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    El Gaucho de los Anillos

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    • This topic has 25 replies, 9 voices, and was last updated 19 years, 9 months ago by Belennor.
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    • 08/12/2005 at 23:18 #299283

      Belennor
      Participant

      Aca van los capitulos 7 y 8…disfruten

      El Gaucho de los anillos

      LA COMUNIDí DEL ANILLO

      Capí­tulo 7

      Estaba tirao el Frodo

      en el suelo y dolorido,

      con el hombro malherido

      por el filo de un puñal,

      después de encararlos mal

      a los cinco aparecidos.

      Ahí­ corrieron los demás

      pa´ ayudarlo a levantarse.

      "Quién lo manda a entreverarse",

      lo levantó en peso el Trancos.

      "Qué digo, cuando uno es manco

      lo mejor es no peliarse."

      Muy diligente el baquiano,

      que algo tení­a e´ dotor,

      le puso yuyos de olor

      sobre la lastimadura

      pa´ que no haya embichadura

      y se le juera el dolor.

      Al pasar por una posta

      se agenciaron un manchao

      para llevarlo montao

      lo que quedaba ´el camino

      y que llegara a destino

      antes que juera finao.

      Y ansina anduvieron dí­as

      por el monte y el desierto;

      dormí­an a campo abierto

      cuando la noche caí­a

      y a la mañana seguí­an

      con el Frodo medio muerto.

      "Ya falta poco, amigazos",

      dijo un gí¼en dí­a el baquiano,

      y señaló con la mano:

      "En vadiando el rí­o aquél

      ya llegamo´ a Rivendel

      tuitos felices y sanos."

      Pero no eran todas rosas

      como el Trancos lo pintaba,

      que esto no se terminaba

      ansina e´ fácil nomás;

      ahí­ oyeron que de atrás

      unos cascos se acercaban.

      Haciendo una nube e´ polvo

      que quitaba la esperanza,

      trayendo listas las lanzas

      tuitos los encapuchaos

      se vení­an preparaos

      para hacer flor de matanza.

      "¡La pucha!", soltó el baquiano.

      "¡Acá vienen los jinetes!

      ¡Corré, hij´una gran siete!"

      y al potro de manchas blancas

      le dio un guascazo en las ancas

      que disparó como un cuete.

      Y allá iba el Frodo escapando

      en el lomo ´el animal

      de la caterva infernal

      de los piones de Saurón,

      que vení­an en malón

      tratando de echarle el pial.

      Iba a galope tendido

      rebotando en el asiento,

      pero sentí­a el aliento

      de los Nueve y sus caballos

      que corrí­an como rayo,

      los ponchos volando al viento.

      Con los malos por detrás

      en tremendo griterí­o,

      se tiró a cruzar el rí­o

      con el agua a las canillas

      y salió por la otra orilla

      temblando de miedo y frí­o.

      "¡No amolen más!", les gritó.

      "¡Gí¼elvansé pa´ la frontera!"

      "¡Con tu cuero en la encimera!

      ¡Vení­, no te hagás rogar!"

      "¡Ni mamado que estuviera!",

      les retrucó sin dudar.

      Pero no diba a ser fácil

      disparar por la llanura,

      porque la cabalgadura

      del cansancio se quejaba

      y los Nueve ya cruzaban

      pa´ sacarle las achuras.

      Ya vení­an por el medio

      del riachuelo de agua quieta.

      "¡Entregate ya, sotreta!

      ¡Degolvenos el anillo!"

      vení­a gritando el caudillo,

      casi llegando a la meta.

      Pero ahí­ el rí­o mesmo

      le vino a salvar la vida:

      se apareció una crecida

      de las aguas redepente

      y a la temible partida

      se la llevó la corriente.

      Las olas iban pasando

      como si juera un arreo;

      un imparable rodeo

      de vacas blancas y azules

      arrastraba a los nazgules,

      que largaban cacareos.

      El Frodo supo enseguida

      que el torrente macanudo

      venirse solo no pudo:

      toda la pinta tení­a

      e´ ser una brujerí­a

      e´ parte e´ los orejudos.

      Pero lo que hubiera sido

      le habí­a venido al pelo;

      le dio las gracias al cielo

      porque el pellejo salvó,

      endijpué ya no aguantó

      y se jue derecho al suelo.

      (Fin del Primer Libro)

      La comunidá del anillo

      Capí­tulo 8

      Con un barullo e’ gallinas,

      perros, pingos y batracios,

      jue despertando despacio

      y al levantar la cabeza,

      se vio el Frodo en una pieza

      que parecí­a un palacio.

      En vez de arriba de un catre

      estaba tirado manso

      en colchón e’ pluma e’ ganso,

      que la verdá que era un lujo.

      ¡Y ahí­ al lao estaba el brujo,

      cuidandoló en el descanso!

      “¡Te despertaste, gurí­!

      ¡Ya me estaba priocupando!

      Pasarse tanto roncando

      no hace bien a la salú,

      y más si hasta el caracú

      te agujerió el otro bando.”

      “¡Sos vos, Gandalf!”, se alegró

      de verlo al mago el petiso.

      “¿De los malos qué se hizo?”

      “No les des más importancia;

      estás a salvo en la estancia

      de don Elrondo el mestizo.”

      “¡Nos cansamos de esperarte!

      ¿Qué te vino a demorar?”

      “Eso es largo e’ relatar,

      otro dí­a te lo cuento;

      lo que me pone contento

      es que hayas gí¼elto a sanar.”

      “Porque usaron los nazgules

      un cuchillo de un metal

      que te queda en el ojal

      y si naides lo sofrena,

      te convierte en alma en pena

      de trasparencia espetral.”

      “Pero ya bien te curaron

      los dotores orejudos.

      Ni siquiera un estornudo

      te dejaron pa’ quejarse,

      ansina que ¡a levantarse!

      Seguir echado es al ñudo.”

      Siguió el consejo del mago

      cuando un poco se compuso.

      De ya no verlo cachuzo

      lo saludaba el gentí­o.

      ¡No viera cómo se puso

      cuando lo encontró al tí­o!

      Jueron a matiar un rato

      pa’ conversar de sus cosas.

      Frodo vio el agua espumosa

      cuando Bilbo le cebaba,

      porque tení­a la pava

      con las manos temblorosas.

      Él, que vendí­a salú,

      ahura estaba hecho un bichoco.

      Parecí­a cosa e’ locos

      que estuviera tan vencido,

      como si hubiera cumplido

      cien años más en tan poco.

      Y como el Bilbo a la idea

      la tení­a siempre fija

      sin aflojarle manija,

      no se demoró en decir:

      “M’hijito, te viá pedir

      que me enseñés la sortija.”

      Al Frodo esa petición

      lo puso pior entuaví­a.

      Al principio no sabí­a

      si le hací­a caso o no;

      a la final aflojó

      de tanto que le insistí­a.

      Y al verla Bilbo a esa joya

      que le dejó una honda huella,

      esclamó: “¡Qué cosa bella,

      si hasta parece mentira!”

      mirandolá como mira

      el borracho a la botella.

      Guardó el Frodo la sortija

      y le habló desconsolao:

      “Asigún me lo han contao,

      esto hace malo al más gí¼eno,

      y la verdá que me apeno

      e’ verte ansina enviciao.”

      Al escucharlo don Bilbo

      le agarró una pena inmensa.

      Quiso hacer una defensa

      pero no le salió nada,

      y le agachó la mirada

      muriendosé de vergí¼enza.

      “Lo que decí­s es verdá”

      comentó apenao el viejo.

      “Mañana se hace un consejo

      ande ojalá se resuelva

      que se la lleven bien lejos

      y por acá nunca gí¼elva.”

      Y el Frodo le vio en los ojos

      que le estaba hablando en serio;

      aunque no juera un misterio

      lo mucho que le dolí­a,

      solamente ansí­ podí­a

      zafarse del cautiverio.

      Al rato se decidió

      por seguir con el paseo.

      Con los mejores deseos

      lo dejó al tí­o en su pieza,

      y lo siguió en su tristeza

      el canto del bichofeo.

      Estuvo pa’ entretenerse

      conversando con los piones

      y viendo los carretones

      que pasiaban por la estancia

      desparramando fragancia

      e’ la cosecha e’ melones.

      Pero no pudo olvidarse

      por más que le puso ganas;

      que no era asunto e’ jarana

      esa situación penosa

      de no saber qué otra cosa

      podí­a pasar mañana.

      09/12/2005 at 3:31 #299284

      GustavoGN
      Participant

      Bueno bueno… todo muy lindo… pero… parece que nuestro amigo Belennor nos quiere tener con la intriga de los proximos capitulos, y quiere que estemos ansiosos! jajaja… naa… todo bien Belennor!

      P.D.: Para Belennor… gracias por avisarme de los capitulos nuevos! intente responderte y agradecerte tanto por mensajes o por el mensajero privado, pero no me dejaba! por aca, igual… GRACIAS!

      Namarie a todos! Saludos para mi damita y Ali!

      09/12/2005 at 6:17 #299285

      auriga
      Participant

      trata de averiguar quien lo escribio ¿sipis?

      para darle una ovasión

      je je je

      gracias por compartirlo

      10/12/2005 at 16:28 #299286

      Belennor
      Participant

      Bueno…yo de vuelta…con dos capitulos mas…disfrutenlos, al igual que yo :-]

      El Gaucho de los anillos

      LA COMUNIDí DEL ANILLO

      Capí­tulo 9

      Bien tempranito empezó

      el consejo estraordinario

      con tuitos los dinatarios

      que andaban por Rivendel;

      un asunto como aquél

      habí­a que hablarlo entre varios.

      Con una mesa e’ salame,

      aceitunas y melón,

      demientras el cimarrón

      de mano en mano pasaba,

      en silencio lo escuchaban

      a don Elrondo, el patrón.

      “A la historia e’ los anillos

      tuitos la han de conocer,

      y se van a sorprender

      cuando sepan enseguida

      que la sortija perdida

      ahura ha gí¼elto a aparecer.”

      “Por suerte”, se metió Gandalf,

      “la tení­a gente amiga.

      No hace falta que les diga

      que con cuidao hay que andar;

      lo pior que puede pasar

      es que Saurón la consiga.”

      “Y de hablarlo al Sarumán,

      mejor que se olviden de eso;

      de la angurria quedó preso

      cuando se vino a enterar,

      y ahura se puso a amolar

      con esa cosa ’el progreso.”

      “Con la escusa de tener

      los rodeos separaos,

      quiere poner alambraos

      entre heredá y heredá

      pa’ quitarnos libertá

      y tenernos dominaos.”

      “Y otra cosa más que quiere

      y le anda metiendo injerto

      es la conquista ’el desierto;

      y estaciones con andenes

      ande paren largos trenes

      que lleven el grano al puerto.”

      “Pero hay un modo e’ cuerpiarlo

      a ese futuro indino:

      al pago mesmo ’el malino

      vamo’ a tener que llegar

      y la sortija tirar

      adentro ’el Monte ’el Destino.”

      “Eso a mí­ no me parece

      que vaya a ser lo mejor”,

      dijo el que vino e’ Gondor.

      “En vez de disperdiciarla,

      yo digo que hay que llevarla

      a mi tata el Denetor.”

      “Con el Saurón de vecino

      ya no queremos vivir”

      insistí­a el Boromir.

      “No hay fortines ni zanjones

      que paren a los malones

      de orcos que saben venir.”

      “Pero usandoló al anillo

      eso se arregla enseguida,

      y ya pa’ tuita la vida

      lo resolvemo’ al problema.”

      Dijo Gandalf: “¡A ese tema

      mejor ni darle cabida!”

      “¡En contra de esa locura

      este mago les alvierte!

      El anillo te hace juerte

      pa’ enfrentarteló al Oscuro,

      pero después es siguro

      que en malandra te convierte.”

      “¡Otra ruta no tenemos,

      por favor no se conjundan!

      Pa’ que a la sortija imunda

      no le eche mano el canalla,

      hace falta que alguien vaya

      y la tire a que se junda.”

      “¡Se dice fácil!”, gritaba

      tuita la gente miedosa.

      “¡Con guitarra es otra cosa!”

      Y ahí­ el Frodo se paró:

      “Si no va naides, voy yo”,

      dijo con voz temblorosa.

      Dijo Gandalf riendosé:

      “¡Qué petiso temerario!

      Que naides se haga el otario,

      que por mucho que se amañe

      hacen falta voluntarios

      que en el viaje lo acompañen.”

      Habló el Trancos Aragorn,

      que era yerno ’el dueño e’ casa:

      “Pa’ enfrentar a la amenaza

      yo digo que es importante

      que vaya un ripresentante

      e’ cada una e’ las razas.”

      Y se prendió el Boromir,

      con el sable y con las bolas;

      por los elfos, el Legolas,

      y por parte e’ los enanos

      iba a dir el Guimlidiano

      pa’ hacer mucha batahola.

      Merry, Pipino y el Sam,

      mostrando mucho coraje,

      dijeron que seguí­an viaje

      con su amigo tan valiente;

      y se formó un contingente

      de diferentes pelajes.

      Y al ver ansí­ decididos

      a paisanos tan redondos

      a llegar hasta los fondos

      e’ los pagos del Saurón,

      enlleno de almiración

      esto dijo don Elrondo:

      “¡Nunca vide una partida

      de tal bravura a porrillo!

      Mientras el sol tenga brillo

      siempre habrá de ricordarse

      la ocasión que vino a armarse

      LA COMUNIDí Ã¢Â€Â™EL ANILLO.”

      La comunidá del anillo

      Capí­tulo 10

      Endijpué que en Rivendel

      se celebró el parlamento

      ande jue el reclutamiento

      pa’ dir al Monte ’el Destino,

      se llevó Bilbo al sobrino

      pa’ darle unos elementos.

      “Te viá emprestar unas cosas

      que hace mucho que las guardo:

      acá está la espada Dardo,

      que es más que una simple lata;

      a los orcos los delata

      si se escuenden en los cardos.”

      “Y esta camisa e’ mitril

      que es más juerte que el acero

      pa’ que te proteja el cuero;

      si la llevás bajo el poncho

      no te va a hacer más rechoncho

      y naides te hace otro aujero.”

      Le agradeció el Frodo al tí­o

      por la espada y la camisa

      que de ser motivo e’ misa

      lo iban siguro a salvar,

      porque el anillo llevar

      no era pa’ tomarlo a risa.

      Demientras don Aragorn

      se despidió de su prienda,

      tan linda que era leyenda:

      “Tengo que dirme, mi dama,

      que la patria me reclama

      para que yo la defienda.”

      “¡Elberita te acompañe,

      que sabe lo que te quiero!”,

      contestó la del lucero,

      la mentada doña Argí¼én.

      “Ojala gí¼elvas con bien;

      si te pasa algo me muero.”

      Los herreros orejudos

      a la espada de Elendil,

      la vieja y rota Narsil,

      en la fragua la arreglaron

      y ya tuitos la llamaron

      dende entonces Anduril.

      Y temprano a la mañana

      con mucha solemnidá,

      a enfrentar la alversidá

      contra el enemigo cruel,

      despacito e’ Rivendel

      se jue la comunidá.

      Con cuidao habí­a que andarse

      si querí­an parar la guerra,

      y por un camino e’ tierra

      enfilaron rumbo al sur;

      porque el ojo e’ Baradur

      es uno que no se cierra.

      Una banda e’ teruteru

      pasó con mucho barullo,

      y el mago se olió un chanchullo.

      “Esos pájaros que ahí­ van,

      conociendo al Sarumán,

      son tuitos bomberos suyos.”

      “Va a haber que viajar de noche

      sin levantar la perdiz”,

      les aconsejó el gris.

      “En silencio hay que moverse

      y cuando es de dí­a esconderse

      en el medio del maí­z.”

      Y a la hora en que la luna

      nace en el cielo y se agranda,

      en pleno tuita la banda

      se plantó en un descampao

      por andar medio delgaos

      y le entraron a la vianda.

      Demientras junto al fogón

      descansaban y comí­an,

      a lo oscuro una jaurí­a

      jue a juntarse redepente,

      y les aullaba y gruñí­a

      enseñandolés los dientes.

      Se tragó el Gandalf del susto

      el carozo e’ la aceituna.

      “¡Ahijuna con la lobuna,

      ahura la tenemos gí¼ena!

      ¿No apercibieron lo llena

      que está esta noche la luna?”

      Ahí­ se largó la pelea

      en contra e’ los lobizones

      que tiraban tarascones,

      y uno dijo e’ sopetón:

      “¿De diánde saca el Saurón

      tantos sétimos varones?”

      ¡Y viera lo que jue aquello!

      Con el elfo a los flechazos,

      el enano a los hachazos

      y los crestianos con fierros,

      no podí­a arrimarse un perro

      sin quedar hecho pedazos.

      “A ver si con este truco

      tenemos algo e’ sosiego”,

      avisó el Gandalf y luego

      movió en el aire un palito,

      y tuitos los eucalitos

      dentraron a agarrar fuego.

      Y los lobos que quedaban,

      con semejante fogata

      que ya hasta las garrapatas

      les estaba chamuscando,

      salieron tuitos llorando

      con la cola entre las patas.

      “¡Se jueron!”, decí­an los hobbits

      y saltaban de alegrí­a;

      pero cuando se hizo e’ dí­a

      enjabonaos tuitos vieron

      que ande los lobos cayeron

      ni los pelos se veí­an.

      “¡Yo sabí­a”, dijo el Gandalf

      “que no eran bichos cualquiera!

      A andar a toda carrera

      vamo’ a tener que empezar

      y apurarnos en cruzar

      cuantiantes la cordillera.”

      10/12/2005 at 16:30 #299287

      Belennor
      Participant
      Cita:
      auriga escribió (el 09-12-2005 a las 06:17):

      trata de averiguar quien lo escribio ¿sipis?

      para darle una ovasión

      je je je

      gracias por compartirlo

      En verdad pase tiempo buscando el autor…pero, al igual que el que me entrego esta obra a mi…desconocemos totalmente quien es…

      Disculpen…

      05/02/2006 at 18:23 #299288

      Belennor
      Participant

      Bueno…finalmente no pude encontrar al autor, sino que el autor me encontro a mi…y debido a esto pude obtener todos los capitulos publicados hasta el momento. El nombre del autor es Andrés Diplotti. Dejo el link de su blog, ya que ahi estan todos los capitulos que publico hasta el momento: http://pez-diablo.blogspot.com

      Igualmente voy a postear los demas capitulos.

      La comunidá del anillo

      Capí­tulo 11

      Los de la comunidá

      se pusieron en campaña

      para cruzar las montañas;

      pero dir al otro lao

      de aquellos picos nevaos

      iba a ser tremenda hazaña.

      Lo mejor era cruzar

      por el paso ’el Monte ’el Cuerno,

      pero ahura que el invierno

      les habí­a cortao esa ruta,

      tení­an que dir por las grutas

      por más que juera un infierno.

      Marchando duro y parejo

      se llegó la compañí­a

      hasta una puerta que habí­a

      a la orilla e’ una laguna

      que nada más se veí­a

      si la alumbraba la luna.

      Ahí­ se soltó don Guimli:

      “¡Acá está la puerta e’ Moria!

      Asigún cuenta la historia,

      acá en un tiempo lejano

      viví­an muchos enanos

      en medio ’el lujo y la gloria.”

      Pero ahura hací­a mucho

      que la habí­an abandonao:

      los enanitos cebaos

      por darse la gran vidurria

      cavaron con mucha angurria

      y algo malino fue hallao.

      Entonces les dijo el Gandalf:

      “Hay que encontrar la palabra

      para que esta puerta se abra.

      No la sé, pero no dudo

      que en el lenguaje orejudo

      va a ser el abracadabra.”

      “¿Cómo que no la sabés?”,

      se encocoró el Boromir.

      “¡Lo que tenemos que oí­r!

      ¡Si es pa’ golverse loco!

      ¡Justo a este brujo bichoco

      lo tení­amos que seguir!”

      “¿Y cómo la vas a abrir?”,

      el Pipino preguntó.

      El mago le contestó

      con un grito de enojao:

      “¡Con tu melón, abombao!”,

      y ahí­ la puerta se abrió.

      “¡Cha que dar con la respuesta

      con promesas de castigo!

      Es verdá lo que les digo,

      compañeros, creanlón:

      pa’ los elfos el melón

      más que fruta es un amigo.”

      A andar por esos aujeros

      se largó la compañí­a,

      ande nunca se metí­a

      ni un pedacito de sol,

      y el Gandalf iba de guí­a

      con el bastón de farol.

      “Hay que andar con discreción”,

      el mago ya habí­a alvertido,

      pero el Pipino aburrido,

      nomás de puro curioso,

      tiró una piedra en un pozo

      haciendo un montón de ruido.

      “¿Qué hacés, petiso abombao?

      ¡Te dije que no alborotes!

      ¡Adentro de ese marote

      yo no sé lo que tenés!

      Tirate vos otra vez

      en vez de tirar cascotes.”

      Pero llegó más barullo

      y salieron rejucilos

      por los cantos y los filos

      de la Dardo y Glandrí­n;

      se vení­a el orco ruin

      y no era pa’ estar tranquilos

      Los viajeros alarmaos

      con el alboroto aquél,

      se hicieron tuitos cuartel

      en el fondo de la gruta

      ande por la juerza bruta

      querí­a meterse el infiel.

      Por la puerta se asomaron

      las cosas verdes y feas.

      “Al huinca el orco cuerea”

      dijo en dentrando el cacique;

      ahí­ se vinieron a pique

      y se largó la pelea.

      Y empezó la compañí­a

      a pelear echando espuma

      como se defiende el puma

      cuando se ve acorralao,

      y a los de escracho pintao

      les dieron hasta las plumas.

      ¡Y hasta los hobbits pelearon,

      viera usté de qué manera!

      Aunque altura no tuvieran,

      no jue de pura chiripa

      que al que muy cerca anduviera

      se le cayeran las tripas.

      Pero vino a suceder

      que en medio e’ la mescolanza,

      un orco con una lanza

      al Frodo pudo llegar

      y justo lo jue ensartar

      en el medio de la panza.

      Ahí­ el Sam lo pegó al grito:

      “¡Amalaya, orco sotreta!

      ¡Con mi patrón no te metas!”,

      y con la juria ’el bagual

      se le vino el peón tan leal

      y le hizo estirar la jeta.

      Y por más que jueran muchos

      los que a achurarlos llegaban,

      la defensa jue tan brava

      que endijpué nomás de un rato

      el orco que no espiantaba

      estaba en la quinta ’el ñato.

      Capí­tulo 12

      Después que los aventaron

      a los orcos agresivos,

      se ocuparon del derribo

      que le habí­an hecho al Frodo,

      y ahí­ se dieron cuenta todos

      que el petiso estaba vivo.

      “!Ya pensábamos nosotros

      que ’tábamos por perderte!

      ¡Esto sí­ que es tener suerte,

      no te falta ni un pedazo!

      De semejante lanzazo

      no vide quien se despierte.”

      Les dijo el Frodo por qué

      estaba entero entuaví­a:

      “No es magia ni brujerí­a;

      por darme el tí­o una mano,

      esta camisa de enano

      me regaló el otro dí­a.”

      “¡Una camisa e’ mitril!”,

      dijo el Guimli impresionao.

      “En todo el tiempo que he andao

      nunca vide nada igual.

      Debe costar un platal,

      y jue un regalo bien dao.”

      Dijo el Trancos: “Aunque sea

      como patada e’ bagual,

      el dolor adominal

      es poco por ese ataque;

      mejor que no te la saques

      si no querés funeral.”

      “¡Tan gauchito como siempre

      este don Bilbo nomás!”,

      dijo alegre el Samsagaz

      de ver su patrón con vida.

      “Viendo el modo que lo cuida,

      lo quiero entuaví­a más.”

      “Gí¼eno está, ya basta e’ charla

      que tenemo’ que seguir”,

      los apuró el Boromir

      y siguieron el paseo,

      buscando casi al tanteo

      la manera de salir.

      “¡Vamos!”, alentó el Gris.

      “¡Un poquito más de aguante!

      El puente de allá adelante

      ya nos lleva a la salida

      de esta caverna podrida

      que nos ha embromao bastante.”

      Después de andar por las cuevas

      a paso de caracol,

      de pensar en ver el sol

      muy contentos se pusieron;

      pero ahí­ a los orcos vieron

      con la tropilla de trol.

      “¡Qué lo tiró a estos orcos,

      la verdá, quién los pudiera!

      ¡Ya casi estábamo’ ajuera!”

      Pero a matar no llegaban:

      disparando de algo estaban

      achuchaos a la carrera.

      Detrás de ellos se vení­a

      un coso de mucho altor

      con un tremendo alfajor

      que verlo miedo metí­a,

      y en la otra mano tení­a

      flor de látigo arriador.

      Al reconocerlo el Gandalf

      a aquel bicho de temer,

      vio que no iban a poder

      a ésa sacarla barata,

      y dijo: “¡Qué mala pata!

      Un Balrog tení­a que ser”.

      “¡Acá no hay facón que valga,

      no se me hagan los valientes!

      Metanlé a cruzar el puente

      a toda velocidá,

      que al coso oscuro y ardiente

      yo lo viá parar acá.”

      Parao en el medio ’el puente,

      paisano de brava estampa,

      se refaló el poncho pampa

      y al bellaco entró a tantiar,

      preparao pa’ abarajar

      al toro por las dos guampas.

      Y el otro, que era una sombra

      enllena de luces malas,

      abrió dos tremendas alas

      como queriendo alzar vuelo,

      y cruzó toda la sala

      pa’ que empezara ya el duelo.

      Lo esperaba listo el Gris

      y chocaron los aceros.

      Era duro el entrevero

      pero no se echaba atrás,

      y gritaba: “¡Bicho fiero!

      ¡Vos por acá no pasás!”.

      “¡No puede solo!”, gritaron

      los dos hombres a la par.

      “¡No lo podemos dejar

      esta vez en la estacada!”,

      y pelando las espadas

      se largaron pa’ ayudar.

      Pero entonces en el suelo

      pegó el mago un bastonazo.

      El puente se hizo pedazos

      bajo las patas del coso;

      pero cuando se iba al pozo

      llegó a dar un chicotazo.

      Más rápida que una ví­bora

      buscó la guasca de cuero

      la canilla ’el hechicero;

      como un rayo lo pialó

      y con juerza lo arrastró

      hasta el borde del aujero.

      Ahí­ se quedó mal prendido,

      sin poder ni sostenerse;

      vio que nada podí­a hacerse

      y gritó con muchas ganas:

      “¡Escapensé, tarambanas!”

      justito a tiempo e’ caerse.

      Capí­tulo 13

      En llegar no demoraron

      a la salida e’ la cueva;

      pero andar a la lú nueva

      no jue cosa de alegrí­a,

      porque uno e’ la compañí­a

      no pudo pasar la prueba.

      “Lo que pasó con el Gandalf

      da tristeza de verdá.

      Pero no se acaba acá

      la ruta”, dijo el baquiano,

      “porque ahura este crestiano

      va a guiar la comunidá.”

      “Hay que dir a Lolorién,

      que ahí­ la gente es macanuda:

      pa’ no tenerla peluda

      en nuestro camino negro,

      nos va a venir bien la ayuda

      de los suegros de mi suegro.”

      Decí­a el Merry: “Siguro

      que con locro nos invitan,

      o con empanada e’ humita,

      de vernos ansí­ delgaos.”

      Vieron el Monte Dorao

      cayendo la tardecita.

      “¡Pavada e’ monte!”, dijeron

      los cuatro hobbits a coro.

      “Pa’ que digan que es de oro,

      pucha que hay gí¼enas razones.

      ¡Los árboles dan melones!

      ¡Este pago es un tesoro!”

      “¡Tenga a mano!”, gritó un elfo

      dende arriba de un lapacho.

      “Acá con el populacho

      no nos hacemos los gí¼enos.

      No dentra naides, y menos

      estos enanos borrachos.”

      “¡Borracho!”, la peló al hacha

      muy ofendido el pequeño.

      “¡Bajá, fifí­, que te enseño

      si es de tinto o es de blanco!”

      “¡Ya basta!”, se metió el Trancos.

      “Queremos ver a los dueños.”

      “Andá a avisarles que vino

      el Aragorn, que se acuerden,

      con Legolas Hojaverde,

      don Boromir, los medianos

      y el amigo Guimlidiano,

      que ladra pero no muerde.”

      Y los llevaron a ver

      a esos elfos de gran fama:

      tomando mate en las ramas

      de un barrigudo higuerón

      estaban don Celebrón

      y ’ña Galadriel, la dama.

      “¡Ansina que al fin llegó

      la dichosa compañí­a!

      Ya los chasques que vení­an

      de la estancia e’ nuestro yerno

      nos dijeron que estos dí­as

      iban a pasar a vernos.”

      “¿Diánde está Gandalf el Gris?

      ¿No vení­an todos juntos?”

      “Ése es un fulero asunto”,

      les respondió el montaraz.

      “Por salvarnos quedó atrás

      y acabó siendo dijunto.”

      Les contaron cómo el mago

      cayó en lo projundo e’ Moria.

      “Ésa es una triste historia”,

      dijo al final la señora.

      “El Monte de Oro lo llora

      y lo lleva en la memoria.”

      “Ahura nomás quedan ocho

      pa’ cumplir con la misión”,

      habló después el patrón.

      “Pero con nuestra sabencia

      les vamo’ a dar la asistencia

      pa’ destruncarlo al Saurón.”

      “Este supo ser lugar”,

      se puso a contar don Cele,

      “de girasoles y mieles,

      una tierra de leyenda.

      Que ahura la sombra se estienda,

      ¡caracho!, sí­ que nos duele.”

      “A este alversario indino

      que es más malo que la peste,

      nos cueste lo que nos cueste

      lo tenemos que destruir,

      ansí­ nos podemos dir

      ya de una vez pa’l oeste.”

      “Pero es gí¼eno ricordar

      que en esta ocasión tan grave,

      pa’ que de una vez se acabe

      no alcanza con dar consejos;

      que el elfo por elfo sabe,

      pero más sabe por viejo.”

      “Que no me entere que naides”,

      les dijo ’ña Galadriel,

      “en este viaje sin yel

      se mande alguna embarrada,

      y cada cual siga fiel

      a la palabra empeñada.”

      Se puso derecho el Trancos

      y le retrucó: “¡Valiente!

      ¡Las manos por esta gente

      en el fuego pongo yo!”

      “Cuidao”, Boromir pensó.

      “Puede ser que esté caliente.”

      No se convenció la doña

      y medio frunció la jeta;

      nunca falta un gí¼ey corneta,

      podí­a retobarse alguno,

      y los miró uno por uno

      pa’ ver si hallaba un sotreta.

      “Ta’ gí¼eno”, dijo por fin.

      “Parecen gí¼enas personas.”

      Y mandó echar una lonas

      pa’ que después del asao

      se sacaran lo cansao

      o se durmieran la mona.

      05/02/2006 at 18:31 #299289

      Belennor
      Participant

      La comunidá del anillo

      Capí­tulo 14

      Varios dí­as se quedaron

      en el Monte de Oro aquél,

      y demientras del pichel

      estaban prendidos todos,

      a visitarlo jue el Frodo

      al espejo e’ Galadriel.

      Vení­a diciendo el Sam:

      “No me gusta hablar macanas,

      no es mucho lo que se gana

      mirandoló dende lejos,

      pero pa’ mí­ más que espejo

      parece una palangana.”

      “Pues no vengás a querer

      acá lavarte las greñas”,

      con severidá la dueña

      jue a ponerlo en su lugar,

      “que acá se viene a mirar

      lo que el reflejo te enseña.”

      “A lo que está siendo o ya jue

      puede ser una ventana,

      lo que va a pasar mañana

      otras gí¼eltas se aparece;

      pero las más de las veces

      muestra lo que tiene ganas.”

      Se asomó primero el Sam

      nomás de curioso que era,

      y vio como una escalera

      que él mesmo subiendo estaba,

      y se lo ví­a que andaba

      apurado dendeveras.

      Y en la mesma oscuridá

      de ese paisaje baldido,

      al Frodo lo vio metido

      entre piedras y pastitos,

      y parecí­a dormido

      casi como un angelito.

      “A este coso de mandinga

      entenderlo yo no puedo”,

      habló con un poco e’ miedo,

      “pero una cosa comprendo:

      cuando el patrón se esté yendo,

      yo de mojón no me quedo.”

      Y cuando se asomó el Frodo

      pa’ ver lo que le enseñaba,

      se encontró una cosa brava

      que le asustó hasta los piojos:

      en el agua habí­a un ojo

      que muy fijo lo miraba.

      Y puesto ahí­, frente a frente

      con la tremenda visión,

      le jue dentrando un jabón

      que lo dejó chiquitito,

      porque conoció al grito

      que estaba viendo al Saurón.

      Se quedó medio abombao

      con el ojo tan grandote,

      colorao como camote

      en medio ’el fuego amarillo;

      y le pesaba el anillo

      como tosca del cogote.

      “Lo que viste”, habló la doña,

      “es el ojo sin pestaña,

      que busca con tanta maña

      eso que llevás a cuestas

      que nunca tiene lagañas

      por echarse alguna siesta.”

      “Entuaví­a”, dijo el Frodo,

      “que uno no gana pa’ sustos,

      este coso viene justo

      a hacermelá más amarga.

      Usté que la sabe larga,

      ¿cómo me salvo ’el disgusto?”

      Respondió ’ña Galadriel:

      “Ah, chiquito, yo no sé,

      a mí­ no me pregunté’

      que no soy de dar consejo;

      lo que te enseña el espejo,

      él solo sabe por qué.”

      “Vas a tener que seguir

      con tus miedos y tus dudas,

      con poca y ninguna ayuda.

      Y no vayás a fallar,

      que si eso llega a pasar

      no nos salva ni la ruda.”

      Miró el Frodo a la patrona

      y le dijo sobre el pucho:

      “Pa’ estas cosas no estoy ducho

      y viá chingarla a la fija;

      quiero darle la sortija

      porque pa’ mí­ pesa mucho.”

      “¡Me la querés dar a mí­!”,

      se cayó la elfa de traste.

      “¡Pa’ qué caranchos hablaste,

      venirme ansina a tentar!

      Va a ser nomás empezar

      que al Saurón ése lo aplaste.”

      “¡Qué patrona que viá ser!

      ¡Van a ver cómo encandilo!

      ¡Feroz como rejucilo!

      ¡Más brava que sudestada!

      ¡Más linda que la alborada

      y cosas por el estilo!”

      “¡Tuitos me van a querer

      si saben qué les conviene!

      ¡Se va a hacer lo que yo ordene

      y si alguno se retoba,

      yo le bajo de una soba

      los humos con que me viene!”

      Parecí­a que se llevaba

      todo el mundo por delante;

      una cosa imprisionante

      que de verdá asombro daba,

      con su sortija e’ brillante

      que en el dedo le chispeaba.

      “La pucha que me dio juerte”,

      a la final se calmó.

      “Pero ya se me pasó

      el antojo e’ ser más grande,

      y aunque nunca a naides mande

      voy a seguir siendo yo.”

      Capí­tulo 15

      Muy atentos los patrones,

      no podí­an permetirse

      dejar los viajeros dirse

      a buscarle la hebra al malo

      ansí­ nomás, y regalos

      trujeron pa’ despedirse.

      Cinchas, sogas y otras cosas

      del mejor cuero de vaca,

      piedras pa’ afilar las facas,

      y pa’ cuando el hambre aprieta

      les llenaron de galleta

      los bolsillos y guayacas.

      Unos ponchos que les dieron

      tení­an del campo el color.

      “Son frescos si hace calor

      y abrigaos cuando refresca,

      y sin magia al portador

      lo hacen que desaparezca.”

      Le dio al Aragorn la doña

      una funda pa’ la espada

      con oro y plata bordada,

      y engualichada además

      pa’ que el sable nunca más

      se juera a romper con nada.

      Una rastra que era un lujo

      le regaló al gondorino;

      dos al Merry y al Pipino

      como pa’ gurises hechas.

      Pa’l Legolas, arco y flechas

      que se ví­a que eran finos.

      No le hizo gracia a don Cele,

      y medio que se chivó,

      cuando el Guimli le pidió

      colorao de la vergí¼enza

      a su mujer una trenza

      y ella alegre se la dio.

      Al Sam le dio una cajita

      de abono pa’ que las flores

      jueran como las mejores,

      y con el de la sortija

      terminó la repartija

      de regalos y favores.

      “A vos, que llevás el peso

      más grande en esta epopeya,

      te regalo esta botella

      que aunque parezca de grapa,

      no le va’ a sacar la tapa

      que adentro hay lú de una estrella.”

      “No la perdás la limeta,

      de noche es más luminosa.

      Si se hace fiera la cosa

      nunca tengás nada e’ chucho,

      que esta lú es muy milagrosa

      y a vos te va a cuidar mucho.”

      Y dejaron Lolorién

      en bote por el rí­o Grande.

      ¡Y no hay naides que no se ande

      triste en una despedida!

      Aunque tenga piel curtida,

      no es raro que uno se ablande.

      “¡Qué dolor”, dijo el enano,

      “irse e’ tan lindo lugar!

      No viá dejar de estrañar

      ni una tardecita sola”,

      y con su amigo el Legolas

      como un gurí­ echó a llorar.

      El Sam, medio desconfiao,

      al Boromir lo miraba,

      que demientras que remaba

      por el rí­o redomón

      lo relojiaba al Bolsón

      y se le caiba la baba.

      Iba el pión muy asomao

      y viendo pa’ atrás, pensando:

      “A éste que le anda pasando

      que tiene esa cara e’ loco”,

      cuando ’el julepe por poco

      tiene que seguir nadando.

      “Capaz que esto que le cuento

      mentira a usté le parece

      o se le hacen idioteces,

      pero vide un camalote

      que anda siguiendo a los botes

      y tiene manos y pieses.”

      “Es el Golum”, dijo el Trancos.

      “Ese bicho e’ mala entraña

      con sus tretas y cucañas

      no nos deja de aguaitar.

      Yo ya lo quise agarrar,

      pero se da mucha maña.”

      Con eso ya era bastante,

      pero habí­a más razones

      pa’ andarse con precauciones,

      porque el rí­o color tierra

      era una región de guerra

      entre gauchos y malones.

      El viaje jue mayormente,

      aunque habí­a poco descanso,

      sereno por el rí­o manso.

      Los miraban las garcetas,

      los doraos y palometas,

      los biguás, patos y gansos.

      Pero a veces se poní­a

      lo que se dice un espanto;

      pa’ no dir al camposanto

      iban cuerpiando flechazos

      que les tiraban al paso

      los orcos de tanto en tanto.

      Y al fin vieron dos colosos

      que marcaban la frontera,

      que era como si dijeran

      enseñandolés las palmas:

      “Si no se viene con calma,

      quedesé del lao de ajuera”.

      Dijo el Trancos señalando:

      “¡Los mojones de Argoná!

      La tierra a partir de acá

      a heredar tengo derecho”.

      Y ahí­ nomás se le infló el pecho

      con un aire e’ majestá.

      Capí­tulo 16

      Al fin dejaron los botes

      en la orilla descampada

      y ya a la tierra embrujada

      la podí­an distinguir,

      pero aquello al Boromir

      no le habí­a gustao pa’ nada.

      “Vamos pa’ Minas Tirí­Ã¢Â€Â,

      le propuso a la partida.

      “Que llegamos enseguida

      hasta si vamos a pata,

      y siguro que mi tata

      nos da flor de bienvenida.”

      “El que insista en la frontera

      pa’ mí­ que lo empina al codo,

      que si p’allá vamos todos

      a la fija caemos presos.”

      Le contestó el Trancos: “Eso

      tiene que decirlo el Frodo.”

      No le gustó eso al petiso,

      porque no es asunto e’ broma

      cuando la sombra se asoma

      decir uno lo que es gí¼eno,

      y subió solo a una loma

      pa’ pensarlo más sereno.

      La decisión era suya

      porque él era el portador.

      ¿Habí­a que dir pa’ Gondor

      y cubijarse en el juerte?

      ¿O mejor tantiar la suerte

      a lo oscuro de Mordor?

      Ahí­ le cayó el Boromir

      después nomás de un ratito.

      “¡Si es mi amigo el chiquitito!

      ¡Pero qué casualidá

      venir a encontrarte acá!”,

      lo pegó de verlo al grito.

      “Ya que estoy, ¿no precisás

      ayuda, por un casual?

      Yo soy un gaucho cabal

      y no viá hacerme el dormido

      con un amigo metido

      en este merenjenal.”

      “No como otros”, cabeció

      p’ande estaban los demás.

      “Más que nada el montaraz,

      que quiere que un angelito

      vaya a meterse él solito

      diande no va a salir más.”

      El petiso respondió:

      “Ya sé que no va a ser robo

      meterse en la boca ’el lobo

      con este coso y tirarlo,

      teniendo yo que llevarlo

      y aguantarle los corcovos.”

      “Pero más pior puede ser

      si nosotros lo guardamos

      y viene a buscarlo el amo.

      Y yo solo no viá estar,

      que el Trancos me va a cuidar

      cuando a lo oscuro vayamos.”

      “¡No me hagas rair!”, dijo el otro.

      “Ese baquiano mugroso

      siguro que anda e’ vicioso

      pegandolé un beso al tinto.

      ¡Pero mirá qué distinto

      este gaucho tan lustroso!”

      Ahí­ vio el Frodo que el paisano

      estaba como chupao:

      con los ojos coloraos

      lo mesmo que dos ladrillos

      buscaba espiarle el anillo

      y hablaba medio achispao.

      “Vamos, no pensés más,

      hacé como yo te digo:

      venite a Gondor conmigo

      y dejate de embromar,

      que el anillo vamo’ a usar

      pa’ ganarle al enemigo.”

      Le contestó: “Yo no creo

      que eso vaya a resultar”,

      y le dentró a recular

      maliciándolo al amaño,

      “que este coso circular

      nomás sirve pa’ hacer daño.”

      “¡Pero petiso endiablao!”

      al otro le dio un ataque.

      “¡No sabés con ese empaque

      lo cansao que me tenés!

      ¡Dameló si no querés

      que a la juerza te lo saque!”

      Y ahí­ nomás dentró a correrlo

      revoleandoló al cuchillo.

      El chiquito se hizo ovillo,

      pero pa’ a salvo ponerse

      no tuvo otra que humo hacerse

      calzandoseló al anillo.

      El grandote, hecho una juria,

      se hizo más loco entuaví­a

      viendo que ya no lo ví­a.

      “¡Esto es cosa de no crer!

      ¡No, si yo ya sabí­a

      que nos ibas a vender!”

      “¡Habí­as estao esperando

      que miremos pa’ otro lao

      pa’ correr del disgraciao

      y el anillo darle e’ nuevo!

      ¡Andá a saber cuánto sebo

      en la mano te habrá untao!”

      Corrí­a de acá p’allá

      montado entuaví­a al picazo,

      se trompezó al dar un paso

      y al suelo se jue de boca;

      de semejante porrazo

      se le jue toda la loca.

      “¡Me agarró un ataque e’ rabia,

      pero ya se me pasó!”,

      de todo se arrepintió

      tirao en el pasto blando

      y lo llamaba llorando,

      pero el Frodo no golvió.

      Capí­tulo 17

      Endemientras lo esperaban

      a que viniera el Bolsón,

      alrededor del fogón

      mateaba la compañí­a;

      en las caras se les ví­a

      tuita la priocupación.

      En medio e’ la discusión

      que tení­a la tropa criolla

      sobre el destino e’ la joya,

      bajó el Boromir del cerro

      trayendo una cara e’ perro

      que acaba e’ tumbar la olla.

      Pasó e’ largo y jue a sentarse

      sin haber dicho ni mu

      a la sombra de un ombú,

      y dentró a chiflar bajito

      queriendo hacerse el pollito

      enfrente e’ la multitú.

      “¿Pasó algo?”, preguntó el Trancos

      mirandoló medio fiero.

      El otro, camandulero,

      como alvirtiendo a la gente,

      contestó muy inocente:

      “¿A mí­ me hablaba, aparcero?”

      “Casi na’, lo vi al petiso

      y lo quise hacer que vea

      que no iba a ser gí¼ena idea

      rumbiar pa’ lo del malvao;

      que es un pago endemoniao

      y está lleno e’ cosas feas.”

      “Todo eso yo le dije

      y lo invité muy cordial

      pa’ dir a la capital.

      No me doy cuenta por qué

      se hizo invisible y se jue,

      como tomandoló a mal.”

      Saltó el Trancos de una forma

      que ni mordiendo un ají­.

      “¡Y ansina nos lo decí­Ã¢Â€Â™!

      Andá a saber qué macana

      se mandó este tarambana

      que asustó al pobre gurí­.”

      “Ya endijpué vamo’ a charlar

      qué le hiciste a la criatura.

      Portate con derechura

      y ayudanos a buscarlo,

      que tenemos que encontrarlo

      antes que haga una locura.”

      Ninguno puso en la busca

      más ganas que los gurises,

      que diban muy infelices

      llamandoló por ahí­,

      mientras Sam, lo que se dice,

      andaba hecho un ay de mí­.

      “¡A saber por diánde se anda!”,

      se desesperaba el pión.

      “Conociendo a mi patrón,

      hasta puede ser capaz

      de dirse él solo nomás

      a los pagos del Saurón.”

      “Calmate un poco”, se dijo,

      “vos ya no estás pa’ estos trotes.

      A ver, usalo al marote:

      si el rí­o quiere cruzar,

      ¡se va a tener que llegar

      ande dejamos los botes!”

      Le metió pata y llegó

      cuando una barca en las olas

      se soltaba de la piola

      y se diba en la corriente;

      y se remaba ella sola

      buscando la orilla e’ enfrente.

      “¡No se me vaya, don Frodo!

      ¡Yo me quiero ir con usté!

      ¡No me deje, llevemé,

      que si no, no sé si aguanto!”

      Y pensó el Frodo: “¡Dios santo!

      ¡Me encuentra aunque no me ve!”

      “¿Qué querés, atarantao?

      ¡Siempre me estás jorobando!

      ¿No sabés que no me mando

      con estas cosas la parte?

      ¿Y que no puedo llevarte

      ni que sea de contrabando?”

      “¡No me diga eso, patrón!

      ¿Por qué me trata tan mal?

      ¡Yo lo viá seguir igual!”

      Y viendo esa tozudez,

      dijo el Frodo: “¿Que no ves

      pa’ diánde voy, animal?”

      Pero el Sam, muy decidido,

      le chantó: “¡Me importa un cuerno!

      Aunque vaya al mesmo infierno

      me va a tener a su lao”.

      Y el Frodo quedó encantao

      con el discurso tan tierno.

      “¡Ta’ gí¼eno, te llevo!”, dijo

      cayendosé a carcajadas.

      “Dejate e’ mariconadas

      y ya de una vez subite”,

      y el otro acetó el convite

      con la sonrisa colgada.

      “¡Espere un cacho!”, le habló

      al patrón muy animao,

      y se preparó un atao

      ande puso lo que pudo

      de lo que les habí­an dao

      pa’l viaje los orejudos.

      “Listo el pollo, patrón”, dijo

      golviendo con el paquete.

      “Llevar esto no es al cuete,

      que ande tenemos que dir

      siguro nos va a servir

      para salvar el rosquete.”

      Y ansí­, con el Sam y el Frodo

      que lo cruzan al Anduí­n

      y con rumbo al Orodruí­n

      se pierden en el polvillo,

      La comunidá ’el anillo

      acá ya llega a su fin.

      05/02/2006 at 18:41 #299290

      Belennor
      Participant

      A continuación comenzaré a postar la segunda obra de nuestro querido autor Andrés Diplotti. Se trata de la adaptación del libro "Las dos Torres", de nombre La yunta e’ torres.

      La yunta e’ torres

      Capí­tulo 1

      Cuánto ha no se ve flamear

      este gauchesco estandarte,

      porque no es un fácil arte

      juntar de un verso las rimas;

      pero al fin ya se aproxima

      la ansiada segunda parte.

      Quedamos la última vez

      que el Sam y el Frodo, los dos,

      sin decirle a nadie adiós

      pa’ Mordor pusieron rumbo,

      y los otros a los tumbos

      andaban llamandolós.

      Un rastro buscaba el Trancos

      que se pudiera seguir.

      Una loma entró a subir

      y cuando arriba llegó,

      la trompa e’ lí­nea escuchó

      que tocaba el Boromir.

      Ahí­ nomás apretó el paso,

      el alma miñangos hecha,

      apurao por la sospecha

      de lo que habí­a pasao;

      pronto lo encontró tirao

      y medio adornao con flechas.

      “Se vinieron unos orcos”,

      pudo sacar del garguero,

      “y los maulas les pusieron

      a los gurises maneas.

      Yo les quise dar pelea

      y me aujerearon el cuero.”

      “¡Y todo por culpa mí­a!

      ¡La embarré hasta la berija!

      Lo mesmo que lagartija

      sin cola pegó un espiante

      el Frodo, porque quise antes

      manotiarle la sortija.”

      “¡Andá a defender la patria

      y no te me echés pa’trás!

      ¡Gí¼ena suerte, montaraz!”

      Y en el medio e’ los rastrojos,

      cerró el Boromir los ojos

      pa’ no abrirlos nunca más.

      El Trancos se quedó un rato

      al lado ’el fiambre entuaví­a,

      rezó unos avemarí­as

      por el alma del finao

      y lo soltó al entripao

      que aguantar ya no podí­a:

      “¡Caracho! ¿Por qué se tiene

      que morir la gí¼ena gente?

      ¡Era un criollo tan valiente

      que si se golvió ladrón,

      jue nomás por tentación

      de la sortija indecente!”

      Endijpué de un rato el elfo

      y el enanito llegaron,

      y turulatos quedaron

      con el Boromir tan quieto.

      Ahí­ nomás se persinaron

      pa’ enseñarle su respeto.

      Y como vieron los tres

      que pa’ darle sepultura

      la tierra estaba muy dura

      y tapada de cascotes,

      lo mandaron en un bote

      al rí­o con amargura.

      A lo mejor más abajo

      un gí¼en gaucho lo encontraba

      y una fosa le cavaba

      pa’ acostarlo a descansar.

      Mucho después se contaba

      que el bote llegó hasta el mar.

      Un tape e’ los del malón

      hallaron entre unos yuyos,

      que el Boromir con orgullo

      sin ponerse colorao

      al hoyo habí­a mandao

      antes de encontrar el suyo.

      Tení­a puesto un poncho negro

      con aujeros en la tela;

      como picada e’ viruela

      era la cara deforme.

      Pa’ ser un orco era enorme,

      y más fiero que su abuela.

      “La pucha que era julero

      el bicho”, dijo el enano,

      “que al más bravo e’ los paisanos

      del miedo lo despeluza.

      ¡Si hasta parece una cruza

      de un orco con un crestiano!”

      Dijo el baquiano: “No vide

      cosa igual ni estando en tranca.

      ¡Y miren! Tiene en el anca

      marcada el pelafustán

      a fuego la mano blanca

      del malandra Sarumán.”

      “Los petisos a la fija

      se los llevan a Isengar.

      De dirlos allá a buscar

      hay que tirarnos el lance,

      porque del Frodo cuidar

      ya está juera e’ nuestro alcance.”

      “No nos quedemos sentaos”,

      dijo y dentró a dirigirlos.

      “Se va a hacer robo seguirlos,

      porque cuando anda en tropel

      sabe dejar el infiel

      un rastro pa’ repartirlo.”

      Y cuando por un casual

      topaban con un escollo,

      una charca o un arroyo

      ande la huella estraviaban,

      pronto el Trancos la encontraba

      y continuaban los criollos.

      No se paraban por nada

      pa’ los chiquitos salvar,

      y casi sin descansar

      iban corre que te corre

      con rumbo a la oscura torre

      que quedaba en Isengar.

      Capí­tulo 2

      Endemientras los demás

      corrí­an levantando tierra,

      andaban de suerte perra

      los hobbits, el Sam y el Frodo,

      porque no hallaban el modo

      de bajarse de unas sierras.

      “Me parece”, dijo el Sam,

      “que por acá ya pasamos.

      ¿No se le hace el desparramo

      ése e’ piedras conocido?

      Me malicio que perdidos

      por estas sierras andamos.”

      El Frodo le contestó:

      “Tenés más razón que un santo.

      ¡La pucha! Endijpué e’ tanto

      hacer de juerza derroche,

      se nos va a venir la noche

      sin haber hecho adelanto.”

      A una paré se arrimaron

      y con yuyos y palitos

      se agenciaron un bendito

      pa’ no dormir al sereno.

      Cuando lo esperaban menos,

      escucharon un ruidito.

      Alvirtieron que uno andaba

      aguaitando dende arriba:

      bajando las piedras iba

      esa cosa nunca vista

      que porfiaba en seguir viva

      dende el tiempo e’ la conquista.

      El viejo dueño ’el anillo,

      el Golum, de horrible facha,

      que hací­a vida e’ vizcacha

      y nomás salí­a a lo oscuro,

      andaba pegao al muro

      lo mesmo que cucaracha.

      Bajo la luna se ví­a

      esa cosa repelente;

      ya ni parecí­a gente

      de los años que cargaba,

      y medio torcido hablaba

      porque le faltaban dientes.

      “¿Ande se habshán estu’ hobbi’

      metido que no lo’ vemo’?

      En cuantito lu’ encontshemo’

      lu’ vamo’ a mandá p’al hoyo.

      Pacencita, mi tesoyo;

      pshontito no’ yeuniremo’.”

      Apenitas llegó al suelo

      se jueron encima ’el flaco

      y le dieron pa’ tabaco

      por izquierdo y por derecho,

      hasta dejarlo maltrecho

      como poncho calamaco.

      “¡Hasta acá llegaste, maula!”,

      el Samsagaz le chantó,

      y de costao lo voltió

      pa’ maniarlo con la soga.

      El otro casi se ahoga

      con el dolor que le dio.

      “¡Amalaya! ¡Esta cosa

      nos quema como cashbón!

      ¡Vení­ acá, hobbi’ panzón,

      disgraciáu y catingudo!

      ¡Sacano’ este coshdón,

      que es cosa e’ lo’ oyejudo’!”

      “¡Callate!”, le dijo el Frodo.

      “Te vamo’ a sacar los tientos,

      pero si hacés el intento

      de fugarte, y no es de broma,

      te estaquiamo’ a que te coma

      cualquier bicho que ande hambriento.”

      “¡Decí­ que vas a portarte!”,

      le pegó enojao el grito,

      y el otro se hizo chiquito.

      “Por el tesoyo juyamo’

      que acá en adelante vamo’

      a sé gí¼enos, patshoncito.”

      Estaba el Sam como loco:

      “¡No le haga caso, patrón!

      En cuantito una ocasión

      encuentre este sabandija,

      va a llevarse la sortija

      y a dejarnos de mojón.”

      Dijo el Frodo: “Yo tampoco

      quiero andar e’ cuidador,

      pero este bicho traidor

      que conoce la frontera

      va a enseñarnos la tranquera

      por ande se entra a Mordor.”

      “¡Patshoncito ’tá mamáu!

      ¡No lo pensamo’ llevá!

      Vigilando por allá

      andan tuito’ lo’ capanga’

      que le van a cai’ en manga

      si se les llega a asomá.”

      “Si querés o no querés”,

      dijo el Frodo, “me da igual.

      No te retobés, bozal,

      y enseñanos el camino.”

      Y al Golum, que era ladino,

      se le ocurrió algo bestial.

      “Le insistimo’, patshoncito,

      que eso es una chifladuya,

      peyo si a la tieya oscuya

      sigue empeyao en dentshale,

      podemo’ yecomendale

      una yuta más seguya.”

      “Hay como unas escaleyas

      po’ ande hay que di’ primeyo,

      y endijpué hay un aujeyo

      que atshaviesa la montaña.

      No vive ninguna ayaña,

      en esto somo’ sinceyo’.”

      “Tá gí¼eno”, le dijo el Frodo.

      “Mostranos por diánde es.

      Endijpué, si no querés,

      ya no nos seguí­s pa’dentro.”

      Y partieron al encuentro

      del malo e’ una gí¼ena vez.

      Capí­tulo 3

      El Meriadoc y el Pipino

      pa’ disgustos no ganaban:

      al lomo se los cargaban

      como bolsas de arpillera

      los orcos, que a la carrera

      de guapo se los llevaban.

      Los cosos fieros andaban

      rumbo a lo del Sarumán.

      Le metí­an mucho afán

      porque detrás, en sus fletes,

      vení­an unos jinetes

      de los pagos de Rohán.

      Cuando vieron la partida

      pronto apretaron el paso

      y les tiraban flechazos

      a los milicos montaos,

      y los petisos, maneaos,

      temblaban del jabonazo.

      Pararon a descansar

      cuando el blanco quedó lejos,

      y ahí­ los capitanejos

      en el medio ’el descampao

      se juntaron en consejo

      a puro grito pelao.

      Opinó uno: “Vamos lerdo,

      huinca nos anda siguiendo,

      y priegunto, yo no entiendo

      por qué no cueriar cautivos.”

      Le dijo otro: “Llevar vivos

      igual que patrón diciendo.”

      El primero dentró a rairse:

      “¡Mirenló al cara e’ bizcocho

      siguiendoló al viejo chocho!”

      Y se largó una reyerta

      ande con la panza abierta

      terminaron más de ocho.

      Le ganó el cara e’ bizcocho

      al que se burló insolente,

      y le mandó a la otra gente:

      “¿Alguien más con gana e’ risa?

      Yo pa’ dar otra paliza

      no teniendo inconveniente.”

      “Sabiendo tuitos ustedes

      yo cumplo cuando amenazo.

      Haciendomé tuitos caso

      y al que se retobe, ¡guay!

      que nosotro’ lo’ urujay

      no dudamo’ pa’l lanzazo.”

      Con miedo y en voz bajita

      discutió la multitú

      y seguir al jefe Uglú

      decidió la orcada en pleno,

      porque vieron que era gí¼eno

      pa’ quitarles la salú.

      “¡Ya no seguimo’ juyendo!

      Al huinca esperarlo acá

      y hasta fleco e’ chiripá

      cortandolé cuando venga.”

      Contestaron a la arenga

      al grito: “¡Ioká-ioká!”

      Y a la vez todos los orcos

      empezaron una danza

      con mucho batir de lanzas

      y alaridos de alegrí­a.

      ¡Pucha, qué miedo metí­a

      toda aquella mezcolanza!

      Endemientras el Pipino,

      que chiflaba distraí­do,

      con un cuchillo perdido

      en el medio ’el entrevero

      se puso a cortar el cuero

      que lo tení­a oprimido.

      “Tamos fritos”, dijo el Merry

      en los soldados pensando.

      “Cuando vienen degollando

      pa’ cargarse algún malón,

      no prieguntan cuántos son

      sinó que vayan pasando.”

      “Pa’ cuando vean qué somos

      vamo’ a estar sin chinchulí­n.”

      Cuando llegaron al fin

      y se largó el mar de gritos,

      un orco a los dos chiquitos

      los agarró de la crin.

      “Llevandomelós conmigo”,

      iba diciendo muy fresco.

      “Cuando vea qué le ofrezco,

      patrón ponerse contento.

      ¡Yo al Gran Ojo lo obedezco,

      no a ningún brujo mugriento!”

      Y muy tarde se dio cuenta,

      arrastrando a los petisos

      y riendosé del mestizo,

      que le salió mal el truco,

      cuando un tiro de trabuco

      lo desparramó en el piso.

      Ansina echao el Pipino,

      aplastao junto al despojo,

      se sacó los tientos flojos

      y lo desmanió al pariente,

      y se jueron, muy prudentes,

      gatiando entre los abrojos.

      “Fijate vos”, dijo el Merry,

      “si es tenerla regalada

      que sin haber hecho nada

      zafamo’ ’el embrollo aquél”,

      señalando ande al infiel

      sobaba la milicada.

      “La verdá”, contestó el otro,

      “que salvamos el rosquete,

      pero va a ser tuito al cuete

      si nos llegan a encontrar.

      Pa’ aquel monte hay que enfilar

      aunque nos falte machete.”

      Ansina, bien despacito,

      arrastrandosé en los yuyos,

      se alejaron del barullo

      que se ví­a bien fulero,

      y en el monte se escondieron

      que les hablaba en murmullos.

      Capí­tulo 4

      Buscando a los dos chiquitos

      los compañeros seguí­an.

      Diban por el cuarto dí­a

      de darle duro y parejo,

      cuando vieron a lo lejos

      que encima se les vení­an.

      “Son jinetes”, dijo el elfo

      que tení­a vista e’ lince.

      “Son como unos ciento quince

      con uniforme entrazaos,

      dos caballos desmontaos,

      y hay uno con un esguince.”

      Ahí­ llegaron los milicos

      no mucho rato después,

      y encerraron a los tres

      ordenaos como en desfile,

      con los sables y jusiles

      brillando con altivez.

      “¡Tenga mano, tallador!”,

      los encaró el capitán.

      “En los pagos de Rohán

      no dentra cualquier pelao.

      Van a esplicarme qué están

      buscando por estos laos.”

      “Le andamo’ atrás a unos orcos

      pa’ limpiarles la caracha”,

      dijo el Guimli e’ mala facha.

      “Digamé quién lo priegunta

      si usté no quiere hacer punta

      debajo el filo e’ mi hacha.”

      “Señor enano insolente,

      soy el comendante Eumer,

      y yo quisiera saber,

      si prieguntarles se puede,

      quién caracho son ustedes

      pa’ acá venirse a meter.”

      “Tá gí¼eño”, se metió el Trancos,

      “no peliemos que es al ñudo.

      Acá el amigo orejudo

      es Legolas, y el enano

      que se ve tan yesquerudo

      se llama don Guimlidiano.”

      “¡Y yo me llamo Aragorn,

      heredero de Elendil!”

      y la peló a la Anduril

      pa’ enseñarla al comendante.

      El sable estaba brillante

      como si juera un candil.

      Le pintó rápido el cuento

      al que montaba el corcel:

      la salida e’ Rivendel,

      lo del Boromir y el mago,

      y que llegaron al pago

      persiguiendoló al infiel.

      “De no crer”, decí­a el otro

      y se rascaba la porra.

      Golvió a calzarse la gorra

      y prieguntó respetuoso:

      “¿Qué pasó con esos cosos

      pa’ que sin pingos los corran?”

      “Agarraron”, dijo el Trancos,

      “a dos compañeros nuestros

      llevandolós con cabestros,

      por estos rumbos juyendo.

      La huella vamos siguiendo,

      que pa’ esas cosas soy diestro.”

      Le contestó el comendante:

      “Esos orcos, sepalón,

      los quemamo’ en un jogón

      endijpué de la pelea.

      Por allá entuaví­a humean

      como achuras al carbón.”

      “Por un casual”, dijo el Trancos,

      “en el medio de ese guiso,

      ¿no habrán visto unos petisos

      que de altor poquito miden?”

      “A ésos sí­ que no los vide;

      nomás orcos y mestizos.”

      “Si es cierto lo que decí­s,

      ésa sí­ que es cosa rara”,

      comentó estrañao don Ara.

      “No me los huelo dijuntos.

      A ver si todo este asunto

      de una gí¼ena vez se aclara.”

      Les esplicó el comendante

      que se estaba haciendo oscuro

      y que andaba con apuro

      por dirse con sus jinetes,

      y les prestó un par de fletes

      para el camino tan duro.

      “Anden con tiento en el monte,

      ahí­ se aparece la viuda.

      Pasensé a prestar ayuda

      cuando ya de gí¼elta estén,

      que mi tí­o don Teodén

      se la está viendo peluda.”

      “Entran y salen los orcos

      como si juera su casa,

      además nos amenaza

      don Sarumán, el vecino,

      y encima el patrón se pasa

      escuchandoló a un ladino.”

      El Aragorn contestó:

      “Lo viá ir a ver a don Teo.

      El asunto está más feo

      de lo que vos me contás.

      Ya no va a durar la paz:

      se viene flor de aporreo.”

      El Trancos de un solo salto

      montó el pingo más grandote;

      diba en pelo y del cogote

      el Legolas agarrao,

      y el enanito, enancao,

      diba como perro en bote.

      Y allá salieron montaos

      al azulejo y el bayo,

      galopando como rayo

      y asustando a las perdices

      en busca e’ los dos gurises

      por el pago e’ los caballos.

      05/02/2006 at 18:45 #299291

      Belennor
      Participant

      La yunta e’ torres

      Capí­tulo 5

      El Sam y el Frodo con rumbo

      de la frontera seguí­an,

      y el Golum, con su baquí­a

      de la pampa y el desierto

      les diba haciendo de guí­a

      por la ciénaga e’ los muertos.

      No era muy lindo el camino

      que el bicho les enseñaba:

      con esjuerzo se arrastraban

      por esteros y bañaos

      ande caras de finaos

      dende abajo los miraban.

      No se ví­an pajaritos

      que sacudieran las alas,

      bichos ni hacienda baguala:

      nomás silencio y quietú.

      Andaban con lentitú,

      siguiendolós la luz mala.

      En ese barro jediento

      hasta el upite enchastraos,

      bajo un cielo encapotao

      y con ganas de chubasco,

      aguantaban miedo y asco

      los dos hobbits asariaos.

      Se pusieron los petisos

      alegres cuando al final

      salieron del fachinal,

      y el contento jue más hondo

      cuando salió el sol redondo

      más luminoso que un rial.

      Pero al bicho flaco y fiero

      no le gustaba la lú:

      le hací­a mal a la salú

      y por eso pegó un grito,

      y a echarse jue derechito

      a la sombra de un ombú.

      “¡Tán locos pa’ que les guste

      esa cosa tan quemante!

      Va a valé má que se aguanten,

      porque demientsha’ haya sol

      ni el Golum ni el Esmeagol

      pensamo’ seguí­ adelante.”

      “¡Encima e’ fiero, haragán!”,

      andaba insistiendo el pión.

      “¡Echeló e’ una vez, patrón,

      y que se pierda en la selva!

      ¡Tirelé con un toscón

      pa’ que entienda que no gí¼elva!”

      “No, Sam”, lo paró el Frodo,

      “tiene razón la cosa ésta.

      Si andamo’ con sol a cuestas

      puede verno’ algún sotreta.

      Comamo’ un poco e’ galleta

      y durmamonó’ una siesta.”

      Mientras dormí­an los hobbits

      con el canto e’ las chicharras,

      comiendosé una mojarra

      cruda y sin destripar

      dentró el Golum a payar

      él solito y sin guitarra.

      “E’ gí¼enito el Esmeagol,

      él les hizo una pshomesa

      a lu’ hobbi’, y eso pesa

      pa’ seguí­ con el asunto”,

      y él se hací­a el contrapunto

      con voz un poco más gruesa:

      “Dí­game usté, compañeyo,

      y conteste con pshudencia,

      si aguanta’le la insolencia

      a estu’ hobbi’ no es al cuete.

      Dejesé de sé alcahuete

      y agaye su peshtenencia.”

      “No pudemo’, mi compadshe,

      entiendaló, no sea malo:

      ¿Me pide que mate a palo

      al Fshodo, mi patshoncito?

      ¿O que vaya despacito

      y me ponga a acogota’lo?”

      “No invente lo que no dije

      ni me tuerza la intención:

      yo no digo que al patshón

      tengamo’ que hace’le nada.

      Otsha cosa es el panzón

      del mondongo y la papada.”

      “Con el hobbi’ goshdo y feo

      hay que sé gí¼eno’ también,

      po’ más que como yecién

      nos diga que nos vayamo’.

      ¿No se acueshda que juyamo’

      que vamo’ a poshta’no’ bien?”

      “Que tenemo’ que sé’ gí¼eno’

      acá no está en discusión,

      peyo piense, cabezón:

      ¿Le payece e’ gí¼en crioyo

      anda’ llevando el tesoyo

      pa’ que lo tenga el Sauyón?”

      “Tiene yazón, esa cosa

      de gí¼ena no tiene ná.

      Por eso vamo’ a pasá

      por ande vive la doña,

      pa’ que ella con su ponzoña

      les enseñe a no embshomá.”

      “¡Sí­ señó, a lo de la doña!

      Y quién no le dice a usté

      que el tesoyito nos dé

      endijpué e’ manda’lo’ al buche.

      ¡Y ya naides más nos ve,

      po’ más que sí­ nos escuche!”

      “Hay que vé cuando a lo’ dó

      se lo’ coman como yosca

      cuando caigan como mosca

      en la tela de la ayaña.

      La veshdá que a mí­ me estshaña

      que mejó no nos conozcan.”

      Y cuando a un entendimiento

      con él mismo hubo llegao,

      se durmió todo enroscao

      y soñó con la sortija

      aquel bicho sabandija,

      maula, feo y disgraciao.

      Capí­tulo 6

      Andaban Pipino y Merry

      perdidos en la espesura,

      temerosas las criaturas

      de alguna ví­bora hallar

      que les pudiera dejar

      una flor de mordedura.

      “¡Otra gí¼elta acá en el monte!”,

      soltó el Pipino con ira.

      “¡Si hasta se me hace mentira,

      con esta ya van dos veces!

      Y pa’ colmo, me parece

      que los árboles nos miran.”

      “¡Qué tal si cierran el pico!”,

      les gritó un palo borracho.

      “¡Dejenmé dormir, caracho!

      ¿No puede uno descansar

      sin que vengan unos guachos

      a ponerse a jorobar?”

      “¡Amalaya, estos son orcos!

      ¡Menos mal que estoy dispierto!

      Si no, ya estarí­a muerto

      en vez de parao y firme.

      No crean que van a engrupirme.

      Me quieren talar, ¿no es cierto?”

      “¡A gí¼en mate van por yerba!

      Aunque me dure la mama,

      con este ent de larga fama

      canoas naides va a hacer”,

      y dentró a agitar las ramas

      queriendosé defender.

      “¡Ta gí¼eno!”, dijo el Pipino,

      “¡Don palo, sosieguesé!

      No parecemos, vea usté,

      infieles ni por asomo.

      Nosotros dos hobbits somos

      acá donde usté nos ve.”

      “Venimos de la Comarca.

      Pipino Tuk yo me llamo,

      y éste es Merry Brandigamo,

      que es mi aparcero y mi primo.

      De los orcos escapamos

      y en el monte nos perdimos.”

      Achicó el palo los ojos

      porque andaba viendo doble.

      “¿Que no son esas innobles

      criaturas? Me alegro mucho.

      Hace largo que no lucho

      y ya no soy ningún roble.”

      “Disculpen”, dijo la planta

      sacandosé un nido e’ hornero

      que llevaba de sombrero,

      “pensé que eran bichos malos.

      Me dicen el Barba e’ Palo

      y soy de árboles arriero.”

      “¿Ansina que los mocitos

      se perdieron en mi pago?

      No teman ningún estrago

      de la gente de mi raza.

      Acompañenmé a mi casa

      y nos tomamo’ unos tragos.”

      En los hombros los sentó

      y trató de andar derecho,

      y después de hacer un trecho

      llegaron a una cañada

      con una parra de techo

      y en el fondo una cascada.

      De una botella e’ ginebra

      en unos vasos sirvió,

      de un taco el suyo vació

      y todos volvió a enllenar.

      “Yo tomo para olvidar

      la ingrata que me dejó.”

      Se le ví­a que al nuembrarla

      le temblaban las espinas.

      “¡Vieran qué linda mi china!

      ¡Otra como ella no hay!

      ¡Perfumaba la colina

      con jazmí­n del Paraguay!”

      “¡Pero si nomás de verla

      me daba felicidá!

      Andaba de acá pa’llá

      con la gracia de una dama,

      clavel del aire en las ramas

      y flor de jacarandá.”

      “Figurensé que habrá sido

      grande mi desolación

      cuando en aquella ocasión

      se me jue con los retoños.

      Dende entonces es otoño

      pa’ siempre en mi corazón.”

      “Una gí¼elta, al regresar

      de un arreo de araucarias,

      buscando la hospitalaria

      fragancia de su madera,

      tan sólo hallé la tapera

      muda, triste y solitaria.”

      “Acaso halló quien le dé

      las cosas que yo no pude.

      La soledad me sacude:

      ya no hay en mis dí­as grises

      quien a podarme me ayude

      o me riegue las raí­ces.”

      “Supe que no iba a hallar nunca

      otra que juera tan bella

      y me prendí­ a la botella

      pa’ curarme de este daño.

      Hace como tres mil años

      que no sé más nada de ella.”

      “No queda en la Pampa Media

      quien como yo la recuerde.

      Iba siempre de hojas verdes,

      juera setiembre o abril.

      ¡Tu recuerdo, Fimbretil,

      como carcoma me muerde!”

      Al fin se quedó dormido,

      casi como de improviso.

      Se agenciaron los petisos

      con hojitas una alfombra

      y se echaron a su sombra

      a hacer la siesta en el piso.

      Capí­tulo 7

      Revolví­an los rastreadores

      cerca e’ la selva maciza

      entre el montón de cenizas

      que quedaron del jogón

      y hallaron sólo un botón,

      quién sabe de qué camisa.

      No habí­a de los petisos

      ningún rastro, y pa’ pior

      la madrugada anterior

      antes que cantara el gallo

      les espantó los caballos

      uno con un arriador.

      Dijo el enano: “Pa’ mí­

      que era el mago Sarumán,

      viejo con cola e’ alacrán

      que si llego a verle el gorro,

      a hachazo limpio lo corro

      lo mesmo hasta el Tucumán.”

      “Gí¼enas tengan”, dijo un viejo

      que apareció redepente.

      “Si andan buscando a una gente

      chiquita que anda perdida,

      yo sé de muy gí¼ena juente

      que están a salvo y con vida.”

      “¡Ahura vas a ver, sotreta!”,

      lo amenazó el Guimlidiano.

      “¡Te va a enseñar este enano

      a espantar pingos, matrero!”,

      y ahí­ al humo se le jueron

      con las armas en las manos.

      Pero ni una le acertaron

      de los saltos que pegaba.

      “¿Qué modo es éste”, gritaba,

      “de recebir a un amigo?

      ¡Nomás esto me faltaba!

      ¿No distinguen paja e’ trigo?”

      “¡A la pucha, éste es el Gandalf!”

      soltó el Legolas feliz.

      “Decí­, ¿de dónde vení­s?

      ¿Qué fue a la final en Moria?

      Contanos toda la historia.

      ¿Por qué ya no andás de gris?”

      “¡No me hablen de aquel lugar

      ni me hagan que rememore!

      Que me van a hacer que llore

      ricordando el pozo oscuro.

      ¡Con lo que pasó, siguro

      va a hacerse mucho folclore!”

      “Endijpué e’ mucho caer

      llegamo’ hasta el fondo del pozo

      con aquel bicho asqueroso

      que me tiró el chicotazo.

      ¡No quieran ver qué porrazo!

      ¡Qué ricuerdo doloroso!”

      “Apagó ahí­ nomás el fuego

      y se me jue el muy lagaña,

      pero yo, que me doy maña,

      lo corrí­ por los aujeros

      y en la punta e’ la montaña

      lo alcancé al bicho rastrero.”

      “Y allá arriba, entre las nubes

      y bien cerquita del cielo,

      se largó nomás el duelo

      que jue de juerza un derroche.

      Cuatro dí­as con sus noches

      peleamo’ en el medio ’el yelo.”

      “Al fin, al coso agotao

      y medio dijunto ’el hambre

      le dio en la pata un calambre

      y lo mandé a mejor vida.

      Pero la ligué tupida

      y también terminé fiambre.”

      “Rumbiando pa’l Paraí­so

      con San Pedro me encontré,

      y unos mates me tomé

      pero no pude estar largo,

      porque yo tengo un encargo

      que entuaví­a no terminé.”

      “Lindo cuento”, dijo el Trancos.

      “¡Y llega a tiempo también!

      Si están los gurises bien

      como nos andás contando,

      es hora e’ dir enfilando

      pa’ la casa e’ don Teodén.”

      “Va a haber que dentrar a andar,

      que las monturas han juido.”

      Dijo el mago divertido:

      “¿En serio me lo decí­s?”,

      y pegó endijpué un chiflido

      que se oyó en medio paí­s.

      Contestaron tres relinchos

      a la llamada del viejo,

      y se vinieron de lejos

      en gallarda cabalgata

      el bayo y el azulejo

      y uno más con pelo e’ plata.

      “Aquél es el Sombragrí­s,

      entuaví­a medio bagual,

      un caballo sin igual

      como no se ha visto otro.

      ¡Miren qué pedazo e’ potro!

      ¡Vean qué bestia, qué animal!”

      “Ninguno se da como éste

      en galopear tanto afán.

      Al moro y al alazán

      les gana cualquier domingo

      este patrón de los pingos

      de los pagos de Rohán.”

      “Ninguno pudo domarlo

      hasta que lo agarré yo.

      Don Teo me lo regaló

      pero le gustó bien poco,

      y ahura se anda haciendo el loco

      y me porfí­a que no.”

      Montaron a la final

      las bestias galopeadoras,

      y sin almitir demora

      salieron los compañeros

      más rápido que ligero

      poniendo rumbo pa’ Edoras.

      Capí­tulo 8

      Armó a la hora e’ comer

      el Golum un reñidero:

      al Sam lo peliaba fiero

      y gritaba que era un brujo

      porque preparó un puchero

      con las liebres que le trujo.

      El otro le retrucó:

      “¡No digás más disparates!

      El hocico ése callate

      y ponele alguna tapa,

      y andá a buscarme unas papas,

      batata, choclo y tomate.”

      “¡Andá a buscátelas vó,

      panzudo cabeza e’ buyo!”,

      y se alejó entre murmullos,

      no juera a pedirle ayuda.

      “¡Con lo gí¼enas que son cshudas,

      las quieye quemá con yuyos!”

      Cuando estaban ya los hobbits

      tragando que daba gusto,

      de entre medio e’ unos arbustos

      salieron unos soldaos.

      Casi se mueren del susto,

      y además, atragantaos.

      “¡Vea usté a estos dos petisos!”,

      habló en llegando el primero.

      “¿No le dije yo, aparcero,

      que por acá habí­a gente?

      ¡A veinte leguas se siente

      el olor de este puchero!”

      “Por mucho que se comente

      del que come y no convida,

      si andan buscando comida

      les cuento que no hay pa’ todos”,

      los anotició el Frodo,

      “ansí­ que mejor se olvidan.”

      “¡Qué me va a importar a mí­

      si tiene mucha o poquita!

      Hasta la última ramita

      me apaga, ¿comprende, amigo?

      ¡Haga ya lo que le digo,

      no quiera que le repita!”

      Los llevaron a esconderse

      en el medio e’ un matorral.

      “La van a pasar muy mal”,

      dijeron, “si no se callan.”

      Contestó el Sam: “¡Amalaya!

      ¡Mire qué cacho e’ animal!”

      Un bicho ’el tamaño e’ un rancho

      vení­a aplastando los yuyos

      y haciendo mucho barullo

      con una trompa muy larga.

      Llevaba a manera e’ carga

      encima ’el lomo un mangrullo.

      La pampa toda temblaba

      debajo e’ las patas gruesas,

      y atrás de la bestia ésa

      caminaban unos pardos

      que andaban llevando fardos

      encima de la cabeza.

      Con la quijada en el suelo

      y los ojitos fugaos,

      dijo el Sam entusiasmao

      viendo pasar al gigante:

      “¡Mire usté, es un olifante!

      ¡Se viene un circo al poblao!”

      Lo hizo callar el milico:

      “¡Qué circo ni qué ocho cuartos!

      Éstos son unos lagartos

      que vienen a conchabarse

      con el Saurón, pa’ engancharse

      cuando haga e’ tierras reparto.”

      Cuando menos lo esperaban

      se vino la acometida:

      se apareció una partida,

      ninguno vido de diánde,

      que espantó al bicho tan grande

      y a naides dejó con vida.

      “Van a venir con nosotros

      ya que acabó el amasijo”,

      uno e’ los soldaos dijo,

      y como quien chivos lleva

      los jue arriando hasta una cueva

      que usaban como cobijo.

      “Yo me llamo Faramir”,

      dijo el jefe ’el contingente.

      “Me cuenta acá el suteniente

      que andaban por Itilién.

      ¡Les conviene que me cuenten

      qué buscaban, por su bien!”

      “Le cuento lo que haga falta,

      capitán, no se me agite”,

      y contestanto el envite

      con toda tranquilidá

      le habló e’ la comunidá

      que se armó con gente e’ elite.

      El rubio se conmovió,

      se le conoció en la pose.

      “¿Ansina que lo conocen

      a mi hermano el Boromir?

      ¿Y qué esperan pa’ decir

      puánde se anda? ¿Que los trocen?”

      “Vaya a saber”, contestó.

      “Nos separamos por juerza.

      Jue en una ocasión alversa

      yendo pa’ Minas Tirí­.

      Si lo busca por ahí­,

      en una de ésas conversan.”

      Pero no dijo ni mú

      de que le quiso robar.

      De aquello, mejor no hablar,

      que podí­a darle vergí¼enza,

      o tomarlo como ofensa

      y mandarlos estaquiar.

      El otro respondió al fin:

      “Ya vamo’ a ver si eso es cierto.

      Endemientras, les alvierto

      que no salgan del cuartel.

      Bastante con el infiel

      tenemos ya en el desierto.”

      05/02/2006 at 18:46 #299292

      Belennor
      Participant

      La yunta e’ torres

      Capí­tulo 9

      El enanito y el elfo,

      el mago y el montaraz

      llegaron al fin nomás

      por un asunto e’ importancia

      a Las Edoras, la estancia

      con las montañas detrás.

      “¡Quién vive!”, hablaron los guardias

      que estaban en la tranquera,

      y dijo el mago: “a cualquiera

      que traiga intención e’ bien

      nunca se le grita ‘quién’

      sinó ‘pase cuando quiera’”.

      Se impresionó el vigilante

      y al compañero jue a hablar:

      “Lo vas corriendo a buscar

      a don Teo y le decí­s

      que está el Gandalf Ponchogrí­s

      con gente acá pa’ charlar.”

      El otro golvió enseguida.

      “Dice que pueden seguí­,

      pero que dejen aquí­

      las latas y los facones.

      Éstas son las condiciones

      que pone el Lengua e’ Lumbrí­.”

      “Tá gí¼eno”, contestó el Trancos.

      “¡Pero guay con esta espada!

      No le vaya a pasar nada

      ni la saquen de la funda,

      que al que ansina se conjunda

      lo viá correr a patadas.”

      Al viejo patrón lo hallaron

      bajo ponchos y cobijas.

      Cuidandoló estaba la hija

      de su hermana la dijunta,

      y el sirviente en la otra punta

      con nombre de sabandija.

      Se sorprendieron de ver

      quien juera bravo guerrero

      encorvao sobre un brasero

      más pálido que fantasma,

      demientras que el consejero

      le poní­a cataplasmas.

      Pensó el Lengua que el istari

      tení­a en venir mucha audacia,

      y con poca diplomacia

      le gritó: “¡Juira, lechuza!

      Siempre que éste se nos cruza

      nos pasa alguna disgracia.”

      “Si hay disgracia”, dijo el Gandalf,

      “ésa no viene conmigo.

      Yo solamente le digo

      que se está poniendo feo,

      y hay que pararle, don Teo,

      las patas al enemigo.”

      “¡Por favor, no me hagan rair

      con las cosas que me vienen!

      A la edá que el patrón tiene

      uno no está pa’ esos trotes.

      No me escuche a estos pavotes,

      don Teodén, no le conviene.”

      “Ricuerde que por cuidarlo

      hace mucho que no duermo.

      Usté ’tá bastante enfermo”,

      seguí­a diciendolé el Grima,

      “como pa’ que éstos encima

      se lo lleven por los yermos.”

      Retrucó el Gandalf: “Ya basta,

      viborita con careta,

      que te doy con la chancleta

      y esa lengua viperina,

      con perdón de la sobrina,

      te la hago a la vinagreta.”

      “¿Ya vio, patrón”, dijo el otro,

      “qué insolente está este mago?

      ¡No permita que estos vagos

      le echen pelos en la leche!

      ¡Si yo juera usté, los hago

      que a rebencazos los echen!”

      Vido el mago que ya iba

      pa’ largo con ese atasco.

      Con su bastón un chubasco

      ahí­ mesmo se improvisó

      y a palazos lo corrió

      al Lengua e’ Lumbrí­ del casco.

      “¡Por qué no te vas, sotreta,

      a emponzoñar a tu agí¼ela!

      ¡Corré a tenerle la vela

      a tu patrón verdadero,

      pedazo e’ bicho rastrero,

      que te clavo las espuelas!”

      “Al Sarumán se vendió

      pa’ repartirse el botí­n.

      Ayudemé, misia Eugí¼í­n,

      a sacar de acá a su tí­o,

      que ajuera no está tan frí­o

      como le contaba el ruin.”

      Tomó el patrón don Teodén

      mejor color con el fresco.

      “Mi amigo, yo le agradezco,

      ahura estoy mucho mejor.

      Mi gentileza le ofrezco

      por librarme del traidor.”

      Dijo el Gandalf: “Mucho tiempo

      se ha perdido ya, mi rey.

      Ya bastante ha dado el gí¼ey

      cornadas a su colega;

      ahura que la guerra llega,

      ser unidos es la ley.”

      Al rato nomás don Teo

      andaba e’ mil maravillas.

      Se acomodó en una silla

      y habló en lo que liaba un pucho:

      “Vamo’ a tener que dir muchos

      al fortí­n e’ Cuernavilla.”

      La reunieron a la tropa

      con el comendante Eumer,

      y acabando de poner

      a la misia e’ cuidadora

      se jueron de Las Edoras,

      quién sabe si pa’ golver.

      Capí­tulo 10

      Dormí­a el Frodo guardando

      debajo ’el poncho el anillo,

      y un tirón del calzoncillo

      lo despertó redepente;

      al Faramir vio patente

      en medio ’el canto de los grillos.

      “Tenés que venir conmigo”,

      le vino a decir don Fara.

      “Ya sé que entuaví­a no aclara,

      pero tenemos visita

      y puede ser, me palpita,

      que le conozcas la cara.”

      Se asomó donde decí­a

      y casi suelta un “¡ahijuna!”.

      Allá abajo, en la laguna,

      echado a la orilla estaba

      el Golum, que lo alumbraba

      la poquita luz de luna.

      “¿No vení­a con ustedes

      aquel animal rastrero?

      Lo vamo’ a enllenar de aujeros

      por venirnos a aguaitar.

      Acá no se puede estar

      haciendo ansí­ de bombero.”

      Manotiaba un pejerrey

      ahí­ nomás dende la orilla.

      No lo echaba a la parrilla

      ni las tripas le sacaba:

      al buche se lo mandaba

      con todo el barro y la arcilla.

      Con el asco que le daba

      quiso decir: “¡Tirenlé

      y por mí­ aujereenlé

      ese poquito de pulpa!”

      Pero le dentró la culpa

      de que lo hicieran puré.

      “Pero qué va a andar gastando

      pólvora en ese abombao.

      Es un pobre disgraciao,

      más vale dejarlo en paz.

      ¡Miremeló, si nomás

      anda buscando pescao!”

      Le contestó el Faramir:

      “Si vos lo querés salvar,

      lo tenemos que agarrar

      y que nos diga él qué busca.

      ¡No sea cosa que conduzca

      a algún otro a este lugar!”

      Lo mandó al Frodo a buscarlo

      al de ojos de cocuyo.

      “Y no hagás ningún chanchullo

      que estamos con los jusiles.

      Solamente andá y decile

      que traiga acá sus murmullos.”

      ¡Lo que tení­a que hacer

      por no querer dijuntiarlo!

      Se abajó y dentró a llamarlo:

      “Vení­ conmigo, Esmeagol”.

      Lo mesmo que un girasol

      se dio gí¼elta pa’ mirarlo.

      “Mirá vó, ’cá ’tá el patshón”,

      se decí­a solo el flaco.

      Gruñia como verraco

      y echado sobre la panza

      se enrollaba e’ desconfianza

      como quirquincho mataco.

      Pero el otro le insistió:

      “Vamos, conmigo venite.”

      Al fin le quiso el envite,

      pero ahí­ la soldadesca

      salió toda e’ su escondite

      y se armó tremenda gresca.

      “¡Mucho tiento con la cosa,

      que hay que agarrarla viva!”

      Como gato panza arriba

      se defendí­a la fiera,

      pero acabó en la arpillera

      como grano pa’ la estiba.

      Lo llevaron entre varios

      enfrente del Faramir.

      “Ahura nos vas a decir

      qué andabas buscando, maula”,

      y lo metió en una jaula

      pa’ que no pudiera juir.

      Les dijo endijpué a los hobbits:

      “Este bicho no es muy claro.

      Me repite algo muy raro

      todo el rato como loro.

      ¿Qué es esa cosa e’ un tesoro

      que dice que le robaron?”

      Y justo pa’ contestarle

      tuvo que salirle el pión.

      “Ya pare e’ insistirnos, don,

      no quiera que le digamos

      que pa’ jundirla llevamos

      la sortija del Saurón.”

      El otro se puso blanco

      y al fin gritó: “¡Amalaya!

      ¡La sortija del canalla

      que se creí­a estraviada!

      ¡Ésa sí­ es carga pesada

      y fiera donde las haya!”

      Se la imaginó en el dedo

      de su tata el Denetor.

      ¡Qué gran poder pa’ Gondor

      tenerla en la capital!

      Pero aquello a la final

      diba a ser mucho más pior.

      “Se me hacen humo cuantiantes

      con su sortija y su bicho,

      que yo viá dejarles dicho

      a los soldaos que los dejen.

      ¡Salganmé con los manejes

      de este coso y sus gualichos!”

      Y se jueron los dos hobbits

      antes que saliera el sol

      llevándose al Esmeagol

      ligerito a la carrera

      pa’ cruzar la cordillera

      por el paso e’ Ciriungol.

      Capí­tulo 11

      ¡Naides diga que no hay ent

      que al peligro lo confronte!

      Viendo ya en el horizonte

      tremendo merenjenal,

      la asamblea forestal

      se juntó en el medio ’el monte.

      A los dos gurises hobbits

      los llevó el palo borracho

      con los timbos y lapachos

      que se habí­an juntao allí­,

      algarrobos y quebrachos

      y hasta algún petiribí­.

      De a poquito iban viniendo

      chancleteando las raí­ces,

      unos verdes, otros grises

      y hasta algunos coloraos;

      parecí­a que habí­an llegao

      hasta dende otros paí­ses.

      Dentró una botella e’ caña

      a recorrer el consejo,

      y como él era el más viejo

      dentró el Barba a hablar primero:

      “Mojensé antes el garguero,

      más los que vienen de lejos.”

      “Les viá contar una historia

      que las barbas desarraiga.

      Ninguno se me distraiga

      y escuchen mi relación,

      que ésta es una situación

      de las más fuleras que haiga.”

      “Nos la está haciendo julera

      el vecino Sarumán.

      Siguro no negarán

      que les cae tan gauchito,

      como le cae al pollito

      la sombra del gavilán.”

      “Por acá de vez en cuando

      sabe andar de vagabundo,

      viendo a los orcos inmundos

      que a todo el monte lo asedian.

      Dice que la Pampa Media

      va a ser el granero ’el mundo.”

      “Andan sus fieros compinches

      a hacha limpia todo el dí­a.

      Vieran con qué alevosí­a

      tiran árboles abajo

      pa’ hacer poste e’ telebrajo

      y durmientes pa’ las ví­as.”

      “Ni a su madre respetaba

      si la tuviera el matón,

      y le contesta zumbón

      a todo el que le contrarie

      que él trae civilización

      pa’ acabar con la barbarie.”

      “¡Me lo va a decir a mí­,

      que los chañares me espanta!”,

      se metió uno que de plantas

      tení­a varias tropillas.

      “Ni plantines ni semillas

      deja en paz. ¡Ya no se aguanta!”

      “Don Palo”, dijo el Pipino,

      “¿hace falta estar tres horas?

      Porque con tanta demora

      vamo’ a llegar atrasaos.”

      Dijo el Palo: “¡Qué apuraos

      son los jóvenes de ahora!”

      “Ricuerde, amigo, que naides

      el sol en el cielo apura,

      ni espera fruta madura

      antes que sea la estación.

      También estas cosas son

      de las que duran y duran.”

      “Mejor se sientan, que va

      pa’ largo esta conferencia.

      Ansí­ que tengan pacencia,

      que pa’ ponernos de acuerdo

      no es que los ents seamos lerdos,

      es que pensamo’ a concencia.”

      Y se armó la discusión:

      que si el precio e’ la madera,

      que si adentro, que si ajuera

      y que si la mar en coche.

      Cuatro dí­as con sus noches

      charlaron de esa manera.

      Los pobres hobbits miraban

      aburridos todo el drama.

      Como no tení­an cama

      el chúcaro Ramaviva

      les emprestaba sus ramas

      pa’ que durmieran arriba.

      Y al final jue a pasar

      que al clarear una mañana,

      los despertó una jarana

      de gritos y pisotones:

      marchaban los gigantones

      cantando alegres con ganas.

      Les prieguntaron los hobbits:

      “¿Qué pasó? ¿Pa’ dónde van?”

      Les contestó un arrayán

      poniendo una voz tremenda:

      “¡Vamo’ a lo del Sarumán

      pa’ que de una vez aprienda!”

      Se diban haciendo eses

      por el camino marcao,

      yendoselés para un lao

      y para el otro los troncos

      y entonando un canto ronco,

      bastante envalentonaos.

      Y es que en tiempos de entrevero

      el ánimo nunca suebra:

      pa’ dir a buscarle la hebra

      a aquel brujo tan lagaña

      se bajaron varias cañas

      y unos frascos de giñebra.

      Usando iban de tambores

      a sus propios troncos huecos,

      y resonaban los ecos

      marchando rumbo a Isengar;

      ya se le iban a acabar

      al mago sus embelecos.

      Capí­tulo 12

      El camino a Cuernavilla

      corrí­a por muchas leguas,

      y en pingos, burros y yeguas

      la compañí­a marchaba

      rumbo al combate, que daba

      muy poca o ninguna tregua.

      Diba al frente don Teodén,

      en el Crinblanca montao.

      Andaba apesadumbrao,

      porque jue por esas tierras

      ande se llevó la guerra

      a Teodredo, su hijo amao.

      “¡Tamo’ llegando!”, el Eumer

      señaló dende la silla.

      Como asomao a la orilla

      de un barranco e’ mucha hondura

      colgaba arriba en la altura

      el juerte de Cuernavilla.

      Jue al encuentro un veterano,

      el sargento Gamelí­n,

      y los saludó: “¡Por fin

      llegan algunos rejuerzos!

      ’Tá el asunto muy alverso

      hace rato en el fortí­n.”

      “¡Y qué gí¼eno que tenemos

      a tan bravo capitán!

      El nuestro, don Erquenbrán,

      vaya a saber puánde se anda,

      y se están viniendo en banda

      los orcos del Sarumán.”

      “Asigún cuentan los chasques,

      ya vadiaron el Isén.

      Apuresé, don Teodén

      que si contamos con suerte

      vamo’ a defender el juerte

      y a nuestra patria también.”

      “¡Este comendante suyo

      en gí¼en momento nos deja!”,

      la soltó el Gandalf la queja.

      “Viá buscarlo a este don Erque.

      Le conviene que se acerque

      o lo traigo e’ las orejas.”

      Taconiandoló al equino

      salió como esalación.

      El resto del pelotón

      metió pata pa’ dentrarse

      en el juerte y prepararse

      pa’ recebir al malón.

      Juntaron todas las armas,

      a la puerta echaron tranca,

      y dentraron la barranca

      de tanto en tanto a mirar,

      que por áhi diba a llegar

      la tropa e’ la mano blanca.

      Y llegó un rato endijpué

      de que se acabara el dí­a.

      Debajo e’ una lluvia frí­a,

      por encima de los palos

      vieron a todos los malos

      que al humo se les vení­an.

      La lú de muchas antorchas

      anunciaba su presencia,

      y sin hallar resistencia

      avanzaban los hostiles.

      Parecí­a aquello un desfile

      del dí­a e’ la independencia.

      El elfo en la oscuridá

      pa’ verlos se daba maña:

      “Si la vista no me engaña,

      entre los que vienen hay

      salvajes de la montaña

      y unos cuantos urujay.”

      Los orcos, cara pintada

      y en la cabeza unas plumas,

      se vení­an echando espuma

      como e’ rabia del hocico.

      Les pareció a los milicos

      que gritaban como pumas.

      Y a brutos, los montañeses

      tampoco le iban a menos.

      Pisaban juerte el terreno

      todas las bestias feroces,

      y se mezclaban las voces

      con el rugido e’ los truenos.

      A los cosos redepente

      los alumbró un rejucilo,

      y alguno dijo intranquilo

      disimulando el espanto:

      “¿De diánde saca aquél tantos?

      ¡Los debe comprar por kilo!”

      Jorobada se vení­a,

      aquella noche e’ tormenta,

      porque se habí­an dao cuenta

      que tení­an pocos jusiles

      pa’ sofrenar tantos miles

      de bestias ansí­ e’ violentas.

      “Habí­a que hacer como el Gandalf”,

      otro comentó con pena.

      “¡La pucha que la hizo gí¼ena

      ese viejo e’ la gran siete!

      Nomás lo espolió al flete

      y juyó de esta condena.”

      No se abatató el enano

      de ver llegar al infiel.

      Con la bravura en la piel

      a su aparcero el Legolas

      le jugó algunas chirolas

      a que voltiaba más que él.

      También se animó el Eumer

      y dentró a solar la arenga:

      “¡Mis paisanos, no me vengan

      con que están enjabonaos,

      que si no a estos endiablaos

      no hay naides que los detenga!”

      “Ningún alversario pudo

      en este juerte dentrar.

      Ansina que ahura, ¡a luchar

      pa’ mantener el invito!”

      Y jue señal ese grito

      pa’l combate comenzar.

      05/02/2006 at 18:50 #299293

      Belennor
      Participant

      La yunta e’ torres

      Capí­tulo 13

      Se contaba que en un tiempo

      las Montañas de la Sombra,

      que al pago ’el que no se nombra

      de frontera hací­an las veces,

      tení­an sobre sus pieses

      una torre e’ las que asombran.

      Brillaba en medio e’ la noche

      como si juera un candil,

      reluciente de marfil

      y más linda que ninguna:

      así­ jue Minas Itil,

      la fortaleza e’ la luna.

      Parecí­a que habí­a bajao

      un pedazo e’ cielo azul.

      Pero ¡ay! Llegó el nazgul

      mandao por el malo mismo,

      y endijpué ’el nuevo bautismo

      se llamó Minas Morgul.

      Llegaron el Sam y el Frodo

      siendo ya noche cerrada.

      Aquella torre embrujada

      y enllena e’ cosas ladinas

      echaba una lú malina

      por el fondo e’ la quebrada.

      Alta y horrible la vieron,

      una presencia espetral.

      Parecí­a una catedral

      sin feligreses ni cura,

      más fea la fachada oscura

      que careta e’ carnaval.

      Los pastos de aquel lugar

      estaban todos marchitos,

      la cruzaba un puentecito

      a una zanja e’ agua podrida:

      ése era un pago maldito

      ande todo era sin vida.

      El Golum y el Sam al Frodo

      lo tuvieron que pará’:

      la sortija de maldá

      que tení­a sobre el pecho

      lo iba llevando derecho

      como con riendas pa’llá.

      El Esmeagol lo llamaba:

      “¡Pa’ diánde se va, patshón!

      Si me lo agaya el Sauyón,

      otsho yo diánde me agencio.”

      Endemientras, el peón

      diba llorando en silencio.

      “Pobre don Frodo”, pensaba.

      “Los santos valar no quieran

      que al cruzar la cordillera

      se me ponga más enfermo.

      ¡Ojalá que acá anduviera

      aquel burrito, el Guillermo!”

      Diba el Golum cuchicheando,

      buscando por los rincones:

      “Estu’ do’ hobbi’ chambones

      justamente a mí­ me tocan”,

      y en una grieta e’ la roca

      encontró los escalones.

      Sintieron mientras subí­an

      un bramido estraordinario,

      y de lo alto ’el campanario,

      como quien dice e’ la cruz,

      salió pa’l cielo una luz

      con un brillo funerario.

      Dijo el Sam: “¡Qué rejucilo!

      No han de ser gí¼enas señales”.

      Allá abajo los portales

      de Minas Morgul se abrieron,

      y salir de adentro vieron

      una procesión de males.

      Lo que ví­an dende allí­

      no podí­an llamarlo gente:

      una tropa repelente

      salí­a del juerte jediondo

      y pasaban de uno en fondo

      de un lao al otro del puente.

      Miró el Frodo al que marchaba

      al frente del regimiento

      y lo conoció al momento,

      todo duro del jabón,

      como el que le hundió el facón

      allá en la Sierra e’ los Vientos.

      Un frí­o le dentró al alma

      y le ardió la cicatriz

      viendo que con la nariz

      el brujo el aire olisqueaba,

      y el anillo lo tentaba

      pa’ levantar la perdiz.

      Al final dejó el de negro

      la postura e’ centinela,

      ahí­ nomás las dos espuelas

      al flete se las clavó

      y hecho una juria salió

      como urraca que se vuela.

      Los otros, llevando lanzas,

      lo seguí­an en la huella.

      “Se van como pa’ la gueya”,

      dijo el flaco e’ puro vicio.

      “Allá’lo lejo’, malicio,

      v’habé tshemenda epopeya.”

      Siguieron viaje ahí­ nomás

      por la escalera empinada,

      y endijpué de la trepada

      anduvieron un buen trecho

      por un senderito estrecho

      en medio e’ piedras peladas.

      El cielo e’ la madrugada,

      entre paredes metí­o,

      se les figuraba un rí­o,

      pero arriba, o sea al revés.

      Por áhi andaban los tres

      muriendosé de hambre y frí­o.

      Diba el Golum como loco

      saltando de acá p’allá.

      “Ya queda poco pu’andá,

      patshón, no se nos fatigue,

      que si a nosotsho’ nos sigue

      no lo vamo’ a defshaudá.”

      Capí­tulo 14

      Se vení­a en las montañas

      un entrevero imponente.

      Lloví­a torrencialmente

      y cada cual con su abrigo

      esperando al enemigo

      estaba toda la gente.

      Algunos de los infieles,

      en atitú de acechanza,

      se mandaron una danza

      embarrandosé en los charcos

      y empezaron con las lanzas,

      con las bolas y los arcos.

      Endemientras otros más

      en el medio ’el zafarrancho

      dentraron con unos ganchos

      por las tapias a trepar,

      sin parar de amenazar

      y gruñir como unos chanchos.

      Gritando dende un mangrullo

      llamó un soldao la atención

      que al borde del cañadón

      los cabeza con penacho

      con un tronco de quebracho

      querí­an voltiarlo al portón.

      Les plantaron resistencia

      los valientes defensores,

      y a los fieros invasores

      querí­an sacarlos carpiendo

      con ollas de aceite hirviendo

      y cosas mucho más piores.

      “¡Vamo’ a mostrarle a esos cosos

      que no hay acá ningún manco!”

      Peló a la Anduril el Trancos

      y el Eumer a la Gí¼ití­n,

      y saltaron al barranco

      pa’ defenderlo al fortí­n.

      Y en respuesta a esos llamados

      salió todo el paisanaje:

      dando gritos de coraje

      vení­an los bravos varones

      con los sables y facones

      pa’ enfrentarse a los salvajes.

      Muy alegre el enanito

      los mandaba al camposanto:

      los destripaba a unos cuantos

      haciendo mucho alboroto

      y se anotaba los tantos

      con un puñado e’ porotos.

      Le diba gritando al elfo:

      “¿Ya le agarraste la mano?

      ¡Vas a ver cómo te gano,

      vos que te pensás gí¼eno!”

      Pero ahí­ reventó un trueno

      que se escuchó muy cercano.

      Se llenó todo de humo,

      saltó un fogonazo rojo,

      y quedaron los despojos

      ande los palos estaban.

      Tantas astillas volaban

      que hasta alguno perdió un ojo.

      Se quedaron medio sordos

      con el ruido e’ la esplosión.

      “¡Los cosos train un cañón!

      ¡Vengansé p’acá ligero!”,

      y corrieron al aujero

      por ande entraba el malón.

      “¡Siempre inventando la pólvora

      aquél brujo sinvergí¼enza!”,

      vino a armarla la defensa

      el Trancos de aquella brecha,

      ande a punta e’ lanza y flecha

      se metí­a una orcada inmensa.

      Paró la lluvia al final

      como a eso de las una,

      y ansí­, a la lú de la luna

      que alumbró la noche fresca,

      continuaba aquella gresca

      como nunca hubo ninguna.

      ¡Pocas veces se habrá visto

      semejante valentí­a!

      No paró la compañí­a,

      en contra de los percances,

      de frenar aquel avance

      hasta que se hizo de dí­a.

      Y cuando asomaba el sol

      se oyó un terrible alarido:

      “¡Allá al galope tendido

      se acercan cienes y cienes!

      ¡Es el Gandalf, que ha cumplido!

      ¡Con don Erquenbrán se viene!”

      ¡Viera usté qué preciosura!

      ¡Qué cuadro tan almirable!

      Vení­a el mago venerable

      con don Erque y con su apoyo

      de como cinco mil criollos,

      cada cual pelando el sable.

      No parecí­an los salvajes

      ser de los que se abatatan,

      pero en ver que en cabalgata

      se les vení­an los bravos,

      dispararon con el rabo

      mesmamente entre las patas.

      No paraban de escaparse

      con la milicada atrás.

      Flameaban los chiripás

      de todo lo que corrieron,

      en el monte se escondieron

      y ya no salieron más.

      Algunos de los paisanos

      de la alegrí­a gritaban,

      demientras otros miraban

      la cosa desconcertaos:

      “O yo estoy medio mamao,

      o ese monte ayer no estaba.”

      Un rato dispués, los árboles,

      ya cansaos de tanto grito,

      sin dejar ni un pedacito

      de los que allí­ se escondieron,

      las enaguas recogieron

      y se jueron despacito.

      Bueno…aca llegan a su fin los capitulos publicados por nuestro querido Andrés Diplotti. Aproximadamente cada un mes se publica un capitulo nuevo. Si quieren mas información acerca de el, su blog se encuentra en http://pez-diablo.blogspot.com/ [ Este mensaje fue editado por: Belennor on 05-02-2006 18:52 ]

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