Perfil Básico

Nombre

Aragorn_II

¿Has leído El Hobbit?

¿Has leído El Silmarillion?

¿Has leído El Señor de los Anillos?

¿Has visto las películas de El Señor de los Anillos?

¿Has visto las películas de El Hobbit?

Más Información

Página web

http://elanillounico.com

Ficha de Personaje

Nombre del Personaje

Haeré Lintesereg

Raza

Dúnedain

Lugar de la Tierra Media

Sein Cair Andros

Descripción del Personaje

Haeré es un Hombre noble, de gran coraje y corazón. Valiente, siempre dispuesto a combatir por el Bien. Por sus sangres corre la sangre de Númenor, por lo que tiene el don de una vida más larga que la de los Hombres comunes. Es alto y fuerte, de cabello negro y mirada penetrante.

Historia del Personaje

Haeré Lintesereg nació en Minas Tirith en Julio del año 2921 de la Tercera Edad, aunque pasó su infancia y los primeros años de su juventud entre la hermosa ciudad de Gondor y la ciudad de Esgaroth, en el Lago Largo. Su padre, Barand, era un importante comerciante que vivía allí, y en un viaje conoció a su madre, Lafrem, una sanadora de Minas Tirith de la que se decía que por sus venas aún corría sangre de Númenor. Después de conocer a Lafrem, Barand decidió establecerse en Minas Tirith, hecho que contrarió visiblemente a su hermano mayor, Adrahil. No obstante, Barand aún conservaba en su corazón a Esgaroth y a su hermano, y como en Minas Tirith, al estar al sur de la Tierra Media, la temporada estival se podía hacer muy dura para un Hombre del Norte, Barand convenció a su esposa para pasar los calurosos meses de verano en Esgaroth, y aunque no le gustaba tener que abandonar su ciudad natal por tanto tiempo, Lafrem finalmente accedió. Al año de haberse casado, nació Haeré, que trajo gran dicha a sus padres. No menor fue la alegría de éstos cuando, dos años más tarde, nació Ecthelion, a quien llamaron así por el glorioso Capitán Elfo cuyas hazañas en la defensa de Gondolin se convirtieron en leyenda.

El verano en el que Haeré cumplió 20 años fue con sus padres a Esgaroth como solía hacer cada año; su hermano acababa de pasar unas fuertes fiebres, y se quedó en las Casas de Curación de Minas Tirith, al cuidado de su tía, sanadora al igual que su madre. A Haeré se le alegraba el corazón cuando llegaba el momento de partir a Esgaroth cada año, pues le gustaba la compañía de su tío Adrahil, quien secretamente le instruía en el arte de la espada, ya que su padre se negaba a adiestrarle, y cada vez que sorprendía a Haeré con una hoja en la mano montaba en cólera. Un día, a la caída de la noche, un gran ruido inundó la pequeña ciudad, como si fuera una gran multitud que celebrara algo importante. Haeré y su tío se asomaron por una de las ventanas, y allí vieron algo que los dejó atónitos: un grupo de Enanos había llegado y se paseaba por la ciudad entre los vítores de la multitud. Y con ellos iba una extraña criatura, un Mediano. El grupo permaneció varios días en Esgaroth y prometieron acabar con el dragón Smaug, que aterrorizaba a la ciudad desde su oscura morada en la Montaña Solitaria. Cuando los Enanos se fueron, y aunque todo el pueblo estaba alegre creyendo que el fin de Smaug estaba cercano, su tío, un hombre con gran capacidad intuitiva, se quedó pensativo, y habló así a Haeré:

-Sobrino, toda esta aventura no presagia nada bueno. Muchas desgracias caerán sobre nosotros por esto- Y aunque Haeré no lo dijo, tomó a su tío por un loco. Sin embargo, pocos días después, Haeré se arrepintió de no haberle escuchado, pues sus oscuros presentimientos se cumplieron. Él y unos amigos habían salido de Esgaroth por la mañana y se hallaban a unas cuantas millas al Oeste de la ciudad, en la ribera meridional del Río del Bosque, cuando el dragón Smaug atacó Esgaroth. Muchos de los soldados huyeron ante el ataque de Smaug, y la ciudad pronto se halló prácticamente indefensa, pues pocos hombres se atrevían a luchar contra el poderoso dragón. El fuego crecía por toda la ciudad y todos los que aún seguían con vida se amontonaban en los embarcaderos, subiendo a los botes o tirándose al agua helada para nadar hacia la orilla occidental del lago. Sin embargo, Bardo, Hombre valiente, descendiente directo de Girion, Señor de la desolada ciudad de Valle, mató a Smaug, hundiéndole una flecha en el único lugar desprotegido que tenía la bestia. Pero antes de que el dragón cayera, en medio de la confusión y los ataques de Smaug, los padres de Haeré murieron, dejándolo huérfano. Cuando Haeré regresó al Lago Largo, se encontró un panorama devastador. La ciudad entera había sido destruida, pues había caído sobre ella el cuerpo del dragón, y los supervivientes se apiñaban en la orilla occidental del lago. Pasó mucho tiempo hasta que Haeré pudo dar con su tío Adrahil, al que halló llorando amargamente mientras se aferraba con todas sus fuerzas a un viejo baúl. A la luz de la luna, le contó todo lo sucedido, y Haeré sollozó profundamente largo rato. Cuando se calmó, Haeré estaba encolerizado, y clamaba venganza. Los habitantes de la ciudad, que por un lado alababan el valor de Bardo y lo aclamaban como Rey, se volvieron en contra de los Enanos, a los que acusaban de provocar la ira de Smaug contra ellos, con el propósito de apoderarse de su antiguo hogar en la Montaña Solitaria. Pero lo que realmente ocupaba las mentes de muchos era el fabuloso tesoro de Erebor, que ahora quedaba sin dueño. Días después, los Hombres organizaron una expedición a la Montaña Solitaria, a reclamar deudas a los Enanos, y si fuera necesario, a presentarles batalla. Y junto a los Hombres de Esgaroth marcharía Thranduil a la cabeza de un gran ejército Elfo, que había acudido en auxilio de los habitantes de Esgaroth; Haeré se unió a la marcha, pues la rabia y la cólera aún lo dominaban, y aunque intentó que su tío no se enterara, era un Hombre demasiado inteligente como para no adivinar sus intenciones.

Haeré estaba resuelto y preparado para partir, había cogido algunas provisiones e iba a emprender la marcha de forma furtiva, pues no quería discutir con su tío. Sin embargo, Adrahil conocía muy bien las intenciones de su amado sobrino, y lo esperaba en un rincón resguardado junto a la orilla septentrional del Lago, y junto a él había un gran baúl. Haeré se sorprendió al ver a su tío, e intentó esquivarle para unirse a la marcha que encabezaba Bardo, pero su tío le agarró por el brazo, para que le escuchara un momento:

-Haeré, aún eres muy joven como para partir a lo desconocido, y quizás a una batalla-

-No me detengas tío, iré, aunque tenga que dejarte inconsciente o atado en casa- respondió Haeré, que había conseguido una ligera cota de malla y una pequeña espada. Su tío comprendió que no podía detenerlo, y le dijo:

-Muy bien, sé que no puedo detenerte, pero por favor, antes de marcharte hay algo que quiero que veas- En ese momento, Adrahil se inclinó sobre el baúl, baúl que había salvado de las llamas arriesgando su propia vida, pues lo que en él se guardaba le era muy preciado y valioso. Adrahil abrió cautelosamente el baúl, pues su interior no debía ser visto por ojos indiscretos, y cuando lo abrió, Haeré se quedó asombrado. Allí había una gran espada, como la de los grandes Reyes de Númenor, una gruesa cota de malla, dos dagas que parecían élficas y un escudo con el símbolo del Árbol Blanco.

-Haeré, nunca te lo dijimos, porque en estos días tener la sangre que corre por nuestras venas es muy peligroso. ¿Conoces la historia de los grandes Reyes de Númenor, de Elendil y sus hijos Isildur y Anárion, y de cómo se establecieron en la Tierra Media?- preguntó su tío.

-Por supuesto que sí, ¿a qué viene esto?-

-Porque eres… somos, descendientes de la estirpe Real de Númenor, y aún del propio Eärendil, y de Beren y Luthien la Bella. Sucedió que Erenwyn y Tar-Atanamir, decimotercer Rey de Númenor, tuvieron un hijo llamado Tar-Ancalimon. A medida que pasaban los años, Tar-Atanamir se volvió más y más hosco, y sólo pensaba en aferrarse a la vida lo máximo posible. Fue entonces cuando Erenwyn empezó a temer por ella y por su segundo vástago, al que aún llevaba en el vientre. Dio a luz a un hermoso niño con la ayuda de la más leal de sus doncellas, y le llamó Erendil. Temiendo que Tar-Ancalimon pudiera sentir celos de él, o aún incluso el propio Tar-Atanamir, confío al recién nacido a Lailonniel, su fiel doncella. Erenwyn rogó a Lailonniel que ocultara al pequeño lejos de Armenelos, la capital de Númenor, que fuera hasta la ciudad de Nísimaldar y que viviera allí con Erendil, pues sospechaba que la ruina de Númenor no estaba muy lejana. Cuando Erenwyn regresó junto a Tar-Atanamir, éste le preguntó por el niño; Erenwyn, en un mar de lágrimas, dijo que el niño había nacido muerto, y que había encargado a una de sus doncellas que lo enterrara.

El Rey creyó la historia de su esposa, y nunca sospechó nada, pues en su corazón sólo pensaba en nuevas formas de alargar su propia vida. Lailonniel hizo caso a su señora, pero antes de partir recibió una visita inesperada: era la Reina, que venía a despedirse de ella y del niño y para entregar a Lailonniel una de las muchas espadas que Elros había recibido de su padre, Eärendil el Marinero, Eärmacil, «La Espada del Mar», una hoja hecha por un gran herrero Elfo, Telchar, que se había conservado en Gondolin primero, y que después guardó Tuor, y luego su hijo Eärendil. Después de la amarga despedida, Lailonniel partió con el niño y con la espada al puerto de Nísimaldar. Allí crió a Erendil como a su propio hijo, al que nunca reveló su verdadero origen. Erendil era un joven muchacho, según las cuentas de Númenor, cuando Tar-Atanamir murió y el cetro pasó a manos de su hijo Tar-Ancalimon. Y en los días de su reinado se produjo la división de Númenor. La mayor de las dos partes fue llamada los Hombres del Rey, y se apartaron de los Eldar y los Valar. Lailonniel y Erendil, en cambio, permanecieron con la otra parte del pueblo, que se llamó los Elendili, los Amigos de los Elfos, pues querían mantener la amistad de los Eldar; también fueron llamados los Fieles. Erendil siempre había sentido un gran amor por el Mar y por los Eldar, a los que visitó a menudo en embarcaciones de los Fieles.

También visitó la Tierra Media, en especial las costas en las que vivía Círdan, el Carpintero de Barcos. Pero Erendil también se deleitaba paseando por la hermosa ciudad de Nísimaldar, entre los fragantes árboles traídos del Oeste, de los que su favorito era el malinorë. No sólo cruzó las aguas Erendil, también recorrió a caballo casi toda la isla de Númenor, desde la Bahía de Eldanna hasta el puerto de Rómenna, desde Nindamas hasta Andúnië. Cuando Erendil contaba ya 50 años, y al creerlo Lailonniel hombre prudente y sabio, su madre adoptiva le reveló su verdadero origen, y le advirtió de que si su hermano se enteraba de que seguía vivo, correría un gran peligro. Por ello, Erendil decidió partir a la Tierra Media. Al despedirse de Lailonniel, Erendil lloró mucho, pero su corazón y su espíritu eran fuertes y se hizo a la mar en un hermoso barco. Con él llevaba a Eärmacil, que Lailonniel le entregó el día antes de partir. Al llegar a la Tierra Media, Erendil fue a vivir a Umbar con algunos amigos, aunque dedicó buena parte de su tiempo a viajar a lo largo y ancho de la Tierra Media. Sin embargo, había muchos en Umbar quienes miraban mal a Erendil y sus amigos por ser parte de los Fieles. Y es que como bien recordarás por tus estudios, Umbar era la principal ciudad en la Tierra Media de los Hombres del Rey. Por eso, cuando años más tarde se construyó el puerto de Pelargir, Erendil y muchos de sus amigos fueron a vivir allí, ya que fue fundada por los Fieles y rápidamente se convirtió en su principal ciudad en la Tierra Media. Al llegar a Pelargir, Erendil se quedó a vivir tranquilamente en la ciudad, y se casó y tuvo un hijo al que llamó Beren, por su antepasado.

En tiempos de la fundación de los Reinos en el Exilio de Arnor y Gondor, un descendiente de Erendil llamado Haeré (de ahí viene tu nombre), que apenas contaba 40 años, sirvió a las órdenes de Elendil, y luchó en la Guerra de la Última Alianza, y fue testigo de la caída de Sauron. Sin embargo, antes de que partiera, la madre de Haeré le entregó a Eärmacil, y le contó la historia de sus antepasados, como yo te la estoy contando a ti. Haeré partió a la guerra con la espada y los Enemigos le temían, tomándolo por un Rey Numenóreano rescatado de las aguas. Sin embargo, Haeré también conoció la ruina y el dolor en aquella guerra, ya que presenció las muertes de Gil Galad, Rey Supremo de los Noldor, de Elendil y de su hijo Anárion. Haeré ganó gran reputación por su valor y coraje en batalla, y a su regreso a Pelargir, aconsejado por su madre, abandonó su hogar y fue a vivir a Minas Anor, y quedó al servicio del hijo de Anárion, Meneldil, y se convirtió en un gran Capitán de los Hombres.

Sus descendientes siguieron al servicio de los reyes de Gondor hasta la muerte de Tarannon-Falastur, undécimo rey de Gondor, y el primero en morir sin descendencia. Este hecho sumió a Grimbold, descendiente de Haeré y Erendil y antepasado nuestro, en un gran pesar. También lo hizo reflexionar profundamente, y tomó la muerte de Tarannon-Falastur sin descendencia como un presagio de la ruina de Gondor, por lo que en el año 914 de esta Edad decidió partir hacia el Norte, al Reino de Arthedain. Sus descendientes permanecieron al servicio de los reyes de Arthedain, combatiendo al mal proveniente de Angmar hasta la desaparición del reino. Después, vivieron como Montaraces con el resto de los Dúnedain, luchando siempre contra el mal. Y la familia continuó hasta nuestro tiempo. Tu padre y yo vivíamos como Montaraces, defendiendo la Comarca y viajando por toda la Tierra Media para ayudar a los Pueblos Libres en su lucha permanente contra el Mal. Pero después de muchos años así, tu padre se cansó de una vida tan dura, y me convenció para que viniera con él a Esgaroth, en busca de una existencia más tranquila y pacífica Por eso tu padre no quería instruirte en el manejo de la espada, y por eso se enfadaba tanto cuando te veía con una en la mano. Sin embargo, ahora que la Sombra ha vuelto a aparecer, creo que es el momento de que tomes otra vida, la que realmente te corresponde. El Enemigo está buscando a todos los posibles descendientes de Númenor, en especial a los de sangre Real, y si te encuentra en Esgaroth, la ciudad será arrasada. En tu corazón ahora sabes que sólo tienes una elección: marchar al Norte y vivir como un nómada, como un Montaraz- Haeré estaba realmente asombrado, aún le costaba digerir todo lo que su tío le acababa de revelar.

-Sí… creo que tienes razón- balbuceó Haeré- Pero antes quiero marchar a la Montaña Solitaria, y desde allí, cruzaré el Bosque Negro hasta el Paso Alto-

-Sí, ve a Rivendel, allí sabrán cómo orientarte. Allí, los Montaraces siempre han sido muy bien recibidos, de hecho tu padre y yo nos criamos allí por un tiempo. Pero antes debes llevar contigo estas armas. Te ayudarán en la batalla y a ser reconocido, pues estas dagas son obra de los Noldor, unas dagas que el mismo Elrond le regaló a tu padre como prueba de su amistad, y la espada, Eärmacil fue forjada por Maestros Elfos hace mucho tiempo, como te expliqué antes- su tío le entregó la cota de malla, y le ayudó a ponérsela. Después le entregó los cinturones de las dagas y la espada, y por último le dio el escudo. Vestido de esa manera, y a pesar de su corta edad, Haeré daba la impresión de ser un Rey de Númenor, una imagen que recordaba al propio Elros, hijo de Eärendil el Marinero.

Con gran pena en su corazón se despidió de su tío, y se unió a la hueste de Hombres que se dirigían a la Montaña Solitaria, al frente de la cual marchaba el valiente Bardo. Al llegar a la Montaña Solitaria y ser testigos de la obstinación de los Enanos, todos creyeron que se produciría una batalla entre Elfos, Hombres y Enanos. Todo cambió cuando llegaron las nuevas de una gran hueste de trasgos y lobos que se aproximaba desde el Oeste, y entonces Haeré desenvainó rápidamente a Eärmacil, que centelleó a la luz del sol. Los Hombres que estaban a su alrededor se asombraron del porte que tenía el muchacho, y aún los que lo conocían de toda la vida observaron un cambio en él, y hasta les pareció que el joven había crecido en estatura. Aún hasta los Elfos se maravillaron al ver tal espada, y se alegraron de combatir a su lado. Fue llamada la Batalla de los Cinco Ejércitos, y en ella se acabó con la mayoría de trasgos de las Montañas Nubladas, pero en ella también cayeron muchos Elfos, Hombres y Enanos, como el gran Thorin, Escudo de Roble, al igual que varios de sus compañeros, como Fíli y Kili. En la batalla, Haeré mató a muchos trasgos, a los que la visión de Eärmacil les aterrorizaba, causándoles tanto miedo como la propia Glamdring, que empuñaba Gandalf el Gris. Haeré acabó luchando espalda contra espalda junto al mismo Rey Thranduil, que quedó muy impresionado por su coraje y bravura. Cuando acabó la batalla, Thranduil se lo llevó a un rincón apartado, y le interrogó; Haeré le confesó todo lo que sabía acerca de su origen, y sobre su intención de ir a Rivendel.

-Sí, estoy de acuerdo en que en tu situación, lo más adecuado sería marchar a Imladris, pues allí conocen a todos los Montaraces del Norte, descendientes de Númenor como tú, y te podrán guiar, dar consejo e instruir-

-¿Y cuál creéis que es la mejor ruta para ir hasta allí, mi señor? Yo nunca he viajado tan al Oeste, y no conozco las tierras más allá del lindero oriental del Bosque Negro- repuso Haeré, que estaba cubierto de sudor y de la sangre negra de los orcos.

-La ruta más rápida es atravesar el Bosque Negro por el Camino del propio Bosque y llegar hasta el Viejo Vado. Luego, cruzar las Montañas Nubladas por el Paso Alto y buscar el valle oculto de Imladris. Aunque en estos tiempos el Bosque Negro es muy peligroso. El Nigromante habita en las profundidades de Dol Guldur, y el propio Bosque no es nada seguro. Y encontrar el camino a Rivendel es casi imposible para alguien que no conozca esas tierras, así que te asignaré una pequeña escolta que te acompañará hasta Imladris, hasta la Casa de Elrond. En su compañía no deberás temer por nada-

-Muchas gracias mi señor Thranduil, os estaré eternamente agradecido- Así, Haeré y el poderoso Rey Elfo se despidieron, y Haeré siguió a la pequeña compañía de Elfos que Thranduil había designado. Se fueron alejando del lugar de la batalla y no tardaron en adentrarse en el Bosque Negro. En esa escolta iba el propio hijo del Rey, Legolas, con el que Haeré habló a menudo durante el viaje. Cruzaron el Bosque Negro, y a través del paso Alto, llegaron a Rivendel. Allí, Haeré y los Elfos, entre los que había surgido una gran amistad y camaradería, se despidieron. El dolor de la separación fue grande, pero la alegría que poco después le llenó el corazón fue inconmensurable. La belleza de Rivendel lo hechizó, y allí moró varios años, aprendiendo de los Señores de los Elfos que allí vivían, como Elrond o Glorfindel, con el que pasaba mucho tiempo. De hecho, fue el propio Glorfindel el que le enseñó su lengua, que en poco tiempo Haeré hablaba con fluidez. También fue el que le llevó por primera vez de cacería por las tierras del Norte y le enseñó a disparar con el arco.

Diez años después de la Batalla de los Cinco Ejércitos, Haeré abandonó Imladris y vivió como otro Montaraz del Norte, vagando de aquí para allá. A la mayoría de ellos los había conocido en Imladris, y le ayudaron mucho, en especial Aragorn, hijo de Arathorn, Capitán de los Dúnedain, con el que combatió a menudo y mantuvo una estrecha amistad. También se encontró de nuevo con Gandalf el Gris, aunque el Istari le infundía tal respeto que casi nunca habló con el mago. Con el paso de los años, Haeré viajó por toda la Tierra Media, desde las ruinas de Fornost y Annúminas al Norte hasta Dol Amroth y Pelargir en el Sur. Fue con Aragorn de nuevo a Gondor, y allí combatió a su lado al servicio del Senescal Ecthelion II. Haeré también participó en la gloriosa batalla contra los Corsarios de Umbar en la que toda su flota resultó hundida. Pero mientras Aragorn se fue rápidamente de Gondor, Haeré se quedó un tiempo en la ciudad. Visitaba a su tío y a su hermano Ecthelion, que había decidido establecerse en la reconstruida ciudad de Valle, siempre que podía y aunque su hermano conocía su verdadero linaje, no quiso seguir los pasos de Haeré y llevó una vida tranquila en la ciudad.

En el año 3014 de la Tercera Edad, Haeré había bajado muy al Sur, pues hacía largos años que no veía ni siquiera de lejos su ciudad natal, Minas Tirith. Aún recordaba su hermosura, su gloria pasada y la belleza de la Torre de Ecthelion brillando con la luz del mediodía. Haeré se encontraba cerca de la desembocadura del Entaguas, donde había parado para comer algo, cuando vio en la lejanía a un Hombre que huía rápidamente a caballo. Fue hasta él, y como llevaba el escudo con el símbolo del Árbol Blanco en la mano izquierda, el desconocido lo tomó enseguida por un amigo.

-Salve Caballero de Gondor, ¿por qué huís?- preguntó Haeré, observando detenidamente al extraño.

-Me llamo Boromir, hijo de Denethor, Senescal de Gondor. Me persigue una compañía de orcos, que intenta matarme. Se me echaron encima cuando volvía de Esgaroth, salieron de la nada. Mataron a mis dos compañeros y yo logré escapar a duras penas-

-Muy bien Boromir, yo soy Haeré, hijo de Barand de Esgaroth; busquemos un buen lugar para tenderles una emboscada y acabaremos con esas viles criaturas-

Así hicieron, y ambos subieron a una pequeña colina situada al norte del Entaguas y se refugiaron detrás de unas rocas. La compañía de orcos no tardó en aparecer, eran once en total, y se detuvieron cerca de la colina. Haeré había tensado el arco que Glorfindel le regaló, y Boromir se asombró de que un Hombre llevara un arco élfico. En ese momento, Haeré disparó una flecha, que atravesó la garganta del líder de los orcos. Aún sin tiempo para que reaccionaran, Haeré ya había abatido a otro de ellos, que se dispersaron como pudieron. Boromir no llevaba arco, pero lanzó unas pesadas piedras que aplastaron a otros dos orcos. Mientras, un tercer orco había sido muerto por Haeré, que después dejó el arco y desenvainó la espada, al igual que Boromir. Boromir quedó maravillado al ver a Eärmacil, aunque reaccionó pronto y se lanzó contra los orcos. Los dos Hombres bajaron colina abajo y lucharon ferozmente. No tardaron en matar a todas las criaturas de la Oscuridad, y ninguno de los dos sufrió herida alguna. Fueron hasta donde habían dejado el caballo de Boromir, y éste insistió en que lo acompañara a Minas Tirith, donde sería honrado por haber salvado su vida.

-Por favor Haeré, has salvado mi vida, permíteme que te lleve a mi ciudad. Además, tu rostro me resulta familiar, como si te conociera de hace mucho tiempo- Haeré finalmente aceptó y su corazón se alegró al ver de nuevo Minas Tirith. Los años no habían pasado en balde, y la Guerra había provocado que la ciudad decayese visiblemente. Fueron recibidos por todo el pueblo, alegres al ver que Boromir regresaba sano y salvo. Boromir llevó a Haeré a la presencia de su padre, que después de oír el relato de la emboscada le quedó eternamente agradecido.

-Pero hay una cosa que me resulta extrañamente familiar en ti…- dijo Denethor, que se quedó pensativo un rato- ¡Ah ya sé! Estuviste al servicio de mi padre hace algunos años al igual que Thorongil. Sin embargo también me resulta conocida tu espada, pero no puede ser a menos que tú seas….-

-… descendiente de Númenor, mi señor? Pues sí, lo soy, aunque ahora vivo como un simple Montaraz del Norte, y me gusta mi vida- Haeré explicó una vez más toda la historia de su familia, una historia que conoció a fondo cuando estuvo en Imladris. Aunque al principio Denethor dudaba, la palabra de Boromir bastó para que sus dudas y temores se disiparan, y aceptó el servicio que ofrecía de luchar por Gondor contra el Enemigo. En los años que permaneció en Gondor, Haeré se hizo gran amigo de Boromir y de su hermano pequeño, Faramir, con los que combatió muchas veces contra las huestes del Enemigo. Y los orcos temblaban cuando veían a los dos hermanos y a Haeré acercarse, con las espadas desenvainadas. Y la espada Numenoreana de Haeré era imparable, no había metal en la Tierra Media que resistiera a sus estocadas, ni aún el mithril más resistente de los Enanos. Y en todas las batallas y refriegas en las que participaba Haeré se podía oír siempre un mismo grito de guerra, ante el que los Enemigos temblaban: «Eärmacil, por Númenor». Pero a pesar de haberse ganado el amor de sus hijos y de todo el pueblo de Gondor, Denethor aún seguía mirando a Haeré con sumo recelo y suspicacia, pues recordaba muy bien su amistad con Thorongil y Mithrandir de quienes sospechaba buscaban reemplazarlo.

Pero todo cambio cuando llegó un extraño Medio Elfo que se hacía llamar Vilendil, en el mes de Octubre del año 3017 de la Tercera Edad. Éste habló a Denethor de un Reino enemigo de Mordor, que luchaba contra el Mal en la lejana Tierra Olvidada, al Este de la Tierra Media. Pidió ayuda a Gondor, y prometió que cuando la guerra acabase allí, sus tropas apoyarían eternamente a Gondor y a los Hombres de buen corazón. Denethor le pidió a Haeré que partiera al Reino Unificado con 500 soldados, y que permaneciera allí el tiempo que fuera necesario. Se le entristeció el corazón al tener que abandonar de nuevo Minas Tirith y a los amigos que había hecho allí, como Faramir y Boromir. Aunque el Medio Elfo Vilendil pronto se ganó la amistad y admiración de Haeré, y descubrió que la belleza de Meluvenorë, capital del Reino Unificado, no era menor a la de Minas Tirith. Descubrió un nuevo hogar, la Ciudadela de Sein Cair Andros, donde vivió desde que llegó al Reino. Fue nombrado por el Duque Arioch Capitán de la Caballería de Sein Cair Andros, cargo que desempeñó con valentía. Cuando el Duque Arioch cayó, el corazón se le encogió a Haeré, pues aunque el Maia era algo brusco y arisco, y muy aficionado a las tabernas (en especial la del Poney Pisador), era muy querido y respetado por sus hombres. Había convertido a la Ciudadela de Sein Cair Andros en el baluarte más importante del Reino y había logrado numerosas e importantísimas victorias contra los corsarios del Norte y contra otros Clanes rivales. Le sucedió Arándil, Capitán de Sein Cair Andros, un Hombre muy respetado entre la tropa y gran amigo de Haeré, con el que había combatido numerosas veces. El nuevo Duque nombró a Haeré Capitán de la Flota Blanca, ya que ésta siempre había sido dirigida por el propio Arioch. Arándil fue el artífice de la heroica defensa de la Ciudadela frente a un nuevo ataque de los corsarios; en esa batalla, Haeré mandó la Flota Blanca a bordo de la Estrella del Norte, la más poderosa galera que surcaba las aguas de los Formeneärion, los Mares del Norte, y buque insignia de la Flota Blanca. Hundieron muchos navíos negros, reduciendo el número de corsarios que asediaban la ciudad e impidiendo que se unieran a estos nuevos refuerzos procedentes del mar. Sin embargo, en aquella batalla Haeré fue herido en el hombro por una flecha corsaria, aunque cuando el dolor y la infección hubieron bajado, Haeré se unió a la defensa de la Ciudadela, a cuyo cargo se encontraba la dama Silme Tindomë.

Pasó el tiempo, y Arándil fue una víctima más del terrible huracán que azotó toda la Tierra Olvidada y que causó muchos daños en todos los territorios del Reino al Sur de las Ered Meneltobas. El Duque Arándil se perdió cuando, a su regreso de Enyelost, intentaba encontrar un paso hacia el Norte, pues la ciudad había sido muy dañada y debía ser evacuada. Haeré asumió esta tarea y llevó a sus habitantes a un refugio seguro. Al volver a Sein Cair Andros recibió la Corona Ducal y el mando de la quinta Compañía del Reino Unificado, la Guardia Blanca. Pero su primer trabajo era la reconstrucción de toda la provincia, en especial la zona más meridional. Meses después, una vez superados los estragos del huracán, el propio Haeré fue hecho prisionero por Mwálimë, una espectra del Clan de Udûn. Durante su cautiverio, la malvada Mwálimë hirió a Haeré con un acero de Udùn en el mismo lugar que la flecha corsaria; aunque no tardó mucho en ser rescatado, aquella herida le dejó secuelas permanentes, pues desde entonces era capaz de intuir, al menos, la presencia de un espectro si éste se encontraba cerca. Pasaron los meses y Haeré hubo de hacer frente a las huestes del Rey Eärgûl, combatiendo a bordo de la Flota Blanca en los Mares del Norte a su armada, que amenazaba con invadir la provincia de Cilya Nasaldarion. Participó en el Concilio que se celebró en los Valles del Sirinieldon, donde luchó contra las hordas de la Oscuridad, y más tarde tuvo que luchar en una horrible batalla contra centenares de Olog-Hai surgidos de las entrañas de la Tierra Olvidada, antes de que abandonara definitivamente el Reino.

La paz reinaba ahora en la Tierra Olvidada, y sin olvidar su promesa, Haeré reunió a todos los Hombres que lo habían acompañado desde Gondor y se prepararon para el largo camino de regreso. Aunque estos Hombres habían llegado a amar Sein Cair Andros y el Reino Unificado casi tanto como Haeré, la mayoría tenía familia en Gondor y deseaban volver a ver a sus seres queridos, pero no antes de terminar con el trabajo encomendado. Antes de partir, Haeré se puso la librea negra con el símbolo del Árbol Blanco de Gondor y dejó la Corona Ducal en manos del Elfo Aduelen, guerrero de noble corazón y gran amigo de Haeré. En su viaje de vuelta a Gondor, Haeré y su hueste se detuvieron en Meluvenorë, Olostion, por última vez, y allí se despidieron de todos sus amigos. Después de pasar unos días en la hermosa ciudad, la compañía partió de la Tierra Olvidada. En total marchaban unos 200 soldados, ya que muchos de aquellos valientes que acompañaron a Haeré habían muerto, y algunos desearon quedarse en el Reino. Cuando volvieron a Gondor, todos se quedaron maravillados ante lo que veían sus ojos; Osgiliath estaba siendo reconstruida, y Minas Tirith volvía a verse en todo su esplendor, como Haeré no la había visto nunca. No había rastros de guerra, y pronto una patrulla de soldados del Ithilien los encontró y les dieron las nuevas de la destrucción del Anillo, la caída de Barad-Dûr y el Retorno del Rey.

-Son grandes noticias, el corazón se me regocija. Pero decidme, ¿dónde puedo encontrar a Denethor y a sus hijos?- dijo Haeré, con una gran alegría.

-Mi señor, sin duda ha estado fuera mucho tiempo. Denethor enloqueció y murió, y su hijo Boromir cayó en Amon Hen algunos meses antes de la Batalla de los Campos del Pelennor. Su hermano Faramir vive ahora en las colinas de Emyn Arnen, pues el Rey Elessar le otorgó el título de Príncipe del Ithilien, y está casado con la dama Eówyn, hermana del Rey Eómer de Rohan- dijo uno de los soldados. Haeré fue a ver a Faramir, y ambos estuvieron mucho tiempo hablando, de lo sucedido durante la Guerra del Anillo y la Restauración. Haeré escuchaba atentamente los relatos de la Guerra del Anillo, la caída de Boromir y la locura de Denethor, así como las batallas del Abismo de Helm, Osgiliath, los Campos del Pelennor y el Morannon; pero lo que más le impresionó fueron el valor y las hazañas que llevaron a cabo los cuatro Medianos que participaron en estos gloriosos hechos. Cómo dos de ellos atravesaron el País de la Sombra y destruyeron el Anillo Único; cómo otro logró salvar al propio Faramir de la pira que, en su locura, había ordenado para él su padre; y cómo el cuarto consiguió destruir, con la ayuda de la dama Eówyn -que se había unido a la conversación al poco de comenzar-, al Rey Brujo de Angmar. A su vez, Haeré habló a Faramir de la Tierra Olvidada y de lo que allí había visto, y Faramir y Eówyn quedaron maravillados.

Finalmente se despidieron, y Haeré y su tropa partieron hacia Minas Tirith. Al llegar cada Hombre tomó su propio camino, pero Haeré subió hasta la Torre de Ecthelion, donde se hallaban el Rey Elessar y la Dama Arwen, Estrella de la Tarde. Haeré se inclinó ante el Rey, y éste rio al verle.

-¡Haeré! Has vuelto, gracias sean dadas a Ilúvatar- dijo Aragorn.

-Mi señor, cuando partí recibí órdenes de llevar 500 soldados a la batalla, y ahora, cuando la batalla ha terminado por fin, regreso a Gondor con los supervivientes de aquella tropa- Haeré se levantó, y Aragorn lo abrazó como hiciera tiempo atrás. Haeré se quedó con el Rey y la Reina, y les habló de la Tierra Olvidada, del Reino Unificado y de las gentes que allí moraban. Y también habló de lo hermosa que se veía de nuevo Minas Tirith, y de lo alegre que se sentía por la caída de Sauron y porque Aragorn hubiera sido coronado Rey del Reino Unificado, pues fue así como se conoció el territorio de Gondor y de Arnor desde la coronación del Rey Elessar. También se alegró de ver de nuevo florecido el Árbol Blanco y por el feliz matrimonio de Aragorn con la Dama Arwen, cuya hermosura era aún mayor de lo que recordaba Haeré, pues la conoció en el tiempo que permaneció en Rivendel. No obstante, Aragorn le habló a Haeré más en profundidad de lo que había hecho Faramir de los sucesos de la Guerra del Anillo, de las gloriosas hazañas que allí tuvieron lugar y de las muchas desgracias que ocasionó. Y le habló de la Batalla de la Ciudad de Valle, batalla en la que participó su hermano Ecthelion, que ganó gran fama por su valor, y en la que su tío Adrahil encontró la muerte a los pies de Erebor. Haeré se entristeció mucho por la muerte de su tío y se quedó en silencio un rato, inmóvil, ante las miradas compasivas del Rey y la Reina. Aragorn pensó que sería mejor que el resto de la historia se la contara su hermano, y pidió a Haeré que les hablara de nuevo sobre las maravillas que atesoraba la Tierra Olvidada.

Después de tan agridulce reencuentro, Haeré permaneció un tiempo en Minas Tirith, y luego fue a recorrer de nuevo el resto de Gondor, que veía bello como nunca. Y regresó a Esgaroth, y a Valle después, ciudad que estaba siendo reconstruida y en la que se reencontró con su hermano Ecthelion, quien le habló de la Batalla de la Ciudad de Valle, en la que Esgaroth, Valle (que quedó completamente destruida) y Erebor fueron atacadas por tropas de Dol Guldur, de cómo Brand, Rey de Valle, y Dáin Pie de Hierro, Rey de Erebor, cayeron en la defensa de Erebor junto a su tío Adrahil y de cómo las huestes del Enemigo fueron finalmente rechazadas gracias a la intervención del ejército del Rey Thranduil. También le habló de los ataques que sufrió Lórien, y de cómo un ejército Elfo mandado por Celeborn y Galadriel destruyeron Dol Guldur después de la Caída de Sauron, acontecimiento que fue muy celebrado en Erebor. Haeré le habló a su hermano de la Tierra Olvidada, y ambos permanecieron juntos, viviendo en Valle y visitando a menudo todos los rincones de la Tierra Media. Sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando apareció de nuevo un emisario de Sein Cair Andros, reclamando a Haeré una vez más sus servicios.