Perfil Básico

Nombre

Elbe

Fecha de nacimiento:

1900-04-29

Ficha de Personaje

Nombre del Personaje

Liantiel

Raza

Mujer

Lugar de la Tierra Media

Telpe

Historia del Personaje

Alkwa se acercó a la joven mujer, aún ardía en fiebre y deliraba lanzando gritos ininteligibles, debatiéndose en el lecho contra algunos demonios invisibles; Alkwa, el hermoso elfo de largos y rubios cabellos la había encontrado en un valle una calurosa mañana varios días antes; estaba llena de heridas y desde entonces inconciente. El elfo la colocó en su caballo y la llevó por largos caminos hasta el sitio en dónde ahora se encontraban, la casa de Glondir, un elfo de ancestral linaje.

No sabían qué mal le afectaba, pero por las heridas parecía haber tomado parte en alguna lucha. La joven no había recobrado el conocimiento en ningún momento, así que no sabían ni su nombre. Veían la manera de proporcionarle agua aunque estuviera inconciente, y así pasaron los días y las semanas. Glondir empezaba a creer que la mujer fallecería y se llevaría con ella sus secretos.

Pero no fue así, al menos no del todo.

Una noche, mientras Alkwa terminaba de encender una lámpara en la habitación, la mujer despertó víctima de un espasmo frenético. Gritaba como debatiéndose contra la mismísima muerte y de pronto, cayó rendida sobre el lecho, pero ya no estaba inconciente. Alkwa se apresuró hacia ella:

– ¡Al fin ha despertado mi querida dama!

Ella no respondió, se limitó a mover los ojos al costado donde se hallaba el elfo y los clavó en él, escudriñando, como buscando hablar con él sin utilizar palabras; sin embargo, su mirada no era delicada ni amable.

Alkwa sintió el rechazo, o tal vez la desconfianza, pero de todas maneras le aproximó agua para que ella bebiera, la joven se incorporó en el lecho y bebió hasta saciarse, devolviendo después el vaso al elfo. Éste la miró en silencio durante unos breves instantes y no sabiendo que hacer, decidió retirarse. Cuando estaba justo en la puerta ella le llamó:

– ¡Espera! –Dijo en un suave tono, pero lo suficientemente fuerte para que él la oyera. Alkwa de detuvo. – ¿Puedes decirme en dónde estoy? –Preguntó con temblorosa voz.
– En la casa de Glondir. –dijo Alkwa mientras regresaba sobre sus pasos para sentarse al lado de ella, aproximando una silla a un lado de la cama. –Yo soy Alkwa, le dijo, mientras movía la cabeza en forma de reverencia.
– Alkwa, dijo ella casi en un suspiro. ¿Cómo llegué hasta aquí, Alkwa?
– Hace muchas semanas salí en una patrulla de vigilancia, no acostumbro hacerlo, ya que no soy un guerrero, pero aquél día no había alguien que pudiera hacerlo. Mientras avanzaba por una llanura observé algo tendido sobre el campo, al acercarme descubrí que se trataba de una persona, una mujer, tú misma estabas ahí, consumiéndote por el sol abrasante de aquella mañana y por la fiebre que ganaba terreno.

Ella hizo un extraño gesto, levantó una ceja y no dejó de mirar a aquél ser de luz junto a ella. No parecía ser alguien que miente, pero ella no recordaba nada de lo que él le contaba. Alkwa la miró, como si supiera que ella estaba pensando en algunas cosas, y aguardó un momento. Después continúo:

– Traté de hacerte despertar pero fue inútil, todos mis intentos acabaron en fracasos. Te coloqué sobre Hortälimo, mi caballo y volví por el camino por el que había llegado hasta ahí. Muchas horas tardamos en la cabalgata de regreso, yo caminé a tu lado, hasta que la noche cayó sobre nosotros, con un aliviante aire fresco, no propio de un día caluroso, pero nuevos ánimos invadieron mis músculos cansados. Al fin llegamos a este sitio, de inmediato me dirigí a Glondir, quien se mostró dispuesto a proveerte de toda la ayuda necesaria. Y así pasaron las semanas, y mientras tú te debatías con la muerte nosotros hacíamos todo lo que estuviera en nuestras manos para sanarte. Y nada sucedía, nada sucedió hasta esta noche.

La mujer no hacía más que mirar fijamente a aquél bello elfo a los ojos, le resultaba realmente hermoso. Pero no sabía qué decir. Luego de un prolongado silencio Alkwa se aproximó a la muchacha y le tomo las manos entre las suyas:

– ¿Cuál es vuestro nombre, mi dama?, preguntó Alkwa afablemente.

Y en ese momento el miedo hizo de su presa a la mujer. No recordaba su nombre, en realidad no recordaba nada, ni quién era, ni cómo se llamaba, ni nada hasta antes de haber despertado en aquél lecho.

– ¡No lo se!, respondió visiblemente nerviosa y preocupada.

Alkwa la miró sorprendido, soltó sus manos con gran suavidad y salió de la habitación. La joven entró en tal ensimismamiento que ni siquiera notó la ausencia del elfo. Pero pocos minutos después él reapareció y junto a él un elfo de rostro infinitamente bello, ni joven ni viejo, su edad simplemente no podía saberse. Un poco más alto que Alkwa, su cabello era más pálido, casi parecía blanco bajo la luz de las lámparas, su piel lucía pálida pero se veía lleno de vitalidad y a través de sus ojos se revelaban secretos de gran valor.

Él se acercó a la mujer y sin rodeos habló:

– Soy Glondir, estás en mi casa. Alkwa me ha dicho que no tienes recuerdos, ¿es verdad eso?
– Es cierto. Dijo ella casi afligida, bajando la cabeza para evadir la mirada de Glondir.
– ¡Eso es increíble! ¡Mis conocimientos no pueden curar algo así! Dijo Glondir francamente asombrado ante tal situación.

La chica se sintió abatida. Se daba cuenta que no había nada que hacer. Unas gruesas lágrimas empezaron a rodar sobre sus pálidas mejillas, Alkwa se acercó hasta ella y la abrazó. Así permanecieron un tiempo hasta que Glondir reanudó su diálogo.

– Será mejor que permanezcas entre nosotros un tiempo, tal vez este asunto sea temporal y pronto recobres tus recuerdos. Ofreció Glondir, y lo hizo sinceramente, aunque no sabía si aquella criatura podría recuperar alguna vez su pasado.

La joven accedió, ¿A dónde más podía ir? ¿No sabía ni siquiera de dónde venía? No recordaba ningún nombre. Nada.

Así, el tiempo empezó a pasar para ella, aunque poco se dio cuenta de eso, debido a la intemporalidad propia de los elfos. Estudió muchas cosas, pasando largas horas en compañía de Alkwa, en la biblioteca de aquellos elfos, en dónde aprendió muchísimas cosas. También pasó tiempo en la arquería, aprendiendo a lanzar con arco. Aprendió a montar y a blandir una espada, y eso le gustaba sobre manera. Tiempo después se ofreció para salir en las rondas de vigilancia, y montando algún corcel acompañaba a los elfos más diestros en la batalla, aunque nunca tuvo que participar en ninguna.

La joven se desenvolvía bien en todo lo que hacía, pero había una característica extraña en ella, no tardaron en notarlo los Glondirim. En cualquier lugar en dónde ella estuviera, empezaban a aparecer arañas, muy pequeñas al principio, un poco más grandes después. Pero si la Dama permanecía largo rato en el mismo sitio, el lugar se infestaba de aquellos insectos. Los elfos la llamaron entonces Liantiel, y ese nombre permaneció con ella por el resto de su vida.

Las cosas estaban en calma para Liantiel y los elfos la acogían con cariño, pero sucedió un día, mientras los elfos y ella hacían una guardia de fronteras, que antes de que la noche tendiera su negro manto sobre los elfos y sobre la mujer que un extraño fue avistado por ellos. Venía solo, lo habían confirmado, y venía caminando a paso lento pero constante. Él se aproximó lo suficiente y los elfos lo rodearon muy pronto. Él extraño se quitó la capucha negra que le cubría el rostro y dejo ver unas viejas facciones, unos ojos grises muy claros, y una espesa cabellera. Levantó la vista y miró fijamente a Liantiel, sin hacer ningún movimiento habló con claridad, con una voz que parecía mucho más joven que él…

– Debes partir, ve hacia las Haldanóri, no te garantizo respuestas, pero serás recibida y tu vida tendrá un giro que ni siquiera alcanzas a imaginar. No encontrarás tu pasado, pero sí encontrarás tu presente y tu futuro. ¡Ve ahora niña! ¡Cabalga hasta esas tierras!

Extrañamente los elfos y ella misma habían bajado flechas y espadas y el anciano simplemente dio la vuelta y regreso por donde le habían visto venir. Cuando estuvieron de vuelta no hacían sino comentar el incidente. Pero Liantiel se encerró en la biblioteca con Alkwa, lo que ellos hablaron, nadie lo sabe. Pero después de muchas horas ella salió y anunció que se iba.

Glondir le dio un hermoso caballo tan blanco como la nieve, Lóssimo le llamó ella, provisiones, un arco, una bella espada que fuera regalo especial de Alkwe y poco más llevó consigo el día que se despidió de Glondir, de Alwe y de los demás elfos. El sol no había salido aún y hacía frío, ella se colocó la capa con su capucha y mirando por última vez a aquellos que eran toda su familia se despidió. Cabalgó rápido y el aire que chocaba con su cara hacía que sus lágrimas se secaran rápidamente. Al fin, llena de dudas y de tristeza, llegó hasta Telpe, que fue su hogar hasta su muerte.