Ragoh hijo de Ramet nació en Esgaroth, la ciudad del lago. Su infancia se desarrolló en una calma casi absoluta, los años de bonanza que siguieron la muerte de Smaug, crearon en la ciudad un ambiente de relajo. La gente olvidó el dolor de la guerra y por añadidura, la gran mayoría dejó de lado las antiguas disciplinas de la guerra, para dedicarse casi por completo al comercio.
Sin embargo el pequeño Ragoh aprendía historias y canciones de Bardo y los antiguos héroes que participaron en la batalla de los cinco ejércitos. En su corazón siempre brilló una luz que lo llamaba a seguir esa senda, la de quien se entrega por sus ideales y olvida su propio dolor con tal de poder ayudar a los demás.
Después de un tiempo, la tranquilidad que reinaba en el lago desapareció. Comenzaron a rondar personas extrañar, los vigías dieron aviso del movimiento de manadas de wargos y orcos, incluso algunas personas desaparecieron. El terror recorría las calles, la gente pasaba la mayor parte del tiempo en sus casas, era raro ver a alguien salir de la ciudad, y si alguien salía jamás lo hacía solo.
Fue entonces cuando Ragoh sintió la necesidad de hacer algo al respecto, sintió que podía hacer algo por los suyos y decidió partir al sur. Aprovechando que una pequeña compañía de enanos iba río abajo, se les unió y luego de sortear algunos peligros, logró llegar a Rivendel la morada de Elrond. De esta manera se enteró de que el señor oscuro ganaba cada vez más fuerzas en el sur, de que todo cuanto pasaba era una consecuencia del terrible reordenamiento de sus aliados y secuaces. Ragoh pensó que lo mejor sería ayudar en todo cuanto estuviera a su alcance y si bien jamás fue un espadachín formidable o un gran arquero, toda ayuda era siempre bien recibida. De esta manera Ragoh se embarcó en una campaña de boicot de las operaciones de Isengard. Así conoció a los montaraces con quienes compartió su misión. La que se llevó a cabo a través de escaramuzas y sabotajes, logrando así retrazar la llegada de tres tropas orcas al abismo de Helm. Mientras sus compañeros montaraces parecían ser hombres de piedra, debido a la dureza de sus rostros y la fiereza de sus miradas, él destacaba por tu dulce voz, así como por las muchas historias que conocía. Así fue como lo bautizaron como el alegre por ser la esperanza en aquellos tiempos grises. Fueron además ellos quienes le regalaron su espada, la que Ragoh el alegre bautizaría como Rátulco, que en lengua élfica significa “fuerza de león”.
Participó en la batalla del abismo de Helm, en donde fue herido en el hombro izquierdo. Luego viajó con el rey de la marca, dejando a sus queridos montaraces. Luchó en la batalla de los campos de Pelennor, para luego partir a la puerta negra.
Finalmente se reencontraría con la compañía de montaraces en Cormallén. Luego de eso iría a Minas Tirith para después acompañar en su última marcha a Theoden, rey de la marca, hasta Edoras.
Terminada su misión, volvió a su querida Esgaroth a contar, a través de su flauta, todo cuanto vivió.