asalto de orcos, por el artista polaco Darek Zabrocki)

«Pasaba el tiempo. Los vigías apostados en los muros vieron al fin la retirada de las compañías exteriores. Al principio iban llegando en grupos pequeños y dispersos: hombres extenuados y a menudo heridos que marchaban en desorden; algunos corrían, como escapando a una persecución. A lo lejos, en el este, vacilaban unos fuegos distantes, que ahora parecían extenderse a través de la llanura. Ardían casas y graneros. De pronto, desde muchos puntos, empezaron a correr unos arroyos de llamas rojas que serpeaban en la sombra, y todos iban hacia la línea del camino ancho que llevaba desde la Puerta de la Ciudad hasta Osgiliath.

—El enemigo —murmuraron los hombres—. El dique ha cedido. ¡Allí vienen, como un torrente por las brechas! Y traen antorchas. ¿Dónde están los nuestros?

Según la hora, la noche se acercaba, y la luz era tan mortecina que ni aun los hombres de buena vista de la Ciudadela llegaban a distinguir lo que acontecía en los campos, excepto los incendios que se multiplicaban, y los ríos de fuego que crecían en longitud y rapidez.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Las decisiones de Maese Samsagaz, por el artista italiano Francesco Amadio)

«Pues bien, tengo que decidirlo, y lo decidiré. Aunque estoy seguro de equivocarme: qué otra cosa puede hacer Sam Gamyi.

‘A ver, reflexionemos un poco: si nos encuentran aquí, o si encuentran al señor Frodo, y con esa cosa encima, bueno, el Enemigo se apoderará de él. Y será el fin de todos nosotros, de Lórien y de Rivendel, y de la Comarca y todo lo demás. Y no hay tiempo que perder, pues entonces será el fin, de todas maneras. La guerra ha comenzado, y es muy probable que todo vaya ahora a favor del Enemigo. Imposible regresar con la cosa en busca de permiso o consejo. No, se trata de quedarse aquí hasta que ellos vengan y me maten sobre el cuerpo de mi amo, y se apoderen de la cosa, o de tomarla y partir. —Respiró profundamente.— ¡Tomémosla, entonces!»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(Legolas en Pelargir, por la artista finesa Sefie Rosenlund)

«—Verdes son esos prados en las canciones de mi pueblo; pero entonces estaban oscuros: un piélago gris en la oscuridad que se extendía ante nosotros. Y a través de la vasta pradera, pisoteando a ciegas las hierbas y las flores, perseguimos a nuestros enemigos durante un día y una noche, hasta llegar como amargo final al Río Grande.

‘Pensé entonces en mi corazón que nos estábamos acercando al Mar; pues las aguas parecían anchas en la sombra, y en las riberas gritaban muchas aves marinas. ¡Ay de mí! ¡Por qué habré escuchado el lamento de las gaviotas! ¿No me dijo la Dama que tuviera cuidado? Y ahora no las puedo olvidar.

—Yo en cambio no les presté atención —dijo Gimli—; pues en ese mismo momento comenzó por fin la batalla. Allí, en Pelargir se encontraba la flota principal de Umbar, cincuenta navios de gran envergadura y una infinidad de embarcaciones más pequeñas.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 9: La última deliberación).

 

(Sam entra solo en Mordor, por el artista canadiense Ted Nasmith)

«No tuvo mucho que caminar. La boca del túnel se abría atrás, no lejos de allí; pero adelante, a unas doscientas yardas o quizá menos, corría el Desfiladero. El sendero era visible en la penumbra del crepúsculo, un surco profundo excavado a lo largo de los siglos, que ascendía en una garganta larga flanqueada por paredes rocosas. La garganta se estrechaba rápidamente. Pronto Sam llegó a un tramo de escalones anchos y bajos. Ahora la torre de los orcos se erguía justo encima, negra y hostil, y en ella brillaba el ojo incandescente. Las sombras de la base ocultaban al hobbit. Llegó a lo alto de la escalera y se encontró por fin en el Desfiladero.

—Lo he decidido —se repetía a menudo. Pero no era verdad. Pese a que lo había pensado muchas veces, lo que estaba haciendo era del todo contrario a su naturaleza—. ¿Me habré equivocado? —murmuró—. ¿Qué hubiera tenido que hacer?»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(Batalla de Pelargir, por el artista estadounidense Darrell K. Sweet)

«‘Pero Aragorn se detuvo, y gritó con voz tonante: «¡Venid ahora! ¡Os llamo en nombre de la Piedra Negra!» Y súbitamente, el Ejército de las Sombras, que había permanecido en la retaguardia, se precipitó como una marea gris, arrasando todo cuanto encontraba a su paso. Oí gritos y cuernos apagados, y un murmullo como de voces innumerables muy distantes; como si escuchara los ecos de alguna olvidada batalla de los Años Oscuros, en otros tiempos. Pálidas eran las espadas que allí desenvainaban; pero ignoro si las hojas morderían aún, pues los Muertos no necesitaban más armas que el miedo. Nadie se les resistía.

‘Trepaban a todas las naves que estaban en los diques, y pasaban por encima de las aguas a las que se encontraban ancladas; y los marineros enloquecidos de terror se arrojaban por la borda, excepto los esclavos, que estaban encadenados a los remos. Y nosotros cabalgábamos implacables entre los enemigos en fuga, arrastrándolos como hojas caídas, hasta que llegamos a la orilla. Entonces, a cada uno de los grandes navios que aún quedaban en los muelles, Aragorn envió a uno de los Dúnedain, para que reconfortaran a los cautivos que se encontraban a bordo, y los instaran a olvidar el miedo y a recobrar la libertad.

‘Antes que terminara aquel día oscuro no quedaba ningún enemigo capaz de resistirnos: los que no habían perecido ahogados, huían precipitadamente rumbo al sur con la esperanza de regresar a sus tierras.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 9: La última deliberación).

(El Anillo Único, por el artista británico Mike Nash)

«Sam esperó inmóvil, como petrificado. Voces de orcos. Adelante y atrás de él. Un fuerte ruido de pisadas y voces roncas: los orcos subían al Desfiladero desde el otro lado, tal vez desde alguna de las puertas de la torre. Pasos precipitados y gritos detrás. Dio media vuelta y vio unas lucecitas rojas, antorchas que parpadeaban a lo lejos a la salida del túnel. La cacería había comenzado al fin. El ojo de la torre no era ciego. Y Sam estaba atrapado.

La temblorosa luz de las antorchas y el retintín de los aceros se iban acercando. Un momento más, y llegarían a la cima, y caerían sobre él. Había perdido un tiempo precioso en decidirse, y ahora todo era inútil. ¿Cómo huir, cómo salvarse, cómo salvar el Anillo? El Anillo. No fue ni un pensamiento ni una decisión: de pronto se dio cuenta de que se había sacado la cadena y de que tenía el Anillo en la mano. La vanguardia de la horda de orcos apareció en el Desfiladero, justo delante de él. Entonces se puso el Anillo en el dedo.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(Shagrat, por el artista canadiense John Howe)

«Entonces una voz gritó: —¡De prisa ahora! ¡Por el camino más corto a la Puerta de Abajo! Parece que Ella no nos molestará esta noche. —La pandilla de sombras se puso en marcha. En el centro, cuatro de ellos cargaban un cuerpo sobre los hombros.— ¡Ya hoi!

Se habían marchado y se llevaban el cuerpo de Frodo. Sam nunca podría alcanzarlos. Sin embargo, no se dio por vencido. Los orcos ya estaban entrando en el túnel. Los que llevaban el cuerpo pasaron primero, los otros los siguieron, a codazos y empujones. Sam avanzó algunos pasos. Desenvainó la espada, un centelleo azul en la mano trémula, pero nadie lo vio. Avanzaba aún, sin aliento, cuando el ultimo orco desapareció en el agujero oscuro.

Sam se detuvo un instante, jadeando, apretándose el pecho. Luego se pasó la manga por la cara, y se enjugó la suciedad, y el sudor, y las lágrimas. —¡Basura maldita! —exclamó, y saltó tras ellos hundiéndose en la sombra.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(Gorbag y Shagrat, por el artista inglés Alan Lee)

«—Sí —dijo Gorbag—. Pero no contemos con eso. Yo no estoy nada tranquilo. Como te decía, los Grandes Patrones, sí —y la voz descendió hasta convertirse casi en un susurro—, sí, hasta el Más Grande, pueden cometer errores. Algo estuvo a punto de escabullirse, dijiste. Y yo te digo: algo se escabulló. Y tenemos que estar alertas. A los pobres Uruks siempre les toca remediar entuertos, y sin ninguna recompensa. Pero no lo olvides: a nosotros los enemigos no nos quieren más que a Él, y si Él cae, también nosotros estaremos perdidos. Pero dime una cosa: ¿cuándo te dieron a ti la orden de salir?

—Hace alrededor de una hora, justo antes de que tú nos vieras. Llegó un mensaje: ‘Nazgûl inquieto. Se temen espías en Escaleras. Redoblen la vigilancia. Patrullen arriba en Escaleras’. Y vine en seguida.

—Fea historia —dijo Gorbag—. Escucha… nuestros Centinelas Silenciosos estaban inquietos desde hacía más de dos días, eso lo sé. Pero mi patrulla no recibió orden de salir hasta el día siguiente, y no se envió a Lugbúrz ningún mensaje: a causa de la Gran Señal y la partida para la guerra del Alto Nazgûl, y todas esas cosas. Y luego no pudieron conseguir que Lugbúrz los atendiera en seguida, según me han dicho.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(La carga liderada por Imrahil, por el artista inglés Alan Lee)

«La retirada se convirtió en una fuga. Ya unos hombres rompían filas, huyendo aquí y allá, arrojando las armas, gritando de terror, rodando por el suelo.

Una trompeta sonó entonces en la Ciudadela, y Denethor dio por fin la orden de salida. Cobijados a la sombra de la Puerta y bajo los muros elevados los hombres habían estado esperando esa señal: todos los jinetes que quedaban en la Ciudad. Ahora avanzaron en orden, y en seguida apresuraron el paso, y en medio de un gran clamor corrieron al galope hacia el enemigo. Y un grito se elevó en respuesta desde los muros, pues en el campo de batalla y a la vanguardia galopaban los caballeros del cisne de Dol Amroth, con el Príncipe Imrahil a la cabeza, seguido de su estandarte azul.

—¡Amroth por Gondor! —gritaban los hombres—. ¡Amroth por Faramir!

Como un trueno cayeron sobre el enemigo, atacándolo por los flancos; pero un jinete se adelantó a todos, rápido como el viento entre la hierba: iba montado en Sombragris, y resplandecía: una vez más sin velos, y de la mano alzada le brotaba una luz.

Los Nazgûl chillaron y se alejaron rápidamente, pues no estaba todavía allí el Capitán, para desafiar el fuego blanco de este enemigo. Tomadas por sorpresa mientras corrían, las hordas de Morgul se desbandaron, dispersándose como chispas al viento. La columna que se batía en retirada dio media vuelta y se lanzó gritando contra el enemigo. Los perseguidos eran ahora perseguidores. La retirada era ahora un ataque.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Gorbag, por el artista canadiense John Howe)

«A esta altura de la charla, Sam se puso a escuchar con más atención, el oído pegado a la piedra.

—¿Quién cortó las cuerdas con que ella lo había atado, Shagrat? El mismo que cortó la telaraña. ¿No se te había ocurrido? ¿Y quién le clavó el clavo a la Señora? El mismo, supongo. ¿Y ahora dónde está? ¿Dónde está, Shagrat?

Shagrat no respondió.

—Te convendría usar la cabeza de vez en cuando, si la tienes. No es para reírse. Nadie, nadie jamás, antes de ahora, había pinchado a Ella-Laraña con un clavo, y tú tendrías que saberlo mejor que nadie. No es por ofenderte, pero piensa un poco… Alguien anda rondando por aquí y es más peligroso que el rebelde más condenado que se haya conocido desde los malos tiempos, desde el Gran Sitio. Algo se ha escabullido.

—¿Qué, entonces? —gruñó Shagrat.

—A juzgar por todos los indicios, Capitán Shagrat, diría que se trata de un gran guerrero, probablemente un Elfo, armado sin duda de una espada élfica, y quizá también de un hacha: y anda suelto en tu territorio, para colmo, y tú nunca lo viste. ¡Divertidísimo en verdad! —Gorbag escupió. Sam torció la boca en una sonrisa sarcástica ante esa descripción de sí mismo.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(Muertos de El Sagrario, por el artista canadiense John Howe)

««¡Escuchad ahora las palabras del Heredero de Isildur! Habéis cumplido vuestro juramento. ¡Retornad, y no volváis a perturbar el reposo de los valles! ¡Partid, y descansad!»

‘Y entonces, el Rey de los Muertos se adelantó, y rompió la lanza en dos y arrojó al suelo los pedazos. Luego se inclinó en una reverencia, y dando media vuelta se alejó; y todo el ejército siguió detrás de él, y se desvaneció como una niebla arrastrada por un viento súbito;»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 9: La última deliberación).

 

(Samsagaz, por el artista estadounidense Matthew Stewart)

«—¿Eso crees? —dijo Sam—. ¡Te olvidas del gran guerrero élfico que anda suelto! —Y al decir estas palabras dio vuelta el último recodo para descubrir, no supo si a causa de un truco del túnel o al oído que el Anillo le había prestado, que había estimado mal la distancia.

Las siluetas de los orcos estaban bastante más adelante. Y ahora los veía, negros y achaparrados, contra una intensa luz. El túnel, recto por fin, se elevaba en pendiente; y en el extremo había una puerta doble, que conducía sin duda a las cámaras subterráneas bajo el alto cuerno de la torre. Los orcos ya habían pasado por allí con el botín, y Gorbag y Shagrat se acercaban ahora a la puerta.

Sam oyó un estallido de cantos salvajes, un estruendo de trompetas y el tañido de los gongos: una algarabía horripilante. Gorbag y Shagrat estaban ya en el umbral.

Sam lanzó un grito y blandió a Dardo, pero la vocecita se ahogó en el tumulto. Nadie la había escuchado.

La gran puerta se cerró con estrépito. Bum. Del otro lado golpearon sordamente las grandes trancas de hierro. Bam. La puerta estaba cerrada. Sam se arrojó contra las pesadas hojas de bronce, y cayó sin sentido al suelo. Estaba afuera y en la oscuridad. Y Frodo vivía, pero prisionero del Enemigo.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 10: Las decisiones de Maese Samsagaz).

 

(Imrahil lleva a Faramir ante Denethor, por el artista ruso Denis Gordeev)

«Fue el último en llegar. Ya todos sus hombres habían entrado. Ahora regresaban los caballeros, seguidos por el estandarte de Dol Amroth, y el Príncipe. Y en los brazos del Príncipe, sobre la cruz del caballo, el cuerpo de un pariente, Faramir hijo de Denethor, recogido en el campo de batalla.

—¡Faramir! ¡Faramir! —gritaban los hombres, y lloraban por las calles. Pero Faramir no les respondía, y a lo largo del camino sinuoso, lo llevaron a la Ciudadela, a su padre. En el momento mismo en que los Nazgûl huían del ataque del Caballero Blanco, un dardo mortífero había alcanzado a Faramir, que tenía acorralado a un jinete, uno de los campeones de Harad. Faramir se había caído del caballo. Sólo la carga de Dol Amroth había conseguido salvarlo de las espadas rojas de las tierras del sur, que sin duda lo habrían atravesado mientras yacía en el suelo.

El príncipe Imrahil llevó a Faramir a la Torre Blanca, y dijo: —Tu hijo ha regresado, señor, después de grandes hazañas —y narró todo cuanto había visto.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Denethor mira en la palantír, por la artista polaca Anna Kulisz)

«Pero Denethor se puso de pie y miró el rostro de Faramir y no dijo nada. Luego ordenó que preparasen un lecho en la estancia, y que acostaran en él a Faramir, y que se retirasen. Pero él subió a solas a la cámara secreta bajo la cúpula de la Torre; y muchos de los que en ese momento alzaron la mirada, vieron brillar una luz pálida que vaciló un instante detrás de las ventanas estrechas, y luego llameó y se apagó. Y cuando Denethor volvió a bajar, fue a la habitación donde había dejado a Faramir, y se sentó a su lado en silencio, pero la cara del Señor estaba gris, y parecía más muerta que la de su hijo.

Y ahora al fin la Ciudad estaba sitiada, cercada por un anillo de adversarios. El Rammas estaba destruido, y todo el Pelennor en poder del Enemigo. Las últimas noticias del otro lado de las murallas las habían traído unos hombres que llegaron corriendo por el camino del norte, antes del cierre de la Puerta. Eran los últimos que quedaban de la guardia del camino de Anórien y de Rohan en las zonas pobladas de Gondor.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Jinetes de Rohan, por un artista ruso conocido como SnowSkadi)

«No los veía, pero sabía que allí, muy cerca, alrededor de él estaban las compañías de los Rohirrim. Le llegaba en la oscuridad el olor de los caballos, los oía moverse, y escuchaba el ruido amortiguado de los cascos contra el suelo cubierto de agujas de pino. El ejército acampaba esa noche en los frondosos pinares de las Laderas de Eilenach, que se erguía por encima de las largas lomas del Bosque de Drúadan al borde del gran camino en el Anórien oriental.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 5: La Cabalgata de los Rohirrim).

 

Año 3020 de la Tercera Edad del Sol:

* Frodo cae enfermo al cumplirse un año de ser herido por Ella-Laraña.

(Frodo herido, por una artista japonesa conocida como mucun)

«Y por estar lejos de Hobbiton a comienzos de marzo, no supo que Frodo había estado enfermo. El trece de ese mes el Granjero Coto encontró a Frodo tendido en la cama; aferraba una piedra blanca que llevaba al cuello suspendida de una cadena, y hablaba como en sueños.

—Ha desaparecido para siempre —decía—, y ahora todo ha quedado oscuro y desierto.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 9: Los Puertos Grises).

 

Año 3021 de la Tercera Edad del Sol:

* Frodo vuelve a caer enfermo al cumplirse dos años de ser herido por Ella-Laraña.

(Frodo, por la artista polaca Anna Kulisz)

«Pasó el tiempo, y llegó el año 1421. Frodo volvió a caer enfermo en marzo, pero con un gran esfuerzo consiguió ocultarlo, porque Sam tenía otras cosas en qué pensar.»

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Sexto, capítulo 9: Los Puertos Grises).

 

(*) Nota importante: Aunque el Calendario de la Comarca no coincide con el calendario Gregoriano (hay una diferencia de 10 u 11 días entre uno y otro dependiendo del día en el que se celebre el solsticio de verano), hemos decidido publicar los acontecimientos según su fecha original y no adaptar las fechas a nuestro calendario (de hacerlo, el 25 de marzo del Calendario de la Comarca sería nuestro 14 ó 15 de marzo). Nos parece lo más lógico no solo para evitar confusiones sino para mantener la coherencia con el hecho de celebrar el Día Internacional de Leer a Tolkien el 25 de marzo (fecha en la que se derrotó a Sauron) y el Día Hobbit el 22 de septiembre (fecha de los cumpleaños de Bilbo y Frodo).

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