Entre sus vestiduras siempre blancas y plateadas, se ocultaba blanca y suave como la luz de la luna la piel palida que cubría aquel cuerpo delgado, fuerte y grasil que atravez de los años tanto había sufrído tanto aunque sus apariencias no lo denotaran, sin embargo sus ojos celestes siempre en apriencia alegres, mostraban el peso que su cuerpo cargaba pero no podía develar, el pesar de los años y las penurias de antaño, que atormentaba su existencia cada vez más sutíl delica y transparente como una flor marchita, adornando sus cabellos dorados y largos yasía en su cabeza una tiara de plata decorada en el centro por una turqueza siempre allí precente recordandole el untimo adios de su amado, que hacía ya mucho tiempo se había marchado.