FICHAS DE PERSONAJES HISTORIA-ROL 4ª EDAD
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Elfo_Negro.
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AuthorMensajes
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07/03/2010 at 12:38 #303378
aratirModeratorPERSONAJE NARRADOR
Nombre: Firyel
Raza: Teleri
Descripción:
Firyel es una elfa de gran belleza, de ojos verdes y un cabello extenso y ondulado como un mar caoba. Su apariencia frágil e inocente y su carácter es un tanto introvertido y tímido, aspectos que concuerda con su propio nombre que ha de ser traducido como "Suspiro". Firyel posee por otra parte una bella voz, suave y dulce, lo que hace que aunque sus palabras sean leves estas sean un deleite.
Historia:
Firyel llegó a Cadraldôst pocos años después de su fundación y desde entonces ha sido la regenta de las Casas de Curación de la ciudad. Dicha posición le ha otorgado cierto reconocimiento, haciendo que se valore también como consejera. A parte de en las Casas de Curación, el otro lugar donde es fácil encontrar a Firyel es descansando junto al árbol rojo y paseando a la orillas del lago.
PERSONAJE NARRADOR
Nombre: Atâva ("senda fiel")
Raza: Mujer de Rohan
Descripción:
Atâva es una mujer fuerte y de porte recio. Su bello cabello liso y rubio ha sido cortado en gran medida, afirmando el carácter serio y severo de la mujer y acentuando los rasgos duros de su rostro y sus ojos grises.
Historia:
Atâva nació en una pequeña aldea de Rohan, siendo el primer y el último fruto de su madre quien murió tras el parto. Hija del herrero, tomó pronto el papel que le hubiera correspondido como varón, convirtiéndose en aprendiz y ayudante de su padre en la herrería a la vez que encargaba de las labores del hogar, para las cuales contó con la ayuda de sus tías. Cuando su padre murió siendo ella aún muy joven y sin haber alcanzado la mayoría de edad, sus tías vieron bien de casarla con uno de sus primos quien tomaría así poder de la herrería y demás posesiones del herrero. La decisión no fue tomada en gracia por Atâva, que reusó al compromiso, enfureciendo con esta reacción a su primo que presentándose por sorpresa en su herrería trato de forma forzosa tomarla como esposa. Atâva rompió ambas manos a su primo con uno de los martillos de la herrería y se hizo a la fuga tomando el único caballo, el de su padre.
Cabalgó largo tiempo, hasta que la furia y los víveres se le terminaron. Entonces halló por suerte refugio en una de las hermandades del Puño Llameante, una orden que se había extendido desde las sureñas tierras de Haldanóri. El trato fue agradable y Atâva decidió quedarse con ellos y formar parte de sus filas a pesar que, al ser una orden formada únicamente por soldados, su ingreso estaba solo permitido a varones. Sin embargo, Sulbêth mujer y miembro del Puño, ayudó a Atâva a cambiar su imagen y a ingresar en la orden, convirtiéndose a su vez en su mentora.
Tras largos años juntas, Atâva ha logrado ya el grado suficiente para tener independencia total en sus movimientos, llevando a cabo la labor de la orden por su propia cuenta. Siendo dentro de esta, un miembro estimado y de una conducta ejemplar.
Sobre "El Puño Llameante", una breve introducción:
La orden del Puño Llameante, conocida también como simplemente El Puño, surgió hace largos años en la ciudad sureña de Puertas del Fin, en tierras del Concilio de Nan-Tasarion, a partir de la propia guardia la ciudad.
Su creación era una declaración de buenas intenciones, un pacto de honestidad, bondad, y ayuda y defensa a todo quien la necesitase. El origen de su nombre se hallaba en el patrón y fundador de la ciudad Huor Fëfalas, hijo de Daethôr Fëfalas e Illurë Telpaglar, quien murió defendiendo a su pueblo de las hordas del mal, dando con su último aliento muerte al dragón Ghâshronk en la cúspide de Carcimbar, la gran torre de la ciudad. El acero de su espada atravesó las fauces de la bestia consumiéndose en su fuego, mientras que el puño que la empuñaba quedó sin embargo intacto.
La orden se propagó a las fuerzas militares del Concilio extendiéndose a través de esta a otras tierras, creándose así nuevas hermandades del Puño. La orden perdura aún en nuestros días fieles a sus valores, sin embargo, su carácter parece haberse vuelto más severo y en ciertos casos incluso fanático, pasando a ser vista como una secta.
Imágenes:
Firyel:
Atâva:
[ Este mensaje fue editado por: aratir on 07-03-2010 12:39 ]
07/03/2010 at 22:35 #303379
Aragorn_IIParticipantBueno, ya que estamos de presentaciones, he encontrado una imagen para Varyamo. Hasta en la librea que lleva, con un poco de imaginación, se puede ver el emblema de Sein Cair Andros: una estrella blanca de ocho puntas sobre un fondo negro. Aunque eso sí, lo que lleva en la mano izquierda, no se me ocurre lo que pueda ser xDDDDD
Un saludo!
PD: Le he tuneado, le he quitado lo que llevaba en el pecho y le he añadido la estrella de SCA xD
[ Este mensaje fue editado por: Aragorn_II on 07-03-2010 22:51 ]
[ Este mensaje fue editado por: Aragorn_II on 08-03-2010 01:25 ]
08/03/2010 at 23:46 #303380
DerufinParticipant(Espero que no sea muy tarde para enrolarme ^^")
Nombre: Nâthindar Heruyuale.
Raza: Dúnadan.
Descripción:
Media melena oscura como la noche, contrasta con los penetrantes ojos grises. Bastante alto, incluso algo espigado, propio de su raza, y de complexion fuerte.
Suele llevar un peto de cuero sobre una ligera cota de malla, sus ropas son de viaje, pues se desplaza a menudo a caballo por las llanuras. Las desgastadas botas y raída capa terminada en una capucha hacen de el una figura sumamente inquietante.
Su cuerpo se encuentra cosido con numerosas cicatrices, fruto de una escaramuza que resultó terminar bastante torcida, en la que logró sobrevivir milagrosamente.
Frío, reservado y sombrío con los desconocido, mientras que se muestra relativamente abierto y amable con las personas de confianza. En las que se la ganan.
Sin embargo, gusta de compartir una cama en noches puntuales, y normalmente con damas a las que suele abandonar a la mañana siguiente. Nunca ha comprendido porque necesita llenar un vacío de manera tan efímera, pero lo necesita, de algún modo. En el fondo espera encontrar una compañera de viaje.
Cuelga del cinto del montaraz una espada larga ribeteada de runas. Puñal de caza élfico. Arco largo de madera negra similar al que antaño utilizabanlos montaraces de los bosques de Ithilien.
También hace uso del sigilo para abatir a sus enemigos, a pesar de que es ducho en batalla. Domina las artes de la curación.
Monta a caballo desde niño, no le es dificil hacer largos viajes sobre una montura.
Historia:
Nâthindar nació en Gondor ya bien entrada la Cuarta Edad del Sol. Poco sabe o recuerda de su familia. Sabe que su madre era de Adudran y con apenas un año y medio, se mudaron a esa ciudad. Un extraño incendio, aparentemente causado por las gentes de allí, terminó con la vida de sus familiares. Sus padres, su hermana, que era algo mayor que él. Le contaron, cuando pudo hacer uso de razón que su padre pertenecía a una raza remota de los Edain de Númenor, de ahí su raza. Siempre le han explicado lo extraño de éste hecho.
Desgraciadamente después de eso hay un halo de incertidumbre que aún le cuesta levantar. Fue rescatado por su tío, que fue alertado del ataque. De ahí lo llevó de nuevo a Gondor y lo instruyó en las artes de los montaraces.
Nâthindar gusta de leer sobre la historia de la antigua Tierra Media, y conoce muchos datos e historias alrededor de ello. Esa era la razón por la cual escogió la profesión que ocupa.
Residió entre Minas Tirith y Osgiliath hasta su juventud, en la que decidió seguir el estilo de vida montaraz sobre el cual había leído y aprendido, y que practicaban muchos Dúnedain en la Tierra Media durante la Tercera Edad.
Varios años se encontró de aquí a allá, viajando cómo un peregrino oscuro a lo largo del mundo. A caballo o a pie, Nâthindar siempre fue feliz de ver la tierra que lo rodeaba, y poco o nada importaba el sol ardiente o, en ocasiones, las fuertes lluvias.
Ha batallado varias veces, de hecho, se le considera curtido en combate, después de haber participado en las intermitentes guerras en las que se pueda ver envuelto y su cuerpo se encuentra lleno de "recuerdos" que le propinaron las armas de sus enemigos. Defendió hasta casi morir el cadáver de un amigo caído bajo las traicioneras flechas de los Variag.
Busca nuevos caminos, y arde en deseos de terminar con la amenaza enemiga que tanto le ha arrebatado.
[ Este mensaje fue editado por: Derufin on 09-03-2010 00:26 ]
[ Este mensaje fue editado por: Derufin on 09-03-2010 00:50 ]
11/05/2010 at 12:31 #303381
Aragorn_IIParticipantBueno, he creado otro personaje para la historia de Días de Contrabando. Es un "pelín" larga, asi que va por capítulos xD
*Nombre del personaje: Diladal Abahgar (Diladal significa "Sombra de Luna", y Abahgar quiere decir "Guerrero Poderoso").
*Otros nombres: Habalain ("Humillado") y Madair ("Espíritu Solitario").
*Raza y lugar de procendencia: Hombre de Adudran.
*Descripción: Diladal nació a finales del año 154 de la Cuarta Edad. Heredero de una de las familias más poderosas de Adudran; pálido de piel, cabello negro y corto, ojos negros. 1Â’70 de alto, delgado. Viste siempre ropa negra, y sobre los hombros lleva una capa de terciopelo rojo. Siempre lleva consigo una máscara con la que puede ocultar su rostro. Diestro en el manejo de armas blancas, versado en la historia y tradiciones antiguas, tanto de Ambaron como de la Tierra Media. Muy instruido y culto. Porta una espada corta y una daga.
Como creé el personaje a partir de esta imagen, os la dejo antes que la historia, para que os hagáis una idea xD
*Historia del personaje: (Son 6 capítulos)
Capítulo 1. Las Enseñanzas de Yijda
La familia Abahgar era una de las más poderosas e influyentes de Adudran. Sus orígenes se remontaban a la misma fundación de la ciudad y al emperador Haddar, pues el patriarca de la familia fue uno de sus generales más renombrados. Pocas veces el nombre de un hombre fue tan apropiado, pues el general se llamaba Abahgar, que en la lengua de Haddar significa Guerrero Poderoso. Su nombre era tan célebre en todo Ambaron, que sus hijos, orgullosos de la herencia paterna y buscando una posición de poder dentro de Adudran, lo adoptaron como apellido. La familia prosperó rápidamente, y no tardaron en ser respetados y temidos por todos los habitantes de la ciudad, aún por los mismos sultanes.
En una fría noche del invierno del año 154 de la Cuarta Edad nació Diladal, único descendiente del patriarca de la familia Abahgar. Fue su madre la que le puso tan peculiar nombre, y más al ser de tan alto linaje, pues Diladal significa Sombra de Luna. Y es que en el momento mismo en que nació, una sombra más oscura que la misma noche cubrió la luna. El niño pasó toda su infancia recluido en el gran palacio-fortaleza de los Abahgar, aislado por completo de lo que sucedía más allá de los altos y gruesos muros de piedra de la muralla exterior. Nada sabía el niño de la agitación que se vivía en las calles de Adudran, ni de la corrupción que se había instalado en todos los niveles de la vida en la ciudad. Y ni mucho menos, era consciente de las penosas condiciones de vida en la que subsistían la mayoría de sus habitantes, asfixiados por unos tributos altísimos, expuestos a los caprichos de un visir demente y a los continuos abusos de los soldados.
Pero el pequeño Diladal permanecía ajeno a todo esto, y durante toda su infancia fue instruido en todos los campos del saber por los mayores sabios de Adudran. El muchacho escuchaba con gran atención todas las enseñanzas de sus maestros, pues su curiosidad era grande, al igual que sus deseos de aprender sobre todo lo que ocurría y había ocurrido en el pasado fuera de los muros del palacio. Sin embargo, su curiosidad siempre era frenada secamente por sus maestros, pues sus enseñanzas se limitaban a la doctrina oficial de la ciudad, doctrina que había sido implantada por el tercer sultán de Adudran para que los niños de las familias nobles fueran instruidos de la forma más conveniente para el bienestar de la ciudad, lo que en muchos casos implicaba tergiversar u ocultar datos y hechos históricos. Quizás intuyendo que sus maestros no le contaban todo lo que sabía, o simplemente por su gran curiosidad, el pequeño Diladal intentó abandonar el palacio y subir a los puestos de vigilancia que se hallaban a lo largo de la muralla exterior en numerosas ocasiones, pero en todas ellas fue detenido por la guardia personal de los Abahgar.
Todo cambió para el joven Diladal cuando cumplió los quince años. Desde ese momento, se hizo cargo de su educación un amable anciano llamado Yijda, cuyo nombre quiere decir Mano Recta. El anciano aceptó enseñar a Diladal con la única condición de hacerlo siempre en privado, sin que nadie les interrumpiese o distrajese.
-Soy un frágil anciano, mi poderoso señor, y aunque como vos sabéis soy uno de los más sabios que se cuentan entre los habitantes de Adudran, no soy invulnerable a los estragos que causa la edad. Me fatigo fácilmente, sobre todo si tengo que interrumpir mis enseñanzas cada vez que mi joven alumno se distrae al ver a un guardia o a un sirviente, o pierde la concentración por el simple ruido de los árboles mecidos por el viento. Es por eso que sólo pido poder instruir a vuestro hijo en un lugar privado, donde nada ni nadie nos perturbe. Aunque ahora os dé la impresión de ser un anciano dulce y amable, también soy severo e inflexible como la hoja de acero más templada- dijo Yijda.
Las palabras del anciano parecieron muy sabias y prudentes al padre de Diladal, y de buena gana accedió a las peticiones de Yijda. Pues era consciente del carácter de su hijo, y pensó que por fin había encontrado a un maestro que fuera capaz de enderezarlo e instruirlo. Al fin y al cabo, en pocos años, el chico habría de entrar en el ejército de la ciudad como oficial, y poco tiempo después tendría que aprender a comportarse como el patriarca de la familia Abahgar, pues era el único heredero legítimo para tal puesto. Al principio, Diladal no aceptó al anciano, mucho más esquivo y severo que sus anteriores maestros. Un día, mientras Yijda le hablaba de las grandes victorias de Haddar sobre los bárbaros que se asentaron al norte del río Sirhelë, el pequeño estalló en cólera, y comenzó a andar por toda la habitación, gritando y lamentándose por su encierro y la severidad de su maestro. El anciano permaneció impasible, observando atentamente el ir y venir de Diladal. Cuando éste se hubo calmado, Yijda habló.
-Joven Diladal, calmaos y escuchadme con atención, os lo ruego- dijo afablemente con una sonrisa bondadosa en el rostro- Necesitaba algunos días para observaros y comprobar si de verdad erais dignos de mi confianza. Lamento haberos sometido a semejante prueba, pero era necesario. A mis oídos habían llegado noticias de que erais un joven inquieto y extremadamente curiosoÂ… jóvenes así no abundan en Adudran, y mucho menos entre familias tan poderosas como la Abahgar. Debéis ser paciente, y prudente. Hoy en día, el conocimiento, el verdadero conocimiento y no las falacias que cuenta la doctrina oficial de la ciudad, es un privilegio reservado a unos pocos. Pero es un privilegio peligroso, tan peligroso que no se le puede confiar a cualquiera. Sólo a aquellos que sepan darle un buen uso, y creoÂ… sé que es vuestro caso. Si confiáis en mi, y hacéis todo cuanto os diga, os prometo que con el tiempo, tendréis respuesta a todas las preguntas que se os ocurran-
Durante unos instantes, el silencio se adueñó de la habitación. Diladal permanecía mudo, mirando asombrado a su anciano maestro. No era como el resto de maestros que había tenido. Ahora que lo había visto como realmente era, veía claramente que no tenía nada en común con ellos, ni con su familia ni con los guardias o sirvientes de palacio. De forma casi inconsciente, Diladal asintió, y el anciano sonrió. Desde ese día, Yijda le habló de muchas cosas que le eran completamente desconocidas, de lugares lejanos y tiempos remotos, de hazañas y gestas que parecían imposibles y poco a poco fue templando su espíritu rebelde y abriendo su mente a ideas y posibilidades que nunca había imaginado. Enseñó al joven que no todo era lo que aparentaba ser, y que la bondad y la maldad solían presentarse en la vida con los disfraces menos esperados. También le enseñó a no confiar, y a cuestionar todo aquello que le habían enseñado anteriormente, o lo que le podrían intentar enseñar después.
-Pero has de ser sabio y prudente, y no cuestionar abiertamente la doctrina oficial, pues es un delito muy grave penado con la muerte. Comparte tus pensamientos sólo con aquellos a los que creas dignos de confianza. Y no seas ligero en esta cuestión, pues se podrían contar con los dedos de una mano a las personas dignas de esa confianza. Y aún te sobrarían dedos. Esta ciudad está envenenada, podrida como una manzana que es pasto de los gusanos. Y no está lejano el día en que los gusanos devoren Adudran, si no se obra algún milagro- le decía Yijda en muchas ocasiones a su joven alumno.
Los primeros meses fueron muy duros para Diladal, pues Yijda insistía en que debían fingir que había sometido su carácter, y que la única forma de que sus padres le creyeran era mediante castigos físicos. Pero el joven era fuerte de cuerpo y de espíritu, y soportó con entereza los dolorosos correctivos. Ante todos en el palacio, Diladal se mostraba callado y servicial, y nunca nadie le oyó hacer una sola pregunta o cuestionar una sola decisión de su familia. Fuera cual fuera, la aceptaba en silencio. Cuando no estudiaba con Yijda, Diladal pasaba sus horas entrenando en el manejo de la espada y la daga, llegando a ser un auténtico maestro en el manejo de las armas blancas. También demostró una gran habilidad con el arco, pero su preferencia por las armas blancas era muy evidente. Lejos de sospechar la farsa, el padre de Diladal se enorgullecía de su hijo, pues ningún caballero de la familia Abahgar era tal si no se distinguía en el manejo de la espada. En varias ocasiones agradeció a Yijda el cambio que había obrado en su hijo, recompensándolo generosamente.
Pasaron tres años, y Diladal se había convertido en un chico apuesto, inteligente y muy astuto. En muchas ocasiones preguntaba a su maestro sobre el futuro que le aguardaba al cumplir la mayoría de edad y lo que debía hacer entonces. Yijda guardaba silencio, y sonreía mientras escuchaba a su alumno. Sabía que Diladal era un idealista, pero también era consciente que eso era un gran peligro en Adudran, y que podría pagar un precio muy alto por su idealismo. Pero no podía evitar sonreír al escuchar al joven trazar sus planes y pensar para sus adentros “síÂ… quizás algún día”. En un día de primavera en el que el anciano le hablaba a Diladal sobre la verdadera historia de los antiguos habitantes de Vanwendor y del deseo enfermizo de Haddar por conquistar toda tierra conocida, un sonido extraño les sobresaltó. Por el pasillo se escuchaba el sonido de muchas botas acercándose, y Yijda supo que no había tiempo que perder.
-Mi querido Diladal, pase lo que pase a continuación, no te sorprendas más allá de lo razonable ni intentes hacer nada. Sé que eres hábil con la espada y que tu espíritu es fuerte y valiente. Pero no ganaríamos nada si te descubres. Permanece del lado de tu familia, recuerda mis enseñanzas… y no hagas nada- dijo el anciano. Apenas hubo terminado de hablar, la puerta de la habitación se abrió, y cinco miembros de la guardia de palacio entraron en la sala y se abalanzaron sobre Yijda. El anciano no opuso resistencia, y Diladal pudo contenerse para no reaccionar.
-¿Qué ha pasado? ¿Qué estáis haciendo?- exclamó el joven.
-Mi señor, lamento las molestias, pero hemos sido informados de que esta asquerosa rata sediciosa quería asesinaros- contestó el capitán de la guardia, y de entre las ropas de Yijda sacó una daga, que uno de sus hombres acababa de colocarle- Este traidor no os molestará más, mi señor. ¡Lleváoslo!-
Mientras los soldados se llevaban a rastras a Yijda, Diladal observaba la escena con asombro, aunque en su interior, una gran tristeza y frustración se adueñaban de su espíritu. El joven se quedó solo en la habitación durante un rato, impasible, conteniendo sus sentimientos para que nadie se percatara de ellos. Se afligía preguntándose por el destino de su querido Yijda, al que quería más que a cualquier miembro de su familia, aunque siempre terminaba por decirse a sí mismo que habría sido ajusticiado de alguna forma cruel después de haber sido torturado. Su padre decidió que, aunque aún no había llegado a la mayoría de edad, Diladal no tendría más maestros y que pasaría el tiempo entrenándose en el manejo de las armas y aprendiendo el arte de la guerra. Esto alegró al joven, pues no deseaba tener que fingir que apreciaba las falsas enseñanzas de ningún otro maestro.
(Continúa en el siguiente post)
Éste es Yijda:
[ Este mensaje fue editado por: Aragorn_II on 19-05-2011 23:32 ]
11/05/2010 at 12:34 #303382
Aragorn_IIParticipantCapítulo 2. En la Guardia de Adudran
Cuando al cumplir los veinte años llegó a la tan ansiada mayoría de edad, Diladal entró a formar parte de la guardia del palacio del visir, quien había oído hablar sobre la destreza del joven con la espada. Por ello, le honró nombrándolo capitán de la guardia, y le asignó la misión de recaudar todos los tributos e impuestos. Aunque su maestro le había hablado muchas veces de la corrupción existente en Adudran, el joven Diladal no estaba preparado para ver la realidad con sus propios ojos. La miseria en la que vivían la mayoría de los habitantes de la ciudad le horrorizó y le repugnó, pero quedó aún más horrorizado por los abusivos tributos exigidos por el visir, y por la brutalidad de los soldados, que no dudaban en zanjar todas las disputas echando mano a las armas. Y si aún así la disputa continuaba, la solucionaban con un veloz tajo al cuello del alborotador. Diladal observaba a sus hombres impotente y espantado, incapaz de evitar que amenazaran o extorsionaran a los indefensos habitantes. A aquellos que pagaban su tributo solían dejarles en paz, aunque no eran pocas las ocasiones en que les exigían más de lo debido.
-Sí, síÂ… ya sé que has pagado tu tributo al visir. Pero eso sólo lo sabemos nosotrosÂ… ¿crees que alguien en palacio iba a dudar de nuestra palabra si regresamos y decimos que no has pagado? ¿No nos merecemos yo y mis amigos también algo de tu gratitud?- dijo en una ocasión uno de los soldados.
-No tengo más monedas, os las he entregado todas. Si os doy más, no tendré lo suficiente para alimentar a mi familia- respondía desesperado el comerciante.
-BuenoÂ… quizás podríamos llegar a un acuerdo que nos satisficiera a todos y nos permitiera zanjar tan desagradable asunto. Sobre todo si viéramos algo de buena voluntad por tu parteÂ… o por la de tu mujerÂ… o por la de tus hijas, si tienes-
En la mayoría de ocasiones, Diladal podía contener a sus hombres y sacarlos de allí antes de que el desconcertado y aterrorizado comerciante, granjero o artesano tuviera tiempo para responder. Pero otras veces, especialmente si la mujer o las hijas estaban presentes, le era imposible impedir a sus hombres, sin matarlos, que las ultrajaran, en muchas ocasiones con la connivencia del padre, creyendo así que se ganaba el favor de la guardia, y algunas monedas como recompensa. En esas ocasiones, Diladal esperaba fuera de la casa, preguntándose cómo un padre podía permitir semejante atrocidad fuera cual fuera la recompensa. Cuando sus hombres salían, reían al verle.
-Señor, no debe preocuparseÂ… La conciencia y los remordimientos son un mal pasajero que se cura con el tiempo- decían algunos.
-Sí señorÂ… ¡y pasar por las camas de los mejores prostíbulos de la ciudad y dejarse llevar por las manos de las más bellas y delicadas rameras también ayuda!- decían otros.
-¡Y ver cómo va creciendo la bolsa del oro y amasar una pequeña fortuna también, mi capitán!- terciaban otros.
Los comentarios de sus soldados le repugnaban casi tanto como sus acciones, y cuando le daban la espalda en más de una ocasión tuvo que contenerse y apartar su mano de la empuñadura de la espada. Sabía que disfrutaría enormemente segando las vidas de aquellos bastardos, dejando sus cuerpos en la calle, para que fueran mutilados y ultrajados por los habitantes de aquella zona de la ciudad. Pero también sabía que después estaría condenado, que le perseguirían hasta el último confín de la ciudad, y que harían un ejemplo de él, para escarmiento de los demás. Se maldecía, por no tener el valor de impedir esos crímenes, pero al mismo tiempo se preguntaba si serviría de algo realmente acabar con esos miserables. “¿Qué puedo hacer”? se preguntaba a menudo. Y como si volviera atrás en el tiempo, oía la voz de Yijda diciendo “no puedes hacer nadaÂ… aún. Espera, sé paciente y aguanta. Mantente firmeÂ… sólo eso puedes hacer para cambiar las cosas”.
Pasaron un par de meses, y afortunadamente la recaudación de tributos finalizó. El visir estaba muy contento con todo lo recaudado, y felicitó a todos y cada uno de los miembros de su compañía. Y como recompensa, todos disfrutaron de un tiempo de descanso, hasta que llegara la primavera. Diladal regresó a su casa, y continuó entrenando a solas, y cuando alguien le preguntaba por sus experiencias en la guardia, se limitaba a responder que era todo un honor haber sido nombrado capitán nada más incorporarse. Su padre le miraba lleno de orgullo, viendo en él a un futuro y brillante general queÂ… llegado el caso, podría convertirse en visir bajo las condiciones propicias. Diladal adivinaba los planes de su padre, pues sabía que su ambición no tenía límites y que tenía aún menos escrúpulos que sus hombres.
Cuando llegó la primavera, la ciudad se llenó de comerciantes y de campesinos que iban de un lado a otro, pues la época de la siembra se acercaba. Durante los siguientes dos años, Diladal patrulló con sus hombres la ruta de las caravanas que venían de Dassart, y para sorpresa del joven capitán, no hubo incidentes destacables. En ello influyó que todas las caravanas tuvieran una importante escolta de hombres armados, que disuadían cualquier intento de amenaza o extorsión de los soldados, y protegían las caravanas de los bandidos. El verano del año 177 de la Cuarta Edad llegó a su fin, y con él los tranquilos días de patrulla. Comenzaba el tiempo de la cosecha, y el visir llamó a Diladal. Le encomendó que fuera al delta del río Sirhelë, donde se encontraban los cultivos de la ciudad, y que comenzara a recolectar las cosechas para que fueran traídas a palacio. Pero lo que más sorprendió a Diladal fue que el visir le dijera que en esta misión le iba a acompañar Kalufahan, uno de sus hombres de confianza, y que si tenía algún problema, dejara que él lo resolviera.
Esto hizo recelar a Diladal, pero no dijo nada. A la mañana siguiente, partió con sus hombres al delta del río Sirhelë y comenzaron el trabajo. Todo transcurría con aparente tranquilidad, para sorpresa de Diladal. Kalufahan permanecía en silencio, y sus soldados no actuaban con la brutalidad que los caracterizaba. Poco después del mediodía, llegaron a un par de granjas, y la compañía se dividió en dos. Diladal se quedó junto al carromato, haciendo inventario, cuando de repente vio a Kalufahan discutir airadamente con un hombre, que esgrimía una hoz. Los diez soldados de la compañía estaban junto a él, y cuando la discusión parecía haber llegado a su fin, Kalufahan desenvainó rápidamente su espada, y con un movimiento rápido, cortó la garganta del hombre, que se desplomó sobre el suelo. Todos gritaron, y entraron en la casa. Diladal, atónito, dejó todo sobre el carromato menos sus armas, y entró corriendo en la casa. Las risotadas de sus hombres se oían por todas las habitaciones, de las que también salían unos gritos espantosos de mujer. Diladal se imaginó lo peor, y lo comprobó cuando encontró a Kalufahan, amenazando con una daga a una joven doncella, a la que había obligado a desnudarse. Al verlo acercarse, le habló.
-Vaya, veo que por fin te has decidido a disfrutar de los placeres que te brinda tu puesto, DiladalÂ…- dijo Kalufahan, con una sonrisa torcida en el rostro- Lamentablemente, me temo que no podrás ser el primero en disfrutar de alguna de las seis hijas de nuestro buen amigo Al-Sufad. Si hubieras entrado antes, habrías tenido el placer de ser el primero en probar a estas delicadas doncellasÂ… Qué callado se lo tenía nuestro amigo, ¿no te parece? Claro, que ahora sí que podrá guardar el secreto eternamente— volvió a reír Kalufahan.
-Suéltala ahora mismo, o no vivirás para arrepentirte de haberme desafiado- dijo serenamente Diladal, mientras desenvainaba su espada.
-¿Me estás amenazando, bastardo enclenque? Hace tiempo que el visir te vigila, no te comportas como debería hacerlo un soldado de Adudran. Por eso me envió contigo hoy, para comprobar si era verdad lo que decían de tiÂ… Y veo que es cierto, eres demasiado blando. Pero eso lo podemos solucionar- dijo Kalufahan, y volviéndose hacia Diladal, lo atacó con su daga furiosamente.
Diladal esquivó su ataque con gran agilidad, y en un movimiento rápido, le lanzó una estocada sobre el muslo, haciéndole caer al suelo. Rápidamente, y antes de que pudiera gritar, Diladal se lanzó sobre él, tapándole la boca con su mano al mismo tiempo que le partía el brazo derecho con su rodilla, haciendo que soltara la daga. Diladal la cogió, y tirando hacia atrás la cabeza de Kalufahan, le cercenó el cuello de un tajo profundo, clavándole su daga en la garganta. Allí esperó pacientemente hasta que se desangró, y lo dejó tirado en el suelo. Por suerte, las risas de sus hombres y los gritos de desesperación de las muchachas habían tapado el ruido de la pelea. Diladal se volvió hacia la muchacha, que permanecía desnuda, inmóvil, y temblando de miedo.
-Por favor, vístete y quédate aquí. No hagas ruido, o no podré protegerte- dijo Diladal.
La muchacha obedeció, incapaz de articular palabra. Diladal salió de la habitación sigilosamente, y buscó a sus hombres. En la habitación más cercana vio a dos, de espaldas a la puerta. Uno de ellos violaba a una de las muchachas, que estaba tendida de espaldas sobre una mesa con las manos atadas a su extremo, mientras el otro le sujetaba firmemente las piernas.
-Venga, date prisa amigo, que yo me estoy cansando de ver cómo montas a esta rameraÂ… que por como grita, debe estar pasándolo muy bien- dijo uno de ellos.
Antes que el otro pudiera contestar, Diladal entró rápidamente en la habitación, pillando desprevenidos a los soldados, que se quedaron paralizados por la sorpresa. Con dos movimientos rápidos y ágiles, con su espada cortó la garganta del que sujetaba a la chica, y hundió su daga en el cuello del que la estaba violando. Ninguno pudo gritar antes de morir, y mientras la vida los abandonaba, el único sonido que emitían era el gorgoteo de la sangre, que manaba abundantemente. Diladal no dijo nada, y antes de irse cortó las ataduras de la joven, que se quedó acurrucada en un rincón.
Diladal repitió el mismo proceso con el resto de sus hombres, a los que sorprendió y mató fácilmente, como había hecho con los anteriores. Desgraciadamente, llegó tarde para salvar a la última de las muchachas, a la que había degollado uno de sus hombres mientras la violaba brutalmente. Después de acabar con sus soldados, se aseguró de que el resto de las jóvenes estaban bien y tenían un lugar en el que refugiarse, y salió apresuradamente de la casa. Cargó todas las provisiones que pudo en la grupa del caballo que tiraba del carromato, lo desenganchó, y se dirigió al vado del Sirhelë. Para su sorpresa, encontró el vado desguarnecido, y lo pudo cruzar sin problemas. Se quitó la sobrevesta con el emblema de Adudran y todo lo que pudiera identificarle como un miembro de la guardia, y lo arrojó a las tranquilas aguas del río. Cabalgó raudo y sin descanso hacia las Ered Meneltobas, pues sabía que era el único lugar en el que los soldados no lo buscarían, por miedo a los bandidos que allí se ocultaban. Diez días después de abandonar Adudran, y después de haber dado muchas vueltas para despistar a sus perseguidores, Diladal llegó a las montañas. No tardó mucho en hallar una cueva en la que poder refugiarse, al menos mientras le quedaran provisiones, que ya habían comenzado a escasear. En vano intentó buscar por los alrededores pastos para el caballo, pues el forraje se le había terminado el día anterior a su llegada a las montañas, pero afortunadamente halló algunos pequeños manantiales.
(continúa en el siguiente post)
11/05/2010 at 12:38 #303383
Aragorn_IIParticipantCapítulo 3. En las Ered Meneltobas y su Encuentro con los Bandidos
Pasaron las semanas, y Diladal cada vez se alejaba más en sus exploraciones. Su caballo murió a los dos días de llegar a las Ered Meneltobas, y aunque había comenzado a apreciar a la bestia, su carne lo había mantenido vivo y fuerte esas semanas. Pero sus provisiones se iban a agotar en pocos días, y el invierno se acercaba veloz y cruelmente. Un día en que se encaminó hacia el este a la sombra de las montañas, divisó a lo lejos, en un valle junto a lo que debía haber sido un frondoso bosque antes de que la sequía hiciera mella en aquellas tierras, la ciudad de Enyelost. Silenciosa e imponente, sus muros y altas torres se erguían desafiantes en aquella desolación, una fortaleza inexpugnable pese al cambio de aquella parte del mundo, un vestigio del poder de otros tiempos que se mantenía incólume como si esperara el regreso de unos habitantes que se habían perdido en el olvido muchos años atrás. Diladal la contempló maravillado, más bella y grandiosa que Adudran, y mucho más poderosa, aún en estos tiempos de decadencia. Recordó las palabras de Yijda, y se dijo a sí mismo que una ciudad como aquella no podía ser la obra de unos bárbaros, como le habían enseñado el resto de sus maestros. Se acercó a ella, y a cada paso que daba, un temor reverente se iba apoderando de él, como si esperara que de las almenas de los muros o de las saeteras de las torres fueran a lanzar en cualquier momento una lluvia de flechas sobre él.
Las puertas estaban cerradas, y aunque rodeó su muro exterior, no encontró ningún punto de acceso, ningún lugar en el que las piedras se hubieran derrumbado y poder entrar así en la ciudad. Decepcionado y sin haber hallado nada, regresó sobre sus pasos. Pero antes de llegar a su cueva, escuchó el ruido de los pasos de muchos hombres que se acercaban a él- Bien fueran soldados o bandidos, Diladal no tenía escapatoria, por lo que se apoyó contra la pared de roca, con la mano derecha apoyada en la empuñadura de su espada. Los pasos se acercaban rápidamente, y Diladal apretó con fuerza la empuñadura, listo para desenvainarla y luchar hasta la muerte. En ese momento, un grupo de hombres apareció detrás de un recodo, y se abalanzaron sobre él. Eran bandidos. Diladal desenvainó rápidamente y se aprestó para el combate. Sin embargo, una voz imperiosa y desagradable detuvo a los hombres que se acercaban a él.
-¡Quietos, perros sarnosos! Si le matáis no podrá decirnos nada. Sois unos estúpidos- gruñó el hombre. Volviéndose hacia Diladal, le espetó – Bien, ¿y tú quién eres? ¿Qué se te ha perdido por aquí? En estas tierras sólo viven las ratas y los perros que están a mi servicioÂ… ¡y aquí todas las ratas y perros están al servicio de Rabbá! Y tú no eres ni lo uno ni lo otro. Habla, y si no me gusta lo que dicesÂ… ya te puedes imaginar lo que pasará- dijo el hombre con una sonrisa torcida, mientras acariciaba el filo de una daga que acababa de sacar de debajo de la capa.
-Mi nombre es Habalain, el Humillado, y era un soldado de Adudran- respondió Diladal, que creyó oportuno no revelar su verdadero nombre.
-¡Un soldado, lo sabía! Es un espía, una rata. ¡Destripémosle y esparzamos sus entrañas por las montañas para que los buitres se las coman! Servirá de ejemplo para otras ratas como él- dijo uno de los bandidos, pero Rabbá le hizo callar con un gesto de la mano.
-Hay algo raro en esto. Los soldados nunca se han atrevido a venir tan al norteÂ… Habla, y te aviso que mi paciencia se está acabando- dijo Rabbá.
-Era un soldado, pero deserté. ¿No oísteis hace unos meses la historia de un soldado que mató a sus compañeros en Adudran? ¿El soldado que mató a Kalufahan?- dijo Diladal con un tono de voz altivo y orgulloso, pues veía que era la única forma de sobrevivir.
Al escuchar el nombre de Kalufahan, todos los bandidos se sorprendieron y comenzaron a murmurar entre sí. En algunos se adivinaba el temor que aún les inspiraba aquél asesino incluso después de muerto. Rabbá permaneció en silencio, pero miraba detenidamente al joven, como si lo estuviera poniendo a prueba. Diladal aprovechó el desconcierto que había causado entre los bandidos, y siguió hablando.
-Maté a Kalufahan y a sus hombres, y haré lo propio con todo aquél que se me acerque. Durante casi dos años estuve patrullando las rutas comerciales de Adudran, y conozco la rutina de los soldados y los mejores lugares para emboscar a las caravanas. ¿No son ésas dos buenas razones para unirme a vuestra banda?- dijo Diladal, desafiante.
-Sí lo sonÂ… si eres quién dices ser. La historia del asesinato de Kalufahan es bien conocida de aquí a Haiddara, y no tardará en serlo también en Dassart. Tendrás que demostrar tus aptitudesÂ… ¡Abaher! Ven aquí, perro sarnoso- vociferó Rabbá- Abaher es el mejor guerrero de la banda, después de mi por supuesto. Si consigues vencer a Abaher, podrás entrar en la banda y ocupar su lugar. Si noÂ… los buitres se darán un festín con tus tripas- rió Rabbá, ante el estupor de sus hombres.
Abaher, un sureño de tez oscura alto y fuerte, se acercó lentamente a Diladal. En su mano derecha esgrimía un gran alfanje que manejaba con maestría. Antes de que atacara, Diladal desenvainó su espada, y se preparó para la embestida de aquella mole. Un ataque que no tardó en producirse. Abaher atacaba con furia y precisión, pero sin bajar la guardia, siempre atento a los contraataques. Diladal detenía o esquivaba ágilmente todos los mandobles, pero sus estocadas también eran desviadas por Abaher, quien iba empujando poco a poco a Diladal hacia la pared de roca, limitando así sus movimientos. El ruido de los aceros chocando y enfrentándose resonaba con fuerza en las montañas, como si éstas se complacieran en volver a escuchar el sonido de dos espadas combatiendo entre sí.
El ímpetu de Abaher era tal, que Diladal acabó con la espalda apoyada sobre la roca, entre la espada y la pared. Aún así, se defendía valientemente, pero los ataques de Abaher, debido a su frustración, eran cada vez más violentos, pero también más imprudentes. Diladal vio la oportunidad, y cuando el sureño se abalanzó sobre él, se agachó rápidamente y rodó hacia su izquierda. Abaher no pudo reaccionar, y su alfanje golpeó violentamente la roca, quedando su filo mellado. Mientras, Diladal golpeó la pierna de apoyo de Abaher, haciéndole caer al suelo. Por la fuerza del golpe, antes de caer al suelo, el rostro de Abaher golpeó la pared de roca, quedando inconsciente. Diladal le quitó el alfanje y lo partió en dos contra su rodilla. Todos los bandidos le miraban asombrados, pues nunca habían visto caer a Abaher, el poderoso en combate, y ahora lo veían derrotado por un enemigo que era casi un niño. Rabbá soltó una risotada desagradable y aplaudió.
-¡Bien, bien! Has demostrado lo que vales, Habalain, y como te prometí, puedes entrar en nuestra banda y ocupar el puesto de Abaher. Aunque antes tienes que matarlo-
Los hombres de Rabbá le miraron consternados, y Diladal titubeó unos instantes, mientras intentaba pensar qué hacer. Sabía que si no lo mataba, Rabbá ordenaría que acabaran con él, y aunque veía en los ojos de sus hombres el temor que les había infundido al vencer a Abaher, era consciente que el miedo que le tenían a Rabbá era mucho mayor. Lentamente se acercó a Abaher, y alzó su cabeza. Su rostro estaba cubierto de sangre debido al golpe contra la pared. Diladal colocó su espada en el cuello de Abaher, pero algo en su interior le impedía asestarle el golpe de gracia a aquel asesino. Dudó unos instantes, y cuando estaba a punto de apartar la espada y resignarse a su destino, Abaher despertó, y al verse derrotado y desarmado, intentó golpear a Diladal con sus manos. Pero antes de que pudieran alcanzarle sus golpes, de un tajo violento y profundo, cortó la garganta de Abaher, y dejó caer el cuerpo al suelo. Sin envainar la espada ni limpiar la sangre, Diladal se volvió hacia Rabbá, que sonreía satisfecho.
Diladal se unió al grupo de bandidos, y todos le temían. El invierno estaba cerca, y en esa época pocas caravanas llegaban o salían de Adudran, por lo que se refugiaron en su escondite y aguardaron la llegada de la primavera. Diladal inspeccionó las cuevas a fondo, al igual que los botines que había conseguido la banda hasta entonces. Miró especialmente un baúl al que nadie parecía hacer caso, y al abrirlo vio que estaba lleno de ropas. Rebuscó en su interior, y encontró una camisa y unos pantalones negros que le iban a la perfección. Conservó sus botas de cuero negro, y cuando ya iba a cerrar el baúl, vio algo que le llamó poderosamente la atención: una capa de terciopelo rojo, y junto a ella, una hermosa máscara de plata con muchas piedras preciosas engarzadas. Cogió la capa y se la colocó sobre los hombros, y se guardó la máscara. Aunque en otras ocasiones los bandidos se habrían reído de uno de los suyos que se vistiera así, e incluso lo hubieran matado por ello, ninguno se atrevió a decir una palabra, pues tal era el miedo que les infundía Diladal.
Los meses de invierno pasaron lentamente, y Diladal tuvo la oportunidad de conocer mejor al grupo de bandidos del que ahora formaba parte. Hablaba poco con Rabbá, pues procuraba mantenerse alejado de él lo más posible, y para su sorpresa, descubrió que la mayoría no eran como él o como Abaher. La mayoría de los hombres de Rabbá no compartían los métodos de su líder, ni disfrutaban matando sin razón ni sentido, como solía acostumbrar Rabbá. Muchos eran originarios de Adudran, campesinos, artesanos o comerciantes que se habían visto obligados a huir de la ciudad y buscar refugio en las montañas. Hombres desesperados, hastiados de las penosas condiciones de vida de Adudran, de los asfixiantes tributos y de los constantes abusos de los soldados. Superado el temor inicial, Diladal trabó amistad con Abbadar, un campesino que vivía en el delta del Sirhelë y que huyó a las montañas después de que los soldados mataran a toda su familia. Cuando llegó la primavera, el número de caravanas que partían y llegaban a Adudran aumentó, y Rabbá comenzó a enviar a exploradores para que le fueran informando de las novedades.
-Y bien Habalain, ha llegado la hora de que comiences a trabajar para la banda y hagas algo más que comer y dormir. Dijiste que conocías los mejores lugares para emboscar a las caravanas. Demuéstralo- le dijo Rabbá a Diladal, cuando lo mandó llamar.
Diladal le contó a Rabbá la rutina de los soldados, las zonas habituales de patrulla, y los lugares más propicios para asaltar las caravanas. Aunque estaba ansioso por romper la monotonía y el aburrimiento en el que había vivido los últimos meses, Diladal no quería asaltar a mercaderes y comerciantes inocentes, y sugería que únicamente asaltaran las caravanas de soldados que recogían los tributos de las aldeas cercanas, o las caravanas de los poderosos. En el fondo, Diladal buscaba vengarse de todas las gentes corruptas de Adudran, aunque Rabbá veía demasiados riesgos, a pesar de verse tentado por la idea de obtener botines más preciados. Pese a que la avaricia de Rabbá era grande, en los siguientes meses sólo asaltaron caravanas de pequeños comerciantes y mercaderes, la mayoría sin escolta armada, o con hombres que se rendían al ver acercarse a la banda de Rabbá. Sin embargo, los botines eran cada vez más escasos y menos provechosos, y la furia de Rabbá iba en aumento, al tiempo que aumentaban su codicia y su maldad.
(Continúa en el siguiente post)
11/05/2010 at 12:42 #303384
Aragorn_IIParticipantCapítulo 4. Una Mercancía muy Especial
Un día de verano, Rabbá, Diladal y algunos de sus hombres se acercaron a un burdel de las afueras de Adudran, un antro infecto en el que se reunían los rufianes más peligrosos y temidos de la ciudad. Pero ninguno era más temido que Rabbá, y sabía que nadie le molestaría ni a él ni a sus hombres mientras estuvieran allí. Al menos, no desde que dos años atrás matara con sus propias manos al individuo que estaba con su prostituta favorita. Pero esta vez era diferente, no era una visita de placer. Al menos, no lo era para Rabbá y para Diladal. El dueño del burdel, un hombre mal encarado llamado Azrahal, había llamado a Rabbá porque quería proponerle un negocio muy beneficioso para ambos.
-Vamos Habalain, ¿de verdad que no quieres ir a la habitación con una de estas rameras? Seguro que incluso hasta te podrías llevar a dos, o a tres de estas fulanasÂ… ¡Aprovecha que Azrahal nos invita toda la noche! Tiene asuntos que despachar con el jefe y no quiere que les oigamos, ¡por eso nos invita a disfrutar con estas golfas!- le decían sus hombres riendo, embriagados por la bebida y las lujuriosas miradas de unas macilentas y famélicas prostitutas.
-No, Rabbá me ha pedido que vaya con él a ver qué quiere Azrahal. Y también me ha pedido que no os quite ojo, y que os avise que esta noche no quiere problemas. Si alguno de vosotros arma jaleo, puede darse por muerto- contestó Diladal secamente, y fue a ver a Rabbá. Juntos fueron a la trastienda del burdel, donde los esperaba Azrahal, que los recibió con una sonrisa torcida y unas jarras de cerveza.
-¡Rabbá, qué alegría verte! Espero que noÂ…-
-Cállate, maldita rata. Tu mensaje decía que querías proponerme un negocio. Hazlo rápido- replicó Rabbá, acallando a Azrahal.
-Está bien- dijo Azrahal, con un brillo de odio en sus ojos –Me he enterado que dentro de tres semanas va a venir a Adudran una caravana muy especial que proviene de Dassart. Es una entrega especial para el visir: un grupo de jóvenes virginales para su harén. Por lo que he oído, son unas muchachas extraordinarias, algunas de ellas de cabellos dorados y ojos del color de las aguas del Ilcafalmar. Dicen que algunas provienen de más allá del Mar de Fuego, pero no me creo esas habladurías-
-Ya veoÂ…- dijo Rabbá, mientras en su rostro se dibujaba una mueca espantosa que asemejaba una torva sonrisa. Diladal no pudo evitar sentir un desprecio aún mayor por aquel ser repugnante, y de buena gana los habría matado a los dos allí mismo. Pero en su mente comenzó a idear un plan, pues se había ganado la lealtad de muchos de los miembros de la banda.
-Unas jóvenes así me harían rico, aunque claro, la caravana está muy vigilada. He oído que algunos de los hombres de confianza del visir la custodian, y con ellos viajan al menos una docena de soldadosÂ… eunucos. El visir quiere que las muchachas lleguen vírgenes a Adudran, y al parecer sólo confía en unos pocos hombres- rió Azrahal.
-Y tú quieres que mi banda asalte esa caravana y te entreguemos a esas perras ¿no? ¿Y nosotros qué ganaremos, además de exponernos a un gran peligro?- dijo Rabbá.
-Bueno, según he oído, la caravana también transporta una importante cantidad de oro, que sería vuestra. Y no espero que me entreguéis a esas rameras sin másÂ… estoy dispuesto a pagaros cien monedas de oro por cada una de ellas. Y trescientas por cada virgen. Aunque no creo que tú y tus hombres os podáis resistir a su bellezaÂ… – dijo Azrahar, y él y Rabbá estallaron en carcajadas guturales y espantosas.
Cuando les hubo dado los detalles de la caravana y la ruta que seguiría, pues no vendría por ninguna ruta habitual intentando evitar la amenaza de los bandidos, Rabbá y Diladal salieron de la trastienda. Sacaron a rastras a sus hombres, y regresaron a su escondite en las montañas. La banda partió al completo a los dos días, y se encaminaron hacia el sur, en busca de la caravana. No tardaron en dar con ella, y la siguieron desde lejos. Diladal no tenía intención de que aquellas pobres muchachas sufrieran un destino tan cruel, pero tampoco le desagradaba la idea de robarle el oro al visir y matar a unos cuantos de sus soldados y hombres de confianza. Esperaron a que fuera noche cerrada para atacar la caravana. Algunos de los hombres de Rabbá se situaron en una elevación cercana con los arcos dispuestos para acabar con los centinelas que montaban guardia. Pero no eran bastantes como para acabar con todos antes de que alguno diera la voz de alarma. Por la mañana, habían contado al menos veinte soldados y Diladal suponía que por lo menos habría otros seis ocultos en los carros. Aunque los superaban en número, Rabbá no deseaba una lucha abierta con los guardias. No al menos antes de reducir su número drásticamente.
Mientras los arqueros se preparaban, Diladal y unos pocos más se escurrieron entre las sombras de la noche, y sin hacer ningún ruido se acercaron a la caravana, dispuestos a matar cada uno a uno de los centinelas. Diladal, que se había colocado la máscara para que no pudieran ver su rostro y reconocerle, escogió a su primera víctima, y lo siguió durante un rato. Cuando estuvo seguro que no lo veían los demás centinelas, saltó sobre su espalda. Tapándole la boca con la mano, le cortó el cuello de un tajo profundo, y esperó a que se desangrara. Diladal escogió a otra víctima, y luego a otra, y luego a otra más. Entonces hizo un gesto a los arqueros y estos dispararon sus flechas. Pero en la oscuridad, fallaron, y los centinelas dieron la voz de alarma. Diladal maldijo la pésima puntería de sus compañeros y, desenvainando la espada, atacó a otro de los soldados, al que abatió fácilmente. Los que habían bajado con él habían corrido hacia las tiendas nada más oír la voz de alarma, y acuchillaban a los soldados que se acababan de despertar. Muchos de aquellos infelices caían muertos antes de comprender lo que estaba pasando.
Mientras Diladal luchaba contra los centinelas que aún quedaban, Rabbá y el resto de sus hombres cayeron sobre la caravana, organizando una auténtica carnicería. Diladal había acabado con los centinelas, y corrió hacia el carro más grande, que estaba cubierto por una gran tela. Debía llegar el primero o no podría hacer nada por las muchachas. Rabbá estaba a punto de abrir la jaula del carro con las llaves que le había arrancado al jefe de la caravana, cuando a su espalda escuchó a Diladal.
-No lo hagas, o te arrepentirás- dijo Diladal, con la espada desenvainada. Rabbá se dio la vuelta, y lo miró desconcertado.
-¿Me estás amenazando, rata asquerosa? Veo que hice mal en confiar en un traidor. Debí hacer caso de lo que me decían mis hombres, y haberte destripado para que los buitres se dieran un festín con tus entrañas- replicó Rabbá con un gruñido.
-No permitiré que toques a esas jóvenes. Ni tú ni nadie. Quien lo intente, probará el frío acero de mi espada- respondió Diladal.
-¡Imbécil!- en ese momento, Rabbá rió sonoramente, al ver que el resto de la banda los estaba observando -¿Crees que mis hombres te van a permitir que me mates?-
En ese momento, algunos de los hombres de Rabbá se acercaron para atacar a Diladal, pero Abbadar y muchos otros leales a Halabain les cortaron el paso, y se enfrentaron a ellos. Al verse superados en número, algunos intentaron huir, pero otros combatieron hasta morir. Rabbá contempló estupefacto lo que ocurría a su alrededor, y por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo. Diladal se acercó a él.
-Entrégame las llaves ahora y apártate de ese carro-
-Está bien, tú ganas maldita rata. Aquí tienes las llaves- dijo Rabbá, acercándose a él. Pero mientras se acercaba, dio una patada en el suelo, lanzando una nube de polvo contra los ojos de Diladal, que a punto estuvo de trastabillar y caer. Rabbá aprovechó para desenvainar su espada y atacar a Diladal, quien milagrosamente pudo rehacerse a tiempo para repeler su estocada sin caer al suelo. Abbadar y los demás los observaban, dispuestos a intervenir si Habalain era herido o caía muerto. Pocos creían que fuera capaz de derrotar a Rabbá, y menos tan furioso como estaba. El combate era feroz, y cada vez que las espadas chocaban, era como si un trueno estallara en medio de la quietud de la noche. La trémula luz de las lámparas de los carros hacía refulgir los aceros, que se movían veloz y mortalmente. Rabbá se acercó a Diladal, y mientras las espadas rechinaban y sus manos luchaban, le propinó un fuerte golpe en el muslo y lo empujó hacia atrás, no sin antes herirle en el brazo izquierdo.
Diladal gritó de dolor, pero no cayó al suelo. De su herida manaba sangre abundantemente, pero no podía preocuparse por ello en ese momento. Rabbá se había alejado unos metros, y corría hacia él dispuesto a rematarle. Reuniendo todas las fuerzas que aún le quedaban, Diladal esquivó ágilmente el golpe girando sobre sí mismo, cogiendo impulso para lanzar una estocada mortal que desgarró el vientre de Rabbá. Este quedó inmóvil mientras la arena del desierto se teñía con su sangre, y por debajo de la cota de malla comenzaban a asomar sus entrañas. Rabbá dejó caer la espada, y se llevó las manos al vientre, que no tardaron en quedar bañadas con su sangre. Cayó de rodillas aullando de dolor, y Diladal se acercó a él, quitándose la máscara.
-Tus días sobre esta tierra han terminado. Piensa en ello mientras mueres desangrado, con tus tripas esparcidas por el desierto; porque no pienso ser clemente contigo, otorgándote una muerte rápida, cortándote el cuello o atravesando tu negro y ponzoñoso corazón. Piensa en ello, y en la ironía que hay en todo esto. Al final, eres tú el que va a morir destripado, y solo. Y van a ser tus entrañas las que devoren los buitres o los chacales del desierto- dijo Diladal, y se alejó de Rabbá. Y Abbadar y el resto de sus hombres lo siguieron.
Después de recoger y guardar las llaves, Diladal ordenó que recogieran todas las armas y pertrechos de la caravana y que los dejaran en uno de los carros más pequeños. Para lo que estaba planeando, iban a necesitar muchas armas. Junto al carro de las muchachas dejó a Abbadar y a un par de hombres en los que confiaba plenamente. Mientras iba de un lado a otro, Diladal no dejaba de pensar en qué hacer con las desdichadas jóvenes del carro. Habían sido secuestradas en lugares lejanos y convertidas en esclavas para el disfrute de un depravado como el visir de Adudran. No podían dejarlas en el desierto, pues morirían, y tampoco podían llevarlas a la ciudad. Si no eran violadas y asesinadas antes, los soldados darían con ellas rápidamente y se las llevarían al visir, quien sin duda las castigaría brutalmente. Mientras se hallaba pensando en qué hacer, uno de sus hombres se acercó a Diladal.
-Lo hemos encontrado Habalain- dijo.
-Muy bien. Dejadlo junto al carro donde habéis guardado las armas y quedaos ahí- respondió Diladal, y fue a ver a Abbadar.
-Hemos retirado el cuerpo de Rabbá y lo hemos dejado tras esa duna, para que las muchachas no se asusten al verlo. Imagino que en cuanto nos vayamos y las luces se apaguen, los chacales darán buena cuenta de él. Nadie se ha acercado al carro, Habalain- dijo inclinando la cabeza.
-Me alegro, y espero que no se acerquen ahora. Ayudadme a retirar las telas que lo cubren- respondió Diladal.
Con cuidado, fueron quitando las gruesas telas que cubrían el carro, y descubrieron con horror que no era sino una gran jaula con barrotes de acero. Dentro, aterrorizadas, había una docena de muchachas semidesnudas, ninguna de las cuales superaba los veinte años. Diladal las miró con piedad, y antes de abrir la puerta, les habló.
-Tranquilas, no os vamos a hacer nada. Os vamos a liberar. Hemos acabado con vuestros captores. No tenéis nada que temer- dijo dulcemente. A pesar de las palabras de Diladal, en los hermosos rostros de las muchachas aún se reflejaba el terror de las largas semanas de cautiverio en aquella espantosa jaula. Ninguna se movía, paralizadas por el miedo, y aún menos eran capaces de articular palabra alguna. Diladal abrió lentamente la puerta, y alejándose de ella, se volvió a guardar las llaves –Podéis salir, sois libres de regresar a vuestros hogares o de ir donde os plazca-
-Habalain, no sólo están aterrorizadas, sino muy débiles. Sería buena idea traerles algo de comer y agua en abundancia- sugirió Abbadar.
-Es verdad. Trae comida y agua. Yo seguiré intentando hablar con ellas- respondió Habalain.
Cuando Abbadar regresó seguido por varios hombres con la comida y el agua, las jóvenes no se habían movido, aunque el terror en sus rostros había disminuido. Dejaron los platos y los pellejos de agua en el interior de la jaula, y como hiciera Diladal antes, se alejaron . Poco a poco, el hambre fue venciendo al miedo, y las jóvenes se acercaron para recoger los platos. Aunque una vez los habían cogido, volvían rápidamente con las demás. Diladal ordenó que prepararan otro de los carros, por si tenían que llevar a las muchachas a otra ciudad, y pidió que trajeran el carro con las armas y el oro ahí. Tanto él como Abbadar intentaban hablar con las jóvenes, pero no obtenían respuesta alguna. Diladal separó el oro en varios montones y los dejó a la vista sobre varios barriles.
-No tenéis nada que temer, sois libres, creedme por favor. Os llevaremos de vuelta a vuestros hogares, o al menos os llevaremos a Haiddara, y de ahí podréis uniros a alguna caravana segura. He separado doce montones de monedas de oro para cada una de vosotras- dijo dulcemente, pero no obtuvo respuesta.
-Es inútil, están tan aterrorizadas que no son capaces de decirnos ni sus nombres ni de dónde son- dijo Abbadar tristemente.
-No recuerdo mi nombre, pero nuestros captores me llamaron Idhilade, que significa Flor del Oeste. Pues decían que provenía de un país lejano llamado Rohan, más allá del gran Mar de Fuego- dijo con voz serena una muchacha de no más de dieciséis años, de rostro hermoso pero grave, de cabellos dorados y ojos de un azul cristalino, como el de las aguas del Ilcafalmar bañadas por el sol del mediodía. La joven se había aproximado hacia la puerta lentamente, con pasos temblorosos, y Diladal la pudo ver a la pálida luz de las antorchas.
-Tu hogar está verdaderamente muy lejos, y desgraciadamente dudo que puedas volver a él, al menos por ahora. ¿Y tus compañeras? ¿De dónde son?- preguntó Diladal.
-La mayoría somos de Dassart, pero ninguna queremos volver a aquel infierno- dijo otra joven acercándose a Idhilade –Mi nombre es Annitir, y os estamos muy agradecidas por habernos liberado. Pero aún así tenemos miedo, porque no sabemos qué va a ser de nosotras ahora-
-Ciertamente es un dilema. No podemos llevaros a Adudran, y tampoco podéis venir con nosotros, pues os expondríamos a grandes peligros. Hay algunas aldeas alrededor de Adudran que serían un lugar seguro, pero todas no podríais ir allí. Creo que la mejor opción es que las que lo deseéis, vayáis a Haiddara. Algunos de mis hombres os podrían llevar diciendo que os rescataron del ataque a una caravana y que no tenéis donde ir. Por lo que he oído, Haiddara es ahora una ciudad en la que reina la justicia e imperan las leyes, por lo que es muy probable que os acogieran. Las monedas que llevéis os permitirían empezar una nueva vida allí- dijo Diladal, y sus hombres estuvieron de acuerdo. Las muchachas se miraron entre sí, y muchas asintieron.
-La mayoría de nosotras quiere ir a Haiddara. Desde que el Puño está en la ciudad, es un lugar tranquilo y apacible para vivir. Sin embargo, cuatro de nosotras queremos quedarnos con vosotros o ir a alguna de las aldeas de las que nos habéis hablado- dijo Idhilade.
-Muy bien, como queráis- respondió Diladal. Volviéndose a sus hombres, les habló –Traed algunas mantas y abrigos para cubrirlas, deben estar heladas. Abbadar, quiero que seas tú quien las lleve a Haiddara. Llévate un par de hombres de confianza, y al llegar, dile a las autoridades del Puño que las encontrasteis en medio del desierto, en una caravana abandonada. Después, regresad lo antes posible a las montañas- dijo Diladal.
Cuando todo estuvo dispuesto, subieron a las muchachas a los dos carros, no sin antes entregarle a cada una de ellas las monedas que les habían prometido. Idhilade, Hillaila, Annitir y Annulnil fueron las jóvenes que quisieron ir con Diladal y los suyos, y las subieron con cuidado al carro de las armas. Abbadar y sus compañeros partieron hacia el sur, mientras que Diladal y el resto se encaminaron hacia el norte, hacia las Ered Meneltobas. Había llegado la hora de hacer frente al poder del visir en Adudran, de combatir a la corrupción que se había adueñado del alma de la ciudad, y poner fin a los abusos de los soldados.
(Continúa en el siguiente post)
Por cierto, ésta es Idhilade:
[ Este mensaje fue editado por: Aragorn_II on 19-05-2011 23:30 ]
11/05/2010 at 12:44 #303385
Aragorn_IIParticipantCapítulo 5. Los Proscritos de Habalain
Antes de regresar a su escondite en las Ered Meneltobas, Diladal y los suyos se detuvieron en un par de pequeñas aldeas de campesinos situadas en la ribera del río Sirhelë para dejar a las muchachas. Algunos de los hombres de Diladal provenían de esas aldeas y conocían bien a sus habitantes, gentes de bien que no dudarían en acoger a las jóvenes. Y así fue. Cuando se despidieron, Diladal creyó atisbar tristeza en los ojos de Idhilade, aunque pensó que lo más seguro es que fueran imaginaciones suyas, o el cansancio jugándole una mala pasada.
La historia de la muerte de Rabbá se difundió rápidamente, y la alegría estalló en la aldea. Antes de que se fueran, muchos de sus habitantes aclamaban a Habalain como el salvador de Adudran, y algunos de los jóvenes se ofrecían para acompañarlo y combatir a su lado. Diladal no había esperado una reacción semejante, pero viendo el entusiasmo en sus corazones, permitió que los jóvenes más fuertes y vigorosos se unieran a ellos. Lo mismo ocurrió en varias aldeas más, y para cuando cruzaron el Sirhelë, eran más los que volvían que los que se habían ido, y eso que habían muerto algunos hombres, además de Rabbá y sus secuaces, y que Abbadar estaba de camino a Haiddara. Al llegar al escondite, Diladal reorganizó la banda y asignó a cada hombre un rango y una función. Además, comenzó a instruir a los más jóvenes y a todos los que lo desearan en el manejo de las armas blancas, desde los cuchillos y las dagas hasta las espadas y alfanjes más poderosos.
Cuando Abbadar y los hombres que le acompañaron estuvieron de regreso dos meses después, el verano había llegado a su fin y la banda estaba preparada para iniciar su nueva carrera. Poco a poco, y aprovechando su experiencia en la guardia, Diladal fue planeando ataques contra los soldados de Adudran. Sabía que se acercaba la época de la cosecha, y que el visir enviaría a varias compañías a recolectar su parte. Sabía también que aquellos soldados estaban muy confiados y que no esperaban ninguna resistencia por parte de los desdichados campesinos, y mucho menos una serie de ataques coordinados. Diladal partió con una veintena de hombres y llegó a una de las aldeas del delta del Sirhelë, la misma en la que había matado a Kalufahan. Repartió a sus hombres y aguardó la llegada de los soldados, pues les habían avisado que estaban cerca. Mientras esperaba, reconoció la casa de Al-Sufad, y se alegró al ver por la ventana a varias de sus hijas. Se regocijó al saber que había hecho algo bueno, pero sus pensamientos cambiaron en cuanto vio aparecer a los soldados. Con la máscara cubriéndole el rostro, salió de su escondite con la espada desenvainada, y se quedó frente a ellos en señal de desafío.
-Yo soy Habalain, el Humillado, y todos debéis saber que mi humillación también es la vuestra y la de todo Adudran. Y no descansaré hasta restituir mi honra y mi honor, que es también el de esta ciudad. Todos los que habéis causado mi humillación habréis de pagar caro vuestro crimen- dijo orgullosamente Diladal. Los soldados lo miraron sorprendidos, y rieron.
-¿Tú, maldito alfeñique enclenque, nos vas a hacer pagar a nosotros? Nos vamos a divertir mucho contigo en las mazmorras de palacio. Muchachos, ¡cogedle! Pero lo quiero vivo- dijo el líder de los soldados.
Antes de que pudieran reaccionar, Diladal hizo una señal, y sus hombres salieron de sus escondites. Habían cerrado un círculo alrededor de los soldados, y varios les apuntaban con los arcos tensados. Furioso, el líder de los guardias se lanzó contra Diladal, y el resto le siguió. Tres cayeron muertos atravesados por las flechas, y viendo a sus camaradas abatidos, cuatro de ellos intentaron huir, pero fueron muertos por Abbadar y sus compañeros. En pocos minutos, sólo quedaban con vida dos soldados. Uno de ellos era el líder de la compañía, que ardía de rabia. Cargó nuevamente contra Diladal, quien esquivó el tosco ataque del soldado con un movimiento ágil y rápido a la vez que lanzaba una poderosa estocada contra su brazo derecho. El acero se hundió en su carne, haciendo que aullara de dolor y tirara su espada al suelo. De un golpe profundo, Diladal hundió su espada en el pecho del soldado, en cuya mirada se reflejaba la sorpresa y el terror al comprender que su muerte se acercaba inexorablemente. Una muerte que Diladal aceleró, al cortarle la garganta de un tajo profundo con su daga. Después de limpiar la sangre de sus armas, las volvió a envainar, y se acercó al único soldado superviviente, que había permanecido inmóvil, aterrorizado mientras veía caer a sus compañeros.
-Sigues con vida para poder transmitirle un mensaje al resto de soldados de la ciudad. Recuerda las palabras que pronuncié antes. Yo soy Habalain, el Humillado, y no descansaré hasta que todos los causantes de mi humillación, que también es la humillación de esta ciudad, paguen un alto precio por sus crímenes. Ni yo, ni los Proscritos de Habalain. Y ahora, lárgate- exclamó Diladal.
El soldado huyó rápidamente sin mirar atrás, y Diladal y los suyos rieron. Recogieron las armas de los guardias muertos, y desaparecieron velozmente. La mayoría regresó a las Ered Meneltobas, aunque Diladal hizo un alto en el camino, y se acercó a ver cómo estaba Idhilade. Había cambiado mucho en los últimos meses. El miedo había desaparecido de su rostro, y lejos de dejar rastro alguno, estaba aún más bella y hermosa, si es que acaso era posible. La libertad, y una buena alimentación, la habían hecho recuperar su vitalidad y su fuerza. A pesar de que lo que más deseaba era acercarse y hablar con ella, sabía que no podía quedarse mucho tiempo, pues los soldados pronto comenzarían a rastrear los alrededores. Aún se quedó un par de minutos observándola ir y venir, ayudando en la cosecha a aquellos que la habían acogido con los brazos y los corazones abiertos. Cuando estaba a punto de irse, Diladal creyó por un momento que Idhilade le miraba, pero se ocultó rápidamente y partió al galope. Lo que Diladal no sabía es que la muchacha de cabello dorado le había visto llegar, y le había complacido que se quedara ese rato observándola. Cuando Diladal se marchó, la joven no pudo reprimir una sonrisa dulce.
Durante los siguientes meses, las incursiones de Habalain y su banda de proscritos aumentaron, al mismo tiempo que aumentaba el temor entre los soldados de la guardia y crecía la admiración de los habitantes de Adudran, que veían en Habalain y los suyos la respuesta a todos sus lamentos. Y con cada nuevo éxito, real o inventado por las gentes de la ciudad deseosas de nuevas hazañas contra el visir, aumentaba el número de los proscritos de Habalain. Los ataques se hicieron cada vez más osados, tanto a las compañías encargadas de recaudar tributos o recolectar alimentos, como a las caravanas de soldados y a las de los nobles y poderosos de Adudran. En la primavera del año 179 de la Cuarta Edad, comenzaron los ataques a las pequeñas guarniciones de soldados situadas a las afueras de Adudran, y muchas de las aldeas situadas al norte y el oeste de la ciudad se vieron libres del yugo del visir.
En las calles de Adudran no se hablaba de otra cosa que de las proezas y gestas de Habalain, y las gentes de la ciudad hacían mil y una especulaciones sobre su verdadera identidad. Mientras, Diladal aprovechaba cualquier excusa para visitar a Idhilade, aunque lo hacía con sumo cuidado, pues no deseaba poner en peligro a la joven. También visitaba a Annulnil, a Annitir y a Hillaila para asegurarse que estaban bien, aunque no tan frecuentemente como a Idhilade. Sobre todo después de que Annitir, La que Enciende, y Annulnil, la Mujer de la Noche, se casaran con dos de los jóvenes que se habían unido a su banda aquella noche del verano anterior. Diladal no quería que ninguno de sus hombres fuera vulnerable a causa de su familia, y decidió enviarlos con sus esposas, para que proporcionaran apoyo desde las aldeas si fuera necesario.
El verano se aproximaba, y llegó a oídos de Diladal que el visir planeaba un gran ataque contra las aldeas de la ribera del Sirhelë, como castigo a su rebeldía y a su apoyo a los proscritos de Habalain. Diladal salió de su escondite con todos sus hombres para hacer frente a los soldados del visir en lo que sería la primera batalla abierta entre ambas fuerzas. Sabiéndose inferior en número, pues los proscritos de Habalain apenas llegaban a los doscientos hombres, Diladal planeó atacar el puesto de guardia en el que se reunirían los soldados la noche anterior de su partida. Sin embargo, cuando llegaron y se prepararon para atacar, no vieron ni rastro de las tropas del visir. Extrañado, Diladal miró a su alrededor, y se dio cuenta de que habían caído en una trampa. Las callejuelas por las que se habían arrastrado como sombras en la noche estaban bloqueadas, y en los tejados de todas las casas apareció un gran número de arqueros, y de su interior salían decenas de soldados que cubrían todas las salidas. Más que una batalla, fue una carnicería. Los proscritos caían abatidos por muchas flechas, y pocos eran los que conseguían enfrentarse a los soldados. Diladal, Abbadar y unos pocos consiguieron refugiarse en una de las casas que daban al oeste, después de acabar con los soldados que la custodiaban.
A salvo de las flechas, pudieron escabullirse por la parte trasera y huir hacia las aldeas en las que vivían Idhilade, Annitir, Annulnil y Hillaila. Antes de abandonar la aldea, se toparon con una patrulla de soldados, a los que consiguieron eliminar, aunque en la lucha murieron Abbadar y varios de los hombres de Habalain. Diladal decidió que lo mejor es que se separaran, y que cada uno fuera a una aldea distinta, para despistar a sus perseguidores. Cogieron los caballos de los soldados y se despidieron. Diladal cabalgó en la espesura de la noche, como una flecha negra que atravesara el desierto. Cuando llegó a la orilla del río Sirhelë, pues pretendía cruzarlo a caballo y luego volver sobre sus pasos a pie para despistar a los soldados, se topó con varios centinelas. Diladal desmontó rápidamente al tiempo que desenvainaba su espada, y cayó sobre uno de ellos, en cuyo vientre hundió su hoja. El otro logró reaccionar, tensó su arco, y disparó una flecha, que alcanzó a Diladal en el costado, a la altura de los pulmones. Pero antes de que pudiera volver a disparar, Diladal desenvainó velozmente su daga, y la lanzó contra el soldado, que cayó muerto con la daga clavada en el pecho.
Diladal intentó arrancarse la flecha, pero sólo consiguió partirla en dos, y que la punta se incrustara aún más en su interior. Desgarró la túnica de uno de los soldados muertos, y la colocó bajo la camisola de cuero que llevaba bajo la cota de malla, intentando parar el sangrado. De no haber llevado la cota de malla bajo su camisa negra habitual, Diladal habría muerto sin remedio. Como pudo, siguió el curso del Sirhelë hacia el oeste, aunque no tardó en desorientarse, y debilitado tras perder mucha sangre, cayó al suelo y se desmayó.
(Continúa en el siguiente post)
11/05/2010 at 12:46 #303386
Aragorn_IIParticipantCapítulo 6 (y último xD). Madair, el Espíritu Solitario
Cuando despertó, Diladal no recordaba qué había ocurrido, ni dónde estaba ni cómo había llegado allí. Miró a su alrededor, y vio que estaba en una habitación humilde, pero familiar, y se sorprendió al darse cuenta de que el colchón en el que descansaba era mullido y cómodo. Se llevó la mano al costado izquierdo, donde fue herido por la flecha, y notó un aparatoso vendaje. Vio que apoyadas en una mesa cercana estaban las pocas pertenencias que llevaba consigo en el momento de huir: su espada y su daga. Lentamente trató de incorporarse, pero el dolor era demasiado fuerte, y volvió a dejarse caer en la cama. En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, y la luz del sol inundó la estancia, pues no tenía ventanas, o habían sido cegadas. Al principio le costó acostumbrarse a la luz, pero vio una sombra que se acercaba a él.
-Veo que por fin has despertadoÂ… y que aún tienes el mismo carácter de siempre- dijo una voz extrañamente familiar. Diladal la reconoció de inmediato, pero no podía creerlo.
-¿Yijda? ¿Eres tú?- preguntó estupefacto Diladal.
-Sí, soy yo. No te sorprendas tantoÂ… siempre te enseñé a que miraras más allá de las apariencias, y que las cosas rara vez suelen ser lo que parecen- respondió el anciano.
-Pero yo vi cómo te arrestaban los soldados, y supuse que te habían ejecutado hacía ya tiempo-
-Me arrestaronÂ… pero no me llevaron a palacio. O al menos, no pudieron hacerlo. Gracias a mi viejo amigo Tud Jansen, conseguí escapar y ocultarme. Desde entonces, he seguido tus pasos con mucho cuidado, y cuando supe que el visir te había ordenado llamar y que contigo iría ese perro de KalufahanÂ… me temí lo peor. Tú no lo sabías, pero Kalufahan era uno de los asesinos predilectos del visir. Terrible debió ser su furia cuando supo no sólo que habías escapado, sino que habías matado a su mano derecha de una forma tan vil y rastrera. Y pocos meses después de tu desaparición, apareció en Adudran una sombra de esperanza, Habalain y sus proscritos. No me costó mucho trabajo adivinar que eras tú, mi buen Diladal, el que se ocultaba bajo la máscara de Habalain- dijo Yijda con una sonrisa, sosteniendo en su mano la máscara que tantas veces había llevado en combate.
-¿Y cómo me encontraste? ¿Sabes si alguno de mis hombres consiguió huir? – volvió a preguntar Diladal.
-Yo no te encontré. Fue Idhilade la que te encontró. Ahora estás en su casa. Tuviste mucha suerte, pues Idhilade había salido a dar un paseo a la luz de la luna y se alejó más de lo prudente de la aldea. Así fue como te encontró, tirado en el suelo en medio de un gran charco de sangre. Gracias a unos amigos de Tud Jansen, me enteré que te habían rescatado, y me presenté aquí. Me costó bastante que Idhilade creyera realmente que era un amigo- rió Yijda. Pero un instante después, el rostro se le ensombreció –Ninguno de tus hombres consiguió escapar, Diladal. Todos fueron atrapados por las patrullas, y no tuvieron tu misma suerte. Ni tu destreza-
Diladal se entristeció al conocer la suerte de sus hombres, y lloró. Yijda le miraba con piedad, e intentaba consolarlo. Apoyada sobre la puerta, recortada contra la luz del mediodía, estaba Idhilade, sin atreverse a entrar por miedo a molestar a los dos hombres. Sin embargo, cuando la vio, algo volvió a encenderse en el corazón de Diladal, algo más fuerte que el desánimo y la desazón que lo habían invadido al conocer la suerte de sus hombres.
-Por lo menos, Hillaila, Annitir y Annulnil estarán a salvo. Y por cierto, ¿quién es ese Tud Jansen del que no dejas de hablar? Nunca oí hablar de él-
-Todo a su tiempo mi buen Diladal. Pero te diré que, efectivamente, las muchachas están a salvo, y que a las tres les alegra mucho saber que sigues con vida. Pues al no conocerse tu identidad, el visir declaró muerto a Habalain. Ahora debes descansar. Tu herida no cicatrizará del todo hasta dentro de un par de meses. Descansa y recupera tus fuerzas. Las vas a necesitar- se dijo Yijda, despidiéndose afectuosamente de su antiguo alumno. Idhilade se quedó apoyada en la puerta, sonriendo dulcemente a Diladal, intentando confortarle aunque sin atreverse a perturbar su descanso. Poco después, Diladal volvió a dormirse, y la Flor del Oeste le dejó descansar.
Los meses transcurrieron lentamente. El verano llegó a su fin, y el otoño se acercaba veloz, y con él la época de la cosecha. Diladal pasó la mayor parte del tiempo descansando en soledad, pues Yijda le visitaba muy de cuando en cuando, e Idhilade no se atrevía a molestarle. Cuando le visitaba su antiguo maestro hablaban durante horas, y aunque le preguntaba a menudo por Tud Jansen y por cómo había conseguido escapar o cómo había conseguido ocultarse tanto tiempo, el anciano se limitaba a sonreír. Diladal no salía de la habitación, aunque no tardó en poder levantarse y andar libremente por la pequeña estancia. Cuando a finales de Septiembre pasaron los dos meses pronosticados por Yijda, Idhilade le retiró el vendaje con sumo cuidado.
-Bueno, tu herida ha cicatrizado, tal y como dijo el sanador. Ahora es tiempo de que me hagas un favor- dijo la joven.
En ese momento, las delicadas manos de la Flor del Oeste se cruzaron con las de Diladal, y éste las aferró con fuerza. Sus ojos también se encontraron, y permanecieron así, en silencio un largo rato. Los dos podían ver en los ojos del otro un gran amor, y las palabras no fueron necesarias. Ambos vivieron felices un par de semanas, y gracias al amor de Idhilade, Diladal recuperó la alegría. Solían dar largos paseos juntos por la ribera del Sirhelë, y por primera vez en mucho tiempo Diladal no vistió de negro, en parte para no levantar sospechas. A mediados de Octubre, Yijda volvió a visitar a su antiguo alumno, y en su rostro se adivinaba una profunda preocupación.
-Las calles de Adudran están muy revueltas. Hay una gran agitación desde que el visir permitió la entrada al Puño Llameante en la ciudad. Ha ordenado a los soldados que empiecen a hacer cumplir la ley y la justicia, y también está persiguiendo los abusos de los soldados. Todo por intentar dar una falsa apariencia de decencia. Pero estos asuntos no son los que me traen aquí. Diladal, debo pedirte un favor- dijo Yijda.
-Por ti, lo que sea- respondió Diladal.
-No deberías ser tan entusiasta cuando alguien reclama de ti un favor, no sabes lo que te van a exigir. Podría ser algo que te causara mucho dolor- le advirtió el anciano
-No te preocupes, maestro. Perdona, es la fuerza de la costumbre. Has hecho mucho por mi, ahora y cuando era joven. Estoy en deuda contigo, y jamás podré compensarte por ello- respondió Diladal.
-No estés tan seguro, Diladal. Pero vamos a lo que nos ocupa. Hace algún tiempo, una amiga fue a Dassart siguiendo la pista de un comerciante sospechoso al que había visto hablando con el visir de Adudran. Hace dos días, tuve noticias suyas. Estaba en Dassart, había localizado al individuo. El problema es que también decía que se había unido a una caravana que se dirigía a Adudran, y que necesitaba ayuda. Y creo que eres la persona adecuada para ayudarla en su cometido, mi buen Diladal-
-¿Yo? ¿Ir hasta Dassart? Nunca he ido tan lejos, y sin duda me extraviaría en el desierto a los pocos días de abandonar la ciudad- replicó Diladal.
-Por eso no te preocupes. He hablado con un amigo de una de las tribus nómadas que viven en el desierto, y le he pedido que sea tu guía y te lleve hasta Emyn Lis. Pocas personas conocen mejor sus caminos que él. Cree que podríais llegar al embarcadero de Emyn Lis antes que la caravana, y esperar allí su llegada- dijo Yijda. Tras las palabras del anciano, el silencio se adueñó de la habitación. Diladal meditaba sobre sus palabras. Sabía que si el anciano le había pedido su ayuda, no era por una causa menor, y comenzó a elucubrar sobre la misión de esa amiga suya. Pero también le dolía tener que separarse de la Flor del Oeste.
-Está bien, iré. Pero antes, ¿no puedes darme más detalles sobre esa amiga tuya, el cometido que la ha llevado hasta Dassart, y la caravana en la que viaja? Encontrar a una mujer en el desierto no ha de ser una tarea sencilla- dijo Diladal.
-En efecto, no lo es. Mi amiga se llama Taurigale, es mercader de hierbas aromáticas y medicinales. Es una muchacha pelirroja, de bello rostro y carácter alegre. Seguro que con estos datos la reconoces fácilmente. De su misión, nada puedo contarte, pues nada sé. Cuando la encuentres, ella te contará lo que crea que debes saber. En cuanto a la caravana, lo único que dijo es que es propiedad de un tal Hamad- respondió Yijda.
-¿Y cómo sabrá Taurigale que me envías tú? ¿Cómo sabrá que no soy un impostor?- preguntó Diladal.
-Veo que no has perdido tu ingenio. Muy sencillo, entrégale el siguiente mensaje, ella sabrá que proviene de mi: “No pasará mucho tiempo antes de que el viento agite las hojas del árbol y la luz roja sea de nuevo restaurada”- viendo la cara de extrañeza de Diladal, el anciano sonrió y siguió hablando –No te preocupes, ella lo entenderá. También te sugiero que no uses tu nombre verdadero a partir de ahora, y menos aún el de Habalain- sugirió Yijda.
-Muy bien, Me haré llamar Madair, que quiere decir Espíritu Solitario. ¿Cuándo puedo partir?- preguntó Diladal.
-En cuanto estés preparado. Sobre la silla que está junto a la mesa están tus ropas y tu máscara. Te podría ser muy útil. Mucha suerte, mi querido Diladal- dijo Yijda.
Bueno, ya ha terminado la historia interminable :-]
Un saludo! xDDDD [ Este mensaje fue editado por: Aragorn_II on 11-05-2010 15:39 ]
23/11/2010 at 20:06 #303387
aratirModeratorPERSONAJE NARRADOR
Nombre: Saffadar
Raza: Humano
Ocupación: Visir de Adudran
Descripción:
(Próximamente)
Historia:
(Próximamente)
Imagen de Saffadar y el corazón de Adudran:
19/05/2011 at 17:44 #303388
Elfo_NegroParticipantOs presento a una nueva personaje de la historia.
De hecho es un personaje secundario del que ya se ha hablado, pero como próximamente va ha tomar algo más de protagonismo, me he decidido por decicarle un pequeño "estudio".
Ella es TURINIA, la mujer de Nergol.
Mombre: Turinia
Raza: humana
Edad: 25 años
Descripción: (ver las imágen de más abajo)
Profesión: prostituta, cortesana,…
habilidades:… (hay menores de edad que pueden estar leyendo, así que lo dejo a vuestra imaginación).
historia:
Nació libre en alguna aldea de Aridor hace 25 años. En una razzia perpetrada por uno de los señores de la guerra que por ese entonces campaban por Eärnar fue tomada como botín y esclavizada (de su familia nada volvió a saber); no tenía más de 6 años.
Fué vendida a un comerciante de Adudran; sus primeros años en la esclavitud fueron tristes pero no duros en exceso, pero todo cambió cuando, con el paso de los años, su belleza se convirtió en su maldición: siendo poco más que una adolescente se convirtió en el juguete sexual de sus dueños. Se siguieron años de abusos inconfesables; pero todo juguete llega a aburrir, y lo mismo ocurrió en el caso de Turinia, así que, aprovechando una magnífica oportunidad de negocio, la chica fué vendida a Frei de Enylost, un magnate exportador de especias que se enamoró de la muchacha en cuanto la vio en casa del comerciante. En esa época la muchacha debía tener unos 17 años, y por ella se pagó una cantidad escandalosa de dinero.
Vivió con el magnate tres años, hasta que este murió (las malas lenguas pretenden que Turinia, una noche de especial desenfreno, tuvo culpa en la muerte del viejo). Pero de chascarrillos prefiero abstenerme, lo que sí es cierto es que el viejo magnate amaba con pasión (y lujuria) a la joven, y no dejó de instruirla en las más variadas ciencias y artes.
A la muerte del rico Frei se le concedió, via testamentaria, la libertad y se le legó una casita en un barrio elegante de Adudran, donde el magnate tenía numerosas propiedades. Ahí fué donde la chica, cumplidos los veinte años, se forjó su fama y su destino.
Tenía una belleza exhuberante y era inteligente y cultivada. Los hombres más ricos y poderosos de la ciudad cayeron a sus pies y ella supo cómo mantenerlos ahí: suplicantes, satisfechos,… y con la bolsa de oro un poco menos llena. Era una mujer libre, odiada por muchos (sobre todo por muchas) y amada y deseada por tantos otros; a pocos, muy pocos, se entregaba por nada, aunque algún joven especialmente hermoso pudo alardear de tal hecho.
Fue hace dos años cuando Turinia cometió su peor error: se enamoró.
Sí, se enamoró, y no sólo eso, sino que lo hizo de un mal hombre, de un hampón ya no demasiado joven, no especialmete guapo y tampoco especialmente rico. Pertenecían a mundos distintos. No sabría decir que atrajo de Nergol (que así se llamaba el tipejo) a Turinia, quizá su caracter rudo y simple, quizá su sencilla y primaria forma de desear… quizá, simplemente, que fuera distinto a todos los hombres que había conocido; y es que, aunque Turinia no fuera, por edad, más que una joven de 23 años, había vivido mucho (demasiado) y Nergol, en ese momento, significó para ella una puerta por la que escapar.
Insisto en que creo que el enamorarse de Nergol fue una grave error de Turinia pero… ¿quien sabe?
Desde que vive con Nergol ha cambiado un poco sus "hábitos", pero no radicalmente, no está dispuesta a renunciar a su libertad. Ha reducido el número de sus "amantes" pero no está dispuesta a un cambio total por nadie y menos por Nergol del que… sí, está enamorada, pero no es una ilusa y conoce muy bien el tipo de hombre que es y que con él tampoco podría formar una familia convencional. Son una pareja distinta, obligados por sus caracteres y sus vidas a relacionarse con mucha tolerancia, casi más como amigos que como esposos.
(eso sí, Nergol me contó un día de borrachera, que no le hace ni puñetera gracia eso de que Turinia se vaya al catre con cualquiera y menos por unas monedas de oro… -que vamos, si es por dinero el puede robar más o lo que sea… pero no es por dinero, es…- en fin, que no le gusta, pero se aguanta, porque sabe que ha tenido mucha suerte, sabe que ella es mucho mejor que él, porque aun no sabe qué vio una chica como ella en un hombre como él.)
[ Este mensaje fue editado por: Elfo_Negro on 19-05-2011 21:57 ]
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