A continuación os contamos los importantes hechos que acontecieron el 4 de marzo en el universo fantástico creado por John Ronald Reuel Tolkien.

Proseguimos con la sección ‘Hoy en la Tierra Media’ con un día en el que de madrugada y durante buena parte de la jornada se libró una de las batallas más importantes de la Guerra del Anillo y cuyo resultado determinaría en buena medida el rumbo de los acontecimientos del final de la Tercera Edad, en el que tres viajeros llegan a las Colinas de Escoria donde uno de ellos tiene un debate interno, y en el que la comitiva de un rey se dirigió a la fortaleza de uno de sus enemigos. Para evitar cualquier tipo de malentendido nos gustaría recordar que todas las fechas de esta sección se corresponden con el Calendario de la Comarca o con otros calendarios de la Tierra Media (como el Cómputo del Rey o el Cómputo de los Senescales) y no con el calendario gregoriano (ver nota), y que todas proceden de ‘El Hobbit‘, ‘El Señor de los Anillos‘ (incluidos los Apéndices), los ‘Cuentos inconclusos‘ y los Manuscritos Marquette de J.R.R. Tolkien, y de otros libros de estudiosos tolkiendil como el ‘Atlas de la Tierra Media‘ de Karen Wynn Fonstad, ‘El Señor de los Anillos: Guía de lectura‘ de Wayne G. Hammond y Christina Scull, y ‘The History of The Hobbit‘ de John D. Rateliff.

Y como es nuestra costumbre acompañamos cada uno de estos acontecimientos con citas de los libros de Tolkien y con distintos dibujos e ilustraciones, aunque no siempre encontramos imágenes de los momentos que mencionamos o que representen con total fidelidad lo descrito por el Profesor.

Esto fue lo que pasó en la Tierra Media el 4 de marzo, o el 4 de Rethe según el Calendario de la Comarca.

Esto fue lo que ocurrió en la Tierra Media el 4 de marzo.

 

Año 3019 de la Tercera Edad del Sol:

* Durante toda la noche se libra la Batalla de Cuernavilla.

* Gandalf pasa la noche reuniendo a las fuerzas de Grimbold y Elfhelm, dispersas en los Vados del Isen.

* Al amanecer llega al Abismo de Helm con Erkenbrand y sus hombres.

* Háma muere defendiendo la Puerta de Helm.

* Frodo, Sam y Gollum llegan a los montículos de lava (Colinas de Escoria) de la Desolación del Morannon y se quedan en un agujero todo el día.

* Merry y Pippin pasan el día contemplando la inundación de Isengard, hasta que los Ents encauzan de nuevo las aguas del Isen.

* Gollum debate consigo mismo hasta que Sam lo interrumpe.

* Al anochecer, Frodo, Sam y Gollum reemprenden la marcha y se dirigen hacia la Puerta Negra.

* Théoden, Gandalf, Aragorn, Legolas y Gimli parten hacia Isengard por la noche.

* Poco antes de la medianoche la comitiva de Théoden llega a los Vados del Isen.

 

(Pinchad en las imágenes para verlas a mayor resolución)

(El ejército de Saruman ante Cuernavilla, según el artista estadounidense Michael Kaluta)

«Había pasado ya la medianoche. El cielo era un espeso manto de negrura, y la quietud del aire pesado anunciaba una tormenta. De pronto un relámpago enceguecedor rasgó las nubes. Unas ramas luminosas cayeron sobre las colinas del este. Durante un instante los vigías apostados en los muros vieron todo el espacio que los separaba de la Empalizada: iluminado por una luz blanquísima, hervía, pululaba de formas negras, algunas rechonchas y achaparradas, otras gigantescas y amenazadoras, con cascos altos y escudos negros. Centenares y centenares de estas formas continuaban descolgándose en tropel por encima de la Empalizada y a través del Foso. La marca oscura subía como un oleaje hasta los muros, de risco en risco. En el valle retumbó el trueno, y se descargó una lluvia lacerante.

Las flechas, no menos copiosas que el aguacero, silbaban por encima de los parapetos y caían sobre las piedras restallando y chisporroteando. Algunas encontraban un blanco. Había comenzado el ataque al Abismo de Helm, pero dentro no se oía ningún ruido, ningún desafío; nadie respondía a las flechas enemigas.

Las huestes atacantes se detuvieron, desconcertadas por la amenaza silenciosa de la piedra y el muro. A cada instante, los relámpagos desgarraban las tinieblas. De pronto, los orcos prorrumpieron en gritos agudos agitando lanzas y espadas y disparando una nube de flechas contra todo cuanto se veía por encima de los parapetos; y los hombres de la Marca, estupefactos, se asomaron sobre lo que parecía un inmenso trigal negro sacudido por un vendaval de guerra, y cada espiga era una púa erizada y centelleante.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Los orcos atacan la puerta de Cuernavilla, según el artista estadounidense Darrell K. Sweet)

«Resonaron otra vez las trompetas y una horda saltó hacia adelante, vociferando. Llevaban los escudos en alto como formando un techo y empujaban en el centro dos troncos enormes. Tras ellos se amontonaban los arqueros orcos, lanzando una lluvia de dardos contra los arqueros apostados en los muros. Llegaron por fin a las puertas. Los maderos crujieron al resquebrajarse, cediendo a los embates de los árboles impulsados por brazos vigorosos. Si un orco caía, aplastado por una piedra que se despeñaba, otros dos corrían a reemplazarlo. Una y otra vez los grandes arietes golpearon la puerta.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Aragorn, según el artista canadiense John Howe)

«En un ángulo del muro de la fortaleza había una pequeña poterna que se abría al oeste, en un punto en el que el acantilado avanzaba hacia el castillo. Un sendero estrecho y sinuoso descendía hasta la puerta principal, entre el muro y el borde casi vertical del Peñón. Éomer y Aragorn franquearon la puerta de un salto, seguidos por sus hombres. En un solo relámpago las espadas salieron de las vainas.

—¡Gúthwinë! —exclamó Eomer—. ¡Gúthwinë por la Marca!

—¡Andúril! —exclamó Aragorn—. ¡Andúril por los Dúnedain!

Atacando de costado, se precipitaron sobre los salvajes. Andúril subía y bajaba, resplandeciendo con un fuego blanco. Un grito se elevó desde el muro y la torre.

—¡Andúril! Andúril va a la guerra! ¡La Espada que estuvo Rota brilla otra vez!»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Gimli, según el artista canadiense John Howe)

«En ese momento, unos diez o doce orcos que habían permanecido inmóviles y como muertos entre los cadáveres, se levantaron rápida y sigilosamente, y partieron tras ellos. Dos se arrojaron al suelo y tomando a Éomer por los talones lo hicieron trastabillar y caer, y se le echaron encima. Pero una pequeña figura negra en la que nadie había reparado emergió de las sombras lanzando un grito ronco.

—Baruk Khazâd! Khazâd ai-mênu!

Un hacha osciló como un péndulo. Dos orcos cayeron, decapitados. El resto escapó.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(El Muro del Bajo asediado, según el artista italiano Ivan Cavini)

«El enfrentamiento en el Peñón había sido sólo un breve respiro. El ataque contra las puertas se redobló. Las huestes de Isengard rugían como un mar embravecido contra el Muro del Bajo. Orcos y montañeses iban y venían de un extremo al otro arrojando escalas de cuerda por encima de los parapetos, con tanta rapidez que los defensores no atinaban a cortarlas o desengancharlas. Habían puesto ya centenares de largas escalas. Muchas caían rotas en pedazos, pero eran reemplazadas en seguida, y los orcos trepaban por ellas como los monos en los oscuros bosques del sur. A los pies del muro, los cadáveres y los despojos se apilaban como pedruscos en una tormenta; el lúgubre montículo crecía y crecía, pero el enemigo no cejaba.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Elfhelm, según la artista francesa Magali Villeneuve)

«Tanto en el viaje de ida, cuando el camino directo tuvo que haberlo llevado cerca de los Vados, como en el regreso hacia el sur para reunirse con Erkenbrand, debió de encontrarse con Grimbold y Elfhelm. Éstos se convencieron de que actuaba en nombre del Rey, no sólo por aparecer montado en Sombragrís, sino también porque conocía el nombre del mensajero Ceorl y el mensaje que éste portaba; y consideraron una orden el consejo que les dio. A los hombres de Grimbold los envió hacia el sur para que se unieran a Erkenbrand…»

(‘Cuentos inconclusos‘. Tercera parte: La Tercera Edad. Las Batallas de los Vados del Isen).

 

(Uruk-Hai en el Abismo de Helm, según un artista sueco conocido como JHKris)

«De pronto un clamor llegó desde atrás, desde el Abismo. Los orcos se habían escabullido como ratas hacia el canal. Allí, al amparo de los peñascos, habían esperado a que el ataque creciera y que la mayoría de los defensores estuviese en lo alto del muro. En ese momento cayeron sobre ellos. Ya algunos se habían arrojado a la garganta del Abismo y estaban entre los caballos, luchando con los guardias.

Con un grito feroz cuyo eco resonó en los riscos vecinos, Gimli saltó del muro.

—Khazâd! Khazâd! —Pronto tuvo en qué ocuparse.— ¡Ai-oi! —gritó —. ¡Los orcos están detrás del muro! ¡Ai-oi! Ven aquí, Legolas. ¡Hay bastante para los dos! Khazâd ai-mênu!»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Gimli y Legolas, según el artista argentino Sebastián Giacobino)

«Trepó al adarve y allí encontró a Legolas en compañía de Aragorn y Éomer. El Elfo estaba afilando el largo puñal. Había ahora una breve tregua en el combate, pues el intento de atacar desde el agua había sido frustrado.

—¡Veintiuno! —dijo Gimli.

—¡Magnífico! —dijo Legolas—. Pero ahora mi cuenta asciende a dos docenas. Aquí arriba han trabajado los puñales.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(La Batalla de Cuernavilla, según el artista canadiense John Howe)

«Hubo un estallido atronador, una brusca llamarada, y humo. Las aguas de la Corriente del Bajo se desbordaron siseando en burbujas de espuma. Un boquete acababa de abrirse en el muro y ya nada podía contenerlas. Una horda de formas oscuras irrumpió como un oleaje.

—¡Brujerías de Saruman! —gritó Aragorn—. Mientras nosotros conversábamos volvieron a meterse en el agua. ¡Han encendido bajo nuestros pies el fuego de Orthanc! ¡Elendil, Elendil! —gritó saltando al foso; «

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Brecha en el Muro del Bajo, según el artista británico Anthony Devine)

«Desde arriba y desde abajo del muro se lanzó el último ataque: demoledor como una ola oscura sobre una duna, barrió a los defensores. Algunos de los Jinetes, obligados a replegarse más y más sobre el Abismo, caían peleando, mientras retrocedían hacia las cavernas oscuras. Algunos volvieron directamente a la ciudadela.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(La Batalla de Cuernavilla, según el artista inglés Alan Lee)

«Aragorn cruzó a grandes trancos el patio interior, y subió a una cámara alta de la torre. Allí, una silueta sombría recortada contra una ventana angosta, estaba el rey, mirando hacia el valle.

—¿Qué hay de nuevo, Aragorn? —preguntó.

—Se han apoderado del Muro del Bajo, señor, y han barrido a los defensores; pero muchos han venido a refugiarse aquí, en el Peñón.

—¿Está Éomer aquí?

—No, señor. Pero muchos de vuestros hombres se replegaron a los fondos del Abismo; y algunos dicen que Éomer estaba entre ellos. Allí, en los desfiladeros, podrían contener el avance del enemigo y llegar a las cavernas. Qué esperanzas de salvarse tendrán entonces no lo sé.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Théoden, según el artista italiano Tiziano Baracchi)

«—Dicen que Cuernavilla no ha caído nunca bajo ningún ataque —dijo Théoden—; pero esta vez mi corazón teme. El mundo cambia y todo aquello que alguna vez parecía invencible hoy es inseguro. ¿Cómo podrá una torre resistir a fuerzas tan numerosas y a un odio tan implacable? De haber sabido que las huestes de Isengard eran tan poderosas, quizá no hubiera tenido la temeridad de salirles al encuentro, pese a todos los artificios de Gandalf. El consejo no parece ahora tan bueno como al sol de la mañana.

—No juzguéis el consejo de Gandalf, señor, hasta que todo haya terminado —dijo Aragorn.

—El fin no está lejano —dijo el rey—. Pero yo no acabaré aquí mis días, capturado como un viejo tejón en una trampa. Crinblanca y Hasufel y los caballos de mi guardia están aquí, en el patio interior. Cuando amanezca, haré sonar el cuerno de Helm, y partiré. ¿Cabalgarás conmigo, tú, hijo de Arathorn? Quizá nos abramos paso, o tengamos un fin digno de una canción… si queda alguien para cantar nuestras hazañas.

—Cabalgaré con vos —dijo Aragorn.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Aragorn en la puerta de Cuernavilla, según ua artista eslovaca conocida como MirachRavaia)

«Mirando adelante, vio que el cielo palidecía en el este. Alzó entonces la mano desnuda, mostrando la palma, para indicar que deseaba parlamentar.

Los orcos vociferaban y se burlaban.

—¡Baja! ¡Baja! —le gritaban—. Si quieres hablar con nosotros, ¡baja! ¡Tráenos a tu rey! Somos los guerreros Uruk-hai. Si no viene, iremos a sacarlo de su guarida. ¡Tráenos al cobardón de tu rey!

—El rey saldrá o no, según sea su voluntad —dijo Aragorn.

—Entonces, ¿qué haces tú aquí? —le dijeron—. ¿Qué miras? ¿Quieres ver la grandeza de nuestro ejército? Somos los guerreros Uruk-hai.

—He salido a mirar el alba —dijo Aragorn.

—¿Qué tiene que ver el alba? —se mofaron los orcos—. Somos los Uruk-hai: no dejamos la pelea ni de noche ni de día, ni cuando brilla el sol o ruge la tormenta. Venimos a matar, a la luz del sol o de la luna. ¿Qué tiene que ver el alba?

—Nadie sabe qué habrá de traer el nuevo día —dijo Aragorn—. Alejaos antes de que se vuelva contra vosotros.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(El cuerno de Helm, según el artista chino Jian Guo)

«Pero en el momento mismo en que la puerta se desmoronaba, y los orcos aullaban alrededor preparándose a atacar, un murmullo se elevó detrás de ellos, como un viento en la distancia, y creció hasta convertirse en un clamor de muchas voces que anunciaban extrañas nuevas en el amanecer. Los orcos, oyendo desde el Peñón aquel rumor doliente, vacilaron y miraron atrás. Y entonces, súbito y terrible, el gran cuerno de Helm resonó en lo alto de la torre.

Todos los que oyeron este sonido se estremecieron. Muchos orcos se arrojaron al suelo boca abajo, tapándose las orejas con las garras. Y desde el fondo del Abismo retumbaron los ecos, como si en cada acantilado y en cada colina un poderoso heraldo soplara una trompeta vibrante.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Carga de Théoden en el Abismo de Helm, según el artista australiano Timothy Ide)

«—¡Helm! ¡Helm! —gritaron los Jinetes—. ¡Helm ha despertado y retorna a la guerra! ¡Helm ayuda al Rey Théoden!

En medio de este clamor, apareció el rey. Montaba un caballo blanco como la nieve; de oro era el escudo y larga la lanza. A su diestra iba Aragorn, el heredero de Elendil, y tras él cabalgaban los señores de la Casa de Eorl el joven. La luz se hizo en el cielo. Partió la noche.

—¡Adelante, Eorlingas!

Con un grito y un gran estrépito se lanzaron al ataque. Rugientes y veloces salían por los portales, cubrían la explanada y arrasaban a las huestes de Isengard como un viento entre las hierbas. Tras ellos llegaban desde el Abismo los gritos roncos de los hombres que irrumpían de las cavernas persiguiendo a los enemigos. Todos los hombres que habían quedado en el Peñón se volvaron como un torrente sobre el valle. Y la voz potente de los cuernos seguía retumbando en las colinas.

Galopaban el rey y sus compañeros. Capitanes y paladines caían o huían delante de ellos. Ni los orcos ni los hombres ofrecían resistencia.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Gandalf llega al Abismo de Helm, según el artista estadounidense Donato Giancola)

«De improviso, en una cima apareció un jinete vestido de blanco y resplandeciente al sol del amanecer. Más abajo, en las colinas, sonaron los cuernos. Tras el jinete un millar de hombres a pie, espada en mano, bajaba de prisa las largas pendientes. Un hombre recio y de elevada estatura marchaba entre ellos. Llevaba un escudo rojo. Cuando llegó a la orilla del valle se llevó a los labios un gran cuerno negro y sopló con todas sus fuerzas.

—¡Erkenbrand! —gritaron los Jinetes—. ¡Erkenbrand!

—¡Contemplad al Caballero Blanco! —gritó Aragorn.— ¡Gandalf ha vuelto!

—¡Mithrandir, Mithrandir! —dijo Legolas—. ¡Esto es magia pura! ¡Venid! Quisiera ver este bosque, antes que cambie el sortilegio.

Las huestes de Isengard aullaron, yendo de un lado a otro, pasando de un miedo a otro. Nuevamente sonó el cuerno de la torre.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Ucornos, según una artista neerlandesa conocida como Laiyla)

«Los salvajes montañeses caían de bruces. Los orcos se tambaleaban y gritaban y arrojaban al suelo las espadas y las lanzas. Huían como un humo negro arrastrado por un vendaval. Pasaron, gimiendo, bajo la acechante sombra de los árboles; y de esa sombra ninguno volvió a salir.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 7: El Abismo de Helm).

 

(Gimli en el Abismo de Helm, según el artista estadounidense Matthew Stewart)

«De pronto se oyó un clamor, y los compañeros que el enemigo había arrastrado al Abismo descendieron de la Empalizada: Gamelin el Viejo, Éomer hijo de Éomund, y junto con ellos Gimli el Enano. No llevaba yelmo, y una venda manchada de sangre le envolvía la cabeza; pero la voz era firme y sonora.

—¡Cuarenta y dos, Maese Legolas! —gritó—. ¡Ay! ¡Se me ha mellado el hacha! El cuadragésimo segundo tenía un capacete de hierro. ¿Y a ti cómo te ha ido?

—Me has ganado por un tanto —respondió Legolas—. Pero no me importa, ¡tan contento estoy de verte todavía en pie!

—¡Bienvenido, Éomer, hijo de mi hermana! —dijo Théoden—. Ahora que te veo sano y salvo, estoy realmente contento.

—¡Salve, Señor de la Marca! —dijo Éomer—. La noche oscura ha pasado, y una vez más ha llegado el día. Pero el día ha traído extrañas nuevas. —Se volvió y miró con asombro, primero el bosque y luego a Gandalf.— Otra vez has vuelto de improviso, en una hora de necesidad —dijo.

—¿De improviso? —replicó Gandalf—. Dije que volvería y que me reuniría aquí con vosotros.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 8: El camino de Isengard).

 

(Isengard inundada, según la artista serbia Dunja Đorđević)

«En la mañana, la mañana de ayer, el agua se había escurrido por todos los agujeros, y había una niebla espesa. Nosotros nos refugiamos en el cuarto de los guardias; y estábamos muertos de miedo. El lago desbordó y se derramó a través del viejo túnel, y el agua subía rápidamente por las escaleras. Temíamos quedar atrapados en una cueva, lo mismo que los orcos; pero en el fondo del depósito de vituallas descubrimos una escalera de caracol que nos llevó al aire libre en lo alto de la arcada. No nos fue nada fácil salir de allí, pues los pasadizos se habían agrietado, y más arriba las piedras lo obstruían en parte. Allí, sentados por encima de la inundación, vimos cómo Isengard desaparecía poco a poco bajo las aguas. Los Ents continuaron vertiendo más y más agua, hasta que todos los fuegos se extinguieron y se anegaron todas las cavernas. Las nieblas crecieron y se juntaron lentamente y se elevaron al fin en una enorme y vaporosa sombrilla de nubes, quizá de una milla de altura. Al atardecer un gran arco iris apareció sobre las colinas del este; y de pronto el sol en el ocaso quedó oculto detrás de una llovizna espesa en las laderas de las montañas. Todo aquello sucedía en medio de un gran silencio. Algunos lobos aullaban lúgubremente en la lejanía. Por la noche, los Ents detuvieron la inundación, y encauzaron de nuevo las aguas del Isen, que volvió a su antiguo lecho. Y así terminó todo.»

 

(Dunlendino ataca a Rohirrim, según el artista filipino JB Casacop)

«—Ayudad ahora a reparar el mal del que habéis sido cómplices —les dijo Erkenbrand—; más tarde prestaréis juramento de que no volveréis a cruzar en armas los Vados del Isen, ni a aliaros con los enemigos de los Hombres: entonces quedaréis en libertad de volver a vuestra tierra. Pues habéis sido engañados por Saruman. Muchos de los vuestros no han conocido otra recompensa que la muerte por haber confiado en él; pero si hubierais sido los vencedores, tampoco sería más generosa vuestra paga.

Los hombres de las Tierras Brunas escuchaban estupefactos, pues Saruman les había dicho que los hombres de Rohan eran crueles y quemaban vivos a los prisioneros.

En el campo de batalla, frente a Cuernavilla, levantaron dos túmulos, y enterraron en ellos a todos los Jinetes de la Marca que habían caído en la defensa, los de los Valles del Este de un lado y los del Folde Oeste del otro. Pero a los hombres de las Tierras Brunas los colocaron aparte en un túmulo bajo la Empalizada. En una tumba a la sombra de Cuernavilla, sepultaron a Háma, capitán de la guardia del Rey. Había caído frente a la Puerta.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 8: El camino de Isengard).

 

(El bosque de Ucornos, según el artista inglés Peter Xavier Price)

«Ya el sol se acercaba a las crestas de las colinas occidentales que rodeaban el Bajo, cuando Théoden y Gandalf y sus compañeros montaron al fin y descendieron desde la Empalizada. Toda una multitud se había congregado allí; los Jinetes y los habitantes del Folde Oeste, los viejos y los jóvenes, las mujeres y los niños, todos habían salido de las cavernas a despedirlos. Con voces cristalinas entonaron un canto de victoria; de improviso, todos callaron, preguntándose qué ocurriría, pues ahora miraban hacia los árboles y estaban asustados.

La tropa llegó al bosque, y se detuvo; caballos y hombres se resistían a entrar. Los árboles, grises y amenazantes, estaban envueltos en una niebla o una sombra. Los extremos de las ramas largas y ondulantes pendían como dedos que buscaban en la tierra, las raíces asomaban como miembros de monstruos desconocidos, en los que se abrían cavernas tenebrosas. Pero Gandalf continuó su avanez, al frente de la compañía, y en el punto en que el camino de Cuernavilla se unía a los árboles vieron de pronto una abertura que parecía una bóveda disimulada por unas ramas espesas: por ella entró Gandalf, y todos lo siguieron.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 8: El camino de Isengard).

 

(El debate de Gollum, según el artista italiano Francesco Amadio)

«Sam despertó bruscamente, con la impresión de que su amo lo estaba llamando. Era de noche. Frodo no podía haberlo llamado, porque se había quedado dormido, y había resbalado casi hasta el fondo del pozo. Gollum estaba junto él. Por un instante Sam pensó que estaba tratando de despertar a Frodo; pero en seguida comprendió que no era así. Gollum estaba hablando solo. Sméagol discutía con un interlocutor imaginario que utilizaba la misma voz, sólo que la pronunciación era entrecortado y sibilante. Un resplandor pálido y un resplandor verde aparecían alternativamente en sus ojos mientras hablaba.

—Sméagol prometió —decía el primer pensamiento.

—Sí, sí, mi tesoro —fue la respuesta—, hemos prometido: para salvar nuestro Tesoro, para no dejar que lo tenga Él… nunca. Pero está yendo hacia Él, con cada paso se le acerca más. ¿Qué pensará hacer el hobbit, nos preguntamos, sí, nos preguntamos?

—No lo sé. Yo no puedo hacer nada. El amo lo tiene. Sméagol prometió ayudar al amo.

—Sí, sí, ayudar al amo: el amo del Tesoro. Pero si nosotros fuéramos el amo, podríamos ayudarnos a nosotros mismos, sí, y a la vez cumplir las promesas.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 2: A través de las ciénagas).

 

(Las Cavernas Centelleantes, según el artista canadiense Ted Nasmith)

«—Me has emocionado, Gimli —le dijo Legolas—. Nunca te había oído hablar así. Casi lamento no haber visto esas cavernas. ¡Bien! Hagamos un pacto: si los dos regresamos sanos y salvos de los peligros que nos esperan, viajaremos algún tiempo juntos. Tú visitarás Fangorn conmigo, y luego yo vendré contigo a ver el Abismo de Helm.

—No sería ése el camino que yo elegiría para regresar —dijo Gimli—. Pero soportaré la visita a Fangorn, si prometes volver a las cavernas y compartir conmigo esa maravilla.

—Cuentas con mi promesa —dijo Legolas—. Mas ¡ay! Ahora hemos de olvidar por algún tiempo el bosque y las cavernas. ¡Mira! Ya llegamos a la orilla del bosque. ¿A qué distancia estamos ahora de Isengard, Gandalf?

—A unas quince leguas, a vuelo de los cuervos de Saruman —dijo Gandalf—; cinco desde la desembocadura del Valle del Bajo hasta los Vados; y diez más desde allí hasta las puertas de Isengard. Pero no marcharemos toda la noche.

—Y cuando lleguemos allí, ¿con qué nos encontraremos? —preguntó Gimli—. Quizá tú lo sepas, pero yo no puedo imaginarlo.

—Tampoco yo lo sé con certeza —respondió el mago—. Yo estaba allí ayer al caer de la noche, pero desde entonces pueden haber ocurrido muchas cosas. Sin embargo, creo que no diréis que el viaje ha sido en vano, ni aunque hayamos tenido que abandonar las Cavernas Centelleantes de Aglarond.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 8: El camino de Isengard).

 

(El debate de Gollum, según el artista estadounidense Donato Giancola)

«—¡Lo queremos! Pero… —y aquí hubo una larga pausa, como si un nuevo pensamiento hubiera despertado—. Todavía no ¿eh? Tal vez no. Ella podría ayudar. Ella podría, sí.

—¡No, no! ¡Así no! —gimió Sméagol.

—¡Sí! ¡Lo queremos! ¡Lo queremos!

Cada vez que hablaba el segundo pensamiento, la larga mano de Gollum se arrastraba lentamente, acercándose a Frodo, para apartarse luego de súbito, con un sobresalto, cuando volvía a hablar Sméagol. Finalmente los dos brazos, con los largos dedos flexionados y crispados, se acercaron a la garganta de Frodo.

Fascinado por esta discusión, Sam había permanecido acostado e inmóvil, pero espiando por entre los párpados entornados cada gesto y cada movimiento de Gollum. Como espíritu simple, había imaginado que el peligro principal era la voracidad de Gollum, el deseo de comer hobbits. Ahora caía en la cuenta de que no era así: Gollum sentía el terrible llamado del Anillo. Él era evidentemente el Señor Oscuro, pero Sam se preguntaba quién sería Ella. Una de las horrendas amigas que la miserable criatura había encontrado en sus vagabundeos, supuso.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 2: A través de las ciénagas).

 

(Ents y Ucornos, según el artista argentino Gonzalo Kenny)

«El rey guardó silencio.

—¡Ents! —dijo al fin—. Fuera de las sombras de la leyenda empiezo a entender, me parece, la maravilla de estos árboles. He vivido para conocer días extraños. Durante mucho tiempo hemos cuidado de nuestras bestias y nuestras praderas, y edificamos casas, y forjamos herramientas, y prestamos ayuda en las guerras de Minas Tirith. Y a eso llamábamos la vida de los Hombres, las cosas del mundo. Poco nos interesaba lo que había más allá de las fronteras de nuestra tierra. Hay canciones que hablan de esas cosas, pero las hemos olvidado, y sólo se las enseñamos a los niños, por simple costumbre. Y ahora las canciones aparecen entre nosotros en parajes extraños, caminan a la luz del Sol.

—Tendríais que alegraros, Rey Théoden —le dijo Gandalf—. Porque no es sólo la pequeña vida de los Hombres la que está hoy amenazada, sino también la vida de todas esas criaturas que para vos eran sólo una leyenda. No os faltan aliados, Théoden, aunque ignoréis que existan.

—Sin embargo, también tendría que entristecerme —dijo Théoden—, porque cualquiera que sea la suerte que la guerra nos depare, ¿no es posible que al fin muchas bellezas y maravillas de la Tierra Media desaparezcan para siempre?

—Es posible —dijo Gandalf—. El mal que ha causado Sauron jamas será reparado por completo, ni borrado como si nunca hubiese existido. Pero el destino nos ha traído días como éstos. ¡Continuemos nuestra marcha!»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 8: El camino de Isengard).

 

(El camino hacia Mordor, según el artista español Óscar Pérez)

«Frodo le sonrió.

—¡Ánimo! —le dijo—. Nos has guiado bien y con fidelidad. Ésta es la última etapa. Condúcenos hasta la Puerta, y una vez allí no te pediré que vayas más adelante. Condúcenos hasta la Puerta, y serás libre de ir a donde quieras… excepto a reunirte con nuestros enemigos.

—Hasta la Puerta, ¿eh? —chilló la voz de Gollum, al parecer con sorpresa y temor—. ¿Hasta la Puerta, dice el amo? Sí, eso dice. Y el buen Sméagol hace lo que el amo pide. Oh sí. Pero cuando nos hayamos acercado, veremos tal vez, entonces veremos. Y no será nada agradable. ¡Oh no! ¡Oh no!

—¡Acaba de una vez! —dijo Sam—. ¡Ya basta!

La noche caía cuando se arrastraron fuera del foso y se deslizaron lentamente por la tierra muerta. No habían avanzado mucho y de pronto sintieron otra vez aquel temor que los había asaltado cuando la figura alada pasara volando sobre las ciénagas.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Cuarto, capítulo 2: A través de las ciénagas).

 

(Vados del Isen, según Michael Rasmussen)

«Cuando comenzaron a vadear el río, los lobos dejaron de aullar y se alejaron escurriéndose. Las figuras de Gandalf a la luz de la luna y de Sombragris, que centelleaba como la plata, habían espantado a los lobos. Al llegar al islote vieron los ojos relucientes de las bestias, que espiaban desde las orillas, entre las sombras.

—¡Mirad! —dijo Gandalf—. Gente amiga ha estado por aquí, trabajando.

Y vieron un túmulo en el centro del islote, rodeado de piedras y de lanzas enhiestas.

—Aquí yacen todos los Hombres de la Marca que cayeron en estos parajes —dijo Gandalf.

—¡Que descansen en paz! —dijo Éomer—. ¡Y que cuando estas lanzas se pudran y se cubran de herrumbre, sobreviva largo tiempo este túmulo custodiando los Vados del Isen!

—¿También esto es obra tuya, Gandalf, amigo mío? —preguntó Théoden—. ¡Mucho has hecho en una noche y un día!

—Con la ayuda de Sombragris… ¡y de otros! —dijo Gandalf—. He cabalgado rápido y lejos. Pero aquí, junto a este túmulo, os diré algo que podrá confortamos: muchos cayeron en las batallas de los Vados, pero no tantos como se dice. Más fueron los que se dispersaron que los muertos; y yo he vuelto a reunir a todos los que pude encontrar. Envié algunos hombres con Grimbold de Folde Oeste para que se unan a Erkenbrand. A otros les encomendé la construcción de este túmulo. Ahora obedecen a vuestro mariscal, Elfhelm. Lo envié junto con otros jinetes a Edoras. Sabía que Saruman había lanzado contra vos todas sus fuerzas, y que sus servidores habían abandonado otras tareas para marchar al Abismo de Helm; no vi en todo el territorio ni uno solo de nuestros enemigos; yo temía, sin embargo, que quienes cabalgaban a lomo de lobo y los saqueadores pudieran llegar a Meduseld, y que la encontrasen indefensa. Pero ahora creo que no hay nada que temer; la casa estará allí para datos la bienvenida a vuestro regreso.»

(‘El Señor de los Anillos. Las dos torres‘. Libro Tercero, capítulo 8: El camino de Isengard).

 

(*) Nota importante: Aunque el Calendario de la Comarca no coincide con el calendario Gregoriano (hay una diferencia de 10 u 11 días entre uno y otro dependiendo del día en el que se celebre el solsticio de verano), hemos decidido publicar los acontecimientos según su fecha original y no adaptar las fechas a nuestro calendario (de hacerlo, el 25 de marzo del Calendario de la Comarca sería nuestro 14 ó 15 de marzo). Nos parece lo más lógico no solo para evitar confusiones sino para mantener la coherencia con el hecho de celebrar el Día Internacional de Leer a Tolkien el 25 de marzo (fecha en la que se derrotó a Sauron) y el Día Hobbit el 22 de septiembre (fecha de los cumpleaños de Bilbo y Frodo).

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