¿Queréis saber qué ocurrió el 10 de marzo en la Tierra Media creada por J.R.R. Tolkien? ¡Podéis descubrirlo a continuación!

Seguimos con la sección ‘Hoy en la Tierra Media’ con un día en el que un grupo mensajeros de un gran y poderoso reino fueron enviados a tierras lejanas a pedir auxilio, en el que tres viajeros llegaron a un cruce de caminos otrora muy transitado y al Valle de la Muerte Viviente, en el que los Jinetes del País de los Caballos partieron hacia la guerra, en el que las huestes del Señor Oscuro se pusieron en marcha y conquistaron sus dos primeros objetivos.

Queremos recordar, para evitar cualquier tipo de confusión, que todas las fechas de esta sección se corresponden únicamente con el Calendario de la Comarca o con otros calendarios de la Tierra Media (como el Cómputo del Rey o el Cómputo de los Senescales) y no con el calendario gregoriano (ver nota), y que todas ellas proceden de diferentes libros y textos de J.R.R. Tolkien como ‘El Hobbit‘, ‘El Señor de los Anillos‘ (incluidos los Apéndices), los ‘Cuentos inconclusos‘ y los Manuscritos Marquette, y de otros libros de estudiosos tolkiendil como el ‘Atlas de la Tierra Media‘ de Karen Wynn Fonstad, ‘El Señor de los Anillos. Guía de lectura‘ de Wayne G. Hammond y Christina Scull, y ‘The History of The Hobbit‘ de John D. Rateliff.

Unos acontecimientos que como es habitual acompañamos con citas y pasajes de los libros del Profesor y con dibujos e ilustraciones de distintos artistas, aunque no siempre somos capaces de encontrar imágenes que representen los momentos que mencionamos o que reflejen fielmente lo escrito por Tolkien.

Esto fue lo que pasó en la Tierra Media el 10 de marzo, o el 10 de Rethe según el Calendario de la Comarca.

 

Año 2510 de la Tercera Edad del Sol:

* Cirion, Senescal de Gondor, envía a seis mensajeros (incluido Borondir) para pedir ayuda a los Éothéod.

 

(Pinchad en las imágenes para verlas a mayor resolución)

(Soldado de Gondor, según el artista canadiense Abe Papakhian)

“Enfrentado con este peligro, Cirion, desesperado, finalmente pensó en los Éothéod y decidió enviarles mensajeros. Pero tendrían que atravesar Calenardhon y cruzar los Codos y luego recorrer tierras ya vigiladas y patrulladas por los Balchoth antes de llegar a los Valles del Anduin. Esto significaría una cabalgada de unas cuatrocientas cincuenta millas hasta los Codos, y más de quinientas desde allí hasta los Éothéod, y desde los Codos se verían forzados a ir cautelosos y sobre todo de noche hasta dejar atrás la sombra de Dol Guldur. Cirion tenía escasas esperanzas de que alguno pudiera hacerlo. Convocó voluntarios, y escogiendo a seis jinetes de gran valentía y resistencia, los envió por pares y con un día de intervalo entre ellos. Cada cual llevaba un mensaje aprendido de memoria y también una pequeña piedra con la inscripción del sello de los Senescales, para que los diera al Señor de los Éothéod en persona si lograba llegar a esa tierra.”

(‘Cuentos inconclusos‘. Tercera Parte: La Tercera Edad – II Cirion y Eorl y la amistad de Rohan. (ii) La expedición de Eorl).

 

Año 3019 de la Tercera Edad del Sol:

* El Día Sin Alba.

* Frodo, Sam y Gollum atraviesan la Encrucijada y llegan al Valle de Morgul, donde contemplan la salida del ejército de Minas Morgul. Comienzan el ascenso de las escaleras de Cirith Ungol.

* Théoden permite que Merry siga a los Jinetes hasta Edoras. Éowyn lo atavía para la batalla.

* Los Rohirrim abandonan el Valle Sagrado y parten hacia Gondor. Tras hacer un breve alto en Edoras, Théoden no permite que Merry cabalgue con ellos, y Dernhelm se ofrece a llevar al hobbit consigo.

* Faramir es rescatado por Gandalf a las puertas de Minas Tirith.

* Faramir cuenta a Denethor, Gandalf y Pippin su encuentro con Frodo y Sam.

* Denethor y Gandalf discuten sobre el destino del Anillo.

* La Compañía Gris cruza el Ringló.

* Un ejército de Mordor toma Cair Andros y llega a Anórien.

 

(El Día sin Alba, según la artista alemana Anke Katrin Eißmann)

“Al llegar al otro extremo de la colina ancha y gibosa se detuvieron un momento y luego corrieron a esconderse bajo una apretada maraña de espinos. Las ramas retorcidas que se encorvaban hasta tocar el suelo, estaban recubiertas por un laberinto de viejos brezos trepadores. Toda aquella intrincada espesura formaba una especie de recinto hueco y profundo, tapizado de zarzas y hojas muertas y techado por las primeras hojas y brotes primaverales. Allí se echaron un rato a descansar, demasiado fatigados aún para comer; y espiando por entre los intersticios de la hojarasca aguardaron el lento despertar del día.

Pero no llegó el día, solo un crepúsculo pardo y mortecino. Al este, un resplandor apagado y rojizo asomaba bajo los nubarrones amenazantes: no era el rojo purpúreo de la aurora. Más allá de las desmoronadas tierras intermedias, se alzaban las montañas siniestras de Ephel Dúath, negras e informes abajo, donde la noche se demoraba; arriba los picos dentados y las crestas de bordes recortados se erguían amenazantes contra el fiero resplandor. A lo lejos, a la derecha, una gran meseta montañosa se adelantaba hacia el oeste, lóbrega y negra en medio de las sombras.”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 7: Viaje a la Encrucijada).

 

(Théoden, según la artista alemana Jenny Dolfen)

“Merry vio un gran número de hombres de pie, que observaban el cielo y murmuraban; todos los rostros eran grises y tristes, y en algunos había miedo. Con el corazón oprimido, se encaminó al pabellón del rey. Hirgon, el Jinete de Gondor, ya estaba allí, en compañía de otro hombre parecido a él, y vestido de la misma manera, pero más bajo y corpulento. Cuando Merry entró, el hombre estaba hablando con Théoden.

—Viene de Mordor, Señor —decía—. Comenzó anoche hacia el crepúsculo. Desde las colinas del Folde Este de vuestro reino vi cómo se levantaba e invadía el cielo poco a poco, y durante toda la noche, mientras yo cabalgaba, venía atrás devorando las estrellas. Ahora la nube se cierne sobre toda la región, desde aquí hasta las Montañas de la Sombra; y se oscurece cada vez más. La guerra ha comenzado.

Luego de un momento de silencio, el rey habló.

—De modo que ha llegado al fin —dijo—: la gran batalla de nuestro tiempo, en la que tantas cosas habrán de perecer. Pero al menos ya no es necesario seguir ocultándose. Cabalgaremos en línea recta, por el camino abierto, y con la mayor rapidez posible. La revista comenzará en seguida, sin esperar a los rezagados.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El Acantonamiento de Rohan).

 

(Los Muertos siguen a la Compañía Gris, según la artista sueca Inger Edelfeldt)

“Y al día siguiente no hubo amanecer, y la Compañía Gris penetró en las tinieblas de la Tempestad de Mordor, y desapareció a los ojos de los mortales; pero los Muertos los seguían.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 2: El paso de la Compañía Gris).

 

(Merry, según la artista estadounidense Jean Young)

“—No tenemos una cota de malla que os pueda venir bien —dijo Éowyn—, ni tiempo para forjar un plaquín a vuestra medida; pero aquí hay también un justillo de buen cuero, un cinturón y un puñal. En cuanto a la espada, ya la tenéis.

Merry se inclinó, y la dama le mostró el escudo, que era semejante al que había recibido Gimli, y llevaba la insignia del caballo blanco.

—Tomad todas estas cosas —prosiguió— ¡y conducidlas a un fin venturoso! Y ahora, ¡adiós, señor Meriadoc! Aunque quizá alguna vez volvamos a encontrarnos, vos y yo.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El Acantonamiento de Rohan).

 

(Denethor, según la artista francesa Magali Villeneuve)

“—¿Qué querrías hacer a mi servicio?

—Pensé, señor, que vos me señalaríais mis deberes.

—Lo haré, una vez que conozca tus aptitudes —dijo Denethor—. Pero eso lo sabré quizá más pronto teniéndote a mi lado. Mi paje de cámara ha solicitado licencia para enrolarse en la guarnición exterior, de modo que por un tiempo ocuparás su lugar. Me servirás, llevarás mensajes, y conversarás conmigo, si la guerra y las asambleas me dejan algún momento de ocio. ¿Sabes cantar?

—Sí —dijo Pippin—. Bueno, sí, bastante bien para mi gente. Pero no tenemos canciones apropiadas para grandes palacios y para tiempos de infortunio, señor. Rara vez nuestras canciones tratan de algo más terrible que el viento o la lluvia. Y la mayor parte de mis canciones hablan de cosas que nos hacen reír: o de la comida y la bebida, por supuesto.

—¿Y por qué esos cantos no serían apropiados para mis salones, o para tiempos como éstos? Nosotros, que hemos vivido tantos años bajo la Sombra ¿no tenemos acaso el derecho de escuchar los ecos de un pueblo que no ha conocido un castigo semejante? Quizá sintiéramos entonces que nuestra vigilia no ha sido en vano, aun cuando nadie la haya agradecido.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(El acantonamiento de Rohan, según el artista canadiense Ted Nasmith)

“Dos horas pasaron veloces, y ya el rey estaba montado en el caballo blanco, que resplandecía en la oscuridad. Alto y arrogante parecía el rey, aunque los cabellos que le flotaban bajo el casco eran de nieve; y muchos lo contemplaban maravillados, y se animaban al verlo erguido e imperturbable.

Allí en los extensos llanos que bordeaban el río tumultuoso estaban alineadas numerosas compañías: más de cinco mil quinientos Jinetes armados de pies a cabeza, y varios centenares de hombres con caballos de posta que cargaban un ligero equipaje. Sonó una sola trompeta. El rey alzó la mano, y el ejército de la Marca empezó a moverse en silencio. A la cabeza marchaban doce hombres del séquito personal del rey: Jinetes de renombre. Los seguía el rey con Éomer a la diestra. Le había dicho adiós a Éowyn en el Baluarte, y el recuerdo le pesaba; pero ahora observaba con atención el camino que se extendía delante de él. Detrás iba Merry montado en Stybba, con los mensajeros de Gondor, y por último, otros doce hombres de la escolta del rey. Pasaron delante de las largas filas de rostros que esperaban, severos e impasibles. Pero cuando ya habían llegado casi al extremo de la fila, un hombre le echó al hobbit una mirada rápida y penetrante. Un hombre joven, pensó Merry al devolverle la mirada, más bajo de estatura y menos corpulento que la mayoría. Reparó en el fulgor de los claros ojos grises, y se estremeció, pues se le ocurrió de pronto que era el rostro de alguien que ha perdido toda esperanza y va al encuentro de la muerte.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El Acantonamiento de Rohan).

 

(Pippin, según Laura Truxillo)

“Todo sucedió como Denethor había dicho, y pronto Pippin se vio ataviado con extrañas vestimentas, de color negro y plata: un pequeño plaquín, de malla de acero tal vez, pero negro como el azabache; y un yelmo de alta cimera, con pequeñas alas de cuervo a cada lado y en el centro de la corona una estrella de plata. Sobre la cota de malla llevaba una sobreveste corta, también negra pero con la insignia del árbol bordada en plata a la altura del pecho. Las ropas viejas de Pippin fueron dobladas y guardadas: le permitieron conservar la capa gris de Lórien, pero no usarla durante el servicio. Ahora sí que parecía, sin saberlo, la viva imagen del Ernil i Pheriannath, el Príncipe de los Medianos, como la gente había dado en llamarlo; pero se sentía incómodo, y la tiniebla empezaba a pesarle.

Todo aquel día fue oscuro y tétrico. Desde el amanecer sin sol hasta la noche, la sombra había ido aumentando, y los corazones de la Ciudad estaban oprimidos. Arriba, a lo lejos, una gran nube, llevada por un viento de guerra, flotaba lentamente hacia el oeste desde la Tierra Tenebrosa, devorando la luz; pero abajo el aire estaba inmóvil, sin un soplo, como si el Valle del Anduin esperase el estallido de una tormenta devastadora.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Merry y Théoden, según una artista eslovaca conocida como MirachRavaia)

“Luego de haber comido se preparó para reanudar la marcha, y se despidió afectuosamente de su escudero. Merry le suplicó por última vez que no lo abandonase.

—Éste no es viaje para un animal como Stybba, ya te lo he dicho —respondió Théoden—. Y en una batalla como la que pensamos librar en los campos de Gondor ¿qué harías, Maese Meriadoc, por muy paje de armas que seas, y aun mucho más grande de corazón que de estatura?

—En cuanto a eso ¿quién puede saberlo? —respondió Merry—. Pero entonces, Señor, ¿por qué me aceptasteis como paje de armas, sino para que permaneciera a vuestro lado? Y no me gustaría que las canciones no dijeran nada de mí sino que siempre me dejaban atrás.

—Te acepté para protegerte —respondió Théoden—, y también para que hagas lo que yo mande. Ninguno de mis Jinetes podrá llevarte como carga. Si la batalla se librase a mis puertas, tal vez los hacedores de canciones recordaran tus hazañas; pero hay cien leguas de aquí a Mundburgo, donde Denethor es el soberano. Y no diré una palabra más.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El Acantonamiento de Rohan).

 

(Éowyn y Merry, según el artista estadounidense Matthew Stewart)

“Un Jinete se acercó al hobbit, y le habló al oído:

—’Donde no falta voluntad, siempre hay un camino’, decimos nosotros —susurró—, y yo mismo he podido comprobarlo. —Merry lo miró, y vio que era el Jinete joven que le había llamado la atención esa mañana.— Deseas ir a donde vaya el señor de la Marca: lo leo en tu rostro.

—Sí —dijo Merry.

—Entonces irás conmigo —dijo el Jinete—. Te llevaré en la cruz de mi caballo, debajo de mi capa hasta que estemos lejos, en campo abierto, y esta oscuridad sea todavía más densa. Tanta buena voluntad no puede ser desoída. ¡No digas nada a nadie, pero ven!

—¡Gracias, gracias de veras! —dijo Merry—. Os agradezco, señor, aunque no sé vuestro nombre.

—¿No lo sabes? —dijo en voz baja el Jinete—. Entonces llámame Dernhelm.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 3: El Acantonamiento de Rohan).

 

(Frodo, Sam y Gollum en la Encrucijada, según el artista ruso Denis Gordeev)

“El breve resplandor iluminó una enorme figura sentada, inmóvil y solemne como los grandes reyes de piedra de Argonath. Los años la habían carcomido, y unas manos violentas la habían mutilado. Habían arrancado la cabeza, y habían puesto allí como burla una piedra toscamente tallada y pintarrajeado por manos salvajes; la piedra simulaba una cara horrible y gesticulante con un ojo grande y rojo en medio de la frente. Sobre las rodillas, el trono majestuoso y alrededor del pedestal unos garabatos absurdos se mezclaban con los símbolos inmundos de los corruptos habitantes de Mordor.

De improviso, capturada por los rayos horizontales, Frodo vio la cabeza del rey: yacía abandonada a la orilla del camino.

—¡Mira, Sam! —exclamó con voz entrecortada—. ¡Mira! ¡El rey tiene otra vez una corona!

Le habían vaciado las cuencas de los ojos, y la barba esculpida estaba rota, pero alrededor de la frente alta y severa tenía una corona de plata y de oro. Una planta trepadora con flores que parecían estrellitas blancas se había adherido a las cejas como rindiendo homenaje al rey caído, y en las fisuras de la cabellera de piedra resplandecían unas siemprevivas doradas.

—¡No podrán vencer eternamente! —dijo Frodo. Y entonces, de pronto, la visión se desvaneció. El Sol se hundió y desapareció, y como si se apagara una lámpara, cayó la noche negra.”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 7: Viaje a la Encrucijada).

 

(Beregond, según el artista polaco Mariusz Gandzel)

“En el rancho se encontró nuevamente con Beregond, que acababa de regresar de una misión del otro lado del Pelennor, en las Torres de la Guardia de la Calzada. Pasearon juntos sin alejarse de los muros, pues en los recintos cerrados Pippin se sentía como prisionero, y hasta el aire de la alta ciudadela le parecía sofocante. Y otra vez se sentaron en el antepecho de la tronera que miraba al este, donde se habían entretenido la víspera, comiendo y hablando.

Era la hora del crepúsculo, pero ya el enorme palio había avanzado muy lejos en el Oeste, y un instante apenas, al hundirse por fin en el Mar, logró el sol escapar para lanzar un breve rayo de adiós antes de dar paso a la noche, el mismo rayo que Frodo, en la Encrucijada, veía en ese momento en la cabeza del rey caído. Pero para los campos del Pelennor, a la sombra del Mindolluin, nada resplandecía: todo era pardo y lúgubre.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Nazgûl alado, según el artista ruso Dmitry Prosvirnin)

“—¡Jinetes Negros! —murmuró Pippin—. ¡Jinetes Negros del aire! ¡Pero mira, Beregond! —exclamó—. ¡Están buscando algo! ¡Mira cómo vuelan y descienden, siempre hacia el mismo punto! ¿Y no ves algo que se mueve en el suelo? Formas oscuras y pequeñas. ¡Sí, hombres a caballo: cuatro o cinco! ¡Ah, no lo puedo soportar! ¡Gandalf! ¡Gandalf! ¡Socorro!

Otro alarido largo vibró en el aire y se apagó, y Pippin, jadeando como un animal perseguido, se arrojó de nuevo al suelo y se acurrucó al pie del muro. Débil, y aparentemente remota a través de aquel grito escalofriante, tremoló desde abajo la voz de una trompeta y culminó en una nota aguda y prolongada.

—¡Faramir! ¡El Señor Faramir! ¡Es su llamada! —gritó Beregond—. ¡Corazón intrépido! ¿Pero cómo podrá llegar a la Puerta, si esos halcones inmundos e infernales cuentan con otras armas además del terror? ¡Pero míralos! ¡No se arredran! Llegarán a la Puerta. ¡No! Los caballos se encabritan. ¡Oh! Arrojan al suelo a los jinetes; ahora corren a pie. No, uno sigue montado, pero retrocede hacia los otros. Tiene que ser el Capitán: él sabe cómo dominar a las bestias y a los hombres. ¡Ay! Una de esas cosas inmundas se lanza sobre él. ¡Socorro! ¡Socorro! ¿Nadie acudirá en su auxilio? ¡Faramir!”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Gandalf ahuyenta a los Nazgûl frente a Minas Tirith, según el artista canadiense Ted Nasmith)

“En ese momento alcanzó a ver un destello de nieve y de plata que venía del norte, como una estrella diminuta que hubiese descendido a los campos sombríos. Avanzaba como una flecha y crecía a medida que se acercaba a los cuatro hombres que huían hacia la Puerta. Parecía esparcir una luz pálida, y Pippin tuvo la impresión de que la sombra espesa retrocedía delante de la luz, y en seguida, cuando estuvo más cerca, creyó oír, como un eco entre los muros, una voz poderosa que llamaba

—¡Gandalf! —gritó Pippin—. ¡Gandalf! Siempre llega en el momento más sombrío. ¡Adelante! ¡Adelante! ¡Caballero Blanco! ¡Gandalf! ¡Gandalf! —gritó, con la vehemencia del espectador de una gran carrera, como alentando a un corredor que no necesita la ayuda de exhortaciones.

Mas ya las sombras aladas habían advertido la presencia del recién llegado. Una de ellas voló en círculos hacia él; pero a Pippin le pareció ver que Gandalf levantaba una mano y que de ella brotaba como un dardo un haz de luz blanca. El Nazgûl dejó escapar un grito largo y doliente y se apartó; y los otros cuatro, tras un instante de vacilación, se elevaron en espirales vertiginosas y desaparecieron en el este, entre las nubes bajas; y por un momento los campos del Pelennor parecieron menos oscuros.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Faramir llega a Minas Tirith, según el artista británico Peter Xavier Price)

“De pronto, sin embargo, en presencia de Faramir, un sentimiento extraño que nunca había conocido antes, le embargó el corazón. Éste era un hombre de alta nobleza, semejante a la que por momentos viera en Aragorn, menos sublime quizá pero a la vez menos imprevisible y remota: uno de los Reyes de los Hombres nacido en una época más reciente, pero tocado por la sabiduría y la tristeza de la Antigua Raza. Ahora sabía por qué Beregond lo nombraba con veneración. Era un capitán a quien los hombres seguirían ciegamente, a quien él mismo seguiría, aún bajo la sombra de las alas negras.

—¡Faramir! —gritó junto con los otros—. ¡Faramir! —Y Faramir, advirtiendo el acento extraño del hobbit entre el clamor de los hombres de la Ciudad, se dio vuelta, y lo miró estupefacto.

—¿Y tú de dónde vienes? —le preguntó—. ¡Un Mediano, y vestido con la librea de la Torre! ¿De dónde…?

Pero en ese momento Gandalf se le acercó y habló: —Ha venido conmigo desde el país de los Medianos —dijo—. Ha venido conmigo. Pero no nos demoremos aquí. Hay mucho que decir y mucho por hacer, y tú estás fatigado. Él nos acompañará. En realidad, tiene que acompañarnos, pues si no olvida más fácilmente que yo sus nuevas obligaciones, dentro de menos de una hora ha de tomar servicio con su señor. ¡Ven, Pippin, siguenos!”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(El Valle de Morgul, según el artista estadounidense David J. Findlay)

“Ahora, sintiendo que el suelo era cada vez más escarpado, Frodo alzó fatigado la cabeza, y entonces la vio, tal como Gollum se la había descrito: la ciudad de los Espectros del Anillo. Se acurrucó contra la barranca pedregosa.

Un valle en largo y pronunciado declive, un profundo abismo de sombra, se internaba a lo lejos en las montañas. Del lado opuesto, a cierta distancia entre los brazos del valle, altos y encaramados sobre un asiento rocoso en el regazo de Ephel Dúath, se erguían los muros y la torre de Minas Morgul. Todo era oscuridad en torno, tierra y cielo, pero la ciudad estaba iluminada. No era el claro de luna aprisionado que en tiempos lejanos brotaba como agua de manantial de los muros de mármol de Minas Ithil, la Torre de la Luna, bella y radiante en el hueco de las colinas. Más pálida en verdad que el resplandor de una luna que desfallecía en algún eclipse lento era ahora la luz, una luz trémula, un fuego fatuo de cadáveres que no alumbraba nada y que parecía vacilar como un nauseabundo hálito de putrefacción.”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 8: Las Escaleras de Cirith Ungol).

 

(Faramir habla de su encuentro con Frodo y Sam, según la artista alemana Anke Katrin Eißmann)

“Cuando Faramir llegó a la parte del encuentro con Frodo y su sirviente, y hubo narrado los sucesos de Henneth Annûn, Pippin notó que un temblor agitaba las manos de Gandalf, aferradas como garras a la madera tallada. Blancas parecían ahora, y muy viejas, y Pippin adivinó, con un sobresalto, que Gandalf, el gran Gandalf, estaba inquieto, y que tenía miedo. En la estancia cerrada el aire no se movía. Y cuando Faramir habló por fin de la despedida de los viajeros, y de la resolución de los hobbits de ir a Cirith Ungol, la voz le flaqueó, y meneó la cabeza, y suspiró. Gandalf se levantó de un salto.

—¿Cirith Ungol, dijiste? ¿El Valle de Morgul? —preguntó—. ¿En qué momento, Faramir, en qué momento? ¿Cuándo te separaste de ellos? ¿Cuándo pensaban llegar a ese valle maldito?

—Nos separamos hace dos días, por la mañana —dijo Faramir—. Hay quince leguas de allí al valle del Morgulduin, si siguieron en línea recta hacia el sur; y entonces estarían aún a cinco leguas de la Torre maldita. Por muy rápido que hayan ido, no pueden haber llegado antes de hoy, y es posible que aún estén en camino.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Frodo, Sam y Gollum en el Valle de Morgul, según el artista estadounidense Stephen Hickman)

“Frodo tuvo la impresión de que la razón lo abandonaba y que la mente se le oscurecía. Y de pronto, como movido por una fuerza ajena a su voluntad, apretó el paso, y extendiendo las manos avanzó a tientas, tambaleándose, bamboleando la cabeza de lado a lado. Sam y Gollum, se lanzaron tras él al mismo tiempo. Sam lo alcanzó y lo sujetó entre los brazos, en el preciso instante en que Frodo tropezaba con el umbral del puente y estaba a punto de caer.

—¡Por ahí no! ¡No, no, no por ahí! —murmuró Gollum, pero el aire que le pasaba entre los dientes pareció desgarrar el pesado silencio como un silbido, y la criatura se acurrucó en el suelo, aterrorizada.

—¡Deténgase, señor Frodo! —musitó Sam al oído de Frodo—. ¡Vuelva! Por ahí no, Gollum dice que no, y por una vez estoy de acuerdo con él.

Frodo se pasó la mano por la frente y quitó los ojos de la ciudad posada en la colina. Aquella torre luminosa lo fascinaba, y luchaba contra el deseo irresistible de correr hacia la puerta por el camino iluminado.”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 8: Las Escaleras de Cirith Ungol).

 

(Boromir y Faramir, según la artista francesa Magali Villeneuve)

“—Si lo que he hecho os desagrada, padre mío —dijo con calma Faramir—, hubiera deseado conocer vuestro pensamiento antes que se me impusiera el peso de tamaña decisión.

—¿Acaso eso te habría hecho cambiar de parecer? —dijo Denethor—. Estoy seguro de que te habrías comportado de la misma manera. Te conozco bien. Siempre quieres parecer noble y generoso como un rey de los tiempos antiguos, amable y benévolo. Una actitud que cuadraría tal vez a alguien de elevado linaje, si es poderoso y si gobierna en paz. Pero en los momentos desesperados, la benevolencia puede ser recompensada con la muerte.

—Pues que así sea —dijo Faramir.

—¡Que así sea! —gritó Denethor—. Pero no sólo con tu muerte, Señor Faramir: también con la de tu padre, y la de todo tu pueblo, a quien tendrías que proteger ahora que Boromir se ha ido.

—¿Desearías entonces —dijo Faramir— que yo hubiese estado en su lugar?

—Sí, lo desearía, sin duda —dijo Denethor—. Porque Boromir era leal para conmigo, no el discípulo de un mago. En vez de desperdiciar lo que le ofrecía la suerte, hubiera recordado que su padre necesitaba ayuda. Me habría traído un regalo poderoso.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Denethor, según el artista británico Peter Xavier Price)

“—¿Y dónde buscarán ayuda los otros hombres, si Gondor cae? —replicó Denethor—. Si yo lo tuviese ahora aquí, guardado en las bóvedas profundas de esta ciudadela, no estaríamos temblando de terror bajo esta oscuridad, temiendo lo peor, y nada entorpecería nuestras decisiones. Si no me crees capaz de soportar la prueba, es porque aún no me conoces.

—Sin embargo, no te creo capaz —dijo Gandalf—. Si hubiera confiado en ti, te lo hubiera enviado para que lo tuvieras aquí, bajo tu custodia, con lo que habría ahorrado muchas angustias, a mí y a otros. Y ahora, oyéndote hablar, confío menos aún, no más que en Boromir. ¡No, refrena tu ira! En este caso ni en mí mismo confío: me fue ofrecido como regalo y lo rechacé. Eres fuerte, Denethor, y capaz aún de dominarte en ciertas cosas; pero si lo hubieras recibido, te habría derrotado. Aunque estuviese enterrado en las raíces mismas del Mindolluin, te consumiría la mente a medida que vieras crecer la oscuridad, y las cosas peores aún que no tardarán en caer sobre nosotros.

Los ojos de Denethor relampaguearon otra vez por un momento, y Pippin volvió a sentir la tensión entre las dos voluntades: pero ahora las miradas de los dos adversarios le parecían las hojas de dos espadas centelleantes, batiéndose de ojo a ojo. Pippin se estremeció, temiendo algún golpe terrible. Pero de pronto Denethor recobró la calma. Se encogió de hombros.

—¡Si yo hubiera! ¡Si yo hubiera! —exclamó—. Todas esas palabras, todos esos ‘si’ son vanos. Ahora va camino de la Sombra, y sólo el tiempo dirá lo que el destino prepara, para el objeto, y para nosotros.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(Pippin, según la artista polaca Katarzyna Chmiel-Gugulska)

“—Pero… —dijo Pippin.

—¿Pero qué? —dijo Gandalf—. Esta noche te concedo un solo ‘pero’.

—Gollum —dijo Pippin—. ¿Cómo se entiende que estuvieran viajando con él, y que hasta lo siguieran? Y me di cuenta de que a Faramir no le gustaba más que a ti el lugar a donde los conducía. ¿Que pasa?

—No puedo contestar a esa pregunta por el momento —dijo Gandalf—. Sin embargo, mi corazón presentía que Frodo y Gollum se encontrarían antes del fin. Para bien o para mal. Pero de Cirith Ungol no quiero hablar esta noche. Traición, una traición, es lo que temo: una traición de esa criatura miserable. Pero así tenía que ser. Recordemos que un traidor puede traicionarse a sí mismo y hacer involuntariamente un bien. Ocurre a veces. ¡Buenas noches!”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(El ejército orco parte de Minas Morgul, según el artista británico Matthew Burton)

“Luego, de improviso, con una celeridad enceguecedora, estalló un relámpago enorme y rojo. Saltó al cielo mucho más allá de las montañas del este y salpicó de púrpura las nubes bajas. En aquel valle de sombras y fría luz mortal pareció de una violencia insoportable y feroz. Los picos de piedra y las crestas que parecían cuchillos mellados emergieron de pronto siniestros y negros contra la llama que subía del Gorgoroth. Luego se oyó el estampido de un trueno.

Y Minas Morgul respondió. Hubo un centelleo de relámpagos lívidos: saetas de luz azul brotaron de la torre y de las colinas circundantes hacia las nubes lóbregas. La tierra gimió; y un clamor llegó desde la ciudad. Mezclado con voces ásperas y estridentes, como de aves de rapiña, y el agudo relincho de caballos furiosos y aterrorizados, resonó un grito desgarrador, estremecido, que subió rápidamente de tono hasta perderse en un chillido penetrante, casi inaudible. Los hobbits giraron en redondo, volviéndose hacia el sitio de donde venía el sonido, y se tiraron al suelo, tapándose las orejas con las manos.

Cuando el grito terrible terminó en un gemido largo y abominable, Frodo levantó lentamente la cabeza. Del otro lado del valle estrecho, ahora casi al nivel de los ojos, se alzaban los muros de la ciudad funesta, y la puerta cavernosa, como una boca flanqueada de dientes relucientes, estaba abierta. Y por esa puerta salía un ejército.”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 8: Las Escaleras de Cirith Ungol).

 

(El Rey Brujo ante Minas Morgul, según el artista canadiense John Howe)

“Al frente avanzaba una caballería numerosa de jinetes que se movían como sombras disciplinadas, y a la cabeza iba uno más grande que los otros: un Jinete, todo de negro, excepto la cabeza encapuchado protegida por un yelmo que parecía una corona y que centelleaba con una luz inquietante. Descendía, se acercaba al puente, y Frodo lo seguía con los ojos muy abiertos, incapaz de parpadear o de apartar la mirada. ¿No era aquél el Señor de los Nueve Jinetes, que había retornado para conducir a la guerra a aquel ejército horrendo? Allí, sí, allí, estaba por cierto el rey espectral, cuya mano fría hiriera al Portador del Anillo con un puñal mortífero. La vieja herida le latió de dolor y un frío inmenso invadió el corazón de Frodo.

Y mientras estos pensamientos lo traspasaban aún de terror y lo tenían paralizado como por un sortilegio, el Jinete se detuvo de golpe, justo a la entrada del puente, y toda la hueste se inmovilizó detrás. Hubo una pausa, un silencio de muerte. Tal vez era el Anillo que llamaba al Señor de los Espectros, y lo turbaba haciéndole sentir la presencia de otro poder en el valle. A un lado y a otro se volvía la cabeza embozada y coronada de miedo, barriendo las sombras con ojos invisibles. Frodo esperaba, igual que un pájaro que ve acercarse una serpiente, incapaz de moverse. Y mientras esperaba sintió, más imperiosa que nunca, la orden de ponerse el Anillo en el dedo. Pero por más poderoso que fuese aquel impulso, ahora no se sentía inclinado a ceder. Sabía que el Anillo no haría otra cosa que traicionarlo, y que aun cuando se lo pusiera, no tenía todavía poder suficiente para enfrentarse al Rey de Morgul… todavía no.”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 8: Las Escaleras de Cirith Ungol).

 

(La redoma de Galadriel, según el artista canadiense John Howe)

“Una fuerza que le tomaba la mano, y mientras Frodo la observaba con los ojos de la mente, sin consentir pero en suspenso (como si esperase el final de una vieja leyenda de antaño), se la acercaba poco a poco a la cadena que llevaba al cuello. Entonces la voluntad de Frodo reaccionó: lentamente obligó a la mano a retroceder y a buscar otra cosa, algo que llevaba escondido cerca del pecho. Frío y duro lo sintió cuando el puño se cerró sobre él: la redoma de Galadriel, tanto tiempo atesorada, y luego casi olvidada. Al tocarla, todos los pensamientos que concernían al Anillo se desvanecieron un momento. Suspiró e inclinó la cabeza.

En ese mismo instante el Rey de los Espectros dio media vuelta, picó espuelas y cruzó el puente, y todo el sombrío ejército marchó tras él. Quizá las caperuzas élficas habían resistido la mirada de los ojos invisibles, y la mente del pequeño enemigo, fortalecido ahora, había logrado desviar los pensamientos del Jinete. Pero llevaba prisa. La hora ya había sonado, y a la orden del Amo poderoso tenía que marchar en son de guerra hacia el Oeste.”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 8: Las Escaleras de Cirith Ungol).

 

(Frodo, Sam y Gollum ascienden por las Escaleras de Cirith Ungol, según el artista estadounidense Chris Rahn)

“Habían llegado a la primera escalera, que Gollum había mencionado. La oscuridad era casi completa, y más allá de las manos extendidas no veían absolutamente nada; pero los ojos de Gollum brillaban con un resplandor pálido, pocos pasos más adelante, cuando se dio la vuelta.

—¡Cuidado! —susurró—. ¡Escalones! ¡Muchos escalones. ¡Cuidado!

La cautela era necesaria por cierto. Al principio Frodo y Sam se sintieron más seguros, con una pared de cada lado, pero la escalera era casi vertical, como una escala, y a medida que subían y subían, menos podían olvidar el largo vacío negro que iban dejando atrás; y los peldaños eran estrechos, desiguales, y a menudo traicioneros; estaban desgastados y pulidos en los bordes, y a veces rotos, y algunos se agrietaban bajo los pies. El ascenso era muy penoso, y al fin terminaron aferrándose con dedos desesperados al escalón siguiente, y obligando a las rodillas doloridas a flexionarse y estirarse; y a medida que la escalera se iba abriendo un camino cada vez más profundo en el corazón de la montaña, las paredes rocosas se elevaban más y más a los lados, por encima de ellos.”

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 8: Las Escaleras de Cirith Ungol).

 

(Asalto a Cair Andros, según el artista polaco Darek Zabrocki)

“—Quizás antes veamos llegar a otros —dijo Gandalf—. Ya se nos han unido muchos fugitivos de Cair Andros. La isla ha caído.”

(‘El Señor de los Anillos. El retorno del rey‘. Libro Quinto, capítulo 4: El Sitio de Gondor).

 

(*) Nota importante: Aunque el Calendario de la Comarca no coincide con el calendario Gregoriano (hay una diferencia de 10 u 11 días entre uno y otro dependiendo del día en el que se celebre el solsticio de verano), hemos decidido publicar los acontecimientos según su fecha original y no adaptar las fechas a nuestro calendario (de hacerlo, el 25 de marzo del Calendario de la Comarca sería nuestro 14 ó 15 de marzo). Nos parece lo más lógico no solo para evitar confusiones sino para mantener la coherencia con el hecho de celebrar el Día Internacional de Leer a Tolkien el 25 de marzo (fecha en la que se derrotó a Sauron) y el Día Hobbit el 22 de septiembre (fecha de los cumpleaños de Bilbo y Frodo).

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